Nézet-Séguin con la Filarmónica de Berlín
El concierto de Yannick Nézet-Séguin con la Filarmónica de Berlín del 23 de octubre de este año ha sido, me parece, su debut con la formidable orquesta. El largo y comprometido programa constó de Les offrandes oubliées de Messiaen, que el joven director canadiense resolvió de forma certera: sonó inconfundiblemente con las tan especiales características de su autor, explicó la partitura con sabiduría y la dotó del indudable trasfondo que puede contener.
En el Segundo Concierto para piano de Prokofiev volvió a sintonizar con el compositor en la longitud de onda idónea, sin retroceder ante la ominosa atmósfera y la ruda rebeldía de la partitura (esta obra es en cierto modo lo que aspiraba a ser La fundación del acero de Mossolov). Impresionante una vez más Yefim Bronfman, absolutamente dominador de la ardua escritura y capaz de una fuerza y una tensión abrumadoras, ésas que se echan en falta en la para mí errónea, casi preciosista y meramente virtuosista versión de Yuja Wang y Charles Dutoit con la floja Orquesta del Festival de Verbier (16-7-2010, la última versión que había escuchado, recientemente, de este Concierto, mi favorito de los de piano de su autor). Creo que sólo Kissin me ha gustado hasta ahora más aún que Bronfman (tanto en su grabación dirigida por Ashkenazy como, sobre todo, en su versión en público de hace años con Maazel y la Filarmónica de Berlín).
En la Sinfonía Fantástica, Yannick ha dejado bien sentado que es un director de técnica y seguridad extraordinarias, que no se arruga ante una centuria tan reputada, y también que tiene ideas propias. No es que haya sido la suya una interpretación innovadora, pero sí con numerosos hallazgos aislados, coherente, de una extraordinaria claridad en su realización, etc. El primer movimiento es con él tremendamente agitado; elegante, fluido y más bien veloz el segundo, convenientemente sosegada y atmosférica la Escena campestre. En la Marcha al cadalso comete, en mi opinión, un error en el crescendo de timbales del principio (que vuelve a ser errado en la –infrecuente– repetición), que se precipita y pierde la debida tensión. Pero no deja de ser un detalle, aunque fastidioso. Y el Aquelarre es sarcástico y, seguro que deliberadamente, un poco enloquecido; pero en mi opinión, en la coda se le va mano en el tempo, perdiéndose durante unas frases claridad, incisividad, efectividad en suma. Aun así, una gran versión, que confirma la talla de este joven director, del que lo mejor que he escuchado hasta hora es un autor tan problemático como Bruckner.
Carmen en el Met
Pero la Carmen con la que debutó en el Met neoyorkino el 16 de enero de este año, y que ha lanzado en DVD Deutsche Grammophon, me ha decepcionado bastante. En realidad, lo único que me ha gustado de veras en ella es la protagonista (no es poco), Elina Garanca, para la que no tengo el menor pero, sino sólo elogios, empezando por su bellísima voz y por su admirable línea de canto, por su talento musical y escénico. Roberto Alagna sigue sin convencerme (casi, casi nunca lo ha hecho del todo), por culpa de unos cuantos defectos que llevo muy mal: absoluta falta de elegancia y distinción en su línea de canto y su expresión verbal, que es basta e incluso zafia; afinación defectuosa, con tendencia no sólo a quedarse bajo en el tono, sino a atacar sin ton ni son algunos agudos, que casi siempre le quedan altos; y falta completa de sinceridad (o al menos ésa es la sensación que percibo).
Muy correcta Barbara Frittoli como Micaela, pero sin transmitir apenas emoción. Y flojísimo el Escamillo de Teddy Tahu Rhodes, de voz hueca, sin graves ni agudos: parece que lo han escogido por su tipo y su planta de torero (un poco más alto de lo habitual).
De la escena voy a decir bien poco, porque me ha fatigado y cabreado tanto que a ratos he dejado de atenderla: es tradicional, pero falsa, inconsistente, pasada de rosca y con multitud de absurdos. Basten algunos botones: al llegar al cuartel, Micaela es toqueteada sin cesar por todo aquel al que se acerca (¿quiere hacer creer Richard Eyre que en España todo quisque es zafiamente machista?); el final del acto I está muy mal, torpemente resuelto; ¿a qué viene la gran cruz que pende en el acto IV del cuello de Don José, y con la que tanto juega hasta arrojarla al suelo? Y lo pretendidamente español, coreografía incluida también en los entreactos, es sencillamente grotesco, muy irritante. ¡En Carmen prefiero incluso un experimento con el que pueda estar disconforme, o no comprender!
Yannick ha caído en el tópico de que, como Carmen es de un compositor francés, hay que hacerla elegante, perfumada, epidérmica, sólo sensorial (y lo remacha en su breve conversación con Renée Fleming), o sea eso que muchos entienden como la quintaesencia de lo francés, trátese de Berlioz, Gounod, Massenet, Saint-Saëns, Fauré o Debussy, incluso de Messiaen si me apuran. Pero no hay que engañarse: en la genial ópera de Bizet hay pocos momentos en que sea sensato desplegar esas características. Entonces resulta que no aporta prácticamente nada a lo que hace medio siglo ya dijo Beecham (con Victoria de los Ángeles), y con una orquesta (la RTF) que entendía mejor que la del Met (flojilla aquí, si bien tanto como el coro) lo que se le pedía. Y hay algo que aquí le falta rotundamente a Yannick, y que me parece imperdonable en Carmen: pasión. El preludio y el primero y último entreactos son cuadriculados, inflexibles y banales; la pelea de las cigarreras está mal dirigida (así, como suena); la aparición de Carmen, con esa gloriosa melodía llena de fuego, pasa sin pena ni gloria. Etcétera.
Otro “pinchazo” mucho más serio
Pinchazo serio de este director, espero que accidental y que no sea un aviso de que se está metiendo, emborrachado de éxito, en demasiadas cosas sobre las que no le da tiempo a reflexionar y que empieza a no controlar. Dejo aparte la abominable “Heroica” beethoveniana que este verano dirigió en los Proms (creo que con la Filarmónica de Rotterdam), jugueteando, coqueteando con los movimientos llamando historicistas y que en Beethoven, que yo sepa, no han hecho otra trascendental aportación a la historia de la interpretación de su música que descubrir que Beethoven es un compositor que mira hacia atrás, y no hacia delante como ingenuamente, sin duda engañados, otros hemos creído.
Pero bueno, Yannick es muy joven y ha caído en esta extendida creencia de que así es más moderno: no sólo ha sido él, sino también algunos otros directores más creciditos y de reputación mucho más sólida. ¡Qué le vamos a hacer! Nadie es perfecto...
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