lunes, 28 de enero de 2013

Dos Cuartetos de Mendelssohn y otro de Fanny, por el Ebène en Virgin

 

Las mujeres y la música

“La música es totalmente dañina para la modestia que corresponde al sexo femenino, porque las mujeres se distraen de las funciones y las ocupaciones que les corresponden. Ninguna mujer, bajo ningún pretexto, debe aprender música o tocar ningún tipo de instrumento musical”.
(Inocencio XI, papa, 1686. Edicto renovado por el papa Clemente XI en 1703).
Por suerte, Fanny Mendelssohn-Hensel no hizo caso a los papas en lo que respecta a esta barbaridad. En los últimos tiempos se ha venido comprobando que fue una compositora más que estimable. Su Cuarteto en Mi bemol mayor, ahora grabado en Virgin por el Cuarteto Ebène (junto a los Cuartetos 2º y de su hermano Felix), es una obra preciosa de 1834, cuando contaba 29 años: en el estilo de Haydn, pero con rasgos de Schubert, de su hermano e incluso de Beethoven, está inundada de lirismo y de pasión de buena ley, y posee una especial inocencia, espiritualidad y falta de pretenciones. Su tercer movimiento, Romanze, es de tal belleza y tal emoción que sería digno de su hermano. La verdad, todo el Cuarteto de Fanny no desmerece escuchándolo entre una obra primeriza (1832) y otra tardía (1847) del gran Felix.
Me han gustado mucho, incluso muchísimo, las interpretaciones del Quatuor Ebène (en el que se alternan los dos primeros violines), no sólo por la más que impecable ejecución y la intensidad y belleza sonora, sino sobre todo por el fuertemente pasional acercamiento a estas obras, que creo les conviene y resalta aspectos en los que no es muy frecuente incidir. Salen así beneficiados no sólo –supongo– el Cuarteto de Fanny, sino también los de su hermano, que se suelen abordar con mayor contención. Aun así, la paternidad mendelssohniana resulta inconfundible, y preservada la fidelidad a su estilo.
Las grabaciones, realizadas en julio y noviembre de 2012 (¡concluidas, por tanto, hace sólo dos meses!) son especialmente buenas: transparentes, naturales, de gran presencia. Un Cuarteto, el Ebène, al que sólo le había escuchado (espléndidas) versiones de Debussy y Ravel, cuya trayectoria merece ser seguida con atención.



jueves, 24 de enero de 2013

Las 9 Sinfonías de Beethoven por George Szell

 

