Londres...
La Radio BBC ha transmitido (parece que esta vez solo en
audio; a ver si se pueden conseguir imágenes) el concierto que tuvo lugar en
los Proms londinenses del Royal Albert Hall el 17 de agosto. Comenzó el
programa con la interesante, original y brillante pieza Con brio (2012), de Jörg Widmann, interpretada con evidente entrega,
fuerza expresiva y solvencia por la Orquesta del West-Eastern Divan y su
director-fundador, el inefable Daniel Barenboim.
Siguió el Primer
Concierto de Liszt con la fascinante Martha Argerich, que celebraba su 75º
cumpleaños. Pese a la grave enfermedad que padeció hace unos años, la pianista
bonaerense se halla en estupenda forma, conserva intactas las cualidades que la
han hecho famosa -espontaneidad, frescura, brillo, carácter felino- y añade
otras no tan habituales años atrás, por ejemplo un lirismo y una cantabilidad
realmente entrañables. Aun así, su Liszt no me entusiasmó todo el tiempo, pues
mientras paladeó divinamente algunas secciones, se entregó en otras con
excesivo celo al virtuosismo exhibicionista, sobre todo en el Allegro maestoso inicial. Muchos siguen
pensando que esta última cualidad es consustancial a Liszt, y es posible, pero
para mí no es la mejor solución cuando ese frenesí oculta las grandes
cualidades musicales que encierra y descubre si se le aborda con mayor poso.
Para que quede claro, basta escuchar lo que Claudio Arrau extrae de esta obra en
su grabación con Colin Davis (Philips 1981) frente a las versiones mayormente
virtuosistas que le precedieron (y que aún continúan en manos de algunos
pianistas, claro). En la grabación en público (DG), también filmada (Accentus),
de Barenboim con Pierre Boulez en 2011, pese a ciertas limitaciones mecánicas,
vuelve a incidirse en la hondura de la partitura, si bien no se alcanza la
clarividencia de Arrau.
O sea, que el de Buenos Aires se encontró con una
pianista que desarrolló su parte de modo muy diferente a como él lo había hecho,
y se amoldó perfectamente a ella. Porque su dirección ha sido de veras
eminente, destacando el dramatismo y el sentido épico, y llamando la atención
la extraordinaria transparencia orquestal conseguida. Como propina, Argerich y
Barenboim unieron sus fuerzas en el Rondó
en La mayor, D 951 de Schubert, última pieza del compositor para piano a
cuatro manos, en el que, sin duda, prevaleció el criterio de él. Criterio al
que ella se plegó sin el menor esfuerzo, obteniendo ambos, en perfecto
entendimiento, una versión bellísima de esta excelsa página de casi doce
minutos.
La segunda parte estuvo dedicada íntegramente a Wagner.
Todas y cada una de las cinco piezas interpretadas (propina incluida) tuvieron
el sello inconfundible del mayor intérprete wagneriano de nuestro tiempo,
abiertamente por encima de cualquier otro. La Obertura de Tannhäuser, con introducción muy lenta y llena de significado, dio
paso a un primer momento de plenitud en el que quedaba claro que no se
perseguía la grandilocuencia. Luego hicieron su aparición la belleza melódica
cargada de envolvente sensualidad, la pasión ardiente pero controlada, hasta
llegar a una coda amplia, robusta, intensísima, nada pomposa. Una claridad
absolutamente pasmosa (pese a tratarse de una grabación no comparable a los
discos actuales, en una sala de conciertos además enorme) llama poderosamente
la atención. Por no hablar de la memorable ejecución, realmente impresionante.
Los músicos del Diván, entre los cuales hay por cierto muchas caras nuevas (y
un nuevo concertino, el sensacional Guy Braunstein, antes primer violín de la
Filarmónica de Berlín) dejan bien clara su capacidad y, más aún, su entrega
incondicional a la batuta, que parece seducirlos, convencerlos y moldearlos a
su antojo sin límites. Con todo, lo mejor de la velada fue en mi opinión el Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin,
como jamás haya escuchado expuesto de forma tan arrebatadoramente bella,
apasionada y emocionante. Una espléndida Marcha
fúnebre, también de El ocaso de los
dioses, más sentida e interiorizada que exterior, precedió a un magnífico
Preludio I (u Obertura) de Los maestros
cantores, de algún modo síntesis de las diferentes formas de verlo con que
nos ha ido obsequiando Barenboim a lo largo de al menos 35 años, pues en él se
han aunado ahora la solemnidad con el humor, una cálida cantabilidad y una
grandeza de nuevo nada grandilocuente... Como propina, ¡qué valor!, se ofreció
una pieza hermosísima e introspectiva, que termina en pianísimo y que
transmitió una inmensa ternura y melancolía: el Preludio III de la misma ópera. Éxito inenarrable de cada una de las piezas.
... y Sevilla
Sobre el concierto en el Teatro Maestranza de Sevilla, en el
que hicieron las tres últimas Sinfonías
de Mozart y que tuvo lugar al día siguiente del de Londres, pensaba escribir
mis impresiones. Pero después de leer lo escrito en su blog ("Ya nos queda
un día menos") por Fernando López Vargas Machuca los días 20 y 25 de
agosto, tengo poco que añadir, pues coincido con él al 99% en lo que escribe.
Digo poco, pero sí quiero decir al
menos que uno de los lúcidos críticos
sevillanos escribía en su periódico que en el primer movimiento de la Sinfonía 39 Barenboim "rehuyó el dramatismo expresivo de los
pasajes centrales y se recreó en un fraseo amanerado, demasiado retórico y
claramente vacío". ¡Me gustaría saber en qué concierto se coló por error,
porque desde luego que NO en el de la Maestranza sevillana del 18 de agosto de
2016!
Otro crítico afirmaba por escrito dos cosas que quisiera también
señalar: que Barenboim reserva siempre para Sevilla los programas musicales más
"convencionales". Bien, Fidelio,
Parsifal, Tristán e Isolda, Sinfonías de Beethoven o las tres últimas de
Mozart ¿son obras convencionales? ¿No serán más bien inmortales e intemporales?
También afirmaba que Barenboim es seguramente "el director más
sobrevalorado de la historia". Yo voto por nombrar a ese señor, aunque
solo sea por esa afirmación, el crítico musical más infravalorado del mundo:
¡¡qué clarividencia, dios santo!! ¡Ha hecho un descubrimiento trascendental, una enorme aportación a la historia de la crítica discográfica, toda una revelación que ha abierto los ojos a todos los que creíamos que Barenboim director era alguien! Gran éxito de público también en Sevilla; ¡claro, los asistentes no conocían aún las tremendas pegas que iban a poner los críticos de su ciudad!
Para terminar quiero dejar expresa constancia de que este concierto
del 18 de agosto de 2016 en Sevilla ha sido uno de los mejores y de recuerdo más
imborrable de cuantos he presenciado en mi vida. Y he escuchado en directo a
Karajan, a Böhm, a Celibidache, a Markevitch, Mravinsky, a Giulini, a Solti, a Bernstein, a Sanderling,
a Jochum, Sawallisch, Kubelik, Boulez, Carlos Kleiber, Colin Davis, Abbado, Maazel, Haitink, Previn, Muti...
a Barenboim y a muchísimos otros.