En este comienzo de la Tetralogía que Barenboim está ofreciendo en el coliseo milanés ha habido varias cosas que me han llamado la atención: la extraña escena de Guy Cassiers, que pone en juego bailarines casi todo el tiempo, el fantástico y casi sin fisuras (sólo una) elenco de voces, y la admirable, sorprendente actuación de una orquesta tan poco wagneriana como la del famoso teatro. De la excelencia de la dirección de Barenboim no me he extrañado, por supuesto: me habría extrañado de no haber sido excelente.
Empecemos por ella: comparándola con su famosa grabación de Bayreuth (CDs Teldec y DVDs/Blu-rays Warner, con la formidable escena de Harry Kupfer), la de Milán presenta una orquesta, por descontado, menos adecuada y menos buena, pero de la que, en todo caso, se consigue una respuesta bastante asombrosa –sólo alguna reserva momentánea aquí y allá–. Lo que sí asombra por completo es cómo Barenboim consigue superar las limitaciones del conjunto para lograr plenamente un colorido orquestal al cual convierte en vehículo necesario para la expresión, para la creación de atmósferas cargadas de todo tipo de sugerencias. La acústica de La Scala permite una mayor transparencia orquestal, mientras que la de Bayreuth ofrece una sensación de conjunto más empastada. En cualquier caso, en el coliseo milanés la orquesta no tapa a las voces, que es el peligro que se evita fácilmente en el teatro ideado por Wagner.
Por otro lado, a la rudeza y aspereza sonora (intencionada), de colores como elementales y primitivos, ancestrales, descarnados de Bayreuth (cuestión en la que es claro heredero de Solti, cuya Tetralogía para Decca no deja de agigantarse con el tiempo) añade aquí una mayor pasión y, en determinados momentos, cólera y rebeldía, así como también una mayor cantabilidad, además de un sentido teatral (más que dramático, ya presente antes) más desarrollado aún.
Esta vez –cosa rara en Italia– no ha habido ese día ningún abucheo, del que hubo algún amago hasta en el glorioso Tristán con el que Barenboim arribó a Milán. Todo lo contrario: sobre los triunfos personales de los cantantes se impuso el del director musical, que recibió una impresionante ovación.
Bryan Magee parece describir el arte wagneriano de Barenboim
Acabo de leer un interesantísimo ensayo de Bryan Magee titulado “Aspectos de Wagner” (Acantilado, 2013). He aquí algunas frases: “Muchos directores cuyas interpretaciones de la obra de algún otro compositor son insuperables no dan la talla en Wagner, porque las unidades orgánicas se les escapan; lo mejor que saben ofrecernos es una sucesión de episodios hermosos”. “En música, la impresión que tenemos del tempo tiene poco que ver con la medida física del tiempo y mucho con la vida interior de la interpretación [...] Wagner advirtió que lo que en mayor medida infunde vida a una buena interpretación no es ni siquiera el tempo principal, sino la introducción de innumerables y minúsculas modificaciones del tempo, imposibles de indicar mediante palabras o cifras, y que debían nacer de la intuición del intérprete”. “El mejor Wagner no es el Wagner con mejor sonido. Su música necesita sonar menos hermosa de lo que puede llegar a sonar”.
“Impedir que las interpretaciones [de las enormes formas wagnerianas] decaigan o aburran plantea unas exigencias enormes al director. Lo primero que requiere de él es un control absolutamente extraordinario de la estructura. No sólo debe tener un dominio firme de esos enormes conjuntos –la totalidad de cada obra y de cada acto–, sino también del detalle, para relacionarlo con el conjunto sin sacrificar nada de él y mostrarlo como algo interesante, expresivo, hermoso en sí mismo y, al mismo tiempo, como parte orgánica de la estructura. Cuando eso ocurre, el conjunto surge ante nosotros en todo momento, mientras la música parece desplegarse de manera inevitable, como si no pudiera ser de otra manera”. Pues bien, reconocerán ustedes que Barenboim da la talla (desde hace tiempo, pero ahora más aún) en lo que Magee está pidiendo para hacer plena justicia a Wagner.
