"Moisés y Aarón" de Schoenberg en el
Teatro Real
Para el último año de visita de la compañía de la Ópera
Estatal de Berlín (Staatsoper Unter den Linden) con Daniel Barenboim, tenían
previsto estrenar en Madrid la importantísima ópera, ¡inédita en la capital de
España!, Moisés y Aarón de Arnold
Schoenberg, una de las cimas músico-teatrales del siglo XX. Se cuenta que
alguien le pasó a Esperanza Aguirre, entonces Presidenta de la Comunidad de
Madrid, la propuesta de Barenboim y que la que había sido Ministra de
¡¡Cultura!! le contestó algo así: "¿Y eso
qué es?"-"Una ópera dodecafónica, señora Presidenta"-"¡No,
no, ni hablar, con esa ópera se quedará el teatro medio vacío!". Eso es lo
que se cuenta que ocurrió, al parecer de fuentes muy fiables. También oí decir
que Jesús López Cobos, nombrado Director musical del Real, maniobró lo que pudo
para que, tras cuatro temporadas, no volviese más Barenboim, ni para dirigir Moisés ni para nada ¡no fuesen a
comparar sus interpretaciones con las del director argentino!
Años después, el difunto Gerard Mortier, nombrado Director
artístico del Real, quiso reparar esa grave ausencia y trajo en 2012, para hacerlo
en versión de concierto, ese título, que obtuvo una interpretación memorable de
Franz Grundheber, Andreas Conrad, el EuropaChorAkademie y la Orquesta Sinfónica
SWR de Baden-Baden y Freiburg, conjuntos no solo soberbios sino además
especializados en música del siglo XX, a las órdenes del también especialista
Sylvain Cambreling. La interpretación, a la que asistí con gran placer (ayer,
en cambio, me aburrí como una ostra) fue en mi opinión sencillamente magnífica.
Al parecer, Mortier quería haber traído Moisés
a la temporada normal del Real, pero admitió después de escucharlos en varias
otras óperas, que ni la Orquesta ni el Coro del Real podían dar la talla en
esta dificilísima obra (algo que su amigo y asesor musical particular, el gran
director de orquesta Christoph von Dohnányi, memorable intérprete por cierto de
las dos óperas del principal discípulo de Schoenberg, Alban Berg, le confirmó).
Anoche, en su estreno escenificado en el Teatro Real, quedó
demostrado que ni el Coro ni la Orquesta están capacitados para hacer justicia
a Moisés y Aarón. Lothar Koenigs hizo
lo que pudo -es decir, no mucho- no ya para interpretar
la obra -eso es casi imposible con estos conjuntos- sino para que aquello sonase, lográndolo solo a medias. La
composición resultó casi irreconocible por lo deshilachada en casi todo el
primer acto, para mejorar algo en escenas del segundo. El Coro luchó a brazo
partido con la larga parte y la endemoniada escritura de la obra, sin lograr un
mínimo de calidad aceptable, ni en el estilo (el Sprechgesang no es precisamente fácil), ni en la dicción, ni en la cohesión -frecuentes
desajustes- y sin privarse de gritar lo suyo. Ignoro lo que este director será
capaz de conseguir de otra orquesta y otro coro mejores, pero lo de ayer fue
bastante penoso.
El cantante que encarna a Moisés fue el barítono-bajo Albert
Dohmen, que estuvo admirable, mientras que el tenor John Graham-Hall tuvo una
intervención lamentable como Aarón: tardó tres cuartos de hora en calentar la
voz (casi no se le oía), y una vez calentada se pudo comprobar el desastroso
estado de la misma: un trémolo terrible (hace muchos años que no recuerdo nada
parecido) e incapacidad manifiesta para subir al agudo.
