Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
miércoles, 30 de abril de 2014
“El ocaso de los dioses” de Barenboim en La Scala
Llega a su término la publicación de los DVDs y Blu-rays (Arthaus) de la magna obra wagneriana, una de las creaciones artísticas más geniales de la historia. La dificultad para lograr una interpretación en la que todo esté a la altura deseada es tremenda: son muchos los factores que intervienen y es casi imposible que todo salga a pedir de boca. La vez en que más cerca se ha estado de ello es, en mi opinión, en la famosa grabación Decca (de audio solamente) de Solti, con la Filarmónica de Viena y un elenco asombroso. En DVD/Blu-ray, la anterior grabación de Barenboim/Kupfer en Bayreuth alcanzó unos niveles también altísimos, sin prácticamente ningún elemento decepcionante. No puede decirse lo mismo de esta jornada final en La Scala de junio de 2013.
El talón de Aquiles ha estado, para mí, en el intérprete de Sigfrido, Lance Ryan (el mismo en la ópera anterior y en ambas óperas de la versión de Mehta en Valencia). El tenor canadiense que tiene en su haber innumerables encarnaciones en vivo de este papel, que se conoce de maravilla y que ha pulido con el tiempo en los aspectos interpretativos, está mostrando ya signos de cansancio vocal; no porque no llegue al final en baja forma, no, sino porque la voz acusa ya un trémolo considerable y el timbre se afea, como volviéndose de un color más claro, menos baritonal (problema que no es, ni mucho menos, la primera vez que acusamos en otros tenores wagnerianos). Lo cierto es que en esta función o funciones queda lejos de ser satisfactorio, máxime recordando a los mejores (o menos defectuosos) Sigfridos de las últimas décadas, desde Windgassen a Jerusalem. (Es, quizá una lástima, que no haya podido estar en su lugar Andreas Schager, tenor que en el Acto II de Tristán con Barenboim en Sevilla estuvo fulgurante, y, según las críticas, también en El Anillo que Barenboim dirigió el año pasado en los “Proms”).
Cuando leí que la intérprete de Brunilda de esta versión no era Nina Stemme me llevé un buen disgusto: la sueca se había convertido en mi Brünnhilde favorita de todos los tiempos. Pues bien, con asombro he descubierto que Irene Theorin (cuya Elektra no me había entusiasmado) es otra soprano dramática sensacional. También sueca, está dotada de una voz magnífica, brillante (agudos que pueden recordar a la Nilsson por su potencia y su fulgor), de una técnica extraordinaria que le permite apianar admirablemente y en una intérprete con una autoridad y aplomo impresionantes: habría que retrotraerse a no sé cuándo para hallar dos Brunildas simultáneas tan fabulosas: ni siquiera a Flagstad y Varnay, porque creo que la mejor época de aquélla ya había pasado cuando ésta llegó a ser grande en ese papel.
Estupendos Gerd Grochowski como Gunther (algo superior a Bodo Brinkmann en Bayreuth), Johannes Martin Kränzle como Alberich, y soberbias tanto las tres Nornas (Margarita Nekrasova, Waltraud Meier y Anna Samuil) como las tres Hijas del Rin (Aga Mikolaj, Maria Gortsevskaya y Anna Lapkvoskaya). En cuanto a Waltraud Meier como Waltraute, repite interpretación estratosférica aunque su voz haya perdido algo en cuanto a pureza (no en seguridad): la verdad, no la cambio por nadie.
Como Gutrune, Anna Samuil me ha decepcionado un poco, concretamente porque la voz se le ha vuelto algo estridente en la zona medio-alta. Y en cuanto a Mikhail Petrenko, este joven posee una voz excepcional, grande y bien timbrada de bajo cantante (puede que más adelante llegue a ser un bajo-bajo), pero, a decir verdad, carece pese a sus buenas intenciones del carácter exigible al torvo y pavoroso Hagen; tras compararlo con Salminen (Mehta) se da uno cuenta de lo que es la corrección frente a, no ya la excelencia, sino a la genialidad.
La dirección musical ahonda en la nueva senda que parece haber emprendido Barenboim (aunque no siempre), de mayor cantabilidad, dulzura y lirismo (cada vez más a menudo nos trae a la mente a Giulini), pero no por ello ha perdido rudeza y violencia, para mí imprescindibles en muchos momentos del Anillo. Su sentido del color orquestal para conseguir atmósferas y estados emocionales es asombrosa, como asombroso es el partido que obtiene de una orquesta de escasa tradición wagneriana, que en muchos pasajes suena muy alemana. Como ya he dicho en otras ocasiones, parece que se aprovecha de las cualidades innatas de la misma para cantar de modo memorable y lograr una luminosidad excepcional.
Probablemente la cualidad que más llama la atención es la apabullante claridad instrumental y el trabajo exhaustivo en el análisis de los leitmotive: a estas alturas, nadie, ni siquiera Knappertsbusch o Solti han llegado tan lejos en la exposición y explicación de este intrincadísimo entramado motívico. Se oyen muchas cosas nuevas, no oídas antes. (Opinión para la polémica: a Thielemann le faltan muchos años para lograr esto, si es que lo logra alguna vez). La sublime conclusión de la obra alcanza en manos del Barenboim de 2013 una belleza y una intensidad expresiva que ni siquiera Kna o Solti lograron. Meritoria labor del Coro milanés; es decir, muy por debajo de la impresionante prestación del Coro de Bayreuth. O sea que, en conjunto, musicalmente, esta versión no tiene el nivel tan equilibrado y tan sostenidamente alto de cantantes como la versión bayreuthiana dirigida escénicamente por Harry Kupfer. Eso sí, suena y se ve un poquito mejor aún.
De la escena de Guy Cassiers sólo diré que, para mí, sintoniza casi siempre en longitud de onda con la música, pero hay cosas en ella que no entiendo. Tampoco esto me importa en exceso, la verdad; máxime desde que algunos amigos me hacen saber que tal puesta en escena que a mí me gusta no vale un pimiento; y que sí son buenas algunas que a mí no me convencen. En fin...
Tengo el DVD y estoy bastante de acuerdo con su crítica. Pero me ha defraudado algo la Marcha fúnebre; me gustaron mucho más las que había grabado Barenboim con la Orquesta de París y con la Chicago Symphony. Miguel.
ResponderEliminarSí, Miguel, lleva usted razón. Debí haber señalado esa carencia. De las Marchas fúnebres del Ocaso grabadas por Barenboim, me gustan, de menos a más, la de París, la de Bayreuth, la de la Filarmónica de Berlín en El Escorial y la de Chicago. Estas dos últimas me parecen sensacionales.
EliminarHe vuelto a verme y escucharme El ocaso entero. ¡vaya obra!. Si es verdad que la Marcha fúnebre no cumple mis expectativas, justo es decir que el Amanecer y Viaje de Sigfrido por el Rhin son, en cambio, sensacionales, una maravilla. Miguel.
ResponderEliminarÉsas o (ésa) páginas orquestales siempre se le han dado especialmente bien a Barenboim, en todas las grabaciones y ocasiones en que se las he escuchado. Y aquí, de nuevo. ¡Y vaya actuación orquestal, trompa solista incluida!
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