La primera vez que vi la producción de Guy Cassiers me dejó un tanto perplejo; ahora la he comprendido mejor (no diré que bien), sobre todo tras la lectura del interesantísimo artículo del libretillo escrito por Michael P. Steinberg. Los bailarines (que a veces pueden estorbar o al menos distraer) cumplen varias funciones, desde la de desvelar el pensamiento oculto de los personajes hasta la de solventar de modo sencillo complicadas soluciones escenográficas, sobre todo en el Nibelheim, seguramente el cuadro más logrado. Lo que muestra con claridad el blu-ray es la extraordinaria belleza plástica de la escena ideada y escenografiada por Cassiers, que goza de una iluminación (¡digna del mejor Carsen!) a cargo de Enrico Bagnoli, coautor también de los decorados (inseparables a menudo del propio diseño de las luces). Seguramente esta puesta en escena ha ahorrado, a base de imaginación, un motón de dinero.
Los cantantes
René Pape está en camino de ser el mejor Wotan de los últimos cuarenta años, tal es la belleza e igualdad de su voz y su magistral línea de canto, que le permite incluso apianar sin problemas. No tiene aún, es cierto, la autoridad y el carisma de Hotter o de Tomlinson (éste un cantante mucho más tosco), pero alcanza extraordinarias sutilezas canoras y psicológicas.
La mayor sorpresa para mí ha sido el sensacional Stephan Rügamer, un tenor al que siempre había escuchado antes en papeles mucho menores: no sólo posee una agradable voz de tenor lírico manejada con un dominio casi absoluto, sino que hace del astuto Loge toda una creación interpretativa y escénica, demostrando además que es un papel que se puede cantar sin necesidad de tener una voz tan poco grata como las de Gerhard Stolze, Heinz Zednik o Graham Clark (los tenores dramáticos, casi siempre venidos a menos, no me gustan para este papel). Para mí, simplemente el Loge más extraordinario que he escuchado hasta la fecha.
Otro tanto, y virtudes muy parecidas, aplicaría al Alberich de Johannes Martin Kränzle, que posee una materia prima espléndida de barítono-bajo y canta muy bien. Me ha convencido de que el lúbrico y ambicioso nibelungo no tiene por qué ser un cantante-actor histriónico (siguiendo la línea que va de Gustav Neidlinger a Günter Von Kannen). ¡Sensacional!
Muy buena la Fricka de Doris Soffel, en perfecto estado vocal a sus 62 años, e imponente la Erda de Anna Larsson; un poco menos buena, pero suficiente la Freia de Anna Samuil, estupendo en todo el Mime de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (nada que envidiar a los mejores que podamos recordar), bien tanto Froh (Marco Jentzsch) como Donner (Jan Buchwald), soberbio el Fasolt de Kwangchul Youn –robusto y de una pieza, ejemplarmente cantado, incluso con medias voces que apenas envidian a las de Pape– y bastante verde el Fafner del demasiado joven para cantar de bajo-bajo Timo Riihonen (¿fue una sustitución de última hora? Lo digo porque es el único lunar del reparto). Espléndidas, lujosas, finalmente, las tres hijas del Rin: Aga Mikolaj, Maria Gortsevskaya y Marina Prudenskaya.
Lo siento por quienes añoran la “edad de oro” del canto wagneriano (las edades de oro siempre son remotas ¿se han dado cuenta? En la época de la Nilsson se añoraba a la Flagstad, a la Varnay o a la Mödl: ¡aquéllas sí que eran buenas!; en la etapa de Behrens ¡la que había sido de verdad buena era la Nilsson! Y así sucesivamente... Pues bien, para mí la gran Brunilda de hoy, a Nina Stemme, no la cambio por ninguna de las anteriores).
Pero no he escuchado un Oro del Rin con un reparto tan sobresaliente como éste, ni siquiera el de Solti (ya oigo los rasgados de vestiduras de algunos...), hecho a base de voces de gran calidad que cantan (sin ladrar) e interpretan (sin las exageraciones de dudoso gusto que hay que enterrar en el pasado). Otra cita del referido libro de Bryan Magee: “El cantante de Wagner debe ser dramático y musical en la misma proporción, y el mejor no es necesariamente quien emite los sonidos más hermosos [...] El mejor canto wagneriano es el de las grandes interpretaciones, que entrañan capacidad para la caracterización vocal y la actuación, dotes para la penetración psicológica y dramática, además de una manera hermosa de cantar”. ¡Estoy, otra vez, rotundamente de acuerdo con él!
El sonido del blu-ray es soberbio, la imagen absolutamente sen-sa-cio-nal, y además tiene subtítulos en español. ¡Bravo por Arthaus! Esperamos impacientes La Walkyria (ya publicada en Japón) y las dos restantes jornadas, con el consiguiente temor ante el o los intérpretes de Sigfrido.
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