Dos recientes publicaciones de Barenboim acaban de ver la luz: el DVD EuroArts con Parsifal de Wagner filmado en la Staatsoper de Berlín en 1992, y su tercera grabación de la Séptima Sinfonía de Bruckner, ahora con la Staatskapelle Berlin, en un CD de Deutsche Grammophon.
Parsifal estuvo en vídeo VHS y en laser disc, pero no me habría imaginado que las tomas videográficas tuvieran tal calidad de sonido y, sobre todo, de imagen, como las que se aprecian ahora en los DVDs, que poseen una nitidez y una limpieza cromática inesperadas, con negros como el carbón, y un sonido espléndido, que recuerda un poco la acústica de Bayreuth: efecto que parece haber sido buscado por los ingenieros de sonido. Se trata de una magnífica interpretación, a distancia la más sobresaliente de las disponibles en DVD. Es de agradecer que hayan optado por un DVD para cada acto, lo que evita la compresión.
Lo más discutible puede ser la puesta en escena del casi siempre penetrante Harry Kupfer, al menos en lo que se refiere a la escena de las muchachas-flor: éstas han sido sustituidas por televisores que muestran imágenes voluptuosas que se encienden o se apagan, desconcertando al pobre Parsifal. Los restantes espacios escénicos me parecen muy acertados y sugerentes, resultando magníficos los momentos de la transformación. Un año posterior a su famosa y excepcional interpretación de audio (Teldec 1991), con Jerusalem, W. Meier, Hölle, Van Dam, Von Kannen y Tomlinson, con el Coro de la Ópera Estatal y la Filarmónica de Berlín, la del DVD posee un reparto ligeramente inferior en conjunto, pero aun así estupendo. Lo menos extraordinario es el Parsifal de Poul Elming, que, aunque a menudo parece seguir los pasos (por no decir imitar) de Jerusalem, no le alcanza ni en belleza tímbrica ni en línea canora; la voz del tenor danés es, sin embargo, algo más robusta y dramática.
Ver y escuchar la Kundry de Waltraud Meier es un placer de los que no abundan (y ni con Levine ni con Nagano es lo mismo). Pocas veces se encuentra tal identificación entre un personaje y un cantante (-actor). En todos los registros del poliédrico carácter es Meier absolutamente excepcional: misteriosa, doliente, dulcemente seductora, colérica, piadosa... Estaba de voz en un momento absolutamente áureo, insultante. Sólo por ella merecería la pena esta publicación. John Tomlinson (Titurel en el CD) es un Gurnemanz menos contemplativo de lo habitual, y un poco más sufriente, más enfadado, más apasionado. Domina bastante bien su enorme e impresionante caudal vocal, aunque presenta algún estrechamiento arriba. De gran intensidad es la recreación que Falk Struckmann hace del sufriente Amfortas, con acentos de tremenda desesperación. Muy en su lugar el Klingsor de Günter von Kannen, y notable también el Titurel de Fritz Hübner. Kupfer prepara a fondo, como suele, el trabajo actoral de todos ellos, lo que es muy de agradecer.
Al frente de un notable coro y una, ya por entonces, admirable Staatskapelle, de genuina sonoridad wagneriana, Daniel Barenboim da una lección, como era de esperar, de hondo conocimiento del compositor y del tan especial universo de esta ópera de la última madurez, que requiere lograr un ambiente (o mejor dicho, unos ambientes) especiales e inconfundibles, no menos wagneriano pero muy diferente del de las restantes óperas del autor de Tristán. Barenboim cuida y atiende sobremanera el sonido, pero no se limita a él (un poco lo que hacen, desde mi punto de vista, Karajan o Levine), lo que sería quedarse mayormente en la superficie, sino que bucea en el trasfondo, que es lo más conmovedor y emocionante de esta obra genial. Es una visión quizá un poco menos demoníaca que la del CD (bueno, tampoco hay que exagerar ese aspecto que tantas veces se ha señalado) y algo más introspectiva y consoladora. En el Acto III hay un par de pasajes de sublime elevación (minutos 16-18 y 39-40). No hay, ¡menuda metedura de pata!, subtítulos en castellano, sino sólo en alemán, inglés y francés.
La Séptima Sinfonía de Bruckner, grabada en público en la Philharmonie de Berlín en junio de 2010, ha sido un chasco, pero no por la interpretación, sino por la muy deficiente grabación, con apreciable compresión dinámica, carente de cuerpo y de pegada. Filmada y transmitida por una emisora alemana, el sonido de esa transmisión es sin duda superior al del presente CD, lo que me resulta inexplicable y descorazonador. Pero no hay que enfadarse demasiado: el sello Accentus tiene intención de publicar en DVD esta Sinfonía, así como las tres anteriores y las dos siguientes, todas ellas filmadas aquellos días en la misma sala en realizaciones del reputado Paul Smaczny. Una sala cuya espléndida acústica ha sido recogida con acierto en multitud de ocasiones; confío en que los DVDs suenen no mejor, sino mucho mejor que este CD.
¿Y la interpretación? Bastante superior a de Barenboim con la Sinfónica de Chicago (D.G. 1980) pero no tan excelsa como la de Teldec 1993 con la Filarmónica de Berlín, me da la impresión de que el movimiento inicial no es todo lo que podría esperarse; el Adagio, en el contrastan más de lo acostumbrado las secciones más serenas con las más inquietantes, posee instantes inolvidables de íntima emoción. Lo mejor para mi gusto son el turbulento y fantástico scherzo y un finale más encrespado y rico de lo habitual.
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