lunes, 25 de marzo de 2013

Claudio Abbado y la Orquesta Mozart en Ibermúsica

 

El primero de los dos conciertos que Claudio Abbado ofrece esta temporada en Ibermúsica (Auditorio Nacional, 24 de marzo de 2013) ha sido un programa muy breve: la Obertura Leonora III (se había anunciado una más corta aún: Las criaturas de Prometeo), la Sinfonía concertante de Haydn y la Sinfonía 33 de Mozart. La Leonora III fue una lectura impecable pero bastante insípida: ni la introducción fue lo debidamente sombría, ni exaltada y exultante la coda (que, por cierto, como casi única excentricidad, empezó, en el rápido dibujo de los violines, muy piano). El sonido de la disciplinadísima orquesta, muy parco en la cuerda grave, es muy poco beethoveniano.

Resulta curiosa la evolución de Abbado: tras llegar a ser uno de los más grandes directores del orbe en los años 70 (en un momento en que abundaban los gigantes), en los 80 comenzó (con intenciones, creo, muy comerciales) a imitar a Karajan en su suntuosidad y refinamiento excesivos, sin alcanzar casi nunca al modelo en sus mayores aciertos. Aun con logros aislados importantes, esa década y la siguiente bajó de categoría musical ostensiblemente, con patinazos tan evidentes como sus ciclos sinfónicos de Mendelssohn y Schubert, o el de Beethoven para Sony. Últimamente ha descubierto los instrumentos originales, aunque no para usarlos sino para imitar su sonoridad y los modos de muchos de sus abanderados, y aquí los dislates en música del XVIII están, para mi gusto, a la orden del día. En esta última manera se inscriben las interpretaciones de este concierto, aunque la de Beethoven fue bastante moderada.

Tras la obertura, Alfonso Aijón subió al escenario para anunciar que Abbado le había pedido un favor al que no podía negarse: dejar la Sinfonía concertante en manos de su asistente, Gustavo Gimeno. Supongo que ensayada por el maestro italiano, el español no dejó huella: la versión fue escasa en vitalidad y chispa, y le sobraron algunos contrastes dinámicos un poco excesivos. Los solistas, de la Orquesta Mozart (con sede en Bolonia), fueron el estupendo fagotista Guilhaume Santana, el magnífico oboísta onubense Lucas Macías (¡solista en la Orquesta del Concertgebouw!), el más que notable cellista Konstantin Pfiz y el para mí bastante insufrible violinista Gregory Ahss, de sonido y maneras rácanas al modo del Kremer más aquejado de raquitismo. O sea, cualquier cosa menos coherencia entre los solistas.

La segunda parte se componía sólo de la Sinfonía en Si bemol mayor K 319, que Abbado expuso con la meridiana claridad que le caracteriza (su técnica de batuta es, como siempre, asombrosa), con un carácter en exceso leve y un sonido de nuevo muy avaro en sonoridades graves; el Andante fue más bien un allegretto (parecía un episodio de divertimento), más anguloso que galante el minueto y algo más pimpante de la cuenta el finale, con algún momento relamidillo.

Pero lo más discutible –y para mi gusto, con mucho, lo peor– fue la propina: el bellísimo Entreacto III de Rosamunda. El tema del comienzo fue expuesto siempre en pp; hubo amaneramientos varios, con reguladores excesivos y asomos de ñoñería: un Schubert totalmente periclitado. Se salvó, no obstante, la sección central, gracias a las bellísimas sonoridades y a la musicalidad del oboe –Macías– y del clarinete –Maria Francesca Latella–. El mal gusto del grueso del público quedó claro: esto fue lo más aplaudido.

