Bruckner
Los días 6 y 7 de julio, con no pocos abonados de Ibermúsica ya de vacaciones estivales, Barenboim ha ofrecido al frente de la Staatskapelle Berlin las Sinfonías 5ª y 6ª de Bruckner, esta última precedida el segundo día del Primer Concierto de Chopin, en el que el músico bonaerense fue dirigido por Julien Salemkour.
Una vez más, el genial intérprete no ha dejado, ni mucho menos, indiferente. Su Bruckner, compositor al que frecuenta –desde hace décadas– y que hoy conoce más a fondo que ningún otro intérprete actual, ha ido evolucionando a posiciones muy lejanas a las de su por otra parte admiradísimo Celibidache: frente a la serenidad contemplativa, las amplitudes y la belleza melódica inmensas de éste, Barenboim propone un Bruckner muy inconformista, tormentoso, rebelde, áspero y angustioso, de una tensión extrema. Una visión que conecta con algunas de las interpretaciones legadas por Furtwängler (sobre todo de las tomadas en público) y en las que el argentino destierra toda ampulosidad y magnificencia exterior, si bien no por supuesto una grandiosidad que nada tiene de “demagógica”, un término que él gusta de emplear cuando se refiere a ejecuciones de brillante superficilidad.
La Quinta fue tremenda, y no dio un respiro a los oyentes atentos, ni siquiera en la habitual “tregua” del 2º mov., que Barenboim hizo, una vez más, bastante rápido y tenso. Su segunda grabación –la de la Filarmónica de Berlín, Teldec 1992– es bastante similar a la escuchada el otro día, si bien en Madrid Barenboim enfatizó los puntos de anticipación a Mahler (en concreto a varios pasajes de la Novena, ¡33 años posterior!).
La Sexta también sigue los pasos de su segunda grabación –Filarmónica de Berlín, Teldec 1995, igualmente en público–, si bien da otra vuelta más de tuerca a la radicalidad de su planteamiento. El primer mov., monolítico, fue de una intensidad irresistible, y el gran clímax del desarrollo con la escalada en los timbales, o la coda, impresionantes. Las fuertes dosis de pasión que Barenboim inocula por doquier a su Bruckner actual, canalizadas tal y como él sabe hacerlo, producen unos resultados tremendamente apasionantes. Que a no todos les parecerán su Bruckner ideal, por descontado, pero que todo melómano cabal debería admitir como una vía a tener en cuenta, una vía defendida y explicada por el de Buenos Aires con una valentía y una lucidez arrolladoras.
El Adagio fue sencillamente memorable, de una emoción y belleza infinitas, y al nada fácil de articular Finale lo dotó de una coherencia reveladora.
La “otra” Staatskapelle
Punto y aparte merece la Staatskapelle Berlin. Estos dos días se ha mostrado, en estas dos sinfonías de dificultad extrema (la Quinta es acaso la más difícil de ejecutar de todas las sinfonías de cualquier autor), y con enorme rotundidad, como una orquesta magnífica; creo que hoy en Alemania sólo la alcanzan la Filarmónica de Berlín y la Staatskapelle de Dresde. La cuerda posee una pastodidad, una belleza y una profundidad de sonido impresionantes, una maleabilidad y una precisión en la articulación pasmosas. Los cellos, por ejemplo, son de quitar el hipo. Pero es que las maderas cuentan con solistas sensacionales –clarinete y flauta en primer lugar– y el metal es de una redondez y compacidad admirables. Las trompas, por ejemplo, han dado una persistente lección de esplendor sonoro y de flexibilidad (en nada afecta a lo que digo el llamativo gallo de uno de ellos en el trio del scherzo de la Sexta).
Lo que era este conjunto cuando llegó a manos de su director y lo que ha llegado a ser no puede producir sino asombro.
Sin embargo, no sé debido a qué (¿o sí?), algunos críticos a los que nunca se les oye poner reparos a orquestas muy inferiores, “dan la vara” una y otra vez con algo así como que ésta “no es para tanto”. Pues lo lamento, pero me parece que es “para tanto, y para más”.