De la escena no voy a opinar más que en cierto aspecto. Porque
entendí bien poco, casi nada. Lo que clama al cielo es que hayan dado carta
blanca a su responsable, Romeo Castellucci (director de escena, escenógrafo,
figurinista e iluminador) para gastar dinero a espuertas, en un derroche descontrolado
y totalmente innecesario. Con una esperanza de ventas bastante modesta (ayer
había un montón de asientos vacíos), el saldo negativo que va a generar esta
producción va a ser histórico. Si se tratase de una obra maestra escénica
podría tener cierto pase, pero estoy convencido de que este señor tiene pocas
ideas aunque mucha verborrea, un ego inmenso y un deseo irrefrenable de gastar
y gastar sin ton ni son (lo del buey en escena es solo una ínfima parte del
dispendio). Cuando me consta que ciertas instalaciones del Teatro Real poco
menos que se caen a pedazos y no hay
dinero para repararlas, se permiten derrochar a lo loco en este Moisés para no lograr nada
artísticamente sólido. ¡Lavar cada día los cientos de trajes manchados por la
pintura o la tinta que se vertió a raudales va a mermar seriamente las reservas
del Canal de Isabel II! ¡Es un disparate!
Presencié en la Staatsoper de Berlín, en la semana santa de
2004, una representación de la producción que Barenboim -que fue quien dirigió
la función- pretendía traer al Real, con las voces protagonistas de Willard
White y Thomas Moser. Fue una escenificación de Peter Mussbach enormemente
sobria, que debió de costar tres pesetas. Difícil de digerir, lo admito, por su
austera desnudez. Pero seguro que mucho más esencializada e inteligente que la
de Castellucci. Pero qué importa: ¡¡¡me olvidaba de que Alemania es un país
pobre y que España es un país rico!!! Si anoche salí indignado del Real por
esta vana, fútil e insensata forma de dilapidar dineros públicos, hoy me ha
indignado aún más leer en la prensa ciertas críticas que ponen por las nubes la
versión (¡alguien hasta la considera superior a la de Cambreling!) y además obvian por completo el asunto de los euros.
Lo de Barenboim tiene delito. Creo que si hubiera alguien culto entre las autoridades, sin gastar demasiado, se habría conseguido una implicación mucho mayor de Barenboim a todos los niveles en nuestro país, no solo en el Teatro Real sino también en Andalucía. Barenboim se ha prestado, generosamente, a colaborar en nuestro país, a estar. Debe sentir un cariño especial, y considerarlo por razones históricas un lugar muy especial, y musicalmente un país relativamente virgen en el que se pueden hacer muchas cosas. Pues nada. Otra gran oportunidad perdida. Desplantes, malos gestos, ofensas innecesarias. Lo mismo con Mortier, al que vamos a echar de menos. Dejando a un lado su egomanía, sus caprichos y sus rarezas tenía buen gusto, ideas e iniciativas. Impermeables al talento y la creatividad. Así nos va.
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EliminarSin desconfiar de sus opiniones ¿cómo se explica que todos o casi todos los crítcos hayan elogiado tanto el Moisés que acaba de estrenar el Teatro Real? ¿Estarán "comprados"? Amadeo
ResponderEliminarYo no puedo afirmar que estén "comprados", claro, aunque sí es claro que suelen intentar quedar bien con los muy influyentes y poderosos gestores del Real. Sí sé alguna cosa que puede arrojar algo de luz: el crítico musical de El País, Luis Gago, que es un hombre muy culto (aunque no es precisamente la música del siglo XX su fuerte) ha tenido unas relaciones un poco especiales con el Real: después de haber sido, brevemente, justo antes y poco después de la reapertura, editor del Teatro, estuvo algún tiempo muy alejado de él, aunque tradujo textos y escribió algunos artículos para sus programas. Cuando llegó al Real su íntima amiga Ruth Zauner, que pronto logró, pese a su ignorancia musical, ser nombrada Directora de publicaciones, Gago pasó a colaborar mucho más. Durante el reinado de Zauner, "aduladora interesada" (es la definición de pelotillera) de Mortier y acosadora laboral de sus subordinados en el Teatro, Gago fue un gran defensor de la labor de Mortier. Pero cuando Zauner cayó en desgracia (poco después sería despedida), de pronto Gago se volvió un furibundo anti Mortier (alineado con la más rancia derechona madrileña. Pásmense: el crítico al que se supone muy progresista), hasta el punto de que, sobre todo después de la muerte (¡qué feo!) de Mortier, un hombre de enciclopédica cultura, casi todo lo que este programó para el Real le parece a Gago horrible, mientras que con su sucesor, Joan Matabosc, ¡todo son grandes aciertos!
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