POSDATA:
Acabo de leer en "El País" la crítica a este concierto (y al siguiente, de ayer lunes) escrita por Juan Ángel Vela del Campo. He aquí algunas frases: (el Entreacto III) "nos hizo revivir a los de más edad su primer concierto madrileño en Ibermúsica con la Sinfónica de Londres en mayo de 1980, cuando interpretó también como propina este entreacto de una manera genial. Ahora el enfoque es distinto pero si me apuran aún más hechizante. Abbado consiguió anteayer que se nos saltasen las lágrimas. Tiene un estilo de hacer música sin comparación posible en la actualidad. Todo respira verdad, profundidad, cercanía".
¡Para que vean ustedes qué distintas formas hay de ver una misma interpretación!...


sábado, 23 de marzo de 2013

Las 32 Sonatas de Beethoven por Barenboim y Ponnelle en Blu-ray

 

Luces y sombras de un álbum excepcional

    

El álbum de 3 Blu-rays (o los 5 DVDs aislados) de EuroArts con todas las Sonatas para piano de Beethoven es, desde el punto de vista musical y artístico, una pura maravilla. Filmadas en 1983-84 en los Palacios Lobkowitz, Rasumovsky, Kinsky y Hetzendorf de Viena más o menos al tiempo (1981-1984) que Deutsche Grammophon grababa para audio el mismo ciclo en París, recogen interpretaciones del mayor intérprete beethoveniano. Conociendo sus maneras, no hay que extrañarse de que no siempre sean muy parecidas a las de los CDs del sello alemán. Todas las Sonatas reciben interpretaciones magistrales y de una lucidez incontestable, pero yo destacaría como estratosféricas las números 4, 5, 7, 8, 15, 28, 31 y 32.

En estas filmaciones realizadas por el probablemente más grande director de escena de la época, Jean-Pierre Ponnelle (1932-1988), un hombre con una cultura musical asombrosa, la belleza de las imágenes y la adecuación de éstas a la música es algo muy especial. En la breve entrevista a Barenboim que se incluye en el tercer blu-ray, el pianista manifiesta su gran admiración por uno de los cámaras, Ennio Guarnieri.

En cuanto al sonido, es magnífico: a cargo de Gernot R. Westhäuser y Werner Mayer, ingenieros que trabajaron mucho para D.G., me gusta más que el de las grabaciones de audio de ese mismo sello a cargo del no menos reputado Klaus Scheibe. Éstas son muy brillantes y claras, pero tal vez un pelín agresivas; el piano de Barenboim suena algo más natural y reconocible en las tomas de vídeo de EuroArts (originales de la productora Metropolitan Munich).

Hasta aquí las características más positivas de esta publicación. Pero no faltan las negativas: las tomas originales eran en la proporción de 4:3 y, para que no queden bandas negras a izquierda y derecha, han optado por adaptarlas a las proporciones de la mayoría de los televisores actuales, o sea, 16:9. Resultado: se han cargado una franja de arriba o de abajo, o ambas a la vez. Se tergiversan así los encuadres de la filmación original, y hay veces que se pierden detalles imprescindibles: un fallo garrafal.

Pero hay más cosas: antes de que se vea cada Sonata, la pantalla en negro nos asegura que cada una de las 32 fue dedicada a Haydn, cuando lo fueron sólo las tres primeras (¡!). Y en el libretillo de los Blu-rays (ignoro si también están mal los de la edición en DVDs) hay varias duraciones groseramente equivocadas: en la Sonata 4, el 2º mov. no dura 7’39”, sino 10’13”, y el 3º no dura 7’27” sino 4’56”; en la Sonata 5, el 1er. mov. dura 5’50”, no 4’27”, y el 2º, 8’52”, no 10’09”; y en la Sonata 29, el 2º mov. no dura 15’45” sino 3’05”. ¡Qué descuidados!

Por lo demás, la imagen es apreciablemente más nítida que en la filmación de EMI 2006, tomada en público en la Staatsoper de Berlín, pues ésta no ha sido comercializada en Blu-ray, sino sólo en álbum de 6 DVDs (dos de los cuales son clases magistrales sobre estas obras). El sonido de ambos álbumes, algo diferente, es quizá igual de soberbio en ambos casos. ¿Hará falta recordar que estamos, sin la menor duda, ante uno de los ciclos de obras más importantes de la historia de la música, acaso el que más?




domingo, 17 de marzo de 2013

La primera opción para “Tosca” en DVD (¡y Blu-ray!)




