viernes, 19 de abril de 2024

Discrepancias y puntualizaciones con el libro "Los mejores discos de Barenboim"

Casi todo son coincidencias, pero quizá haya lectores del libro a los que les interese conocer algunas discrepancias.

 

Pág. 42: entre los cantantes a los que ha “acompañado” (algo más que eso, claro) faltan Waltraud Meier (Wagner, Mahler) y Anna Netrebko (Tchaikovsky, Rimsky-Korsakov, Richard Strauss).

Pág. 65: enumera seis seudónimos que afirma pertenecían a una sola persona; que yo recuerde, al menos a tres personas. Y uno (o tal vez dos) de ellos no eran seudónimos.

Pág. 134: el Idilio de Sigfrido con la English Chamber me gusta mucho más que al autor del libro. El de la Sinfónica de Chicago, tres décadas posterior, me convence mucho menos. La Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók creo que salió en CD en Japón. Sigue siendo mi versión favorita de esta obra extraordinaria, que Barenboim volvió a hacer con la Filarmónica de Viena, pero que no volvió a llevar al disco.

Pág. 146: el tercer mov. del Concierto en Do mayor de Haydn no me parece “en exceso serio”, sino por el contrario, apasionadísimo y entusiástico a más no poder. “Hoy seguramente los abordaría con más riqueza de concepto”. Así lo ha hecho, en efecto, con Kian Soltani (Ginebra, 2018), más contenido y “clásico”.

Pág. 148: Jacqueline du Pré había pedido expresamente, mucho antes de morir, que quería extinguirse escuchando esa grabación suya del Concierto de Schumann.

Pág. 155: pese a haber seleccionar la Tercera Misa de Bruckner (que, por cierto, dirigiría muchos años después, sin que haya testimonio grabado, a la Filarmónica de Berlín con el Orfeón Donostiarra), no da la impresión de que le haya gustado demasiado: a mí no me parece que carezca de sensualidad, belleza sonora y espiritualidad. No hay más que escuchar el Kyrie para derretirse precisamente con esas cualidades.

Pág. 160: esto no es una discrepancia, sino una puntualización. Cuando escuché en LP ese Requiem de Mozart con la English Chamber me conmovió profundamente (yo entonces conocía solo la primera grabación de Karajan, con la Sinfónica de Viena). Acto seguido leí (creo que en “Diapason”) una crítica que lo ponía a caldo, asegurando que la interpretación de Barenboim era caprichosa y de un personalismo insufrible. Fue de las primeras veces en las que desconfié plenamente de determinados críticos.

Pág. 182: otra puntualización. Parece que, en uno de sus primeros conciertos dirigiendo a la Filarmónica de Berlín, Barenboim hizo que esta orquesta tocase por primera vez Falstaff, según el propio Elgar su obra cumbre. 

Pág. 208: dentro del desigual primer ciclo Bruckner, con Chicago, en mi opinión la Segunda Sinfonía es una de las más logradas -si no la que más-, y, concretamente el Scherzo no lo encuentro enconsertado, sino un ejercicio de técnica de batuta impresionante: óigase cómo retiene el tempo en la coda hasta lograr una tensión descomunal.

Pág. 211: En el movimiento lento de la Sinfonía con órgano de Saint-Saëns no encuentro en absoluto -sino todo lo contrario- la falta de “sensualidad carnal” que aprecia el autor del libro.

Pág. 219: la música del fragmento sinfónico (de casi 15 minutos de duración) Redención de César Franck me parece de una belleza extrema; nada, por tanto, de “obra de menor interés”.

Pág. 287: me ha extrañado sobremanera que el autor del libro no diga ni pío de las formidables, asombrosas tomas de sonido tanto de la Noche transfigurada -solo cuerdas- como de las 5 Piezas para orquesta op. 16 -para orquesta enorme- de Schoenberg.

Págs. 299 y 330: al autor del libro el movimiento inicial de la Sinfonía “Pastoral” de la Staatskapelle Berlin le parece “escasamente poético y un tanto soso”, y el segundo parco en “calor humano”. En la versión con el Diván grabada en Colonia (2011) echa en falta “dosis de sensualidad y poesía”. La de los Proms de 2012 “sigue sin resultar redonda” (se ve que es una obra que, según el autor del libro, no se le da bien a Barenboim…) No comparto en absoluto estas apreciaciones. Extrañado ante esas opiniones, en tres o cuatro ocasiones recurrí a la prueba de hacer escuchar justamente los dos primeros movimientos de esas “Pastorales” a varios amigos muy melómanos (sin decir de qué versiones se trataba), y todos me dieron a mí la razón. 

