Por motivos diversos, hasta ahora no he podido ver y escuchar el Don Giovanni de la apertura de la actual temporada de La Scala de Milán. Pero he leído bastante sobre él, y lamento decir que poco he leído con lo que esté de acuerdo. Ya imaginaba que esos comentarios según los cuales todos los cantantes y los directores musical y escénico habían estado fatal no eran muy de fiar. Supongo que son personas –ellos se creen críticos, pero no siempre lo son– que, para dárselas de que saben mucho y de que, por ello, son muy exigentes, lo ponen todo a caer de un burro. Conozco bien ese ganado...
No voy a juzgar la escena de mi casi siempre admirado Robert Carsen, porque no sé muy bien qué opinar. Pero hay algunas cosas que me parecen muy claras: es sobria, es austera y barata, lo cual me parece estupendo (siempre, pero mucho más en estos tiempos), su concepción de los personajes y la interactuación entre ellos es sumamente inteligente y creíble, así como novedosa en varios aspectos, y su trabajo con los actores ha sido sensacional.
El elenco ha tenido sus altibajos, dentro de un nivel medio alto, pero la dirección musical me ha parecido formidable, sin duda y a mucha distancia lo mejor de la función. El conocimiento por parte de Barenboim del estilo mozartiano está fuera de toda duda, su preparación de la orquesta ha sido impresionante por el rendimiento obtenido, y el protagonismo que logra para ella –y la enorme claridad, hasta el punto de que he escuchado muchas frases que habían permanecido siempre en la penumbra– no tiene comparación con ningún otro director, incluyendo aquéllos que –como Klemperer en su grabación– me pueden convencer tanto o más por su concepción de la obra. A la que, por cierto, equilibra perfectamente entre los elementos digamos bufos y los dramáticos (llaman más la atención estos últimos porque suelen estar postergados). Hay algo que domina toda la actuación del argentino: la pasión, el fuego, el entusiasmo, la incandescencia y la ebullición permanente, la implicación hasta las cejas.
(El ignorante que al comienzo del acto II le espetó a Barenboim “troppo lento!” soltó una de las mayores estupideces que he oído en mi vida: aparte de la falta de educación, ese tipejo no había entendido nada. Pero es que, reloj en mano, tampoco tiene razón si se le compara con la mayoría los mejores intérpretes que ha tenido esta ópera: sólo fueron lentas, ¡pero ni por asomo pesadas! varias de las arias que más piden a voces un tempo lento). Sencillamente alucinante la dirección del recitativo y aria de Donna Elvira “”In quali eccesi... Mi tradì, quell’alma ingrata”). Si, al final de la ópera, Barenboim no hubiera sido protestado por algunos, me habría llevado un buen chasco. Los intérpretes verdaderamente grandes y que se apartan de lo fácil o rutinario siempre deben concitar los desacuerdos de los más obtusos. Siempre ha sido así, y me parece que lo seguirá siendo.
Me ha gustado mucho el protagonista, el barítono Peter Mattei, de voz noble, bella, de acentos seductores y muy buena línea de canto. Su composición del personaje es sumamente convincente, en lo musical y en lo escénico. Aunque me gusta más en voz de bajo, me parece que es uno de los barítonos que mejor lo ha hecho. Bryn Terfel, uno de los más famosos Leporellos actuales, domina y hace muy creíble a su personaje, y su canto algo rudo hasta le puede caer bien al criado. Le echo en cara que fuerce el registro grave, para intentar parecer el bajo que en realidad no es (René Pape, en Madrid, con Barenboim, me gustó mucho más). Anna Netrebko no comenzó muy bien, pero pronto se afianzó y logró, salvo en algunos momentos aislados, una gran Donna Anna, de carácter noble y segura de sí misma, con acentos muy conmovedores. Su voz, más ancha ahora, sigue siendo áurea.
Tanto o más me gustó –sin duda está entre lo mejor que le he escuchado– la apasionada, amorosa y despechada, Donna Elvira de Barbara Frittoli, a la que le ha desaparecido por completo (¡!) el trémolo de algún tiempo atrás: canto hermoso, voz no menos bella. El principal problema fue el Don Ottavio de Giuseppe Filianoti, voz de tenor lírica bastante bonita que, evidentemente, no tuvo su noche: otras veces le he escuchado bastante mejor, pero aquí estuvo inseguro, incluso en la afinación, de línea muy fluctuante y casi siempre sosísimo de expresión.
