En un programa larguísimo, alargado aún más por el caos en
la recolocación de los atriles entre las dos primeras obras -concluyó ayer a
las dos horas y treinta cinco minutos de haber comenzado- consistió el primero
de los dos conciertos ofrecidos por el joven director alemán de origen iraní al
frente de la sensacional Gustav Mahler Jugendorchester. En mi opinión, fue de
más a menos, hasta el punto de gustarme muchísimo la interpretación de la
primera pieza -Métaboles de Henri Dutilleux-,
mucho la segunda -la Música para cuerda,
percusión y celesta de Bartók-, algo menos la tercera -el Primer Concierto para violín del mismo
autor- y muy poco la última, la Quinta
Sinfonía de Beethoven.
Dutilleux
Es sorprendente y llamativa la sintonía de tantos directores
de las dos o tres últimas generaciones para entender buena parte de la música
contemporánea o reciente. Aunque no conozco bien la pieza Métaboles, de 1964, fue muy evidente que Afkham la desentrañó y
puso en sonidos con extraordinaria solvencia y lucidez, explicándola con la
mayor claridad y resaltando los valores de su magistral orquestación. La
orquesta funcionó como un reloj, con un nivel instrumental individual altísimo
-es casi imposible destacar a tal o cual solista- y una conjunción
sobresaliente (Por cierto, el porcentaje de músicos españoles es muy elevado,
lo que debe llenarnos de orgullo). Creo que a la llamada música contemporánea
le aguarda un futuro muy prometedor, pues los intérpretes la suelen entender
mucho mejor que hace unas pocas décadas.
Dos Bartók
La Música para
instrumentos de cuerda percusión y celesta, para mí la obra cumbre
orquestal de al menos la primera mitad del siglo XX, recibió una interpretación
excelente, con solo alguna mínima reserva. Es claro que Afkham la ama a fondo y
la comprende muy acertadamente. El Andante
tranquillo fue, con toda intención, desolado y como yerto, lo que no es lo
mismo que frío por incapacidad de expresar nada. El ascenso hasta el clímax
estuvo formidablemente bien planificado. No demasiado salvaje el Allegro, sino más bien contenido; algún
desajuste cerca del final empañó levemente la transparente ejecución de esta
terriblemente difícil página. Hondo, misterioso, inquietante y hasta
sobrecogedor el Adagio, con solo
algún glissando en los violines un
poco exagerado, para mi gusto. Vibrante y muy húngaro el final, con accellerandi
perfectamente resueltos: sensacional, de no haber sido por el forzado,
excesivo rallentando de la última
frase, que últimamente tantas veces se oye hacer.
El Primer Concierto
para violín del mismo autor se está tocando y grabando mucho últimamente:
lo merece, en mi opinión. Pero Frank Peter Zimmermann no me convenció del todo:
con una sonoridad un poco parca y escaso en cuanto a personalidad, quiso
resolver el intenso de lirismo del Andante
sostenuto a base de profusión de portamentos, y tampoco estuvo muy fino en
el Allegro giocoso, sobre todo al
comienzo. La batuta se mostró en extremo atenta, nítida e intencionada.
...y Beethoven
El nuevo y joven director de la Orquesta Nacional de España es sin
duda un director muy dotado, técnicamente dominador y capaz de grandes
aciertos, pero ayer me dejó claro que no tiene una idea que yo pueda compartir
acerca de la Quinta de Beethoven, si
es que hubo alguna idea consciente o solo un pasaporte para ejecutarla con
pericia. ¡Ay, Beethoven, qué difícil es! Tal vez influido por alguno de los
horrores que algunos directores han descubierto
últimamente, no lo sé, lo cierto es que ayer esta obra capital quedó
desprovista de pathos, de dramatismo,
de tensión casi en todo momento. Rápida, nerviosa, sin respiros, de sonoridad
liviana, levantó el vuelo en el último tramo del Allegro con brio para caer en la mera elegancia, con sonido muelle,
hasta incorpóreo y etéreo, en el Andante
con moto: ¡qué inadecuado! El scherzo
fue algo tan inconveniente como lúdico, casi juguetón, con levedad en el
vendaval que debe ser el recitativo de cellos y contrabajos. Algo remontó el
finale, aunque solo en un par de
pasajes en los que la batuta al fin se encendió. Pero la incoherencia de la
versión -concluyo irremediablemente que sin una idea consistente detrás- fue demasiado
palpable.
(Hoy hacen otro programa la mar de interesante y exigente,
al que no puedo acudir: Lontano de
Ligeti, el otro Concierto para violín
de Bartók -tambien, ay, con F. P. Z.- y... ¡qué miedo me da!, la Sinfonía Heroica).
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