Rameau, Gluck, Mozart y Gluck
Con un despliegue propagandístico sin precedentes (anuncio en portada y
una página completa en “El País”) y menciones en varios programas de Radio
Clásica durante unos cuantos días, el famoso violagambista y director catalán
(Igualada, 1941) se ha subido por fin al podio de la famosísisma orquesta
alemana. Tres obras y tres autores del XVIII. Comenzó con una suite de la ópera
Naïs (1749) de Rameau en arreglo del propio Savall (lo que le
habrá permitido cobrar derechos de autor) en la que, me sospecho, no habrá
convencido ni a los historicistas radicales ni a los que somos todo lo
contrario. Sonoridades históricamente poco informadas (casi modernas) y un
conjunto orquestal más o menos el doble de nutrido del que movilizará un William
Christie, máximo experto en Rameau. Pero lo que más me ha llamado la
atención es la no muy afortunada conexión (en varios casos) entre unas danzas y
otras, así como el hecho de que se han producido decenas de pequeños
desajustes; vamos, que los magníficos instrumentistas han distado de tocar
siempre juntos. Creo que Savall ha dejado en evidencia que no posee una técnica
directorial muy fiable.
Bastante mejor la versión, abreviada hasta poco más de la mitad, del
ballet Don Juan (1761) de Gluck, también con una orquesta
bastante más amplia de lo habitual y casi sin resabios historicistas.
La segunda parte la ocupó nada menos que la Sinfonía “Júpiter” de
Mozart, igualmente con sonoridades poco, casi nada, fundamentalistas.
Primer movimiento algo rígido, un tanto anodino y con timbal todo el tiempo
excesivo (aplausos tras el movimiento, algo rarísimo en la Philharmonie de Berlín:
¿amigos y familiares del mediático músico?...). El “Andante cantabile”, no fue
andante (sino allegretto), ni cantabile, echando por tierra, descalificando por
completo la versión: el doliente, acongojante tema inicial es totalmente
aséptico: ¡horror para Savall si aquello llega a sonar mínimamente expresivo,
hay que desterrar todo atisbo de prerromanticismo: Mozart no tiene que
transmitir nada, de lo contrario se le traiciona!
Nada especial en el Minueto, salvo de nuevo cierto mecanicismo, nada de
vuelo, y que vuelve a huir de todo posible sentimiento (¡que también lo hay, o
debería haberlo!). El final, piedra de toque para todo director por su
complejidad contrapuntística, estuvo bastante bien expuesto, si bien fue algo
más rápido de la cuenta y de un carácter más bien banal, exterior. El timbal volvió a
propasarse todo el tiempo. Gran éxito, que le llevó a repetir la Danza de las
furias de Don Juan.
Entonces, mejor de lo que esperábamos?
ResponderEliminarNo lo tengo claro; hubo un poco de todo. Rameau, 5. Gluck, 7. Mozart, 4.
EliminarUna descripción perfecta del revoltillo Savall: mediocridad musical aderezada con propaganda grandilocuente y aplausos enfervorecidos.
ResponderEliminarLo de los timbales es marca de la casa. Y si el final de la sinfonía 41 de Mozart “estuvo bastante bien expuesto”, a buen seguro que fue a pesar de Savall y gracias a los músicos de la orquesta, aunque no pudieron impedir, porque quien manda, manda, que Savall se lo mandase tocar a toda castaña y con un carácter “más bien banal, exterior”,
En una entrevista a bombo y platillo que le hicieron en La Vanguardia unos días antes del concierto, el Maestro sacó pecho y dijo:
“he tenido que poner en valor algunas articulaciones, acentos, contrastes y fraseos que lo harán diferente de lo que han interpretado tantas otras veces.”
“En algunos momentos hasta he tenido que coger un violín y enseñar los golpes de arco que quería”
Lástima que Savall no aprovechase que tenía en sus manos a esa “máquina perfecta”, como calificó él a la orquesta, para dirigir la Sinfonía 8 de Bruckner, o la Alpina de Strauss, por decir algo. En fin, otra vez será.