Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Las Sonatas completas de Schubert por Barenboim, una publicación trascendental
I
Digo “completas”, pero no quiero decir “todas”, sino las completadas por Schubert; es decir once, quedando fuera los numerosos fragmentos de Sonatas que el compositor nos dejó. A decir verdad, la única obra importante que no aparece en este álbum de 5 CDs de Deutsche Grammophon es la Sonata en Do mayor, D 840 “Reliquia” (1825), cuyos dos movimientos (Moderato y Andante) quizá formen una unidad tan sólida, o casi, como los dos de la famosa Sinfonía “Inacabada” (Sonata que, por cierto, Barenboim grabó, también para D.G., en octubre de 1977, junto a la última, D 960).
Dos cosas que me han llamado de inmediato la atención al escuchar este álbum: la fenomenal toma de sonido, llevada a cabo en los famosos Estudios Teldex de Berlín, donde lo mismo piano solo que conjuntos de cámara, orquesta u ópera han sido registrados con una calidad casi siempre extraordinaria. Hay que incidir en esto, porque el piano sigue siendo un instrumento difícil de grabar, y ya nos gustaría que siempre saliera así de bien. (Figura como producer el legendario Friedemann Engelbrecht, y Julian Schwenkner como recording engineer).
Y la segunda cosa, mucho más importante, es que a sus 71 años Barenboim sigue en plena forma para tocar su instrumento, al menos en estas obras, que sin requerir lo que entendemos por un “virtuoso”, no son precisamente fáciles de tocar. Pues bien, la ejecución es siempre limpísima y el sonido, inconfundiblemente suyo, es a la vez Schubert puro, de una belleza extraordinaria y capaz de una gama dinámica enorme diversificada en mil estratos, así como de una excepcional riqueza de matices en la pulsación.
Esto es lo que me ha llamado la atención; lo que me la ha llamado menos es el éxito final de esta tan ardua empresa, porque confiaba en la sabiduría y en la madurez del pianista. Con todo, ha superado mis expectativas. Porque son obras que, al menos en público, Barenboim había tocado relativamente poco, salvo en los últimos meses. Y estamos hablando de parte de la literatura más difícil de interpretar de todo el repertorio, mucho más comprometida que las piezas breves (Impromptus, Momentos musicales, etc.) de su autor. Así lo han admitido muchos grandes pianistas, Arrau por ejemplo. Y a la vista está, a juzgar por los resultados en buena parte de la discografía, y en el hecho de que la mayor parte de los pianistas importantes no le han hincado el diente a estas obras: muchos tienen una sonata grabada, o ninguna; rara vez varias. Y no es esa atención, de ninguna manera, la que estas magníficas obras reclaman.
Barenboim posee la experiencia y el genio para hacerles frente, y la verdad es que parece haberse tomado la empresa muy en serio. La experiencia le viene sobre todo de su larguísima convivencia con la música de Beethoven, el compositor idolatrado por Schubert, pero al que supo resistirse como creador. Es decir: opino que dominar la música de Beethoven es muy conveniente, pero a la vez que no debe abordarse a Schubert como una prolongación de aquél, pues la personalidad del autor de Rosamunda es muy fuerte, inconfundible, muy diferente de la de su antecesor. En el caso de estas obras, el conocimiento a fondo de la sonata clásica es fundamental, pero teniendo bien presente que Schubert no siempre aplica la forma según las reglas heredadas, sino de modo muy personal, y apasionante por cierto. (Estas Sonatas “inauguran un mundo nuevo y permiten formarse una idea de lo que significa realmente el Romanticismo en la música: una original interacción de conmovedoras melodías, riqueza armónica y concisión rítmica que no se ve constreñida por formas excesivamente estrictas, sino que se encuentra sostenida, sin embargo, por una extraordinaria sensibilidad tímbrica y una expresividad inmensa y esencialmente omnipresente”, escribe Detlef Giese).
