El 13 de junio de 2009 Barenboim dirigió a la Filarmónica de Berlín un concierto absolutamente memorable, incluso para tratarse del más grande director de nuestros días y de una de las mayores orquestas del orbe. Entre los dos poemas sinfónicos de Strauss Don Juan y Till Eulenspiegel que abrían y cerraban el programa intercaló dos difíciles pero estupendas partituras de Elliott Carter: el estreno en Europa del Concierto para flauta, a cargo del solista de la Orquesta, Emmanuel Pahud, y Dialogues para piano y orquesta, tocado por el dedicatario de la obra, el pianista británico Nicolas Hodges.
Si el Concierto (2008) parece una pieza de numerosos hallazgos y excelente factura, interpretada con enorme entrega y solvencia por solista y orquesta, Diálogos (2003) creo que es una página de valor aún mayor, de lenguaje radical y gran fuerza, interpretada de manera extraordinaria –se nota mucho, aun en una primera audición– por un pianista que, tengo la impresión, dará que hablar.
Si Barenboim se halla como pez en el agua en ambas obras, las dos interpretaciones straussianas de este concierto son tan excepcionalmente superlativas que nos han asombrado –me consta– incluso a algunos de los que tantísimo solemos esperar de él (y que no siempre, claro, satisface nuestras expectativas).
Don Juan
Este Don Juan, muy superior a su grabación con la Sinfónica de Chicago (Erato 1991), en la que una sobresaturación emocional desequilibraba a veces el discurso, es, sí, enormemente fogoso, pero también extraordinariamente lírico, sensual y voluptuoso, cálido, ardiente, tremendamente seductor. El encadenamiento de las secciones es pasmosamente natural, el diseño de las tensiones, arrebatador: ¡qué enorme maestría! La claridad instrumental es muy llamativa, con algunos hallazgos, y ello pese a la corpulenta y densa pero también radiante, totalmente straussiana, sonoridad orquestal. La Orquesta, en estado de gracia, responde con una implicación inusual incluso en esta tan a menudo entregadísima centuria: es algo que salta a la vista, que llama mucho la atención. Los solos –violín y oboe en primer lugar– son formidables, y la sonoridad de las trompas (por cierto, entre ellos está Ignacio García, solista de la Staatskapelle Berlin, supongo que en calidad de invitado) y de las cuerdas no tiene nombre: este grupo actúa como un ciclón, como un organismo vivo.
Till
Parece casi imposible, pero Till Eulenspiegel fue aún más extraordinario. En una partitura de una complejidad extrema de voces, y que han tocado una y otra vez las mejores orquestas y los mayores directores, Barenboim aún tiene margen para descubrir texturas nuevas y cosas que no se habían escuchado (maderas en 6’-6’20”, cuerdas en 11’40, flautas en 11’50”-12’05”, clarinete en 13’30”). Pero no es eso lo más destacable. Es tan apabullante la sucesión de aciertos plenos que escuchamos que cuesta explicarlo: la intencionalidad, la plasticidad es total, insólita –se ve la historieta que se cuenta–, la fluidez con que todo es expuesto, las transiciones entre secciones (en las que tan a menudo se aprecian las costuras) deja al oyente con la sensación de lo literalmente insuperable.
La interpretación, que no se decanta por ningún aspecto en especial porque abarca muchos: humor, sarcasmo, acidez, sentido lúdico, y también un deje de melancolía y un sabor entrañable..., deja por completo la sensación de que no puede ser de otro modo, de que no puede irse más lejos. Desde luego, para mí, las recreaciones más magistrales que recuerdo están, todas ellas, por debajo. Hay un detalle curioso y puede que discutible, aunque muy efectivo: en la última admonición del tribunal que está a punto de condenar a muerte al pillo, Barenboim apiana de súbito más de lo habitual (13’40”) para dibujar acto seguido un pronunciado crescendo. En todo caso, la técnica directorial del bonaerense ha alcanzado el punto más alto que pueda imaginarse. Técnica que pone únicamente al servicio de la música; nada de efectismo como fin.
La prestación de la orquesta y de todos sus solistas (trompa, violín, oboes, clarinete, requinto de clarinete, fagotes, trompetas, trombones...) es una de las más impactantes que he escuchado en este prodigioso conjunto en años.
Este Till es, sin duda, una de las interpretaciones más arrolladoras que haya realizado Barenboim en mucho tiempo; nada tiene que envidiar a sus tristanes. El público se dio perfecta cuenta.