El primer Blu-ray publicado por EMI (¡esperemos que no sea el último! ¿A qué aguardan para sacar El barbero de Sevilla por Pappano?) es todo un triunfo. Para mí, la mejor Tosca filmada. No digo que sea inmejorable, pero las anteriores en DVD tienen más inconvenientes: la que más se le acerca es la estupenda de Zubin Mehta filmada en los escenarios y a las horas reales (con Malfitano, Domingo y Raimondi): quizá no es inferior, o lo es apenas, pero no tiene subtítulos en español. Y, por descontado, no posee la calidad técnica de esta nueva publicación.
Otras versiones ya editadas de interés son la de Kabaivanska, Domingo y Milnes con la New Philharmonia dirigida por Bartoletti (película más bien rancia de Gianfranco De Bosio, DG 1988), la de Behrens (algo fuera de tiesto), Domingo y McNeil con Sinopoli en el Met y la cargante escena de Zeffirelli (DG 1992), la de Dessì, Armiliato y Raimondi en el Teatro Real dirigiendo Benini y con la acertada escena de Nuria Espert (OpusArte 2004), la de Malfitano (ya mayor), Margison (flojito) y Terfel con la Concertgebouw y Chailly, con la más que discutible escena de Lehnhoff (Decca 2007), y la de Magee (magnífica), Kaufmann y Hampson (que no me convence), en la Ópera de Zúrich correctamente dirigida por Paolo Carignani y con extraña escena del casi siempre gran Robert Carsen (Decca 2009).
Pero hay un elemento fundamental que eleva esta nueva versión por encima de todas éstas: la fenomenal dirección de Pappano. Más bien lenta porque paladea todo y dota del mayor sentido a cada frase, nunca he escuchado Tosca con tal grado de matización. Pero los árboles no le hacen perder la vista global sobre el bosque. La voluptuosidad del dúo de los amantes en el acto I, a los que la orquesta envuelve como nunca, la tensión dramática y la teatralidad del acto II o la atmosférica introducción del III son algunos aspectos llamativos de la interpretación, como lo es el tremendo estallido de rabia con que concluye la ópera. Sólo me ha chocado un poco la profusión de portamentos, sobre todo en el acto inicial: algunos de intención irónica (en torno al sacristán), otros para acentuar la sensualidad, la languidez amorosa.
Muy bien el Coro (imponente Te Deum, en el que las campanas suenan en exceso) y una de las mejores intervenciones que recuerdo, en años, de la variable Orquesta del Covent Garden. En conjunto, sitúo a Pappano aquí al altísimo nivel de De Sabata (Callas, Di Stefano, Gobbi), de Mehta (sobre todo con L.Price, Domingo y Milnes), de Colin Davis (Caballé, Carreras, Wixell), de Sinopoli (Freni, Domingo, Ramey) y de Chailly.
El trío protagonista está muy acertado: Angela Gheorghiu no tiene quizá la voz suficientemente sólida para Floria Tosca, pero se halla aún en buen estado vocal, canta con buena línea y gran depuración, y su interpretación musical es casi siempre muy convincente: la ha ahondado desde su grabación con Pappano de hace doce años; aun así, su imprecación “Assassino!” y, acto seguido, su súplica “Voglio vederlo” no termina de resultar creíble; termina “Vissi d’arte” de forma un tanto exagerada reclamando el aplauso y dice de forma, en mi opinión, equivocada "E avanti a lui tremava tutta Roma!" . Su actuación escénica está muy estudiada y resulta coherente, pero a mí no me termina de transmitir sinceridad. En este aspecto me parece claramente superior la Malfitano con Mehta.
Jonas Kaufmann sí que me convence, más aún que junto a la Magee, tanto en lo musical como en la actuación. Es cierto que su voz no suena italiana y que algunos sonidos son emitidos de modo no muy canónico. Pero ello es poca cosa frente a su alta musicalidad y a su arrolladora credibilidad. Es, a no dudarlo, un gran artista del canto, de los que surgen muy pocos cada década.
A Bryn Terfel creo que le empieza a pasar lo que a ciertas voces graves: que con la madurez se está aclarando, está perdiendo armónicos graves. Dicho esto, cumple vocalmente a plena satisfacción, y su papel de malo-malo, sin el menor resquicio, lo borda en lo musical y en lo actoral. Quizá en esto se haya pasado un poco de la raya el director de escena, Jonathan Kent, pero bueno, es una opción aceptable, aunque me parezca más rica y certera la encarnación de Ruggero Raimondi con Mehta, que, junto a la maldad, posee mayor distinción aristocrática.
Pero, pese a estas reservas con respecto al trío protagonista, dudo que haya hoy otras opciones claramente preferibles para cualquiera de ellos (¿Anja Harteros para Floria, además de la imponente Emily Magee? ¿Quién para Mario y para Scarpia?...)
La escena es casi 100% tradicional y francamente sensata y atenta, incluso a los menores detalles: bien poco hay que objetar aquí en una ópera que se presta mal, me parece, a los experimentos. Aparte de lo maravillosamente bien que se ve y se oye, la realización de Jonathan Haswell es muy encomiable.