Con respecto a ese mismo álbum de las 9 Sinfonías de Beethoven de Teldec 1999, hice de la misma manera escuchar el 4º mov. de la Primera Sinfonía por Bernstein con la Filarmónica de Viena y a continuación por Barenboim con la Staatskapelle Berlin. A todos les gustó más la segunda, y también la orquesta berlinesa gustó ahí más que la vienesa. Recientemente comparé en mi casa con un amigo experto, expertísimo, el primer mov. de la Quinta en la que yo tenía como mi versión comercial favorita -la de Solti/Chicago de 1988- y la de Barenboim de 1999. Y también nos gustó un pelín más (¡trompas incluidas!) la segunda que la primera. En estas escuchas atentas sin el posible prejuicio de conocer quiénes son los intérpretes, los juicios no engañan.

Pag. 341: la opinión sobre los ciclos sinfónicos brucknerianos del reputado pero nada fiable David Hurwitz es para no perdérselo. Es el perfecto ejemplo de sordera debida al odio que el crítico parece sentir por este intérprete.

Pág. 396: me sorprende que el autor no comprenda por qué Barenboim no hace en su ciclo Brahms de 2017 el primer movimiento de la Segunda Sinfonía siguiendo los pasos "pastorales" de las dos maravillosas interpretaciones de Giulini para DG. Como si no hubiese otra forma de abordarlo; el de Buenos Aires, mucho más escarpado, tiene aquí otro ilustrísimo precedente: Furtwängler.

Pág. 423: yo no habría escogido entre sus mejores discos el del Concierto de violín de Beethoven dirigiendo a su hijo. Talento no le falta precisamente al joven, pero no es en esa ocasión donde mejor lo despliega (en la versión que le escuché en directo en Madrid a Michael Barenboim con la Sinfónica de la Radio Bávara y Maazel el solista estuvo, juraría, mejor).

Sí habría yo seleccionado el DVD publicado en origen por TDK y reeditado por EuroArts con las Notations I-IV de Boulez, El Mar de Debussy y El sombrero de tres picos de Falla completo, con la Sinfónica de Chicago en Colonia el año 2000. El ballet del gaditano, con Elisabete Matos, conoce una interpretación vibrante, entusiástica y de enorme brillantez, dentro de un lenguaje español admirablemente conseguido. 

Pág. 470: En el terreno del disco-ficción yo añadiría Alexander Nevsky de Prokoviev con Anita Rachvelishvili y, puestos a pedir, las Sinfonías “Londinenses” de Haydn que, según me dijo, había dirigido hace muchos años.   

36 comentarios:

  1. Respecto al ciclo Beethoven con la Staatskapelle, el sonido siempre me ha parecido que no hacía justicia a las interpretaciones, algo velado, no muy transparente. Pérez de Arteaga, en su comentario-entrevista con Barenboim en Scherzo, señaló que al reproducirlo en soporte DVD-audio, el sonido mejoraba muy, muy sustancialmente, adquiriendo una transparencia y profundidad extraordinaria.
    Ha tenido Vd. O algún lector del blog ocasión de comprobarlo?
    Gracias. Un saludo.

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    1. La grabación en CDs me parece magnífica, sensacional (con la excepción de la Novena, no muy equilibrados los elementos en las partes cantadas). Creo que la mejor que recuerdo del ciclo sinfónico de Beethoven. Así que no entiendo los reparos de Arteaga (¿quizá por su equipo de música?).
      Tengo los DVDs de audio (que me regalaron desde Warner España). Debo decir que algunas Sinfonías ganan con respecto a los CDs (La "Pastoral" singularmente), y otras ¡que pierden!, por ejemplo la Quinta. Algo que no acierto a explicarme.

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  2. Lamento que este texto distó de estar completo y corregido al ser publicado; desde entonces lo he modificado y ampliado. De modo que, si les interesa, vuelvan a leerlo. Gracias.

