El 10 de octubre de 2013 tuvo lugar en el Chicago Symphony Hall la interpretación de un Requiem de Verdi que fue muy difundido por televisión y por la red. Al Coro y la Orquesta mejores de América y un director con fama de ser el mayor director verdiano en vida se unió, ay, un cuarteto solista muy mejorable. ¿Cómo es posible que no se reuniera a cantantes más a la altura del evento?
De todos modos, hay mucho que decir sobre esa interpretación, que podría haber sido fabulosa y que, sin embargo, me dejó un sabor de boca agridulce. Por lo pronto, la dirección no fue todo lo que yo esperaba. La técnica suprema del italiano brilló en todo su esplendor, con un control apabullante de los elementos y logrando una claridad excepcional en el complejo entramado. Pero, en general, no transmitió gran emoción en una partitura que rebosa de ella; para mí no se implicó a fondo. Por otro lado, ha apaciguado no poco el volcán que esa música lleva dentro: el grito que a menudo proyecta Verdi queda bastante amortiguado, a diferencia de lo que hacía en su primer versión grabada, aquella tremenda de 1979 con el Coro Ambrosian y la Orquesta Philharmonia para EMI (con un cuarteto tampoco muy feliz: Scotto, Baltsa, Luchetti, Nesterenko). No recuerdo muy bien la que luego hizo en La Scala (Studer, Zajick, Pavarotti, Ramey, EMI 1987), porque es un disco que no me interesó gran cosa quedarme, pero recuerdo que la furia de la década anterior se había empezado ya a suavizar.
Por supuesto, admito y puedo admirar (¡ahí está Barbirolli!) una visión de perfiles más moderados y más introspectiva y religiosa del Requiem, pero es que tampoco es eso lo que ha ocurrido en 2013. Me ha parecido, simplemente, menos comprometida y menos sincera, más espectacular que auténtica.
Si la actuación de la Orquesta ha sido un escándalo, la del Coro no lo ha sido menos: ¡qué barbaridad, qué niveles de perfección y de belleza! Con ellos, como digo, han contrastado mucho los del cuarteto solista, indigno de la ocasión. La soprano, Tatiana Serjan, ha tenido buenas intenciones expresivas, pero sus limitaciones vocales le han impedido lograr lo que pretendía: la técnica no es gran cosa, por ejemplo para regular las intensidades, el registro agudo le suena agrio, su capacidad para cantar legato es escasa, y la afinación no siempre es impecable. La mejor de los cuatro me ha parecido Daniela Barcellona, quien, aunque demasiado lírica, posee una zona grave bien timbrada y una aguda casi suficiente y, sobre todo, transmite convición, resulta muy expresiva. Me van a perdonar que no modere mi lenguaje, pero el tenor Mario Zeffiri me parece de risa: hiperlírico, insípido a más no poder, de técnica muy primaria, y, para colmo, cursi. O sea, que se da la mano con el peor que había escuchado nunca en esta obra: Andrea Bocelli (con Gergiev), quien al menos posee un timbre más bonito. Y el bajo, Ildar Abdrazakov, aunque ha mejorado desde veces anteriores, sigue siendo un poco engolado y algo limitado en cuanto a matización, si bien su materia prima vocal es de primera calidad.
Me llama la atención un hecho: he escuchado muchas maravillas sobre los Requiem de Verdi que Muti ha hecho recientemente en Salzburgo y en Madrid. No sé realmente cómo habrán sido, pero a la vista de su grabación de audio en Chicago (CSO Resound 2010: más convincente, aunque también algo amaestrado) y de éste filmado tres años después, me viene a la mente lo de “crea fama y échate a dormir”. Cómo no compararlo con el de Barenboim en La Scala de 2013 (CD, DVD y Blu-ray Decca), con el cuarteto más extraordinario jamás reunido y una dirección de una intensidad arrolladora. O con el de notabilísimo de Pappano en Roma (EMI 2009). No sólo este último; también Zubin Mehta ha hecho unos Verdis que en nada envidian a los mejores realizados por Muti (cuando era mucho más joven: Aida, Macbeth, Nabucco, Un ballo in maschera, su primer Requiem y las Cuatro Piezas Sacras).
Lo dicho, los tópicos de siempre: “Muti, el mayor verdiano; Pappano, un buen director todoterreno, y Barenboim, un wagneriano algo despistado en Verdi”... ¡Hay que jorobarse!
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