Sony publicó en CD el año 1998 el concierto que tuvo lugar en el Carnegie Hall de Nueva York 36 años antes, en concreto el 6 de abril de 1962, en el que dos artistas tan famosos como el pianista Glenn Gould y el director Leonard Bernstein interpretaron el Concierto en Re menor de Brahms. Sony no escamoteó –hubiera sido absurdo– el discurso de cuatro minutos con el que Bernstein se curó en salud antes de la interpretación. Salió a saludar solo, y de inmediato advirtió: “No se asusten. El señor Gould está aquí. Aparecerá en unos momentos”. Y continuó: “Están a punto de escuchar una interpretación poco ortodoxa [...], de tempi inusualmente lentos y alejada a menudo de las indicaciones dinámicas de Brahms. No puedo decir que esté de acuerdo con el señor Gould... Entonces ¿qué hago dirigiendo aquí?. Lo hago porque el señor Gould es un artista tan válido y serio que tengo que tomarme en serio su concepción, que me parece interesante... [...] En un concierto ¿quién es el jefe, el solista o el director? Uno u otro, dependiendo de las personas. Pero casi siempre tratan de ponerse de acuerdo por medio de la persuasión o incluso de las amenazas, para lograr una interpretación unitaria”. Etcétera.
Bernstein pone el dedo en la llaga: todos sabemos que en ocasiones ha primado la voluntad o la idea de tal solista o de tal director, que en otras notamos cómo han confluido cediendo cada uno un poco, que en otras más hay una divergencia clara y una falta de entendimiento entre tal pianista y tal batuta, y, por supuesto, que en ocasiones hasta hay una sintonía completa, absoluta, entre uno y otro. Si la diferencia de puntos de vista no es insalvable pero es apreciable para el oyente, esa diferencia puede –en casos contados, me parece– resultar hasta atractiva e interesante, estimulante.
Por eso mismo me quedé a cuadros cuando, hace años, Gonzalo Alonso Rivas (“Beckmesser”) me dijo que la grabación de los Conciertos para piano de Beethoven por Barenboim, tocando y dirigiendo, con la Filarmónica de Berlín (EMI 1987) “no tenía gracia, era sosa, porque no había contraste alguno entre dos personalidades”. Naturalmente, afirmación tan curiosa la atribuí a lo que me sigue pareciendo que es: que nunca ha tenido gran aprecio por el músico de Buenos Aires, y nada más.
Pero volviendo a aquel Primero de Brahms cuya publicación Sony acabó permitiendo ante la gran expectación que había generado, resulta, en mi opinión, un rollo. Por falta de entendimiento entre Gould y Bernstein, sí, aunque éste parece plegarse a los tempi queridos por Gould, pero sobre todo por la evidente falta de convicción del gran director (que entonces aún no lo era tanto...), al que aquello no le suena a Brahms (tampoco muy allá la Filarmónica de Nueva York). Pero más aún por culpa de Gould, que toca su parte no sólo con una lentitud exasperante, sobre todo el primer movimiento, sino con auténtico aburrimiento, carencia de estilo y de sonido brahmsiano, arbitrariedades (por no llamarlas directamente extravagancias), ausencia total de expresividad... En fin, que cuesta escuchar la obra entera.
Versión criticada muchas veces por su lentitud (25’38”+13’40”+13’30”), el problema no es ése en realidad. Hay en la (¡gloriosa!) discografía de estas obras interpretaciones mayúsculas de tempo tan lento, e incluso más, en las que la tensión no decae; a veces, con esos tempi, pianista y director logran una tremenda tensión, que salten chispas. Veamos, entre ellas: el primer movimiento les dura 24’15” a Gilels/Jochum (DG 1972), 24’35” a Zimerman/Bernstein (DG ’84) y 24’20” a Barenboim/Celibidache (EuroArts ’90). El 2º mov. de Arrau y Giulini (EMI 1961) dura 15’06”, el de Curzon y Szell (Decca ‘62) 16’05”, 15’44” Barenboim/Barbirolli (EMI ‘68), 14’49” Gilels/Jochum, y ¡16’28”! Zimerman/Bernstein. Y en el 3º varias versiones se les acercan también: 12’55” Arrau/Giulini, 13’00” Zimerman/Bernstein y 12’42” Barenboim/Celibidache. O sea, insisto: los tempi no son el problema. Gould creó que nunca fue un gran intérprete de Brahms, y Bernstein tampoco lo era por entonces (¡veinte años después llegaría a ser uno de los dos o tres más grandes!).
Independientemente de la valoración de esta versión, que no conozco, siempre he leído que la principal novedad de la misma es que introdujo una "visión más lenta" de esta obra. De hecho se interpreta ahora con un tempo similar al de Gould. Puede que ese sea el mayor mérito de Gould.
ResponderEliminarTengo las versiones de Horovitz con Toscanini (35) NYFO:
17,11+12,43+9,19
Del mismo con Walter (36) Concertgebouw
15,28+12,37+9,54
La Szell con Serkin Cleveland.O. (Me imagino que de fecha similar a la de Gould
21,05+14,26+11,32
Es posible que falten elementos de comparación pero seguro que Toscanini y Waltes se hubieran sorprendido, como Bernstein, por el tempo de Gould.