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  3. El arte de la dirección orquestal, así es considerado por algunos críticos y expertos, un arte. Sin embargo Odón Alonso lo ha considerado como un arte menor. Según el maestro el arte con mayúsculas corresponde siempre al compositor. El intérprete tendrá su mérito indudable, el director en la batuta y un intérprete en sus ornamentaciones, que no es poco...

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  4. Puntualizó; un arte segundón, refería el maestro Alonso.

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    1. No estoy de acuerdo con Odón Alonso: los grandes intérpretes tienen mucho que aportar. Y no olvidemos que la partitura no suena, alguien (o "alguienes") tiene que hacerla sonar.

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  5. El asunto es definir bien arte segundón o arte menor. Las obras físicas, arquitectura, pintura, escultura, "son", aunque depende también de cómo se miren y se entiendan. La música y la literatura, aquí especialmente poesía o teatro, dependen del comunicador o lector ( en su imaginación) . Evidentemente el arte del comunicador, intérprete, es importante. Incluso puede depender del nivel de la obra que interpreta. Un político puede recitar muy artísticamente una tontería que le han escrito, por poner un ejemplo exagerado. Pero me imagino que Alonso estaba pensando en Monteverdi o en Beethoven. Y, ahí, no hay comparación. Tenía muy cerca a Markevich. Pero incluso Markevich, que era un gran artista, "se servía" de las grandísimas obras que interpretaba.
    Claro es que lo fetén es cuando se junta un gran compositor con un buen intérprete... que nos hace llegar en plenitud la obra de arte... que creó el primero.

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    1. Eso último ocurre con muy poca frecuencia, porque componer una cosa e interpretar (o como se le quiera llamar) es otra. Son dos procesos sucesivos.

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  6. La composición y la interpretación son disciplinas (artes) diferentes. Es obvio que sin la partitura del compositor la interpretación no resultaría posible, sin embargo no es imprescindible la
    ejecución sonora de la partitura en la apreciación de la obra musical. Es como valorar si resulta más importante la receta de cocina o la ejecución del chef. Cuestiones filosóficas, a mí entender.

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    1. Evidentemente, Furtwängler no es Beethoven, ni Sviatoslav Richter es Liszt. Los creadores están por encima, pero los recreadores tienen mucho que decir. Y sin ellos las notas -negro sobre blanco- no suenan. Solo un muy buen músico puede imaginar la música en su mente leyendo las notas. Pero es que sin sonido no hay música.

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    2. No puedo estar de acuerdo en el último párrafo. El que sabe leer música, quien tiene formación musical y domina el idioma no necesita oir el sonido para escuchar la música
      Qué se lo pregunten a Beethoven en su última época!.

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    3. Imagino que Beethoven sufrió lo suyo por su sordera. La mayoría compone ayudado por un piano o instrumento similar. Además, muchos compositores corrigen y ajustan sus obras después de escucharlas por primera vez, lo que indica que la imaginación no siempre es infalible.

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  7. Muy buenas, don Ángel y compañía. A mi entender hay tres niveles sucesivos, y todos ellos con una gran variedad de perspectivas ( a veces convergentes, y otras divergentes). El del compositor, el del intérprete y del aficionado. Qué quería expresar el compositor (la mayoría de la veces un tema irresoluble); que quiere trasmitir el intérprete (desde su subjetiva perspectiva); y que escucha y entiende el oyente (también desde su particular atalaya). La composición nunca parece la misma, la interpretación no puede ser jamás idéntica, y la comprensión es siempre diferente. Por eso no nos cansamos de escuchar y escuchar, e intentar descubrir nuevas facetas y matices que nos permitan ampliar nuestra perspectiva. Salud, paz, sonrisas y cordiales saludos... :)