miércoles, 13 de marzo de 2013

El concierto del 70º cumpleaños de Barenboim: el triunfo de la sabiduría

   

El pasado 15 de noviembre de 2012 cumplía Daniel Barenboim 70 años y ese día tocaba en la Philharmonie de Berlín, en compañía de su Staatskapelle berlinesa y de su amigo Zubin Mehta, un programa tremendo: el Tercer Concierto de Beethoven, Dialogues II para piano y orquesta de Elliott Carter y el Concierto No. 1 de Tchaikovsky. Entre el público las cámaras enfocaban en algún momento a su esposa (Elena Bashkirova), a Pierre Boulez (lástima, muy envejecido: bueno... ¡tiene 87 años!), a Anna Netrebko, Waltraud Meier, Rolando Villazón, a Jürgen Flimm y Stéphane Lissner (Intendentes de la Staatsoper de Berlín y de La Scala) y a otros notables del mundo musical.

Mehta no es lo que se dice un director beethoveniano; por eso mismo me ha llamado mucho la atención la admirable labor que realizó en el Op. 37 del Gran Sordo: lo mismo que en la grabación de la serie (Decca ) con Ashkenazy y la Filarmónica de Viena, pero tomándoselo con mayor interés aún: ofreció una versión de clasicismo impecable, absolutamente equilibrada y atenta a los detalles y, por supuesto, al pianismo extremadamente creativo del solista, con el que jamás difirió ni se desajustó. Barenboim, que las sabe todas en Beethoven, estuvo inspiradísimo, tan libre en el fraseo (¡siempre certero!: ¡posee la fórmula!) como riguroso en el concepto. Hizo una demostración de musicalidad a raudales, llenando de sentido y de expresividad cada frase, en una versión algo más sosegada y menos extravertida que la de su última grabación (DVD/Blu-ray EuroArts y audio Decca). A destacar la alucinante cadenza (de Beethoven) del primer movimiento: parece imposible tocar más fondo en ella. Dialogues II es una breve (6 minutos), diáfana y sabia pieza compuesta por Carter a los 103 años de edad y dedicada a Barenboim para este cumpleaños; el gran compositor norteamericano moría justo diez días antes de esta ejecución.

Uno de los compositores que mejor entiende Barenboim es, pese a que no suela saberse, precisamente Tchaikovsky (ahí están sus grabaciones de las tres últimas Sinfonías, de varios poemas sinfónicos, del Primer Concierto dirigiendo en Chicago a Lang Lang o de El lago de los cisnes y Cascanueces). Y no sólo por su parte solista en el Concierto No. 1, cuya grabación filmada con Celibidache (EuroArts) ha merecido juicios ditirámbicos ¡hasta de Enrique Pérez Adrián! Se trata, en efecto, de una aportación sin precedentes a esta obra tan menospreciada por tantos a causa de que su virtuosismo eclipsa toda otra posible cualidad musical. Pero precisamente Kissin y Karajan (audio de D.G., DVD de Sony), y más aún Barenboim y Celibidache han demostrado que esa Op. 23 de Tchaikovsky es una partitura que abunda en grandes valores propiamente musicales, y que la mayor parte de los virtuosos (¡e incluso Richter y Gilels!) han pasado por alto.

