Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
sábado, 1 de junio de 2013
Discografía comparada de los Cuatro Últimos Lieder de Richard Strauss
La obra más famosa y emotiva de la última época de Richard Strauss es una colección que ni siquiera él pensó como tal: los Cuatro últimos Lieder. Fueron compuestos entre junio y septiembre de 1948, el penúltimo año de su existencia, a la edad de 85. Fueron agrupados tras su muerte y estrenados en Londres el 23 de mayo de 1950, en un orden diferente al que hoy suele aceptarse. Éste es: Frühling (Primavera), September (Septiembre), Beim Schlafengehen (Al ir a dormir) e Im Abendrot (Al ponerse el sol): los tres primeros lieder se basan en poemas de su contemporáneo Hermann Hesse, y el último en uno del romántico Joseph von Eichendorff. Último canto de cisne del gran compositor y último testamento del glorioso Romanticismo musical, estas canciones se enmarcan por completo en el desnudo y esencializado estilo postrer del autor de Salomé, que denota una infinita sabiduría y una sencillez que sólo es posible alcanzar tras sus inmensas complejidades anteriores. Belleza y emoción indisolublemente trabadas y en el grado más alto que pueda imaginarse.
Se conserva, con sonido muy precario, la grabación, en público (EMI) del estreno absoluto, encomendado a la soprano Kirsten Flagstad y a Wilhelm Furtwängler al frente de la Orquesta Philharmonia. No sólo se ha perdido el sublime postludio orquestal de la última canción; es que de intérpretes tan excelsos se espera una interpretación más inspirada. Una lástima.
Desde entonces estos Lieder se han grabado en multitud de ocasiones, pues comparten la predilección de sopranos, directores y público. No he podido hallar la grabación siguiente a la del estreno, un año posterior, a cargo de Sena Jurinac y de Fritz Busch dirigiendo la Filarmónica de Estocolmo, para el mismo sello discográfico.
Más fácil es encontrar la de Lisa Della Casa y Karl Böhm con la Filarmónica de Viena (Decca 1953). La estupenda soprano suiza era especialista en Strauss, y no digamos el gran Karl Böhm; pues bien, la interpretación de ambos es incomprensiblemente apresurada, rutinaria, anticuada y descomprometida.
Un año posterior, y para EMI, es la primera de Elisabeth Schwarzkopf, con Otto Ackermann dirigiendo la Philharmonia de Londres. Aunque la maravillosa soprano alemana se hallaba en un momento vocal áureo, la roma dirección del rumano especialista en la opereta impide que la interpretación levante el vuelo.
Por suerte, doce años después, en 1966, se produjo el milagro, y creo que no es exagerado el vocablo: lo que alcanzaron la Schwarzkopf y George Szell fue algo absolutamente irrepetible, una interpretación simplemente sublime que ha obtenido una rarísima unanimidad. No es fácil explicar en qué consistió este logro sublime, pero la escucha del mismo convence al más escéptico; después de conocerlo, todas las versiones pasan irremediablemente a medirse con ésta, para desgracia de todas ellas.
Desde 12 años antes y hasta 8 después no se realizan otras grabaciones dignas de mención de esta colección de canciones. La siguiente fue la de Gundula Janowitz y Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlín (DG 1974). Una gran versión, pero lejos de la anterior. La voz de Janowitz es muy bella; aun así, en la 1ª canción, sobre todo, no carece de estridencias en el agudo. La 2ª está admirablemente cantada y prodigiosamente dirigida; en la 3ª el violín se pasa un poco de sentimental; y en la 4ª se compagina bien lo sensual con lo espiritual en un marco de gran belleza sonora.
También de 1974 es la mucho menos lograda de Leontyne Price con la Orquesta New Philharmonia dirigida por Erich Leinsdorf, para RCA. Del año siguiente data la de Anneliese Rothenberger con la Sinfónica de Londres y André Previn (EMI), que desconozco.