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  8. Una cosa son esos tres "estados" de comunicación, el del creador, el del intérprete y el del espectador y otra el nivel, dificultad, inspiración, creatividad, innovación, concepto, etc., etc. que posee o necesita cada estado de esos.
    Y ante la obra maestra no hay duda de que la valoración de la creación artística está en lo alto. A poco que valga esa creación es muy difícil que su recreación la supere.
    El canto puede ser un ejemplo. Muchas sopranos cantan la Traviatta. Difícilmente se puede considerar para cada una que su arte es mas alto que el del compositor.
    En la música ligera se observa mas la relatividad de la comparación. Muchas canciones sobreviven por encima a interpretaciones memorables. Pero hay canciones que se estiman por el intérprete. No hablemos de los oyentes del regetón, no es que se haya rayado el instrumento, que son valoradas por el oyente tanto al creador como al intérpretes como gente a seguir hasta el fin del mundo.
    Pero lo que pasa en la clásica es que la música tan mala no se suele interpretar. Y el intérprete muy poco partido puede sacarle. Furtwangler sacaba a la luz lo que había escrito Beethoven. Sin duda hizo fraseos que a Beethoven no se le ocurrieron pero la frase estaba allí. En realidad en cada concierto el director debería levantar la partitura. De hecho hay un componente fijo: cuanto mejor es la obra mas se aplaude, y a eso se le añade el entusiasmo por la interpretación.

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    1. De acuerdo en todo. Solo añadir que una muy mala interpretación puede arruinar una obra maestra.

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    2. Estando completamente de acuerdo con esta última frase de Angel, hay una apostilla del gran Claudio Arrau en sus "Conversaciones con Joseph Horowitz" . Acerca del Valle d'Obermann, decía que " es tan hermosa que conmueve al oyente aún sin una interpretación inspirada".
      Saludos

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  9. Yo, como Ángel, también digo ¡Amén! al comentario de Elgatosierra.

    Solo quisiera someter a consideración general el caso de la música de Jazz, en la que compositor e intérprete son el mismo, ya sea uno o varios, y en que la “composición” no solo no está escrita sino que solo suena una vez en directo. Aquí también se podrían incluir los procedimientos aleatorios en composiciones del S XX.

    Por otra parte, si hablamos de música clásica, sabemos que Bach era capaz de improvisar fugas a 4 voces al órgano, es decir, que las componía al mismo tiempo que las ejecutaba.
    En todas las épocas, lo fundamental en la música es el sonido, lo que se escucha. Lo que se lee es un sistema para representar sonidos por medio de signos gráficos. Por más que haya músicos capaces de imaginar sonidos leyendo signos musicales, sin sonido no hay música, porque la música es un acontecer único.
    La Sinfonía 9 de Beethoven no es nada si no hay alguien que la interprete, es decir, que convierta los signos musicales que Beethoven indicó en sonidos concretos. La interpretación es esencial precisamente por lo diferente que puede llegar a ser. Para hacerse cargo basta comparar dicha sinfonía interpretada por Savall y por Barenboim. Los signos en las partituras respectivas son los mismos, pero lo que se oye no tiene punto de comparación, porque entre un suspenso y un excelente no hay color. Si tomamos las sonatas para piano de Mozart basta escuchar lo que hizo Glenn Gould con ellas para darse cuenta de que hasta qué punto es esencial la interpretación. Y es que Gould logró algo tan horrible que hizo buena cualquier otra interpretación de estas obras.
    La música y el tiempo son inseparables. Una escultura está siempre ahí, esperando que alguien la mire. Una partitura no es una escultura. También está siempre ahí, pero esperando a que alguien le dé vida y la convierta en tiempo, en un comienzo que transcurre hacia un final, un proceso temporal que será distinto cada vez que se repita.

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    1. Estoy de acuerdo con todo lo que dices. Y me alegro del ejemplo que has puesto de las Sonatas de Mozart. Yo ya escribí aquí que nunca había escuchado algo tan espantoso a un pianista no ya de renombre, sino incluso un poquito conocido.
      En un cuestionario enviado por "Ritmo" a Jon Bandrés, nuevo director de Radio Clásica, le preguntan por su intérprete predilecto. No puede citar solo uno, sino dos: Furtwängler ¡y Glenn Gould! Es como si yo dijera que mis compositores más admirados son Beethoven y Ketelbey.