Chopin
Barenboim añadió al programa anunciado inicialmente para el día 7 (sólo la Sexta de Bruckner) nada menos que el Primer Concierto, en Mi menor, de Chopin. Obra que ha preparado, junto al Segundo, para el centenario de Chopin y que ha tocado en diversos lugares, entre ellos la Philharmonie de Berlín (junto a la Filarmónica dirigida por Asher Fisch, el pasado octubre). Este Chopin suyo no ha sido, como era de esperar, convencional, sino más moderno, más hondo y también más íntimo de lo que estamos acostumbrados a escuchar, y desde luego no concuerda con el tópico de que son “obras menores”.
Ya hablé en este blog de ese concierto berlinés. Ahora debo matizar que Julien Salemkour dirigió de modo algo diferente a Fisch (al que prefiero aquí): su primer mov. fue menos noble y cantable que el de Fisch, y más enérgico, casi marcial en algún momento. (Por lo demás, Salemkour analizó la partitura con entera pulcritud, lógica y claridad, y estuvo bastante atento a las cuasi improvisaciones del solista). Barenboim se puso en onda con la batuta, sin por ello descuidar los momentos más líricos e intimistas de la escritura chopiniana. La Romanza fue similarmente maravillosa a la berlinesa, y el Rondó, quizá algo más contrastado en sus cambios de humor. Toda la interpretación fue de una creatividad arrebatadora.
Pero lo mejor de la primera parte puede que fuese la propina, la Mazurca núm. 13 en La menor (Op. 17/4), sin duda una de las más bellas de las de su autor, que conoció en los dedos de Barenboim una recreación asombrosa y excelsa, de sensibilidad infinita, que no intentaré siquiera describir: una auténtica revelación. ¡Qué inmenso artista! Sólo quien lo es puede hacer algo así. (Y ciertos aficionados empeñados ¡hasta la muerte! en no enterarse...)
Coincido plenamente con lo expuesto por Ángel: fueron dos extraordinarios conciertos a los que, por cierto, a punto estuve de no asistir. Menos mal que al final sí fue posible. No es la primera vez que le escucho Bruckner a Barenboim. Llevo ya unas cuantas interpretaciones brucknerianas suyas a mis espaldas desde 1993, tanto con la Sinfónica de Chicago (Sinfonías 4, 5, 7, 8 y 9, en dos ocasiones la 4 y la 9), Filarmónica de Berlín (9), Filarmónica de Viena (9) y claro, la Staatskapelle de Berlín (4, 7, 8 y 9). La Quinta y la Sexta del Auditorio Nacional fueron en más de un aspecto reveladoras, aunque no se apartan en lo esencial de las maneras con las que aborda el sinfonismo del músico austríaco. Fue un prodigio el control de ese maravilloso instrumento que es ya la Staatskapelle de Berlín, a la que nunca he visto tan segura como ahora, tan bien empastada y con un color tan hermoso, genuinamente germánico y de tímbres muy ricos y sugerentes. Y no menos admirable fue el sentido de la forma, el modo en que logró un perfecto balance entre las diferentes familias. Pero por encima de todo me fascinó ua vez más su soberana musicalidad. Yendo más al detalle, quiero señalar el modo en que destacó en el Final de la Sexta el motivo del "Mild und leise" del Tristán, algo en lo que nunca había reparado yo con anterioridad y que aquí me pareció muy evidente. Esto no es novedad: ya en su grabación de la Tercera con la Filarmónica de Berlín Barenboim había iluminado como nadie antes otra cita tristanesca en el Adagio. Espero que el ciclo de las sinfonías 4 a 9 que acaba de hacer en Berlín con la Staatskapelle vea la luz en DVD, o mejor aún, en blu-ray. El testimonio de este Barenboim en absoluta madurez es muy necesario.
ResponderEliminarEstimado y admirado Angel:
ResponderEliminarAprovecho este hilo en donde matizas el timbre orquestal de la Staatskappelle Berlin para preguntarte sobre los diversos "colores" de las orquestas; en particular desearía conocer tu descripción de la sonoridad de mi orquesta preferida, la Staatskapelle Dresden. Pienso que sería muy enriquecedor que se publicase algún articulo sobre la timbrica orquestal, que sección instrumental es característica en cada orquesta... (metales redondos, cuerdas pastosas...)
Muchisimas gracias, amigo.
Amigo Angel: Estoy de acuerdo con lo que dices pero.....¿te acuerdas del célebre Starchensky, aquél músico ruso que no conoce nadie? si quieres más informaciójn sobre él, la tienes en jamolicor@hotmail.com
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