Montserrat Caballé posee una voz y unas cualidades ideales para Strauss y para estas Canciones; sin embargo, su grabación, de 1978 para Erato, se resiente de la inadecuada y pedestre dirección de Alain Lombard, al frente de la Filarmónica de Estrasburgo. Una verdadera lástima, e incomprensible que no las grabase con Leonard Bernstein, con quien sí hizo para DG ese mismo año la Escena final de Salomé y cinco lieder con orquesta.
En 1983 llega, de la mano de Philips, una de las mejores versiones discográficas: la de Jessye Norman y Kurt Masur con la Orquesta Gewandhaus. La voz de la soprano norteamericana es de una belleza y suntuosidad inmensas, y parejo su arte; en la 3ª canción comienza con una contención que va dando paso a una entrega plena. La dirección de Masur coloca la orquesta en un segundo término no muy conveniente, convirtiéndose a menudo en una mera aureola de la voz; la intención de la batuta no carece de ambición trascendente; sin embargo, los tempi muy lentos que aplica llegan a no sostenerse bien en varios pasajes, cayendo en la carencia de tensión y de expresividad, como le ocurre sobre todo en la canción final.
Del mismo año 1983 es la algo decepcionante, para tratarse de quienes se trata, versión, EMI, de Lucia Popp con la Filarmónica de Londres dirigida por Klaus Tennstedt.
Tres años más tarde, en 1986, se produce otra de las grandes: la de Anna Tomowa-Sintow y Karajan, para DG.
Comienza con una cierta premura no muy conveniente, pero pronto las cosas se serenan: la 2ª canción, con una envolvente batuta, es una gloria. También lo es la 3ª, donde brilla especialmente la voz de la soprano búlgara, eximia straussiana, lo mismo que el violín solista y la batuta del mago que brilló en ese compositor como en ningún otro. La 4ª, en cambio, se resiente de un tempo algo apresurado al comienzo, tardando en alcanzarse el clima requerido.
Las dos siguientes grabaciones, de 1987 y 1989, corresponden a Felicity Lott con la Orquesta Nacional de Escocia y Neeme Järvi (Chandos) y a Arleen Auger con la Filarmónica de Viena y André Previn (Telarc); ambas, notables, tienen en común voces no especialmente suntuosas, sino mayormente inteligentes y con depurada línea de canto.
En 1991 nos encontramos con la interesante propuesta, para Decca, de Kiri Te Kanawa y Sir Georg Solti, dos destacadísimos intérpretes straussianos, que no se limitan a realizar una versión más, sino una propuesta considerablemente nueva: frente a la habitual aspiración de espiritualidad, la soprano neozelandesa y el maestro húngaro afianzan los pies en el suelo y envuelven su realización, bellísima en lo sonoro, en un clima marcadamente sensual, incluso voluptuoso. Por otra parte, aquí la orquesta cobra un gran protagonismo, hasta el punto de que la voz es casi un instrumento más de la misma.
Tres notables versiones siguen a ésa en la primera mitad de los 90: Lucia Popp, Sinfónica de Londres, Michael Tilson-Thomas (Sony 94), Cheryl Studer, Staatskapelle Dresde, Giuseppe Sinopoli (DG del mismo año) y
Barbara Hendricks, Orquesta de Filadelfia, Wolfgang Sawallisch (EMI 95).
Un año más tarde llega la que acaso sea, después de la de Schwarzkopf y Szell, la más hermosa versión discográfica de esta obra: la de Renée Fleming y Christoph Eschenbach (RCA). La soprano norteamericana posee un bellísimo timbre, una técnica colosal y un pleno conocimiento estilístico de Strauss. La despaciosa e inspirada interpretación de ambos aúna perfección vocal insuperable, con una riqueza de matices en la dinámica, la agógica y el color realmente extraordinaria, haciendo compatibles espiritualidad y un encanto sensual y decadente inexpresable. Eschenbach, sin fama de ser uno de los mayores astros de la batuta, convence más que casi todos ellos, en estrecho entendimiento, sin la menor fisura, con la voz.
Tres años después, en 1999, aparece la grabación, Deutsche Grammophon, de Karita Mattila y Claudio Abbado. Versión muy bella y bien realizada, tanto por la voz como por la orquesta, quizá le sobra un punto de decadentismo y le falta ese grado de inspiración que señala a las más grandes.