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  10. Estamos hablando de la comparación entre el "nivel artístico" del acto de la composición y el acto de la interpretación. Claro es que una mala interpretación deprecia la composición. Y la deprecia porque la juzgamos ajena a la intención del compositor. Hay niveles distintos en el la composición, Mozart versus Ketelbey, y niveles distintos en la interpretación, Barenboim versus Georgiev o Savall.
    En todos los casos la obra es el origen. No hay intérprete que eleve a Ketelbey al nivel de Beethoven aunque pueda realizar una interpretación excelente.
    Aquí hay que considerar que la obra maestra se caracteriza entre otras cosas por su capacidad polivalente de ser interpretada. A eso añadan aspectos como la escritura especialmente original o virtuosa, estilo, etc, etc.
    Pongo como ejemplo: "El tiempo perdido" es una obra maestra independientemente de que no haya nadie ahora leyéndolo. Cobra vida si alguien lo lee. Y seguro que su valor varía según el lector.
    Insisto, el intérprete por supuesto que es un artista "recreativo" pero el origen es el compositor.

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  11. Sí, de acuerdo. Lo que digo es que no es fundamental ni imprescindible el sonido para la apreciación musical de la obra. La música como lenguaje queda plasmada en la partitura y los músicos son capaces de escucharla y asimilarla en su mente. Quizá sea el primer paso de la interpretación, a la que seguirá la materialización sonora a través del instrumental requerido, el estilo demandado y las indicaciones del compositor. No obstante existe música que jamás ha sonado mediante ejecución acústica. Un ejemplo son multitud de obras compuestas por los maestros de capilla en los entornos catedralicios del Barroco español. Obras compuestas por requerimiento contractual, las cuáles no llegaron a estrenarse y únicamente sonaron en la mente del compositor o suenan en la cabeza de los musicólogos que se acercan a los archivos. Por tanto no hablo de imaginar la obra, sino escucharla interiormente por aquellos que son capaces de hacerlo.

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  12. Javier: “No obstante existe música que jamás ha sonado mediante ejecución acústica.”
    Así es. Igual que existe música que ha sonado y de la cual nunca ha habido partitura. Y hay músicas de las que se sabe que existió una partitura pero que ésta se perdió para siempre y que por tanto nunca sonarán. O que su autor las destruyó. Por no hablar de las “revisiones” que sufrieron las partituras de Bruckner.
    La cosa es muy compleja y oscura. Lo único claro es que la obra existe de manera unívoca cuando suena. Entonces y solo entonces es cuando accede a la misma realidad que un poema, una escultura o una pintura. La partitura es solo un medio. Un pintor podría imaginar con todo detalle una obra pictórica y describirla por medio de palabras, pero la obra no existirá hasta que esté plasmada concretamente en un cuadro.
    Una obra musical en partitura puede ser valorada por expertos sin necesidad de que suene, pro si no suena no existe, es decir, no sale de su ensimismamiento gráfico, permanece en el mundo ideal, no se encarna en sonidos, no fluye en el tiempo. La interpretación es la encargada de traerla al mundo, no de una vez para siempre, sino cada vez que convierte la partitura en sonidos.

    Igor Stravinski “Crónicas de mi vida”:

    “Compongo siempre al piano y no me arrepiento. Es más, creo que es mil veces preferible componer manteniendo un contacto directo con la materia sonora que componer sólo imaginándola”

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  13. Por otra parte, y por fortuna ahora disponemos de grandes obras interpretadas por sus compositores, y pondré un ejemplo que me parece paradigmático. Tenemos a nuestro alcance varias versiones de "La consagración de la primavera" por el propio STRAVINSKY, pero a mí me gustan más, no digo que sean mejores, cualquiera de la que hizo Markevich (que ya ha salido en esta colada). Ya sabemos, desde hace tiempo, que los compositores no tienen por qué ser los mejores intérpretes de sus propias obras. Otro tema es lo que algunos directores, sobre todo antes, hacían con sus 'des-arreglos', y creo que aquí Stokowski con BACH y Toscanini con RAVEL vendrían como anillo al dedo...

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  14. Bien, Joso. Entiendo su punto de vista desde la perspectiva de la física - acústica aplicada . Pero insisto, no es condición esencial y determinante la materialización sonora de la obra en la apreciación musical. Quizá Stravinski hubiese preferido disponer de una orquesta sinfónica en la composición. Es el ideal perfecto, pero claro... El parámetro común en la composición y la interpretación es la partitura, siendo
    el músico quien la traslada al medio acústico mediante su lectura e interpretación. No hay más leña de la que arde. Por otro lado el intérprete puede hacer mucho en favor de la música que interpreta. Más si cabe en los repertorios pretéritos del Barroco y Renacimiento, en donde la escritura alámbrica de muchas piezas hacen que este participe en mayor medida del proceso de creación a través de los procedimientos de ornamentación e improvisación. El intérprete como creador.