Hacía tiempo que no me las escuchaba, y ahora he vuelto a hacerlo. Pero, por lo que recordaba, mi opinión no ha cambiado demasiado sobre ellas. Me recuerdan demasiado a Toscanini, aunque me gustan mucho más que las de éste y, además, están mucho mejor tocadas. Pero sí, sus tempi los encuentro casi siempre algo más veloces de la cuenta, los golpes fuertes tienden a ser secos y cortantes, y parece guiarse ante todo por el afán de objetividad (ese afán que, en mi opinión, ha matado muchas interpretaciones beethovenianas, de sinfonías u otras obras. No es que sea malo ser objetivo, claro está, es que cuando prima ese propósito parecen muchas veces olvidarse otros aspectos más importantes, en primer lugar el contenido dramático, psicológico y emocional de la música: su humanismo, en suma). Y el afán de ser objetivo a ultranza -que muchas veces se confunde con el prurito de no añadir nada a las notas de la partitura, cuando ya sabemos que muchos compositores han recalcado que lo más importante no está en las notas, sino entre ellas- y, a la vez, no olvidar el contenido no se alcanza sino raramente (para Friedrich Hertzfeld sería Igor Markevitch un ejemplo de ello), y creo que Szell en Beethoven no lo es (tampoco en sus decepcionantes 5 Conciertos con Gilels, desde luego).
Lo que más me admira de Szell es su claridad y la extraordinaria precisión que logra de la magnífica Orquesta de Cleveland, cuyas cuerdas articulan con una perfección sencillamente asombrosa. No me parece suficiente para ser uno de los grandes ciclos sinfónicos de Beethoven. No hace falta hacer comparaciones, pero me pasa un poco como con algunos pianistas, que tocan muy bien, incluso prodigiosamente bien las Sonatas, pero no por ello me parecen grandes intérpretes de Beethoven.
Otros males (menores) que achaco a este ciclo de Szell es ser un poco trompetero (suenan a menudo demasiado fuerte) y abusar a veces del sonido bronco de las trompas: un punto me gusta, pero sin pasarse. En uno y otro aspecto hay que admitir que Szell se adelantó a algunos directores de instrumentos originales (Harnoncourt, sin ir más lejos. A mí personalmente no me parece un mérito).
Ahora bien, hay que hacer muchas matizaciones: la Primera, muy haydniana, me ha parecido sensacional, una de las más grandes. Sobre la Sexta, la Séptima y la Novena, en cambio, tengo serios reparos: la “Pastoral” me parece inconvenientemente grandota, enfática y hasta altisonante; en la la introducción es muy rápida, el Allegretto pierde su profundidad por lo mismo (estoy convencido de que Beethoven se equivocó con ese tempo: jamás me ha convencido así, y aquí tenemos una prueba fehaciente; como mucho debería ser un andante) y, en cambio, el finale (que tanto se presta a lo orgiástico) da la sensación de ser relativamente moderado tras los tres trepidantes movimientos anteriores.
Y en cuanto a la Novena, me resulta muy insípida, impersonal y hasta superficial; sólo me gusta, y mucho, el scherzo. De los cantantes, poco que admirar: la soprano, una tal Adele Addison, es una pesadilla; muy flojo el barítono Donald Bell, y el tantas veces estupendo tenor Richard Lewis no pasa de correcto. Las grabaciones, de entre 1958 y 1968, son muy buenas para la época (¡bravo por CBS!): destacan, más que por su fidelidad tímbrica, por su transparencia (que no es sólo mérito de la batuta).
(Mis calificaciones: 9,5 para la 1ª, 8 para la 2ª, 8,5 para la 3ª, 9 para la 4ª, 7,5 para la 5ª, 7 para la 6ª, 6 para la , 9 para la y 7 para la ).




viernes, 18 de enero de 2013

Mi ciclo favorito de las Sinfonías de Beethoven: Barenboim en Londres 2012

    

