De una de las tres o cuatro óperas más importantes de la historia, Don Giovanni, seguíamos hasta ahora desprovistos de una interpretación de altura en imágenes; no es ya momento de seguir aferrados a la versión de Furtwängler, de 1954 y con una escena antediluviana. Aun no libre de alguna deficiencia (el Don Ottavio de Giuseppe Filianoti), la versión que acaba de publicar Deutsche Grammophon en los dos soportes videográficos, procedente de La Scala milanesa el 7 de diciembre de 2011, es por fin una versión del más alto nivel en lo que se refiere a la dirección musical y a la escénica. Respecto a esta última, creo que es uno de los mayores aciertos del quizá más genial director de escena actual, Robert Carsen (Toronto, 1955). Trasladada a varios momentos del siglo XX -la historia es de las más intemporales de cualquier ópera-, con una iluminación fascinante, es una propuesta muy creativa, pero alejada a la vez por completo de lo gratuito, en extremo inteligente y coherente, en la que la más mínima reacción de los personajes está justificada y resulta creíble, aun en los múltiples detalles que nunca habíamos visto resueltos de ese modo. La mano del regista canadiense se percibe a la perfección en la estupenda actuación de todos los cantantes. Magnífica idea la del cierre de la obra.
En cuanto a la labor del entonces maestro scaligero, Barenboim, mozartiano insigne como todo el mundo sabe, responde a todos los registros presentes en la partitura -lo dramático y lo jocoso del subtítulo de la obra-. Con una orquesta bastante nutrida (y en magnífica forma), Barenboim canta las melodías con una expresividad y una belleza arrebatadoras e infunde a toda la obra una pasión incandescente. Se dice a menudo que Barenboim se ha giulinizado mucho en los últimos años, y es verdad, pero no es toda la verdad, pues no hay más que escucharle algunas recientes interpretaciones, sean varios de sus Bruckner, su Vida de héroe, su Sinfonía 40 de Mozart o este Don Giovanni, entre otros ejemplos. Mientras en sus grabaciones de audio (dos veces Don Giovanni y Las bodas de Fígaro, una vez Così) ha atendido más lo estrictamente musical, en las videográficas (unas Bodas y un Così, pero no Don Giovanni hasta ahora) es cierto que tiene mucho más en cuenta el elemento teatral; no el dramático, siempre presente, sino justamente el teatral, y sobre todo en esta representación escalígera esto es enormemente evidente.
El reparto reunido en Milán ha sido magnífico, pero repito, no es a pedir de boca todo él, pues Filianoti no posee el impecable estilo mozartiano de sus compañeros de reparto ni una especial elegancia en el fraseo, si bien salva con gran dignidad "O mio tesoro". Tampoco el papel menor del reparto, el Masetto de Stefan Kocán, un barítono-bajo algo engolado, es para tirar cohetes. Todos los demás son estupendos, cuando no antológicos. Es el caso del protagonista, el barítono-bajo sueco Peter Mattei, de hermosa voz, nobilísima línea de canto y arte consumado, que ofrece por ejemplo la serenata ("Deh, vieni alla finestra") y el canto al vino mejor cantados que recuerdo. Algo similar debo decir de Anna Netrebko, la Donna Anna más expresiva, intensa y bellamente cantada que he escuchado (¡y aún oigo alguna vez decir que debe su fama a su belleza!...): arrebatadoras, inolvidables sus dos arias ("Or sai che l'onore" y "Mi tradì").
Aun sin alcanzar, como estos dos, la estratosfera, el no siempre del todo fiable Bryn Terfel está espléndido en un papel que como el de Leporello le va a que ni pintado, y no solo por la vocalidad. Barbara Frittoli, a la que quizá no había escuchado en Mozart, está sencillamente modélica desde cualquier punto de vista como Elvira (por cierto, aquí Barenboim ha invertido la vocalidad con respecto a su grabación de Erato 1992: Waltraud Meier, Elvira, es más dramática que Lella Cuberli, Anna. Pues la Netrebko ya lucía en 2011 una voz a medio camino entre lírica y dramática, sin haber perdido un ápice de su increíblemente hermoso timbre). Y en cuanto a Anna Prohaska, una lírico-ligera de preciosísima materia prima, en esta ocasión no se acerca ni de lejos a la cursilería o a lo pizpireto. Finalmente, Kwangchul Youn es un Comendador, ya que no impactante (o sea, Salminen en su disco Erato), sí de hermoso timbre y muy noblemente cantado. El clavecinista del continuo, James Vaughan, merece una especial mención por sus imaginativas intervenciones.
La filmación -no tengo muy claro, entre tantos nombres, a cargo de quién: ¿Patrizia Carmine?- me parece ejemplar, y los certeros subtítulos en castellano, firmados por Jorge Luis Wic, están cuidadosamente colocados abajo o arriba, en el centro o en un lado, para no tapar lo esencial de las imágenes en cada momento. ¡Qué maravilla, tantos cuidados!...
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