El tan característico humanismo schubertiano, su dulzura, su inagotable inspiración melódica, no lo son todo en su música. Sus procedimientos son muy suyos y a las abundantes repeticiones temáticas que propone no es fácil (como le pasa a Bruckner) hacerles justicia, comunicarles toda la debida variedad de acentos y expresión. Es pasmoso cómo Barenboim ha sabido mostrar la consistencia y la lógica de tan peculiares procedimientos estructurales y también hacer frente al problema de esas numerosas repeticiones. Como decía el padre Sopeña, “si se le interpreta bien, esas repeticiones, tan fatigosas en otros compositores, son en Schubert bienvenidas una y otra vez, nunca cansan: es algo realmente misterioso” (cito de memoria lo que le oí decir en una conferencia).
Un último aspecto importante: tocando estas obras es fácil caer también en la dulzonería, para mí especialmente odiosa. Dulzura y dulzonería o blandura son cosas muy distintas. Además hay pianistas a los que parece darles miedo emplearse a fondo en la tragedia personal de Schubert, mucho más omnipresente de lo que muchos piensan (sigue pesando mucho el viejo prejuicio de que Schubert es sólo delicioso, encantador). Sviatoslav Richter fue quizá el primer pianista grande que se libró por completo de este temor; el reputado Alfred Brendel no siempre supo hacerlo (en contra incluso, a veces, de lo que él mismo decía sobre la música: una cosa es explicarlo bien con palabras, como él hacía, y otra bien distinta llevarlo a la práctica tocando). Pues bien, Barenboim lo aplica sin rodeos en, al menos, algunos momentos de todas estas obras: él ha dicho en alguna ocasión que en la música de Schubert se dan a menudo la mano la sonrisa y el dolor. Él lo pone en práctica con todas las consecuencias, si bien es cierto que en ciertas sonatas predomina abiertamente ese último. Aunque paso a detallar algunos rasgos de la interpretación de cada sonata, lo que me parece fuera de toda duda es que el de Buenos Aires ha sentado cátedra en este ciclo, y yo diría que –para mi asombro– no menos que en sus cuatro grabaciones de las 32 Sonatas de Beethoven.
II
De las tres primeras Sonatas, las tres de 1817, evidentemente las menos geniales de la producción de su autor, sólo la primera, en La menor, D 537, quizá la más interesante de estas tres, ha recibido la atención de varios grandes pianistas. Por ejemplo, Michelangeli la grabó para D.G. en 1981, y ese mismo año la incluyó en un recital que EuroArts ha publicado en DVD. Versiones, por cierto, admirables, magistrales aunque un poquito frías y rígidas. Más aún me gusta la de András Schiff (Decca 1994), quizá la más lograda de su serie. Pero Barenboim la lleva al punto más alto, destacando la excepcional delicadeza y sensibilidad en el episodio final del Allegretto quasi andantino, y en el sutil juego de luces y sombras que pueblan el Allegro vivace. (10)
La Sonata en Mi bemol mayor D 568 es acaso la obra más delicada de la colección. Quizá es Elisabeth Leonskaja (Teldec 1994) la que más había destacado en ella. También Barenboim se alza por encima de sus colegas gracias a la ternura y el encanto de que dota a las partes danzables, con rubatos en extremo sutiles. El recatado e interiorizado Andante molto es inolvidable, como el humor cambiante, con leves vaivenes agógicos, del final, Allegro moderato, que no se libra de un breve pasaje escarpado. (10)
Aunque no pueda compararse a las venideras, la Sonata en Si mayor, D 575, también es una obra considerable, cuyo tema inicial parece emular a Beethoven por su dramatismo y poderío. Muy enigmático suena en sus manos el Andante, cuya sección central desata una inesperada violencia. Despacioso y muy cantabile el Allegro giusto final. Quizá era Uchida (Philips 1999) quien más me había gustado hasta ahora. (9,5)