Me pasó un amigo la filmación, de la BBC, de los “Proms” del verano de 2012 (entre el 20 y 27 de julio), en los que Daniel Barenboim dirigió a la West-Eastern Divan Orchestra las 9 Sinfonías de Beethoven, e intercaladas entre ellas, varias composiciones de Pierre Boulez. La transmisión fue buena, pero en todo caso muy inferior (en sonido y, sobre todo, en imagen) a la que semanas más tarde hizo la cadena francoalemana Arte en alta definición (Arte HD), que sólo adolece de cierta compresión dinámica en los fortísimos (una auténtica cruz en las transmisiones de música clásica). La problemática acústica del enorme Royal Albert Hall ha sido sorprendentemente obviada por los ingenieros de sonido.
Vista y escuchada atentamente esta última retransmisión, varios amigos melómanos y yo hemos llegado, todos a una, a la conclusión de que se trata, en conjunto, de la interpretación más admirable que recordamos del referido ciclo. Sigue, evidentemente, los pasos de la interpretación grabada por Decca (“Beethoven for all”) en Colonia el verano anterior, igualmente en público (conciertos en los que estuve presente), pero no publicada más que en audio (la previamente anunciada filmación no se produjo, salvo en el caso de la Novena, que tampoco ha sido comercializada). Sí, la sigue, pero, en general, la interpretación está aún más pulida y cuidada, los detalles son más aquilatados (en la dinámica y en la agógica), la claridad instrumental está aún más iluminada, la ejecución es aún más rica en matices.
La sabiduría barenboimiana en Beethoven no tiene igual, su conocimiento es exhaustivo, su profundización asombra. Y su entrega y su fuego no han hecho sino avivarse; ahora bien, no hay excesos de ningún tipo, ni exhibicionismo o brillanteces superfluas.
Sobre la versión de los CDs de Decca ya hablé en este blog. Sólo voy, por tanto, ahora a señalar algunas apreciables (aunque casi siempre leves) diferencias que pueden apuntarse. Gracias sobre todo a un finale irresistible, esta Primera es quizá mi versión predilecta de cuantas conozco. La Segunda vuelve a resentirse por un Larghetto algo apresurado, en el que se cuela un cierto espíritu biedermeier que no me satisface. Si se sustituyera este movimiento por el de su grabación de Teldec (con la Staatskapelle Berlin) se redondearía una versión formidable. La “Heroica” es, milagrosamente, una interpretación tan de una pieza, tan esencial y, pese a su ausencia de efectismo, tan demoledora como la del disco Decca.
Si la Cuarta discográfica es una maravilla, es posible que ésta vaya un poco más lejos todavía. Increíbles la introducción y el paladeado y poético Adagio, en el que la clarinete solista (Shirley Brill) da una lección de musicalidad más allá de todo lo escuchado en cualquier otra interpretación. Muy similares ambas Quintas: una versión de gran pathos y potencia sin la menor exageración, sin abusos dinámicos. Asombrosos los contrabajos en el scherzo, capaz de matices impensables.
Muy en la línea, también, de la del disco, la “Pastoral” es igualmente cálida y sensual (más bien que contemplativamente giuliniana, para entendernos), con una Escena junto al arroyo más depurada aún. De no dar crédito las maderas (el flauta Guy Eshed, el oboe Ramón Ortega, el clarinete y el fagot principales): sobre ellos tengo que decir que nunca, en ninguna grabación de ninguna de las mejores orquestas, he escuchado tal entrega, devoción y belleza. ¿Son instrumentistas mejores que los de Viena, Berlín o Chicago? Tal vez no; me cuesta creerlo. Pero tocan con un fervor literalmente incomparable. El entusiasmo de los músicos del Diván, lo mismo que su su energía, son algo que llama la atención y que emociona profundamente. Eso hace que no echemos de menos aquí a ninguna de nuestras orquestas favoritas.
En la Séptima de los Proms el finale es quizá aún más volcánico (tanto como en el concierto tras la caída del Muro de Berlín: Barenboim con la Filarmónica de Berlín, CD y DVD Sony). La Octava es particularmente robusta y rotunda: compagina elegancia y pasión. Me ha gustado un poquito más que en el disco el Allegretto scherzando.
Y en la Novena destacaría una introducción del último movimiento absolutamente genial, con unos contrabajos que no sólo suenan y tocan de escándalo (¡nunca he escuchado algo así!), sino que (como dice mi amigo José Sánchez) parecen hablar, contar una historia. René Pape, de voz dominadora e inteligencia superlativa, es el mejor bajo que haya escuchado en esta dificilísima parte. Buena voz la del tenor Michael König, con alguna apretura al final de su primer solo y en el último cuarteto. Algo tremolante ya (¡lástima!) la gran Waltraud Meier, y segura, pero de timbre afilado algo desagradable en el agudo Anna Samuil. El Coro, “National Youth Choir of Great Britain”, muy nutrido, estuvo realmente sensacional (bastante mejor que el de la Catedral de Colonia): cantaron todos ellos sin partitura y en ningún momento gritaron en la inclemente, castigadísima por Beethoven, zona alta.







martes, 15 de enero de 2013

“Dances and Dreams”: Kissin y Rattle el 31 de diciembre de 2011

 

