Tras cuarenta y cinco años de carrera memorable, esta agrupación, que ha sido muy probablemente la más relevante del mundo a lo largo de al menos tres décadas (sin duda alguna la más perfecta técnicamente y la más adaptable a los más diversos estilos), ha echado el cierre. El último concierto que dieron, hace un par de meses, en Madrid, constó de –según los testimonios más fiables– interpretaciones absolutamente inolvidables de –¡nada menos!– dos de los Cuartetos más geniales de la historia de la música: el Op. 131 de Beethoven y el Décimoquinto y último, D 887, de Schubert.
En disco, tras un extenso y glorioso legado fonográfico (que culmina tal vez en la integral de Beethoven editada por RCA en 1993), parece que se despiden con un CD (y SACD) de Harmonia Mundi (grabación técnicamente ejemplar) en el que acoplan un Cuarteto que nunca habían grabado, el Primero (“De mi vida”) de Smetana, con otro que registraron para Sony en 1989, el Duodécimo (“Americano”), op. 96 de Dvorák. (Por cierto, me dejó estupefacto leerle en “Ritmo” a Luis Carlos Gago, una de las personas más versadas de España en música de cámara, que era ésta la primera vez que el Tokio llevaba al disco el Cuarteto “Americano” de Dvorák...)
Pues bien, la formación final de este grupo, la constituida por Martin Beaver, Kikuei Ikeda, Kazuhide Isomura y Clive Greensmith, no es tan espectacularmente perfecta y arrolladora como la de su “edad de oro”, quizá en la que grabaron precisamente, además de los referidos Beethoven de RCA, el Op. 96 de Dvorák en 1989 (Peter Oundjian, Ikeda, Isomura y Sadao Harada). De esas tomas de Sony resultó la que, en mi opinión, es la interpretación más formidable del más conocido Cuarteto del autor de Rusalka. La de 2012 no es, en efecto, tan deslumbrante; se trata de una realización impecable, pero hay en ella algo (creo que no es sugestión mía) que conmueve profundamente, y es su sencillez, su naturalidad y su honda emoción. No creo desvariar diciendo que parece notarse que han grabado este disco como un adiós, con la sabiduría y la serenidad que sólo pueden alcanzarse con la madurez. La versión suena más checa que americana –pues de ambas naciones hay reminiscencias en la obra– habiendo optado ahora el Tokio más por la nostalgia de su país que el gran compositor sentía en el Nuevo Mundo.
También tiene un inequívoco aire de final la interpretación del Cuarteto de Smetana: rara vez habrá sonado con tanto sentimiento y tanta melancolía, dejando tan al descubierto el dolor que el músico sentía por la sordera que le aquejaba, y que con tanta sinceridad y acierto volcó en sus páginas.
Se trata, pues, de un disco tan hermoso como emotivo –con versiones que raras veces han logrado tal belleza, equilibrio y verdad–, que ningún buen admirador del grupo debe perderse, pues podrá compartir con estos cuatro instrumentistas el sereno pero hondo duelo de la despedida de la música, de la vida.
Estimado Ángel.
ResponderEliminarGracias por compartir tu saber, tanto aquí como en tantos otros medios.
Puntualizarte que la grabación del cuarteto de Dvorak en CBS no es de 1989, sino de 1988.
Un saludo