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  15. Vuelvo a insistir en que el origen de lo que se trata es la interpretación a las palabras de Odón Alonso.
    Si llevo los argumentos anteriores al extremo va a resultar que el Partenón no es una obra de arte porque no la estoy contemplando. Idem para toda clase de literatura escrita que no existe mas que cuando alguien la lee. Igual la música compuesta por alguien, escrita, canturreada o silvada pero con autor. Incluso las canciones que transpuso Bartok debieron tener un genial autor campesino.
    Una cosa es el arte de componer y otra el de interpretar.
    Evidentemente en un blog dedicado a evaluar las interpretaciones parece que ese arte es primordial. Yo no le voy a negar importancia pero la interpretación necesita una obra a interpretar.
    Claro es que no todas las obras artísticas tienen el mismo valor que, por otra parte, se les asigna por la opinión surgida de los estudiosos, oyentes o intérpretes. Incluso por la moda o según discurren los años.
    La 5 de Beethoven existe. Otra cosa es que se materialice cuando se interpreta y suena. Que la interpreten bien o no pertenece a otra categoría artística.
    Por supuesto que existen intérpretes con mayor categória artística que muchos compositores. Pero es una comparación heterogénea. El valor de un intérprete absolutamente deviene de la comparación con otros intérpretes de la misma obra. Sea cual sea el valor atribuido a la obra.
    Una disconformidad: Que Stravinsky compusiera con la ayuda del piano no es ninguna novedad. Casi todos los compositores lo hacen. Que suene en ese momento no es una interpretación, es un acto de composición musical.

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  16. Reacciono bastante tarde a tu texto y a los comentarios, (¡qué animada está la discusión!), para añadir un par de puntos.
    El primero: me parece algo exagerado decir que David Hurvitz “odia” a Barenboim. El crítico youtuber ha hablado muy favorablemente de algunas interpretaciones de Barenboim, (el ciclo Beethoven con la Staatskapelle, el ciclo Schumann de Teldec, las óperas de Wagner)… Que haya hablado mal de otras versiones que nos parecen referenciales, (su ciclo Schumann más reciente, por ejemplo), o apenas cite otras, (sus ciclos de conciertos para piano de Mozart), simplemente significa que tiene un criterio distinto al nuestro.
    En la misma línea, que Bandrés considere que sus dos intérpretes preferidos son Wilhelm Furtwängler y Glenn Gould nos habla del eclecticismo de sus gustos interpretativos. Como si yo dijera, por ejemplo, que me gusta el Beethoven de Furtwängler y, pongamos, el más reciente de Blomstedt. Lo importante sería completarlo y saber por qué a Bandrés le parecen Furtwängler y Gould los mejores…, y en el caso de Gould, en qué grabaciones y compositores está pensando, que me temo será sobre todo su Bach, su Segunda Escuela de Viena y sus experimentos con Byrd y demás.

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    1. La verdad, no leo a Hurwitz, ni a casi ningún otro crítico, pero había oído decir que era furibundo antibarenboimiano. Me alegro de que no sea así.
      A mí lo de que el pianista más grande es Gould me huele a chamusquina. Por supuesto que ha hecho cosas muy buenas. Pero insisto en que sus Sonatas de Mozart o las tres últimas de Beethoven (ahí es nada) son de pesadilla. Cuando pongo la radio y sale un Bach al piano muy mecánico, me digo: Gould. Y casi nunca me equivoco. Así que me parece una pedantería citar a Gould como uno de los intérpretes geniales. Pero, que Dios nos asista, es seguramente el pianista más conocido. Quienes no sabrían citar ni a media docena, lo conocen a él. Algo terriblemente injusto, en mi opinión. Sigo pensando que es el pianista favorito de los pedantes, y no muy versados en este arte: lo digo tras larga experiencia.