Los conciertos del último día del año, festividad de San Silvestre, suelen ser programas a base de piezas populares y, la verdad, no siempre se preparan y cuidan lo suficiente en los ensayos; debe de ser a causa del ambiente festivo y despreocupado que se respira en ellos, en el que el aplauso fácil (¡incluso al terminar el primer movimiento del Concierto de Grieg!) está casi asegurado. Lo cierto es que la velada en la Philharmonie de Berlín de 2011, con Yevgeny Kissin, la Orquesta Filarmónica de Berlín y Sir Simon Rattle, me ha defraudado un tanto. Me compré el Blu-ray (EuroArts 2058724) sobre todo porque esperaba mucho de Kissin (y de Rattle) en el Concierto de Grieg, corazón del programa: una obra que me gusta mucho y que el enorme pianista ruso no había llevado al disco.

Bueno, pues tengo que decir con pena que Kissin no me ha convencido gran cosa en esta ocasión; una de las veces que menos, diría incluso. Es un pianista al que admiro muchísimo, pero es cierto que –sobre todo últimamente– me decepciona de vez en cuando. Aquí cae en el error más frecuente a la hora de tocar esta obra: la entrega al virtuosismo puro, la borrachera de la velocidad. Error tan frecuente que, para mí, casi ningún pianista se libra de ello. Pero Kissin no es un pianista cualquiera, y tenía la esperanza de que diera en la diana. Pues no. La ejecución, claro está, es deslumbrante, un prodigio de dominio del instrumento y sus posibilidades. Pero... pasa de largo por muchas frases que encierran una posibilidad de cantarlas de modo ensoñado y lleno de emoción; naturalmente, también tiene algunas dignas de quien es, sobre todo en el Adagio. Sin embargo, los movimientos extremos también encierran una inspiración melódica casi incesante, que, una vez más, resulta desaprovechada. ¡Lástima!

Tengo la siguiente sensación: si Kissin hubiese escuchado cualquiera de las dos últimas grabaciones de Claudio Arrau (la de Dohnányi y la Concertgebouw o la de la Boston Symphony y Colin Davis, ambas Philips) no pasaría tan de largo por no pocas escalas, sino que les sacaría mucho más jugo y partido: no se habría podido quitar de la cabeza lo que Arrau hace con esta obra. Los artistas deberían (muchos lo hacen, claro) escuchar grabaciones de los grandes maestros: no para copiarlos, pero sí para aprender, aunque sea a no tocar ciertas obras (es el caso de Rostropovich, que reveló haber eliminado para siempre de su repertorio el Concierto de Elgar después de haber escuchado la grabación de Jacqueline Du Pré).

En fin que Kissin, lo mismo que Rubinstein, que Richter, Lupu, Bishop, Zimerman o Perahia... ha dejado claro que dista años-luz de las creaciones que el gigantesco pianista chileno hacía de este hermoso Concierto. Versiones, las suyas, inalcanzables hasta el momento. Y me huelo que por mucho tiempo. Lo afirmo con rotundidad: quien no conozca esas referidas versiones de Arrau no se imagina el enorme caudal de música que encierra la Op. 16 de Grieg. (Por cierto: la dirección de Rattle, sin ser tan buena como la de los dos referidos acompañantes de Arrau, creo que es más sobresaliente que la parte pianística).

También me ha parecido muy hermosa y emotiva la lectura que el director británico hace de la Danza sinfónica No. 2 del compositor noruego. Brillantes y muy acertadas igualmente las tres danzas finales de la suite de El pájaro de fuego stravinskiano (que, por supuesto, no hacen olvidar a Boulez, sobre todo en su CD y DVD con la Sinfónica de Chicago, versiones para mí referenciales).

