Otras ruedas de molino con las que no
comulgo
Abundando en que no me convencieron de que Haydn fuera
muy inferior a Mozart o de que Tchaikovsky y Dvorák fuesen compositores
“menores” (entrada del 7 de noviembre), hay otro asunto importante del que
tampoco me han convencido.
De la autenticidad -el dichoso historicismo
(bien) informado- en las interpretaciones de la música barroca y anterior:
nunca nadie me ha explicado hasta ahora por qué es obligado tocar
esas músicas tal y como (se supone que) sonaban en su tiempo; y que si no se
hace (o intenta) así, se está traicionando la esencia de esas músicas. Desde
que comencé a escuchar oboes gangosos, flautas y fagotes afónicos, trompas y
trompetas torponas… (son los mismos que no aceptan una trompa moderna en un
concierto de Telemann, pero sí el piano Steinway en Bach o Scarlatti),
me dije que todo eso era un atraso, y no lo contrario.
Los oídos actuales no son, no pueden ser, como los de
antaño, pues entre aquellos tiempos y hoy han sido compuestas muchas grandes
músicas cuya memoria ni debemos ni podemos ignorar u olvidar: nos han marcado
irremisiblemente. Como han expresado algunos ilustres y lúcidos musicólogos e
intérpretes, el conocimiento de la obra de Beethoven -por
poner un ejemplo- puede y debe influir en el modo de interpretar a Haydn y
a Mozart. Es una especie de legítima (y casi inevitable) mirada,
influencia retrospectiva.
¡Hay además tantos ejemplos de grabaciones -a menudo a
cargo de los propios compositores- que hoy día han quedado irremisiblemente
anticuadas! ¿Esas no son acaso las históricamente mejor informadas? Hoy nadie
dirige a Elgar como él lo hacía, ni nadie toca a Rachmaninov como
solía hacerlo él. Sería absurdo quedarse en esa forma de hacer, no evolucionar,
petrificarla, fosilizarla. Ha habido compositores -Stravinsky no está
entre ellos- que han admitido que otros han interpretado su música con más
lucidez que los propios autores. Hasta Stravinsky, que criticaba a diestro y
siniestro a otros directores por cómo tergiversaban sus obras,
varió la forma de verlas en grabaciones suyas con algunos años de diferencia.
¿Cuál es la auténtica, la primera o la segunda? Al parecer, Hindemith pidió
a una compañía de discos que retirase su propia grabación tras escuchar la de
otro director que le había gustado mucho más. ¿Por qué, si no, Bartók le
dijo a Yehudi Menuhin cuando le escuchó en el estreno de
su Sonata para violín solo que “pensaba que la música no se
interpretaría así [con tal lucidez] hasta cincuenta años después de la muerte
del autor”? Porque Bartók sabía que, con las obras importantes sobre todo,
ocurre que se va formando, forjando con los años una jurisprudencia interpretativa
que va enriqueciendo e iluminando el sentido de las composiciones. Otra cosa
más: ¿cómo defender hoy que la música se haga como en su día, cuando multitud
de obras maestras innovadoras no pudieron siquiera ser estrenadas, por incomprensión,
o por considerarlas inejecutables?
El sonido chirriante de los violines en las
ejecuciones del Barroco nunca lo soporté (“¡pero si en la primera mitad del
XVIII ya habían sido construidos los Stradivarius!”), ni los continuos,
extenuantes reguladores dinámicos, la profusión de adornos que distorsionan y
hasta encubren la melodía… Esta hiperprofusión de antiguallas me ha retirado bastante
de la música barroca tal y como hoy se suele tocar, y lo peor es que la marea
negra, la avalancha de barro va adentrándose cada vez más en el Clasicismo, en
el Romanticismo… Y la desolación al comprobar que estas grabaciones casi han
acabado con -y arrumbado, con críticas feroces- a las anteriores de los años 60
y 70, esas que limpiaron de romanticismo y pesadez a muchas de las anteriores.
No hay más escuchar los Concerti grossi de Haendel que
grabaron Furtwängler, Klemperer y, sobre todo, Karajan,
con las de Leppard, Menuhin, Karl Richter y otros que vinieron
no mucho después. ¡Eso sí que fue un avance!
Una gran parte de los críticos y de los programadores
de, por ejemplo, Radio Clásica tienen (¡qué papanatismo!) por genuina,
auténtica, cualquier ejecución que siga (o diga seguir) los
postulados historicistas… da igual que los directores sean unos inútiles,
tengan un pésimo gusto o que haya entre ellos muchos instrumentistas mediocres,
cantantes desprovistos de técnica, etc.: si se dicen históricamente informadas,
todas ellas son -según ellos- modélicas, verdaderas a
diferencia de las demás. Y, por lo tanto, las que no declaren autenticidad
histórica, son soslayadas por esos programadores. ¡Funesta moda, vaya ceguera,
menuda ignorancia!
No quiero terminar sin reconocer que hay algunos
intérpretes partidarios del historicismo que me parecen buenos, serios y
capaces: muy distanciados, por tanto, de las tropelías diversas de otros.