Una “reveladora” grabación del Cuarto Concierto
Hay multitud de testimonios de que Beethoven era un improvisador genial, como lo han sido algunos grandes compositores… del pasado. Muchos menos testimonios, en cambio, existen -si es que hay uno solo fiable, pues ya se sabe lo poco que lo son algunos de quienes rodearon al Gran Sordo- de que Beethoven improvisase al tocar en público en una composición suya ya publicada. Pero, agarrándose a la aparición de una partitura de 1808 (dos años después de su composición) del Cuarto Concierto, en Sol mayor, op. 58, en la que al parecer el propio Beethoven anotó ornamentaciones añadidas a lo ya escrito -circunstancia a la que no todos los expertos conceden autenticidad-, le ha faltado tiempo a un pianista -Gianluca Cascioli, al que casi habíamos olvidado tras un pasajero relumbrón en su juventud- para convencer a Harmonia Mundi de que había que grabar esa versión, ya que eso podría ser un buen negocio.
Pero la primera duda surge, inevitable: si Beethoven iba a improvisar ¿cómo es que lo anotó? Si lo anotó, esas notas dejaron de ser improvisación. Como la propia definición de improvisación explicita.
Esta aventura ha dado lugar a que Pablo L. Rodríguez dedique todo un artículo de una página entera de El País titulado “Beethoven, el gran improvisador”. En él elogia la práctica de añadir adornos a lo escrito en las partituras dadas a los editores. Pero los pianistas no tienen por qué improvisar: solo los que además sean compositores, grandes compositores, podrían aportar algo que mereciese la pena, y no dejaría de ser todo ello muy discutible. En concreto, una composición tan maravillosa, límpida y concisa como ese Op. 58 no hará sino recargarse y empañar su excelsa y transparente línea tal y como aparece en la partitura.
Pero este ejercicio -por parte de Cascioli y de Harmonia Mundi- de hacer algo ante todo comercial (en una época en la que cada vez se venden menos discos) puede acabar siendo la enésima tomadura de pelo a los consumidores (como la vuelta de LP, entre otros ejemplos).
Las conclusiones a las que llega el autor del artículo son temerarias: “Para Beethoven los pianistas actuales serían unos aficionados”, empieza afirmando. Esto demuestra un total desprecio por los grandes músicos que ocupan su vida entera en servir la música del gran genio y, también, la incapacidad de P.L. Rodríguez de apreciar en ellos el arte que sin duda poseen. ¿Y cómo se atreve a opinar que Beethoven tendría esa opinión de los grandes artistas del piano, que además de su enorme talento y musicalidad añaden la impresionante jurisprudencia de todos sus ilustres predecesores? Este señor es, digámoslo claramente, muy poco serio (la “escuela” de Norman Lebrecht fructifica en seguidores...). Y termina Rodríguez su artículo con una profecía no menos temeraria, afirmando: “El futuro de la interpretación pianística del compositor de Bonn pasa por reivindicar su destreza más admirada: la de gran improvisador”. ¡Es que esa destreza nadie la pone en duda, pero muy otra cosa es el intento de emularla! Hay que hacerles saber a los grandes intérpretes que se dedican a hacer de intermediarios necesarios entre Beethoven y nosotros los oyentes melómanos que, según Rodríguez, si no improvisan, no valen, no le hacen justicia al compositor. [Al reparar en la fecha de publicación del artículo, 28 de diciembre, día de los Inocentes, podría entenderse todo…]
POSDATA: He podido escuchar la susodicha versión, sobre un piano moderno y con una orquesta reducida (36 músicos) de instrumentos modernos (Ensemble Resonanz) tocando como si fueran antiguos (permanente ausencia de vibrato, atosigante profusión de reguladores no escritos), bajo la tremendamente arbitraria, rebuscada, pimpante hasta lo ridículo (¡qué movimiento lento!) horrible dirección de Riccardo Minasi, exconcertino entre otros conjuntos de la Orquesta Barroca de Sevilla, de tan extraviada trayectoria, y fundador de Il Pomo d’Oro, al que le he escuchado alguna barrabasada. La ejecución de Cascioli no es mala, aunque de escaso, bastante incapaz legato, y de una gama dinámica muy estrecha: demasiada delicadeza mal entendida. Pablo L. Rodríguez, en un delirante ejercicio de dogmatismo, afirma: “No toca un instrumento de época, pero su interpretación se acerca más que ninguna otra a las intenciones sonoras de Beethoven”. ¡Bravo, Rodríguez, es usted el médium que estábamos esperando de Beethoven para conocer sus verdaderas intenciones!
Para mí, todos y cada uno de los añadidos -que tampoco son tantos: me esperaba más- SOBRAN. ¿Es Beethoven más grande, más auténtico, después de escuchar esta versión? ¡TODO LO CONTRARIO! Dudo mucho, muchísimo, que algunos de estos añadidos puedan ser de la mano de Beethoven. Porque me quedo con la afirmación del gran Leonard Bernstein: “En la música de Beethoven cada nota es siempre la correcta. Ningún compositor -ni siquiera Mozart- tuvo esa capacidad para que todo resulte impredecible y al mismo tiempo acertado. Eso hace que sus composiciones sean inmejorables. ¿Cómo lo lograba? Nadie lo sabe, pero se destrozó la vida tratando de alcanzar esa inevitabilidad”.
GUINDA FINAL: El hasta hace poco sensato pianista sevillano Juan Pérez Floristán ha manifestado estar de acuerdo con esta versión y declarado a Pablo L. Rodríguez: “No podemos olvidar que la partitura [toda partitura, se entiende] es tremendamente imperfecta y que cualquiera que intente transcribir con precisión una melodía cantada por Jonny Cash, Nino Bravo o Rosalía [¡atinada comparación con la de una obra como la que nos ocupa!] comprobará cómo la notación musical se queda cortísima. La partitura hay que leerla en profundidad, pero en sí no vale absolutamente nada”. Sin más comentarios.