Impecable en su dificilísima parte el Comendador de Kwangchul Youn, un bajo-bajo ya algo tremolante, pero espléndido en todos los aspectos. Finalmente, Anna Prohaska me pareció una notable Zerlina, si bien en su aria “Batti, batti, o bel Masetto” no estuvo todo lo bien que prometía, tras, por ejemplo, su buena actuación en el dúo “Là, ci darem la mano”. Pero el joven barítono-bajo Stefan Kocan creo que fue un claro error para Masetto: me parece que ni su timbre ni su técnica convienen en absoluto a Mozart.
Interesado por sus artículos acerca de las incursiones de Klemperer y Abbado en la producción sinfónica de Gustav Mahler, quisiera preguntarle acerca de alguna versión de la Quinta Sinfonía del compositor que responda a una concepción moderna de la obra, considerada como una composición que mira hacia el porvenir musical, en lugar de hacia el pasado. Generalmente (y más en la actualidad, con el predominio de tempi muy lentos, que llevan a la blandura y al amaneramiento), se ha acentuado excesivamente el elemento sentimental, no sólo en el Adagietto, sino también en la austera Trauermarsch, en el cambiante Stürmisch bewegt o en el enorme Scherzo, enmascarando, en numerosas ocasiones, el carácter conflictivo y disonante de la música, y distorsionando su construcción formal.
ResponderEliminarÉstas son algunas humildes apreciaciones sobre varias grabaciones conocidas, sin ánimo de extenderme demasiado: la mítica de Barbirolli con la New Philharmonia (EMI, 1969), propuesta personalísima y controvertida, se encuentra aún entre lo mejor de la discografía, con su extraordinario movimiento lento; la explosiva y vertiginosa de Solti con la Chicago Symphony (Decca, 1970), inferior a su Novena con la London Symphony (1967), impresiona más de lo que convence; la de Kubelík en DG, más modesta, resulta interesante, pero no redonda (en parte, por las limitaciones de la orquesta); la de Bernstein – Viena (DG, 1987), muy musical y plena de intensidad, se ve estropeada por el constante manierismo en el fraseo y los tempi mortecinos; la de Mehta con la gloriosa Filarmónica de Nueva York (Teldec, 1989), de óptima sonoridad mahleriana, es apenas correcta; la posmoderna de Chailly (1997) me dice menos acerca de Mahler que del fabuloso virtuosismo de la Concertgebouworkest y de los ingenieros de Decca; la de Barenboim con Chicago peca, tal vez, de ser excesivamente germánica (el mismo intérprete ha obtenido posteriormente mejores resultados); la de Barshai con su espléndida formación de jóvenes (Laurel, 1999, en vivo) es sorprendentemente buena, muy equilibrada en su planteamiento, pero se halla algo sobrestimada por la crítica. La de Abbado en Lucerna, también me parece bastante sobrevalorada, si bien no conozco sus dos registros anteriores, mientras que el aburrido ciclo de Pierre Boulez en DG nunca ha llamado en exceso mi atención (desconozco sus filmaciones posteriores).
Saludos y felicitaciones por el blog.
Por lo que veo, sabe usted de la discografía de Mahler más que yo... A mí las Quintas más "modernas", tal y como yo entiendo esto, es decir, sin sobrecarga sentimental, me parecen las de Solti y Barenboim (también la del DVD en Colonia); no conozco la de Boulez.
ResponderEliminarY, al margen de moderneces, creo que entre las que más me gustan no ha citado las de Abbado con la Sinfónica de Chicago (D.G.) y Haitink con la Filarmónica de Berlín y, en DVD, la de Rattle con la misma orquesta (DVD EMI). En todo caso, si tuviera que quedarme con una sola versión, quizá me inclinase por la de Barbirolli.
Gracias por sus respuesta.
ResponderEliminarSaludos.
De entre las no citadas, la Quinta de Mahler de Scherchen -y hay varias versiones- es muy interesante. Tiene incluso una en estéreo, en vivo, con la Orquesta de Filadelfia, si no recuerdo mal.
ResponderEliminarUna pena que a Klemperer no le interesara, y tampoco (parece) a Horenstein, a Szell o a Reiner, que podrían haber enriquecido muchísimo el catálogo.