La cadena de televisión Medici ha difundido -¡con
calidad casi de blu-ray, tanto en el sonido como en la imagen!- un interesante
concierto que tuvo lugar en el Festival de Lucerna el 18 de agosto de 2013.
Sobresalen algunos aspectos: cómo Barenboim sabe distinguir a la perfección, y
logra de los jóvenes músicos de la Orquesta del Diván, los estilos y los sonidos propios, personales, de
los dos mayores operistas de la segunda mitad del XIX, y cómo apoya la causa
que hizo surgir la Orquesta del West-Eastern Divan con los estrenos mundiales
de dos partituras: una de un compositor árabe, Saed Addad (Jordania, n. 1972)
y de una compositora israelí, Chaya Czernowin (n. 1957). No soy precisamente
un experto en música de vanguardia, pero aun así daré mi opinión, escuetísima: me
ha gustado mucho Que la lumière soit del primero, y bastante menos At
the Fringe of our Gaze de la segunda, que encuentro recargada de
sonoridades múltiples, varias de ellas de instrumentos nada
convencionales, que emiten ruidos propiamente dichos: más que aportar timbres interesantes,
emborronan algo ocasionalmente el conjunto. Pero lo que parece claro e
innegable es que las ejecuciones de una y otra fueron realmente magníficas.
El programa se abrió con la Obertura de Las
vísperas sicilianas en la que Barenboim desmonta de plano que su Verdi sea
germanizado o algo así: uno más de los muchos tópicos que circulan por el mundillo
musical. Una interpretación rebelde, contundente, a veces casi salvaje y,
cuando corresponde, de una melodiosidad envolvente y arrebatadora. Tras la partitura
de Addad, la Obertura de La forza del destino revistió similares
características a la anterior, situándose al estratosférico nivel de la versión
de los mismos intérpretes en Ginebra (CD y DVD Warner, 2005). Lo que escribí en
su día sobre esta, que Barenboim asimila como nadie el legato y el arte
canoro de los más grandes cantantes verdianos, puede aplicarse de nuevo a esta
interpretación, nueve años posterior, en los que la orquesta ha pasado de lo
espléndido a lo absolutamente extraordinario. Siguieron los Preludios I y III
de La Traviata, en los que uno no sabe si admirar antes la belleza del
trazo o dejarse conmover por la punzante expresividad de la música.
Tras la página de Czernowin, de más de
veinte minutos de duración, vino Wagner. Créanme que este Preludio I de Parsifal
es la interpretación más doliente y hermosa que he escuchado nunca: una
experiencia tremenda e inolvidable. En cuanto a los Preludios de Los Maestros
Cantores que cerraron el programa, esta vez le tocó al primero una visión más
liviana y jocosa que monumental, mientras que en el tercero Barenboim y sus chicos
volvieron a dejarnos, como en Parsifal, el corazón en un puño.
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