El concierto en el Auditorio Nacional con la Sinfónica de Madrid el 7 de octubre a base de música española y la representación del día 11 de Mahagonny en el Teatro Real confirman lo que ya estábamos viendo venir: que Pablo Heras-Casado es un gran director, del que hasta hace poco casi nada se sabía en España. Pero sí bastante más en algunos países extranjeros. (¡Ay, la envidia, vicio español por antonomasia!...)
El programa español comenzó con un Amor brujo excelente, con una fulgurante Danza ritual del fuego y una sentida escena anterior. Lástima que la cantaora no diera la talla. Las soberbias Danzas de Don Quijote de Roberto Gerhard (¡qué poco se programa su música en nuestro país!) fueron de una lucidez y plasticidad verdaderamente asombrosas.
Y la Rapsodia española de Ravel e Iberia de Debussy pusieron de manifiesto una vez más cómo Heras conoce y diferencia estilísticamente todas estas obras y cómo es capaz de hacer sonar a la orquesta como pocos, con una claridad notable y un sentido tímbrico muy depurado. Es ya todo un gran director, no simplemente una promesa.
Con Mahagonny, Heras-Casado ha logrado nada menos que lo que logran sólo los grandes intérpretes: que la obra sea mucho mejor de lo que creíamos, después de habérsela escuchado a los Latham-König, Russell Davies o Conlon, aquejados seguramente del prejuicio de que es una ópera menor. No es, evidentemente, Wozzeck, pero se puede sacar de ella mucho más de lo que se creía. He oído por doquier acusaciones de que a la dirección del joven granadino le faltó swing. Aparte de que no estoy de acuerdo, es evidente que no fue eso lo que más le preocupó. Sino toda la carga mordaz que la pieza encierra, su carácter subversivo y su rabía y rebeldía (que fueron tremendas en la conclusión). A esto se le llama tomarse en serio una obra que nunca había dirigido y entregarse a ella de lleno. ¡Bravo! ¡Magnífico!
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