Deutsche Grammophon acaba de publicar el CD con los dos Conciertos de Liszt por Daniel Barenboim, la Staatskapelle Berlin y Pierre Boulez, grabados en público en Essen, dentro del Festival de Piano del Ruhr, en junio de 2011; disco que no llega a los 50 minutos, pese a completarse con las dos propinas ofrecidas por el pianista: la Consolación No. 3 y el Vals olvidado No. 1.
Salvo la Consolación (D.G. 1981), Barenboim nunca había grabado las otras obras, y, una vez escuchado el disco, hay que agradecerle que lo haya hecho, porque aporta no poco a la visión de estas obras. Sólo encuentro un inconveniente: no está ya lo suficientemente bien de dedos como para abordar una obra tan de virtuoso (aunque no sólo es eso) como el Primer Concierto, en el que falta nitidez y hay algunos atropellamientos y errores en varias de las frases más veloces o intrincadas. Pero que cada uno le dé a esto la importancia que quiera. Para mí, compensa en primer lugar la profundidad de que dota a esta partitura, que es, evidentemente, más que una obra de pura exhibición (algo que no han comprendido muchos, la mayoría de los pianistas que la han grabado. El otro día escuché en Radio Clásica una versión horripilante, todo carreras para dar el mayor número de notas en el menor tiempo posible, arrasando con la Música que hay en esta obra: era José Iturbi ¡tocando y dirigiendo!, algo a lo que ni Barenboim se ha atrevido...), y en segundo lugar descubriendo conexiones con Chopin, con Schumann, con Tchaikovsky, hasta con Brahms, y dotándola de una tensión y un carácter bastante rabioso y rebelde en ciertos momentos. Boulez, sin duda, le ayuda en subrayar lo no poco que hay de modernidad de la obra. Frases que suelen pasar con más pena que gloria cobran en los dedos del de Buenos Aires un sentido nuevo y sorprendente. De todos modos, sigo quedándome con la impresionante, más opulenta, grandiosa y aristocrática (gracias, Pepe, por aportarme este adjetivo) interpretación de Claudio Arrau y Colin Davis (Philips 1981), mejor tocada (¡de escándalo!), cantadísima, bellísima y a la que nadie podrá acusar de entregarse al virtuosismo como fin.
El Segundo Concierto –menos conocido, pero música superior al Primero– de Barenboim y Boulez me ha parecido un descubrimiento mayúsculo, y aquí no se presentan (prácticamente) los problemillas digitales del Primero. Su escucha resulta una sorpresa casi constante: ¡qué de cosas nuevas, qué de hallazgos, cuántos aciertos! Y aquí la batuta, con un fascinante sentido del color, es tan extraordinariamente creativa y lúcida como el solista. La verdad, no me esperaba algo tan extraordinario de un director inédito, creo, en este compositor: se ha empleado a fondo, sí señor. Soberbia actuación de la Staatskapelle, con mención especial para el magníico cellista. Es una de esas interpretaciones que obligan a modificar nuestras particulares calificaciones anteriores a nuestras versiones favoritas: si el Primero de Arrau/Davis sigue para mí mereciendo un 10, al Segundo, al que le tenía puesto un 9, debo rebajarle la nota. (Esto me pasa a veces, cada vez que una interpretación colosal desbanca a todo lo que conocía: las varias versiones –Fricsay/Berlín, Klemperer, Giulini/Chicago, Böhm, Karajan/Viena...– de la Sinfonía del Nuevo Mundo a las que les había puesto un 10 lo perdieron al escuchar la de Celibidache recientemente comentada aquí; o el Till Eulenspiegel que Barenboim dirigió en 2009 a la Filarmónica de Berlín dejó sin 10 a Klemperer o a Solti; la Sinfonía Doméstica de Mehta con la misma orquesta ese mismo año obligó a rebajar la de los mismos intérpretes en su grabación para Sony. Etcétera).
Las dos propinas son sencillamente increíbles: si su grabación de la Consolación (dentro de la colección de las seis) de 30 años antes era maravillosa ¡qué decir de ésta! (4’14” antes, 4’36” ahora). El Vals olvidado, original y curiosísima pieza de última época, creo que, con su melancólica ironía, está al mismo nivel interpretativo que la serena y consoladora (¿qué mejor adjetivo le va a cuadrar?) pieza anterior.