Brahms, Mozart, Scriabin, Boulez...
Por si fuera poca cosa el logro de las cuatro nuevas cuatro Sinfonías de Brahms con la Staatskapelle
Berlin que comenté hace unas semanas, también acaba de aparecer, igualmente
bajo el sello Deutsche Grammophon, un CD con los dos Cuartetos con piano de Mozart, dos obras capitales no muy grabadas.
El primer disco que tuve, en LP, de estas obras fue con Fou Ts'Ong, Menuhin,
Dietrich Gerhard y Gendron (EMI, años 60). Luego conocí la versión de
Rubinstein con miembros del Cuarteto Guarneri (RCA 1971), más tarde la de
Clifford Curzon con los del Amadeus (Decca 1953) y finalmente la de Solti con
componentes del Cuarteto Melos (Decca 1986). La más antigua es claramente la
más floja (mucho más por los Amadeus que por el pianista) y la del gran
director húngaro la más sobresaliente. Pero hete aquí que la de Barenboim
vuelve a poner patas arriba la discografía. Pese a que sus acompañantes,
-Michael Barenboim, Julia Deyneka y Kian Soltani- son espléndidos, el piano
brilla abiertamente por encima, y muy por encima de sus colegas pianistas,
todos ellos estupendos músicos.
Alguno de los lectores creerá que exagero, pero me gustaría
que comprobasen escuchando estas dos obras maestras si es una hipérbole lo que
voy a afirmar rotundamente: Barenboim, para mí sin duda el mayor pianista
mozartiano que conozco, ¡nunca ha tocado Mozart tan bien como en este disco!
Con su nuevo piano (que suena también aquí que da gloria) pone en juego tal
cantidad de matices, de inflexiones y acentos, de diferentes ataques, una gama
dinámica tan extraordinariamente sutil, una flexibilidad agógica tal... Todo ello
se sustancia en una gama expresiva y anímica de una riqueza y diversidad
insólitas. Por si fuera poco, la limpieza y pulcritud de la ejecución es de
todo punto incomparable.
(Ahora me estoy acordando: cuando hace unos meses Kissin y
el Cuarteto Kopelman tocaron juntos en Madrid para Ibermúsica me quejé en este
blog -el 20 de febrero- de que "el -tremendo- clímax del primer movimiento
del Cuarteto No.1 en Sol menor, K 478,
pasó totalmente inadvertido entre sus dedos". Pues bien, ese clímax es
resaltado por Barenboim de forma impresionante, descargando una enorme cantidad
de tensión acumulada y no resuelta en un sí, justamente tremendo, liberador rubato. "Con lágrimas en los
ojos" un contemporáneo de Mozart explicaba cómo le impresionaba este
cuando tocaba su música al piano, e incluso cuando dirigía, por el modo en que
aplicaba ese efecto, el rubato. Ese
contemporáneo era un tal Joseph Haydn. ¿Quién sostiene ahora que no es lícito
recurrir a él cuando se interpreta a Mozart?)
Tres actuaciones recientes más le acabo de escuchar al
músico de Buenos Aires: este verano en el Festival de Salzburgo, con la
Orquesta del Diván, han tocado el Concierto
para violín de Tchaikovsky con Lisa Batiashvili. Tras conocer su
interpretación en público, al aire libre, hace un par de años en Berlín y su
grabación para DG, no me cabe duda de que ella ha sido la más excelsa
intérprete que conozco de esta obra, en dura pugna con los más grandes
violinistas. Y justo es decir que Barenboim ha estado en las tres ocasiones a
su mismísima altura. Siguió El Mar de
Debussy, con un primer tiempo correcto y los dos restantes realmente
sobresalientes. Pero la cumbre de la velada fue sin duda el Poema del éxtasis de Scriabin en una
recreación reveladora, insólita, de una sensualidad desbordante, muy superior a
sus meritorias grabaciones en París y Chicago: sin duda una de las mejores
cosas que le he escuchado al de Buenos Aires en los últimos tiempos. ¡que no es
poco decir! Todo el programa lo dirigió sin partitura.
Y el 1 de septiembre ofreció en la Philharmonie de Berlin
con sus Staatskapelle un concierto -este fue solo escuchado, no visto- con una
lúcida, transparente y sentida versión de Rituel:
In memoriam Bruno Maderna de Boulez y La
consagración de la primavera. Tras su fallida grabación de la cima
stravinskiana con la Orquesta de París, la de Chicago era ya formidable. Pero
lo que me ha llamado la atención ahora ha sido la magnífica actuación de la
Staatskapelle, una orquesta en principio muy alejada en lo sonoro y lo estilístico
de esa música, pero que en manos de Barenboim ha llegado a ser un instrumento
realmente todoterreno. Y ni una sola pifia apreciable en una obra tan
enormemente comprometida.
