Todas las orquestas tienen altibajos, pero los de la Orquesta Sinfónica de Madrid (OSM) son especialmente acentuados. La hemos escuchado tocar en el Teatro Real muchas óperas de modo gris, insulso y rutinario (a veces, incluso, peor que eso). Pues bien, hay un director, Pinchas Steinberg, que ha logrado de ella un nivel inesperadamente alto. La hazaña ya fue muy visible en La mujer sin sombra (abril y mayo de 2005) de R. Strauss, obra orquestalmente comprometida donde las haya.
En La ciudad muerta de Korngold –en una órbita estilística no muy distante de la ópera straussiana– el milagro ha vuelto recientemente a producirse. Y la guinda ha sido el concierto (Auditorio Nacional, 23 de junio) con la Obertura Carnaval de Dvorák y el ciclo de seis poemas sinfónicos Mi País de Smetana. Partituras de considerable complejidad orquestal y estilísticamente alejadas de las óperas citadas.
La técnica de Steinberg es, sin duda, excepcional. Pero ello no basta para explicar los óptimos resultados obtenidos: ha tenido que haber también concienzudos ensayos y, sobre todo, convicción y entusiasmo que ha sabido transmitir a la orquesta, pues ésta ha tocado con una implicación muy infrecuente.
Ya sabíamos que la OSM cuenta con algunos solistas excelentes, pero el conjunto ha sido capaz de sonar con igualdad, exactitud y brillantez casi impensables. La pastosidad, belleza de sonido, esplendor y tersura –incluso en pp– de la cuerda fue casi de no dar crédito. Steinberg, que dirigió de memoria, logró además una claridad sorprendente.
Pero sus méritos no acaban ahí: como intérprete propiamente dicho es uno de los mayores que he escuchado en el ciclo de Smetana (discos incluidos, por descontado), al que, entre incesantes aciertos, dotó de una singular unidad y continuidad, iluminando y descubriendo multitud de rincones en frases o transiciones que suelen hacerse sin prestarles especial atención. Las numerosas secciones danzables fueron siempre muy acertadas. Es decir, que atendió por igual al edificio y a sus detalles.
Pese a la enorme competencia, Vltava (El Moldava) fue comparable a las más extraordinarias versiones discográficas, y de Tábor ofreció la interpretación más dramática, elocuente e impresionante que recuerdo.
La verdad, el concierto fue algo fuera de lo normal. Para los legos que no se explican, incluso no creen, que un director pueda ser tan determinante en el rendimiento de una orquesta, habría sido una lección inobjetable, contundente, hacerles escuchar algunas de las óperas que la OSM ha tocado a lo largo de las últimas temporadas para que las comparasen con La ciudad muerta o Mi País.
http://www.youtube.com/watch?v=Bb7BJQ7LAlo&feature=related
ResponderEliminarBueno, para confirmar lo que dices, acá dirige a la NHK de Tokio, la March au Supplice de la Sinfonía Fantástica de Berlioz (4º Mov).
No soy músico, pero tiene una potencia que me resulta cautivadora.
Pocas veces la he visto así, tal vez en el Europa Koncert 2001 con la Filarmónica de Berlín dirigida por Mariss Jansons desde Estambul.
Anibalmrsts@Hotmail.com
Desde Chile.
Insisto, de música no sé nada, sólo la disfruto.
Hola, Ángel:
ResponderEliminarA Steinberg le debemos el referencial registro moderno de "La Wally" de Catalani, obra cumbre del versimo:
http://ninalapazza.blogspot.com/2010/02/la-wally.html
Saludos cordiales.