Misuko Uchida y Sir Simon Rattle, al frente de la Filarmónica de Berlín, han ofrecido en febrero de 2010, en cuatro sesiones, los cinco Conciertos para piano de Beethoven. Los interesantes programas se han completado con las cuatro primeras Sinfonías de Sibelius y con obras de los dos mayores compositores húngaros de la segunda mitad del XX: György Ligeti y György Kurtág.
No es por dármelas de adivino, pero se ha cumplido lo que tantas veces he opinado sobre Rattle: se entiende a las mil maravillas con la música del siglo que le vio nacer, pero mucho menos, en general, con la del XIX. En efecto, San Francisco Polyphony, Atmosphères y Mysteries of the Macabre de Ligeti (esta última con la soprano Barbara Hannigan), así como Grabstein für Stephan de Kurtág han conocido interpretaciones a todas luces sensacionales.
Y con Sibelius ¿qué ha pasado? Pues lo propio: las dos Sinfonías más románticas, la Primera y la Segunda, han quedado lejos de los grandes modelos, de Barbirolli a Bernstein, como versiones algo rutinarias, demasiado nerviosas, carentes de elocuencia y mermadas en tensión; la Tercera ha conocido una notable interpretación, poco personal si acaso, y la Cuarta, obra ya modernísima de 1911, una recreación sencillamente magnífica.
Pero... Beethoven..., ¡ay, Beethoven! Rattle no se entiende bien con este compositor, está bien claro: ni acierta a obtener su particular sonido (¡ni siquiera con la Filarmónica de Berlín, o, en otras ocasiones, con la de Viena!) ni esa especial tensión que se deriva del discurrir de su música. A veces en los finales de los Conciertos, e incluso en algunos movimientos lentos, puede dar el pego, pero sobre todo los primeros, los episodios de mayor envergadura, se le escapan... En sus grabaciones con el beethoveniano de raza que es Kurt Sanderling, la Uchida se identifica mejor con el autor de la Sinfonía “Heroica”, pero aquí, la excepcional pianista que es no se suele centrar: multitud de sus frases son muy hermosas, con hallazgos de gran finura no siempre adecuados, pero no consigue conferir unidad, ni lógica, a un movimiento completo. Sobre todo, también, a los primeros.
Curiosamente, cuando está libre de Ratlle, en las cadenzas, suele dar lo mejor de sí. En los Conciertos 2º y 3º es donde ella está mejor –muy bien, incluso–, pero algo menos en el 1º, y mucho menos en el Cuarto (extremadamente femenino, algo impropio para Beethoven) y en el Quinto. El único concierto satisfactoriamente dirigido es, para mí, el Segundo, el más leve de la serie. Ninguno de los demás convence, lo que se aprecia ya desde el primer movimiento del Tercero, con el que Rattle se entiende especialmente mal.
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