La Sonata en La mayor D 664 (1819) es una de las más interpretadas de su autor. El primer movimiento suele ser amable y muy cantado (Arrau, Leonskaja, incluso Richter: excelentes los tres). Barenboim, a contracorriente, es menos plácido, entregándose mucho más de lleno al dramatismo de la página. Casi desde el comienzo mismo se aprecian sombras nada tranquilizadoras, que desembocan en una sección de desarrollo muy poderosa y apasionada, tras la que vuelve, no del todo afianzado, el consuelo. En el severo Andante el dolor es íntimo y conmovedor. Concediendo un valor muy hondo a las modulaciones, algunas frases son de gran negrura, otras de abierta rebeldía. Los contrastes anímicos del Allegro final se acentúan mucho, llegándose a momentos muy turbulentos. (9)
Llegamos a las obras de madurez: esta Sonata en La menor, D 784 (1823) es una revelación: el comienzo mismo es ya atormentado, alcanzándose pronto una explosión desesperada. La súplica y la cólera se suceden una y otra vez. Saltos de piano a forte y a fortissimo y silencios cargados de sentido. Con la repetición se agudizan los contrastes y la desesperación. El desarrollo, ferozmente dramático, se diluye en amarga ternura: la lucha es tremenda. En el Andante no se alcanza la paz, predomina el escalofrío: la aparente calma no tarda en erizarse. Tras ello, un vano intento de evadirse de la angustia. El finale es una explosión brutal de cólera, pero desde el infierno se atisba varias veces el cielo. Finalmente se impone, con la mayor crudeza, el infierno. Escuchando esta interpretación comprendemos que ni siquiera Beethoven llegó más lejos en trágica rebeldía. (10)
Tras un comienzo relativamente despreocupado, el clima se va enrareciendo poco a poco en el Moderato de la Sonata en La menor D 845 (1825). Pero la coda (de la que Brendel ha dicho: “el patetismo crece hasta dimensiones apocalípticas”) no alcanza aquí el enorme tremendismo de la genial versión de Lupu (Decca 1979). Sin embargo, en los tres movimientos siguientes el pianista rumano no llega a tocar fondo tanto como su amigo el argentino: los brotes dramáticos en ciertas variaciones del Andante, poco mosso van más allá; el scherzo es más sugerente, y los cambios de humor del vigoroso finale aportan una riqueza psicológica insólita. (9,5)
En la “Gasteiner Sonate”, en Re mayor, D 850, también de 1825, tras un enérgico –muy orquestal– y desenvuelto Allegro vivace, el extenso Con moto oscila entre la introspección y la rebeldía; todo se desarrolla con una fluidez y una lógica que no hallamos en otras versiones (entre las que encuentro acertados sobre todo a los rusos Richter –Praga 1956– y Gilels –RCA 1960–). Recreadísimo, cantado, bailado con sutilísimos rubatos, el scherzo, y con constantes cambios de humor –momentos muy escarpados, otros misteriosos– el rondó, de enigmático final. Antológica recreación. (10)
La maravillosa Sonata (o Sonata-Fantasía) en Sol mayor, D 894 (1826), paradigma de la infinitamente rica personalidad schubertiana, constituye tal vez la cima interpretativa de este álbum. El comienzo mismo conmueve por el clima creado, doliente y de un misterioso desasosiego. El danzable segundo tema puede parecer risueño pero está imbuido de una inefable melancolía. Con un tempo globalmente amplio, Barenboim lo modifica una y otra vez con habilidad y sutileza extrema, reflejando un asombroso caleidoscopio de sentimientos. La sección central desemboca en una sobresaturada angustia, planteándose suplicantes preguntas que no hallan respuesta. Se alcanza un aterrador clímax (10’30”: Schubert pide fff, aunque casi ningún pianista le hace caso), tras el cual las melodías anteriores adquieren un significado diferente. Este episodio, que en manos de Arrau, Ashkenazy, Brendel o Leonskaja es mayormente contemplativo, se convierte aquí en algo bien distinto. Tras el profundamente dramático segundo tema del Andante, el consuelo (o el anhelo del mismo) resulta enternecedor. Sorprendentes, inesperados cambios de humor, una vez más. De ensueño el trío del minueto, mecido y acariciador. Maravillosa la flexibilidad de tempo y dinámica en el Allegretto conclusivo, entrañable, sonriente o melancólico, dando todo su sentido expresivo a las sorprendentes modulaciones. (10)