A estas alturas, como es lógico, el pianista bonaerense no conserva la seguridad de mecanismo de antes, por lo que se pueden detectar algunas notas falsas (¿cuántas? No muchas. Pero para saber el número exacto tendrán que preguntarle a Beckmesser, que apunta en su pizarra tantas rayas como notas erradas o pasadas por alto. No esperen que, como en Los maestros cantores, detecte algo más que esas faltas). Pero a los que amamos la Música esto nos importa bien poco: Barenboim sigue conservando un sonido bellísimo, poderosísimo o capaz de las mayores delicadezas, una riqueza y variedad de pulsación alucinante y, por encima de todo, una musicalidad y una pasión arrebatadoras que le llevan a desentrañar bellezas de toda índole y un rico trasfondo expresivo en cada frase. Puede que haya llegado aún más lejos, al menos en varios pasajes, que en su grabación con Celibidache.

Tras una introducción en el que célebre, originalísimo, maravilloso y envolvente tema de las cuerdas es demasiado contenido por la batuta (nunca en sus grabaciones Mehta lo había hecho así), su labor a lo largo de toda la obra es de todo punto magistral, poniendo en juego toda su ilimitada capacidad de director acompañante (se llegan a apreciar detalles nuevos, nunca escuchados) y su talla de intérprete tchaikovskiano. Memorable actuación de la Staatskapelle berlinesa y de sus solistas, entre los que es justo destacar a la primera flautista. El DVD (¡no blu-ray!) recientemente publicado por Deutsche Grammophon tampoco contiene las dos propinas que al parecer ofreció Barenboim, tras las interminables ovaciones de un público totalmente enfervorecido.



lunes, 11 de marzo de 2013

Escuchas a ciegas: aciertos y desvaríos

 

La otra tarde tuve en casa, junto a unos amigos, una sesión musical bastante instructiva. Uno de estos amigos trajo algunos discos; tres de ellos acababa de comprarlos y no los había escuchado aún. Nos los hizo escuchar sin revelar los nombres de sus intérpretes (práctica a la que somos muy aficionados, y que a menudo resulta reveladora).

Rachmaninov
La cosa empezó muy bien: los Etudes-tableaux de Rachmaninov escuchados nos parecieron soberbios. Puro Rachmaninov, puro fuego y honda melancolía, un dominio mecánico impactante del teclado... Pensé que podría tratarse de Nikolai Lugansky, pero resultó ser Vladimir Ovchinikov, en un CD EMI de serie barata con las dos opp., 33 y 39, completas. Pianista nacido en 1958 del que tengo en mi discoteca su ciclo completo de las Sonatas de Prokofiev (EMI 1994), al que le tengo bastante perdida la pista.
 
Chopin
Luego escuchamos la Tercera Sonata de Chopin en magnífica interpretación, sobria pero en absoluto fría, formidablemente bien tocada, totalmente en estilo y en una grabación antológica, de las mejores de piano que recuerdo. No tenía ni idea de qué pianista podría ser. Era el noruego Leif Ove Andsnes (n. 1970), en un disco EMI con las tres Sonatas. Absoluta recomendabilidad, también a muy bajo precio. No puedo decir que me sorprendiera, pero tal vez no esperaba tanto...

Schumann
El tercer disco de piano que trajo mi amigo fue, en cambio, un fiasco total. Ya Papillons de Schumann no me gustó más que en algunas frases. ¡Pero Carnaval fue un auténtico desastre! Una versión en blanco y negro, plagada de arbitrariedades, atropellada, tremendamente bruta, carente de fraseo melódico y del menor rastro de poesía. En fin, un horror. Se trataba de Stefan Vladar (n. Viena, 1965), pianista al que ya sabía desigual donde los haya, pero capaz de admirables interpretaciones de las cuatro últimas colecciones pianísticas de Brahms o del Quinteto op. 81 de Dvorák (que tiene grabado con el Cuarteto Jerusalén), por ejemplo. ¡Como para fiarse! El CD, de Harmonia Mundi y muy barato, no merecería la pena aunque costase cinco céntimos.