El resto del programa me ha gustado bastante menos: así las Danzas eslavas Nos. 1 y 15 de Dvorák y la Danza húngara No. 1 de Brahms, que resultan muy gruesas (con bastante más orquesta de la cuenta) y algo plúmbeas. Y en cuanto a la Danza de los siete velos de Salomé, me suena aquí más a Debussy que a Strauss: no debería traernos a la mente los vapores del sueño en la siesta del fauno, sino algo mucho más explícitamente caliente: Herodes se está derritiendo al presenciar el baile en el que la joven princesa se va poco a poco desnudando (compárese, por ejemplo, en DVD/Blu-ray con la versión aquí comentada de Andris Nelsons y la Concertgebouw, un acierto total).

jueves, 10 de enero de 2013

Concierto del 75º aniversario de la Filarmónica de Israel

Julian Rachlin, Evgeny Kissin, Vadim Repin y Zubin Mehta



La celebración del 75º cumpleaños de la Orquesta Filarmónica de Israel contó, como suele cada vez que hay un aniversario señalado, con un plantel de lujo: uno de los más grandes pianistas, dos de los mayores virtuosos del violín y su director vitalicio. El programa de este concierto, que se celebró en El Hangar de Tel Aviv el 24 de diciembre de 2011, ha sido editado, en 2 DVDs o un Blu-ray, por EuroArts con una calidad de imagen y sonido extraordinarias, y acompañado por un muy interesante documental de 52 minutos sobre la orquesta, en el que intervienen, además de varios de sus músicos y de Zubin Mehta, Zukerman, Bronfman o Barenboim.
El mayor morbo de la publicación era, a priori, Evgeny Kissin tocando el Primer Concierto de Chopin, obra que no ha vuelto a grabar desde que tenía doce años (con el insípido Dimitri Kitaienko, RCA), ya que en la velada en que se tocaron los dos Conciertos del polaco en Varsovia el año del bicentenario, 2009, Kissin interpretó el Segundo (y Nikolai Demidenko el Primero, DVD/Blu-ray Accentus).
Pues bien, esta versión de Tel Aviv, modélicamente dirigida por Mehta (mejor que con Lang Lang en el CD de D.G.), es acaso la más portentosamente tocada que recuerdo, si bien la interpretación es tal vez un poco excesivamente sobria, dejándose llevar apenas por lo que podríamos llamar inspiración; esto es algo que de vez en cuanto hace el colosal pianista ruso (también, precisamente, en ese referido Segundo varsoviano), lo cual no suele entusiasmarme. Poco que ver, pues, con muchas de sus inmortales grabaciones chopianianas (las Baladas, la Sonata “Marcha fúnebre” y otras verdaderas creaciones suyas, en todo el sentido del término). Por suerte, como propina ofreció un Segundo Scherzo de una rabia furibunda, de volcánica furia.
Antes de Chopin, Julian Rachlin lució su formidable mecanismo y una expresión un tanto a la antigua (me recordó en algo los modos, y hasta el sonido, de Mischa Elman) en la Introducción y rondó caprichoso de Saint-Saëns, tras el cual regaló la Sarabanda de la Segunda Partita de Bach de forma un tanto peculiar, bastante heterodoxa, diría yo.
Después de la actuación del pianista, Vadim Repin, un violinista que se para mí se halla entre los más capaces de la actualidad, me defraudó en el bellísimo Poema de Chausson, pues lo tocó a mucha velocidad, con sonido vibrante y carácter apasionado, pero sin asomo del lirismo voluptuoso y el decadentismo bien entendido que yo asocio indefectiblemente a la página (a la que han servido, para mi gusto, como nadie, que yo sepa, Menuhin con Pritchard y Perlman con Martinon, ambos en EMI).
El programa del concierto terminó con una correctísima pero algo impersonal Octava Sinfonía de Beethoven, de la que lo mejor fue el un tanto haydniano primer movimiento, mientras lo menos atractivo fue un algo rutinario finale. Muy bien, en todas las obras, la orquesta homenajeada (de la que no siempre se ha podido decir esto, por mucho que el documental se deshaga en elogios). Es decir, un concierto que pudo ser mucho mejor de haberse escogido algunas otras obras para estos mismos intépretes (Mehta, sin ir más lejos, es de plena garantía para tantas y tantas músicas...)