Las tres últimas Sonatas, del último año de su vida, 1828, fueron compuestas como se sabe en el increíble lapso de un mes, ¡en el que también compuso el monumental Quinteto con dos violonchelos! La antepenúltima Sonata, en Do menor, D 958, parece emular a Beethoven por la energía y el dramatismo del Allegro inicial, cualidades que Barenboim resalta con la mayor elocuencia, sobre todo en la turbulenta sección de desarrollo. Rematadamente pesimista el apretado Adagio, que anticipa el clima del Viaje de invierno, con un fiero, impresionante clímax. Muy rubateado el trío del minueto. En el finale (“una cabalgada desenfrenada, aterradora por sus dimensiones y su furia ininterrumpida”, escribe Brigitte Massin) el extremadamente flexible juego agógico y dinámico permite alcanzar una inusitada diversidad expresiva. De nuevo es Lupu (Decca 1982) quien más me había convencido en esta obra, seguido de cerca por Uchida (Philips 1998). (10)
El Allegro inicial de la Sonata en La mayor D 959 suena beethoveniano y schubertiano a la vez. Unas frases como ensoñadas van cobrando más y más dramatismo. Los fraseos son de libertad y variedad extrema, pero todos suenan absolutamente justificados por una lógica incontestable. La interrogante conclusión parece mirar a la Sonata “Tempestad” de su gran antecesor. El Andantino pasa por ser uno de los episodios más sorprendentes de su autor a causa de su sección central, “momento alucinante de pura improvisación, con armonías sucesivas, que desemboca sobre un extraño diálogo de preguntas y respuestas” (B. Massin), frases de las que Barenboim destierra el virtuosismo un tanto vacío de varios de sus colegas, haciéndola más extraña e inquietante que nunca. Es dudoso que en la vuelta a la sección A se alcance la paz. Sólo en el scherzo se logra, pero brevemente, pues en el finale reaparecen aquí y allá los más sombríos presagios. En mi opinión, sólo Leonskaja (Teldec 1993) había hecho plena justicia a esta partitura. (10)
La última Sonata, en Si bemol mayor, D 960, es sin duda la más transitada por los pianistas, y en ella Richter (Eurodisc 1972), seguido de cerca por Uchida (Philips 98) y Kissin (RCA 2004) habían dado lo mejor de sí. Lejos de la celibidachiana y genial lentitud con que Richter desgrana el Molto moderato inicial, Barenboim, en su tercera grabación (tras D.G. 1978 y Erato 1993) hace por fin la repetición que alarga hasta veinte minutos el episodio. Aunque supera sus aproximaciones anteriores (me gusta algo más la primera que la segunda), tal vez no llega tan al fondo como en las dos Sonatas precedentes. Huye del casi letargo de los tres pianistas citados, planteando una acusada indefinición e incertidumbre que genera expectación y zozobra. Solventa el mayor problema que presenta esta música, el peligro de caer en la monotonía (de tantos) gracias a una sabia planificación de las tensiones y a dotar del mayor sentido a los silencios y a las audaces modulaciones, en varias de las cuales parece que por un momento nos quedamos sin suelo bajo los pies. El Andante sostenuto transmite la mayor desazón: tras la escalofriante sección central, la repetición suena más desolada aún. El ligero scherzo no se libra de un poco muy tranquilizador. Y el despreocupado y encantador finale es sacudido bruscamente por dos ataques de negras nubes. (9,5)
Estoy empezando a catar esta integral. Toque aéreo, lirismo, claridad de voces, precisión en la ejecución (¡a los 71 años!) y una toma de sonido ejemplar al servicio de un Schubert maduro, meditado, profundo y personal. La D959 es simplemente perfecta. Me decepciona un tanto la D664. Uno tiene sus modelos en la cabeza y cuesta apartarlos, olvidarlos. Nadie ha entendido el Andante de esa sonata como Richter. Sobre todo en un 'live' en Londres.