Las cuatro más recientes grabaciones corren a cargo de Deborah Voigt, la Filarmónica de Nueva York y Kurt Masur (Teldec 1999), Jane Eaglen, la Sinfónica de Londres y Donald Runnicles (Sony 2000), Soile Isokoski, Sinfónica de Radio Berlín, Marek Janowski (Ondine 2002) y Ricarda Merbeth, la Staatskapelle de Weimar y Michael Halasz (Naxos 2008). Eaglen y Merbeth son voces en exceso voluminosas para esta partitura, a las que les cuesta apianar.
La última grabación a cargo de intérpretes reputados es la de Renée Fleming con Christian Thielemann dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Múnich (Decca 2008). Con unos tempi algo más movidos que la misma soprano con Eschenbach, la interpretación queda bien lejos de aquélla: la voz ha perdido parte de su pureza y aparecen, tanto en la voz como en la batuta, cierto rebuscamientos y languideces.
(Nota: Quiero dejar bien claro que estas discografías, como ya dije procedentes de mis programas en Radio Clásica “Versiones comparadas”, no son ni pretenden ser exhaustivas. Así que no viene muy a cuento la queja poco amable de un lector señalándome que había escamoteado la versión dirigida por Dennis Russell Davies de todas las Sinfonías de Haydn).
Muchas Gracias por su blog. Aprendo cada día de este mundo fascinante de la musuca.
ResponderEliminarGracias por tan exhaustivo estudio. Estoy de acuerdo con todo y no puede decirse de mejor forma.
ResponderEliminarEn cuanto a algunas versiones comentadas de pasada, decirte que la versión de Anneliese Rothenberger no aporta nada nuevo y además la voz de la soprano es demasiado "acida" para este tipo de repertorio aunque se aplica con corrección pese a no disponer de los graves adecuados, no así los agudos que suenan cristalinos y diáfanos.
Sena Jurinac y Fritz Busch ofrecen una buena interpretación de la obra lastrada por un sonido deficiente y algunos desajustes orquestales. A la soprano le falta un poco más de vaporosidad aunque su timbre aniñado parece convenir a las canciones.
Solo he echado de menos la primera versión de Kiri te Kanawa para la CBS dirigida por Andrew Davis en 1979. La soprano está en plenitud de sus facultades y pese a que no está todo lo centrada idiomáticamente que sería deseable creo que es una versión digna, bien dirigida, un punto acaramelada aunque a la vez sensual y perjudicada por el típico sonido reverberante de las grabaciones CBS. Quizá será la nostalgia de haber sido la primera versión que yo escuché de la obra y que sigue acompañándome hasta hoy.
Caballé.... que pena, en que estaría pensando Bernstein para no grabarla.
De nuevo gracias y un cordial saludo
http://vierletztelieder.com
ResponderEliminarMe da que Bernstein, como tantos otros grandes maestros (Solti, por ejemplo), acabó hasta las narices de la Caballé. Quería dirigir ella. De ahí que grabara mucho con maestros de tercera.
ResponderEliminarHombre, los grandes divos suelen tender a mandar ellos por encima de los directores, pero no creo que Bernstein, Solti y otros grandes que contaron con Caballé se hartaran de ella; incluso le pararon los pies. Muti y Colin Davis, que yo recuerde ahora, hablaron maravillas de sus colaboraciones con ella. Tienes además a Barbirolli, Giulini, Karajan, Abbado, Mehta, Patanè, Bartoletti y otros directores importantes que contaron con ella.
ResponderEliminarEn el caso concreto de La Bohème de Solti, el maestro húngaro impuso su criterio frente no solo al de Caballé, sino también de Domingo y de Milnes, que se quejaron de que no estaban de acuerdo con él. Pero los resultaron dejan bien claro quien llevaba la razón era el que empuñaba la batuta. Solti sacó de ellos lo mejor de lo mejor.
Repito la última frase, defectuosa: Pero los resultados de la grabación dejan bien claro que quien llevaba la razón era Solti, que sacó de ellos lo mejor de lo mejor.
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