viernes, 4 de enero de 2013

Brüggen vuelve a tropezar en la (¿misma?) piedra con las Sinfonías de Beethoven


En este su segundo ciclo de las 9 Sinfonías de Beethoven para Glossa (el anterior fue para Philips, grabado a finales de los 80 y principio de los 90 y publicado completo en 1994), el antes flautista pionero de los instrumentos originales vuelve a dar varias de arena y alguna de cal, cayendo de nuevo en lo más bajo en la Novena. Antes de nada hay que decir que aquél sonaba mucho mejor que éste, tomado en público en Rotterdam en octubre de 2011. Ahora los violines se hallan muy en segundo plano, oyéndose muy o incluso muy, muy lejanos. Esta circunstancia hace por sí sola desaconsejable este álbum. En uno y otro (el antiguo lo recuerdo sólo a grandes rasgos, y no tengo ánimo para volverlo a repasar) parece haber al menos dos directores diferentes: el sensato y el disparatado. El sensato nunca se acerca a los grandes, pero al menos parece tener la cabeza encima de los hombros.
Con un contingente orquestal no muy escuálido (7/8/6/5/3) y sin abusar de las sonoridades originales, logra a menudo incluso un empaste bastante atractivo. Repasaré algunas características destacables: en la Primera, el primer movimiento tira a plúmbeo, sin gracia ni chispa haydniana. El 2º resulta más movido (¡!) que el primero. Mejor es la Segunda, si bien el primer movimiento vuelve a ser algo pesadote, y algo blando el Larghetto, mientras el finale me parece espléndido. Hacer justicia a la “Heroica” está reservado a los muy grandes intérpretes beethovenianos: en el Allegro inicial no hay pathos ni tensión, en la Marcha fúnebre la genial sección fugada (una de las cimas del arte de su autor) es raquítica; a partir de ahí el movimiento, que empezó pasablemente, va tornándose más y más inoperante y vacuo. Banal, plano el finale, con un par de tirones de tempo bruscos e injustificados: el segundo de ellos una coda desquiciada. El primer movimiento de la Cuarta es risueño y casi pimpante; el sublime Adagio, rapidito, epidérmico, carece de inspiración y dimensión poética. Bien los dos últimos, pero el solo de fagot casi no se oye.
La Quinta vuelve a carecer de pathos; el solo de oboe a mitad del primer Allegro suena como un adorno (¡!). Contrabajos canijos en el Andante y mecánicos en el Scherzo, mejor el finale. Indiferentes, insípidos los dos excelsos primeros episodios de la “Pastoral”, que mejora ostensiblemente a partir de la Tormenta. La Séptima se convierte en un recital del timbalero: un primer movimiento machacón, militar, y un Allegretto tristón, casi llorón. Más elegante que brioso el primer movimiento de la Octava, con contrabajos anémicos; demasiado leve el Allegretto scherzando y correcto el resto. Nervioso y carente de grandeza dramática el comienzo de la Novena; rapidísimo el trío del Scherzo. Absolutamente insípido, irritante, el Adagio, que queda reducido a una página pálida, de trámite, ¡menor! Pero el colmo de los despropósitos está por llegar: el finale comienza con un galimatías orquestal al que sigue un recitativo en el que todo está al revés. Tras la intervención del barítono (¡sin duda, y de lejos, el peor que he escuchado jamás, en disco o en directo! ¿Habrá pasado un solo día por una escuela de canto?), el coro no canta “Freude!”, sino que lo grita, como si dijeran “¡Hurra!”. El tenor ¡¡hace bueno al barítono!! Infinitamente lírico e infinitamente amanerado y cursi, me quedo con sus nombres: Michael Tews el ¿“bajo”? y Marcel Beekman el tenorín. El Coro, regular, dice con desgana, como con pena, “¡Abrazaos, millones de criaturas!” Etcétera. Sin duda, la peor Novena que haya escuchado en disco.