Brahms
La puntilla fue un Concierto para violín de Brahms que empezamos a escuchar: de entrada, pensé que era una grabación de los años 60, que sonaba francamente mal, con la orquesta como entubada y sin presencia, amplitud o profundidad. Pero lo peor es que la introducción orquestal era indiferente, carente de la menor tensión, nada brahmsiana; la orquesta parecía de tercera fila. Pero he aquí que entra el violín: un sonido etéreo, precioso, delicadísimo pero sin garra, un fraseo con amaneramientos diversos, completamente ajeno al universo brahmsiano; además, el sonido del violín sobrevolaba el espacio, sonaba como por todas partes, de una manera muy falsa y artificial. O sea, un director negado, un violinista completamente fuera de tiesto y un ingeniero de sonido extraviado. No fuimos capaces de escuchar siquiera el movimiento completo. Sí lo hicimos con el breve complemento, las tres bonitas Romanzas op. 22 para violín y piano de Clara Schumann, tocadas con finura y muy buena línea. El violinista, si era el mismo, aquí sí que estaba muy bien, lo mismo que el piano. Pues bien: se trataba de un CD recién publicado (¡Deutsche Grammophon 2013!), de 47’ de duración, y del que sólo nueve minutos podían merecer algo la pena. ¡Vaya chasco! ¿Quiénes eran sus intérpretes? ¡¡Pásmense!! Lisa Batiashvili (el formidable “descubrimiento” reciente de D.G., que ha grabado un sensacional Primer Concierto de Shostakovich con Salonen), la Staatskapelle de Dresde y Christian Thielemann. La pianista en las piezas es Alice Sara Ott. Sin más comentarios.







miércoles, 6 de marzo de 2013

“A Late Quartet”: una magnífica película sobre el Cuarteto op. 131 de Beethoven que no veremos en los cines

    

Acabo de ver, en una grabación que me ha conseguido un amigo, la película directamente relacionada con la música clásica que más me ha gustado en mi vida. Se trata de A Late Quartet, que no ha sido estrenada en España. Y no parece que vaya a serlo.
La ha dirigido Yaron Zilberman en 2012 y, aunque sólo por la fama y la extraordinaria valía de dos de sus actores –Philip Seymour Hoffman y Christopher Walken– creo que tendría éxito suficiente, al menos en los circuitos de versión original subtitulada. Ni siquiera creo que haga falta ser melómano, sino sólo cinéfilo, para apreciarla y disfrutarla mucho, muchísimo. Pues, aunque yo no entiendo mucho de cine, estoy convencido de que se trata de una película estupenda.
Pero si se es melómano y cinéfilo sería una pena enorme perdérsela. Como el que más y el que menos sabe cómo conseguirla (está editada en el extranjero en DVD y en Blu-ray, por supuesto), recomiendo vivamente no dejar de hacerse con ella.
Trata de un afamado cuarteto de cuerda –“The Fugue String Quartet” – en el que sus componentes, después de veinticinco años juntos, se enfrentan a inesperadas dificultades, que amenazan con desintegrar el grupo. Todo gira en torno al Cuarteto op. 131 de Beethoven: ya saben, quizá la obra cumbre para cuarteto de toda la historia de la música.
Por supuesto, no me ha extrañado la sensacional, asombrosa interpretación de esos dos geniales actores (y de otros menos conocidos pero también extraordinarios: Catherine Keener, Wallace Shawn, Mark Ivanir, Imogen Poots...) ni el espléndido guión, ni la magistral forma de contarlo el director, pero sí la asesoría musical que ha conseguido que todo sea tan verosímil, tan impecable, tan creíble, y tan enormemente interesante. Cualidades éstas que, en mi opinión, se dan muy pocas veces en las películas que giran en torno a cualquier asunto de música clásica.
Los intérpretes son el sobresaliente Cuarteto Brentano, y también aparece Anne Sofie von Otter en persona, cantando el aria de Marietta de La ciuda muerta de Korngold.
(Otra muy notable película sobre música que no llegó a estrenarse en España es Taking Sides. Der Fall Futrwängler, protagonizada por Harvey Keitel y Stellan Skarsgärd, y dirigida por István Szabó. Lástima también, aunque creo que A Late Quartet es mejor y más interesante aún).