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    2. A ver, David Hurwitz es un "personaje" pero con el tiempo y visionando sus videos uno va conociendo sus filias y fobias. Precisamente no se le puede tachar de antibarenboimiano. Sus ciclos de referencia para Beethoven y Schumann de toda las discografía son los de Barenboim con la StaatsKapelle. Su Wagner le encanta. El primero de Bruckner con Chicago para DG está en su top 3. Lo que pasa es que odia con mucha vehemencia las repetidas grabaciones de una obra por un mismo intérprete. En el caso de Bruckner/Barenboim, le encanta el de Chicago, que recomienda con efusividad; el de Berlín, le parece aceptable. Y directamente del último, ni entiende su existencia ni lo traga. Pero no solo le pasa con Barenboim, sino con cualquier artista que repita repertorio (Giulini, Muti, Haitink, etc...l
      Curiosamente , muchos melómanos nos quedamos con el último ciclo de Bruckner de los tres.
      saludos

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    3. ¡Curiosa manía, lo de las repeticiones! Porque en muchos casos están muy justificadas.

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    4. Está claro que un artista a lo largo de su vida interpretativa cambia (a veces mucho) su visión de un obra. ¡ Claro que tiene mucho sentido plasmar en una grabación sus últimos pensamientos sobre ello! Pero David Hurwitz lo simplifica: "si no vas a mejorar lo que hiciste en el pasado, no tiene sentido que vuelvas a grabar lo mismo". Y lo relaciona con el simple beneficio del negocio discográfico. También habría que preguntarle que entiende por esa "mejora".
      Saludos.

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  17. Muy buenas, otra vez, Ángel y compañía. Nunca he entendido el revuelo con las dos versiones de Gould al piano, para mí con menos sustancia que una sopa de piedras de río, de las 'Variaciones Goldberg' de JS BACH. Y luego está la manía de la sillita, que nunca he entendido. Desde luego me gustan mucho más cualquiera de las ocho versiones de esta obra que grabara Rosalyn Tureck, al piano y al clave, para mí más interesantes y proteicas que aquellas. Esta estupenda intérprete, sobre todo de JS BACH, es a menudo muy injustamente olvidada, pues creo que su magisterio y sus registros son muy apreciables. Otras dos versiones al piano, de esta misma obra, que también me gustas mucho más que las del ínclito, son las de Evgeni Koroliov, también a mi entender, injustamente olvidado por los melómanos... :)

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  18. Gould no es el único pianista, que yo sepa, que se busca un asiento adecuado a su comodidad y anatomía. Preferentemente buscando la altura relativa de sus codos respecto el teclado según su forma de tocar y, en general, respecto a su envergadura y proporciones
    de su cuerpo y extremidades.. Y, al fin, se busca uno propio que le cumpla esté donde esté.

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  19. Conste que estoy bastante de acuerdo con tus apreciaciones sobre Gould, y en concreto sobre las Variaciones Goldberg. A mí, personalmente, la que de verdad me interesa es la segunda, al menos entre las dos tomas de estudio, que es menos mecánica y algo más medida en cuanto a tempo. Pero claro, como la famosa es la primera, hay que conocer ambas. Y además, en vivo Gould solía ser mucho menos radical en esta obra. También diré que en las Goldberg prefiero a Tureck y, casi más aún, la segunda versión de Schiff (es decir, la de ECM, porque la otra me parece demasiado “académica”, muy formal).
    De todas formas, siendo Glenn Gould como dices “el pianista de los pedantes”, me gustaría saber cómo justifica Bandrés su preferencia por él. Imagino que destacará su lado más transgresor y visionario, pero claro, eso de por sí no hace de Gould un gran intérprete. Y por cierto, las propias filias de Gould como crítico también te parecerían curiosas, porque era un gran admirador de Sviatoslav Richter, Schnabel y Rubinstein. ¡Todo a la vez! ¡Y considerando cómo se las gastaba el Gould intérprete en el repertorio romántico!...


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    1. De acuerdo con lo que dices de las diferentes Goldberg de Gould, y de las de Tureck y las de Schiff.
      Y sí, son curiosas las opiniones de Gould sobre otros colegas.
      Viene a cuento recordar cómo la mayoría de los grandes violinistas cita a Heifetz como el no va más... al que luego distan de imitar. O a Giulini hablando muy bien de Toscanini, lo que me ponía muy nervioso; por fin, en una entrevista que le hicieron poco antes de morir, confesó lo que parece que pensaba de él, que era mejor "director" que "músico".

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