martes, 1 de enero de 2013

Las 8 Sinfonías de Schubert por Minkowski




En esta grabación (Naïve, 4 CDs) no hay casi rastro de las extravagancias que han sido señas de identidad de Marc Minkowski, y no mucho de su característica frivolidad: parece que por fin, llegado a los cincuenta, está sentando la cabeza. Pero, claro está, de ahí a que se haya convertido en un gran director y un intérprete con ideas sólidas y dignas de consideración hay un gran trecho... Grabadas en público en marzo de 2012 en la Konzerthaus de Viena, con buen sonido, este ciclo realmente aporta muy poco a la discografía existente. Dado que, además, dista de hallarse entre los ciclos schubertianos mejor tocados, me parece una grabación de todo punto innecesaria. Los Músicos del Louvre Grenoble no se encuentran, en efecto, entre las orquestas de primera línea, ni mucho menos, y se aprecian no pocos desajustes e incluso algunas frases en las que ostensiblemente no tocan juntos (primer movimiento de la Primera y de la Segunda, 4º de la Tercera...) Los trombones flojean mucho en la Novena, cuya coda final es confusa, no se percibe bien todo lo escrito por Schubert. Además, el oboe entra en su solo del 2º movimiento de esta Sinfonía claramente desafinado frente a las cuerdas escuchadas desde el comienzo del episodio. Las sonoridades originales distan de ser fundamentalistas, están bastante atemperadas, lo que es de agradecer.
La concepción (de algún modo hay que llamarle) de Minkowski peca, en líneas generales, de banal. O sea, es una más de las innumerables vueltas atrás a que nos tienen acostumbrados los intérpretes de instrumentos originales, deshaciendo el camino laboriosamente labrado por los más grandes intérpretes de las últimas décadas, que, en el caso de Schubert, nos habían ido descubriendo, al fin, que Schubert no es un compositor superficial (lo que no significa, por supuesto, que siempre sea serio).
Repasando las Sinfonías, nos encontramos una Primera con un Allegro inicial efervescente, juguetón, por momentos casi coqueto, y con un Andante bien fraseado. La Segunda, una obra bastante superior, apenas lo parece, pues tiende a lo superficial, sobre todo en el Andante. Bastante más me ha gustado la Tercera, espontánea, optimista y hasta bulliciosa en el Presto vivace. La Cuarta “Trágica” se me antoja algo tímida en su expresión: no se emplea a fondo en ella, particularmente en el Allegro vivace inicial y en el Andante, donde pierde el pulso y la tensión se desvanece. El primer movimiento de la Quinta resulta en exceso leve y liviano, escapándosele ese tan especial tierno lirismo. Y demasiado rápido para mi gusto el Allegro vivace final. La introducción Adagio de la Sexta suena, extrañamente, avinagrada, y un tanto banal el Andante, pero el Allegro moderato conclusivo, más bien lento, lo encuentro muy conseguido. La Octava “Inacabada” (aquí viene numerada como séptima) sigue las normas al uso, pero se halla lejos de tocar fondo, de hacerle justicia (pocas veces se consigue, a decir verdad). Y en cuanto a la Novena, cae en la monotonía, difícil de sortear si no se es un gran creador desde la batuta. El Andante con moto, rapidito, ha sido muy descafeinado y desprovisto de drama, y el scherzo suena algo a ländler. Mejor el finale, salvo la coda, algo desequilibrada como dije.
Para quienes prefieran un Schubert denso, profundo, dramático, el ciclo de Barenboim con la Filarmónica de Berlín (Sony, con sonido bastante mejorado tras su reprocesado) sigue siendo la principal opción (pese a que el primer movimiento de la “Inacabada” no entusiasma). Y para quienes se decanten por un Schubert más ligero, límpido y optimista, tienen una magnífica opción en Colin Davis con la Staatskapelle Dresden (RCA, formidable toma de sonido), aunque flaquea un poco en las dos últimas Sinfonías.