El 8 de septiembre (Philharmonie de Paris) Barenboim ha, al
parecer, añadido a su repertorio dos obras que no sé si había interpretado
antes, pero de las que yo al menos no tenía noticia: es impresionante, sin
precedentes, la cantidad de obras que este hombre ha tocado o dirigido, y la
velocidad a la que la sigue incrementando. Un vídeo de buena calidad técnica
muestra el maravilloso Quinteto para
piano y cuarteto de cuerda de Schumann (tocado tras el Cuarteto op. 28 de Webern) con él al piano, su hijo Michael como
primer violín, Yamen Saadi (un joven chaval que lleva en la Orquesta del Diván desde
que era niño) como segundo violín y dos mujeres de la Staatskapelle Berlin: la
viola Julia Deyneka y la cellista Sennu Laine. Una muy bella versión, especialmente
imaginativa y más ensoñadora y tierna de lo acostumbrado (más Eusebius que
Florestan, aunque este también hace su aparición), con una especial atención al
contrapunto, gracias a la cual se descubren nuevas perspectivas instrumentales.
En la segunda parte Barenboim dirigió, creo que con enorme
lucidez, la larga (casi 40') y dificilísima partitura Sur Incises (1998) de Boulez, para tres pianos, tres arpas y tres
percusiones. El grupo de instrumentistas se llama Boulez Ensemble, y el grado
de competencia de todos sus componentes es simplemente asombroso. Hace ya años
oía a alguien decir algo así: "¡Jolín, cómo se arrima Barenboim al
todopoderoso Boulez! ¡Claro, de esa supuesta amistad obtiene multitud de
beneficios!"... Pues bien, después de muerto el compositor francés, Barenboim
ha intensificado más aún las interpretaciones de su música, ahora que ya no
puede devolverle favor alguno. ¡Cuánto malpensado tenemos en nuestro país! Aparte
de
maniáticos,
ignorantes, sordos, etc.
Hace unos días escuché en Radio Clásica a Arturo Reverter
decir cómo Toscanini se abandonaba, se entregaba, se dejaba llevar por el hermoso
canto verdiano en su grabación de la obertura de La forza del destino. La hizo escuchar y quedó patente que en
realidad es justo lo contrario: el famoso director italiano pasa de largo por
sus melodías, entre otras eminentes cualidades...
Reitero rotundamente lo que yo había dicho en la misma emisora ("Versiones
comparadas", 24-IV-2008): "Como es
bien sabido, a Toscanini se le atribuyen siempre unas cualidades de amplio
consenso: objetividad y claridad. Cualidades que, en mi opinión, tienen
bastante de ciertas, no sin determinadas precisiones, y que fueron importantes
en su tiempo, pues ayudaron a poner orden en unos años en que muchos directores
eran caprichosos y arbitrarios.
Pero ¿qué ocurre visto desde
hoy? Que una vez logrado en líneas generales, desde hace ya décadas, un rigor
muy superior al de comienzos del siglo XX, esta objetividad toscaniniana se
reduce muchas veces a un mecanicismo totalmente desprovisto de flexibilidad y
de imaginación. Y en cuanto a la claridad, sí, la suele lograr, pero a costa de
unas sonoridades magras, secas, desprovistas de riqueza.
Ambos inconvenientes se dan
en sus versiones de la obertura de La forza del destino, y en grado
sumo, hasta el punto de invalidarlas. Añádase a ello que la supuesta electricidad de Toscanini se convierte
aquí en un calambre permanente: todo
se produce a una velocidad disparatada, con atropellamientos que dan a veces al
traste con esa supuesta gran claridad suya y que destroza las hermosas
melodías, el canto verdiano. Mientras la duración media de esta página es de
casi 8 minutos, oscilando entre los 7’10” de Levine y los 8’10” de Markevitch,
a Toscanini le dura 6’30”, 40 segundos menos que al que le sigue en rapidez. Yo
añadiría algo más: el mal gusto musical, dicho sin eufemismos, de muchas de las
interpretaciones de Toscanini está aquí presente de modo inocultable.
Conclusión: para mí, la peor de las interpretaciones discográficas que haya
escuchado de esta obertura. Mientras tanto, algunos siguen sosteniendo que Toscanini
ha sido el mayor intérprete de Verdi hasta la fecha". En fin...
Hola, Ángel:
ResponderEliminarYa que hablas de contemporánea, ¿tuviste algún contacto con Francisco Guerrero Marín, nuestro cuasi paisano? ¿Qué opinión te merece su música?
Saludos cordiales.
Desgraciadamente no llegué a conocerlo. No soy experto en música contemporánea, aunque la trabajo bastante. Por la pinta que tiene su música y por lo que he oído decir a quienes saben mucho más que yo, tal vez sea el mayor compositor español de la segunda mitad del XX, aunque diste de ser el más conocido.
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