La apertura de esta temporada en el mítico teatro milanés se producía con la obra cumbre de Bizet en una versión muy esperada. La función del estreno, el 7 de diciembre, no ha defraudado en absoluto, si bien un aspecto importante -la escena, a cargo de Emma Dante- ha suscitado una fuerte división de opiniones.
Lo más aplaudido ha sido, sin duda, la dirección musical, a cargo del “maestro scaligero”, Daniel Barenboim. Parece que se oyeron unos pocos abucheos (no es fácil asegurarlo), insignificantes frente a los intensos aplausos, pero incluso lo primero no sería de extrañar en un teatro en el que algunas posturas (y prejuicios) se manifiestan con enorme vehemencia (por decirlo finamente). Tampoco es de extrañar demasiado: la versión del Director de la Ópera Estatal de Berlín no ha sido precisamente convencional. Y desde luego muy alejada de lo que se suele entender tópicamente por “lo francés”: suave, delicado, elegante y perfumado. Ésta ha sido una versión hiperdramática, negra, fatalista, agreste y hasta áspera, casi sin concesiones a lo sensual o a lo españolista.
Lo que he leído sobre la Carmen que hacía el inmenso Otto Klemperer (de la que por desgracia no hay testimonios grabados) me lo ha recordado la versión de Barenboim. Escribía Friedrich Herzfeld: “En 1949 [Klemperer]montó en Berlín Carmen de Bizet junto con el director de escena Walter Felsenstein, dando de tan magnífica partitura una visión muy diferente de de las usuales por su carácter incisivo y por la dureza de sus acentos trágicos. La interpretación que hacia la misma época dio a esa ópera Leo Blech resultaba graciosa y amable. No cabía mayor contraste entre una y otra”.
Creo que lo que se dice de la versión de Klemperer puede aplicarse a esta del 7 de diciembre, transmitida por la cadena televisiva franco-alemana Arte y a través de numerosas salas de cine de todo el mundo.
Si bien los dos primeros actos me parecieron admirables por su pasión y su tremenda fuerza, los dos últimos fueron aún superiores, con verdaderos hallazgos, como un preludio del acto III no precisamente apacible sino más bien inquietante (adelantando a fin de cuentas lo que viene a continuación: la escena de las cartas, la atemorizada aria de Micaela, la pelea entre José y Escamillo, el anuncio de que la madre de José se muere). La referida pelea estuvo subrayada desde la orquesta de forma memorable, como igualmente lo fue el exultante preludio IV.
Los coros (incluyendo el infantil) estuvieron muy bien, y aún mejor la orquesta, que respondía de maravilla a tanta furia, y que tuvo solos destacadísimos, alguno vitoreado explícitamente por la batuta.
Lo más discutible fue la escena, sin referencias andalucistas, con cosas incomprensibles, otras deliberadamente feístas, exageradas o hasta demagógicas. También hubo hallazgos acertados, como el traje de novia de Micaela, las cuerdas con las que Carmen es prendida por don José y que acaban prendiendo a éste, la actitud de chulería y superioridad con que Escamillo se comporta en el acto III, o el intento de violación antes de dar muerte a Carmen.
Barenboim, ante el chaparrón de abucheos que caía sobre Emma Dante (también recibía aplausos, quizá no menos, pero en estos casos se oyen más las protestas), no la dejó sola y salió a recibirlos a su lado, lo que sin duda le honra.¿Y los cantantes? La protagonista era una incógnita: la joven mezzo Anita Rachvelishvili, a la que la Dante no le dejó ser en absoluto seductora, sino si acaso mujer fatal, ha resultado ser una voz importante, grande, con metal y filo un tanto demasiado incisivo. Hizo un personaje nada convencional, muy de acuerdo con las direcciones musical y escénica, y plenamente convincente, ¡lo que no es poco! Salvo la habanera de entrada (puede que estuviese algo nerviosa frente a la enorme responsabilidad), todo el resto estuvo magnífica, con mención especial para la sobrecogedora escena de las cartas.
Jonas Kaufmann ha mejorado mucho en un par de años su don José desde la filmación dirigida por Pappano (muy bien) y Zambello (poco acertada): su voz es bella, dramática, potente y con squillo en el agudo, pero tímbricamente no muy idónea (a diferencia del don José de la historia, Plácido). Yo lo veo bastante más centrado en el repertorio alemán, y no me extrañaría que en diez años estuviese cantando Tristán. Ahora bien, y pese a algunos defectos canoros mayormente accidentales, su interpretación fue de una intensidad y fuerza expresiva realmente tremendas, a las que no fue posible sustraerse. Fue aplaudidísimo, como su partenaire.
Erwin Schrott posee una gran voz de bajo-barítono, muy adecuada para Escamillo, pero en su aria de entrada tuvo problemas de entonación que desaparecieron después. En cuanto a Adriana Damato, creo que es una magnífica voz de soprano lírica ancha (quizá demasiado ancha para Micaela), pero no estuvo todo lo emotiva que debe en este papel. Tal vez muy pronto, si no ya, la soprano lírica que hizo de Mercedes, Adriana Kucerova, es preferible para Micaela: ¡atentos al nombre de esta guapísima joven! Muy bien también la Frasquita de Michele Losier, bien Gabor Bretz (Zúñiga) y Rodolphe Briand (Dancairo), y algo mayor Francis Dudziak para Remendado, pues ha perdido agilidad.
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