Han llegado a mi poder dos DVDs con sendas funciones en el Met, que son exponentes claros de cómo repartos más o menos estelares –bastante uno y mucho el otro– pueden dar lugar a representaciones fallidas. Ambas dejan, por motivos no del todo coincidentes, mucho, muchísimo que desear. Pero, eso sí, el éxito –furibundo en la ópera de Strauss– les acompañó.
Los responsables del Met, tan aficionados como han sido durante años y años, sólo a montajes tradicionales y a elencos de impacto, produjeron en estas ocasiones, en mi opinión, dos bodrios de la mano del para ellos “insustituible” todoterreno James Levine. Corresponsable en ambos casos del fiasco.
En Lulu anda perdidísimo: allí no se puede reconocer a Alban Berg, el galimatías está garantizado, pues la partitura es intrincada como pocas. Quizá no fue ensayada lo suficiente, pero lo cierto es que hay muchos momentos casi irreconocibles. Y cuando se pone en plan “expresivo” (así, en el impresionante Interludio entre los cuadros II y III del Acto I), aquello sigue sin sonar a Berg, sino todo lo más a La ciudad muerta o algo así... El reparto fue en extremo desigual: sólo se salva Kenneth Riegel, soberbio Alwa, y, en parte, Evelyn Lear (antes notable Lulu, con Böhm) como Condesa Geschwitz. Pero ni Franz Mazura, en alguna ocasión (Boulez) correcto Dr. Schön, aquí muy disminuido en lo vocal y muy pasado de rosca, ni Julia Migenes Johnson, Lulu que bien poco aporta (aparte de su físico) y que suena fuera de estilo y chillona en una tesitura agudísima para ella. La mayor parte de los restantes cantantes, flojísimos: Andrew Foldi como Schigolch, Frank Little como Pintor y Príncipe árabe, Lenus Carlson como Domador y Atleta, Nico Castel como Príncipe, Sirviente y Marqués, etc.
La escena, totalmente convencional, a cargo de John Dexter, no está mal planteada, pero falla estrepitosamente por la nula dirección de actores, que convierten el drama en algo nada creíble.
Con un reparto mucho más espectacular, diría que Elektra fue aún peor. La dirección (es un decir) de Levine es tan errada (¿dónde está Strauss?) como efectista, a timbalazo limpio dado sin ton ni son (¡para mandar al destierro al percusionista!). De lo peor que le he escuchado jamás a Levine, y créanme que tengo en bajísima estima muchas de sus actuaciones. Cuando grandes cantantes se ponen en el plan en el que estuvieron Hildegard Behrens (Electra) y Brigitte Fassbaender (Clitemnestra) esa noche, créanme que los detesto. Y conste que admiro muchísimo a estas dos señoras. Behrens estaba casi sin voz (tenía 57 años), y no hace más que trampear, escaquearse y, de vez en cuando, gritar, además de no actuar nada en absoluto o sobreactuar a lo bestia. Mejor de voz estaba la Fassbaender, pero hace exactamente lo mismo que Behrens, para ocultar que es un papel mucho más dramático de lo que puede alcanzar su voz (en todo caso, con Abbado en el DVD, con la misma carencia de dramatismo vocal, está mucho mejor): ¿dónde estaba el director de escena, Otto Schenk? Quiero creer que no estaría, porque si no, peor aún. Por lo demás, quitando este “detalle” de que dejó despendolarse a sus cantantes, me parece una propuesta sensata y eficaz.
En medio de aquel despropósito, sobresalió hasta el paraíso la Crisotemis de Deborah Voigt, voz maravillosa en absoluta plenitud, que no hubo de recurrir a exageraciones de ningún tipo (y tampoco su corpulencia le hubiera permitido hacer cosas raras actuando). Muy gastado Donald McIntyre como Orestes, y aún audible James King como Egisto. El culto a los grandes cantantes, aunque hubieran dejado de serlo, dio lugar a una salva de aplausos enloquecidos (a veces me avergüenzo de ser operófilo...). También muy fuertes para Levine (los que aplaudían así ¿habrán escuchado, aunque sea en disco, a Böhm, a Solti, a Barenboim o a Sinopoli?)...