ResponderEliminarEn efecto, la D 664 es quizá la más discutible. La primera vez que la escuché me descolocó. Vuelta a escuchar, me parece admirable aunque comprendo que pueda no convencer mucho. En efecto, la de Richter es sensacional. Estoy preparando una lista de grabaciones de Sonatas de Schubert con mis calificaciones personales...
EliminarGracias por su comentario. Yo tenía estas sonatas por Kempff, y no me gustaban mucho, excepto la última. Vd me ha animado a comprarme las de Barenboim y me han gustado tanto que he tenido que cambiar mi opinión sobre estas obras, que ahora me gustan mucho más, son una música mucho mejor de lo que yo creía hasta ahora. No me lo podía creer. Gracias de nuevo. Juan.
ResponderEliminarHasta eso pueden conseguir algunas interpretaciones, hacer que una música nos parezca mucho mejor de lo que creíamos. Gracias a usted.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarHace años leí en ABC un comentario en el que Alvaro Marías ponía por las nubes las sonatas de Schubert por Kempff, y me las compré. Ahora veo que no debí hacerle caso. Lo de Barenboim es otro mundo. Juan.
ResponderEliminarPor fin estoy escuchando la integral. Coincido con el anónimo: la D 664 decepciona un poco, sobre todo en el primer movimiento, que hubiera deseado más amplio, más paladeado, más tierno y ensoñado. En contrapartida, hay momentos muy encendidos y clímax de gran tensión, sobre todo en el tercer movimiento, ardiente a más no poder. Digamos que aquí Barenboim es "más Barenboim", para lo bueno y para lo no tan bueno.
ResponderEliminarEl resto me está pareciendo absolutamente sensacional. Un saludo,
Fernando
Señor Ángel Carrascosa Almazán
ResponderEliminarEstas apreciaciones suyas, acerca de
"Las Sonatas completas de Schubert por Barenboim"
las he leído con detenimiento.-
Ahora mi consulta por favor, ahora es:
¿qué opina usted sobre la misma Obra, grabada
por András Schiff, sello DECCA en 9 Cd's.??
Tengo el grupo de 5 discos compactos, grabados
por Daniel Barenboim para la Deutsche Grammophon...
pero siempre es bueno para mí, consultarlo
-y molestarlo, disculpe- a usted, siempre:
palabra autorizada en mis decisiones.-
Muchas gracias, reitero mis disculpas y
lo saludo muy atte.-
pd : obviamente, todo sin apuro.!!
Estimado Jorge Luis:
EliminarHe consultado mis notas y fíjese qué calificaciones tan variables registra Schiff en su ciclo: D 537: 9,5. D 568: 6,5. D 575: 7,5. D 664: 6,5. D 784: 8. D 845: 8. D 850: 7,5. D 894: 7. D 958: 8. D 959: 9. D 960: 7,5.
Señor Carrascosa Almazán
ResponderEliminarHa sido usted muy amable -y muy veloz por cierto-
en su respuesta.-
Tendré muy en cuenta sus calificaciones,
a la hora de elegir a Schiff.-
Muchas gracias y reciba usted
un saludo cordial, de mi parte.-
En la Iglesia de San Sulpicio, Daniel Barenboim toca el Impromptu n°2, op. 142 de Schubert ante el féretro de Jacques Chirac:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=u_G1Z7PN5cY