El viernes 5 de febrero tuvo lugar en el Auditorio Nacional
un concierto de Ibermúsica a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de
Washington D.C. dirigida por su titular, Christoph Eschenbach. El día anterior
habían ofrecido otro (con Phaeton de
Rouse, la Sinfonía "Inacabada"
de Schubert y la Primera de Brahms)
al que no pude asistir, así que comentaré solo el segundo de ellos. Tengo en
gran aprecio a Eschenbach, que fue en sus comienzos un pianista notable y que
en su madurez se ha revelado como un director de calibre mucho mayor. Ayer, sin
embargo, me decepcionó un tanto. Por lo pronto, la Orquesta de Washington no
está entre las grandes (¡qué descenso desde sus anteriores destinos como
titular en las Orquestas de Filadelfia y París!); la cuerda es francamente
buena, pero el viento (está visto que este grupo es más peliagudo, pues
escasean las orquestas en las que es excepcional) no tanto, con palpables
irregularidades. Ayer me gustaron mucho la concertino, el timbalero, la solista
de oboe o el solista de trompa (no tanto el grupo), y me defraudó el flauta
principal. El conjunto es brillante, pero no todos los músicos son precisamente
muy finos. Creo que, a juzgar por el referido concierto, hay al menos tres
decenas de conjuntos sinfónicos superiores.
Y ayer Eschenbach no acertó con la Obertura de Tannhäuser, sometida a cambios de tempo algo forzados y sin la debida
elocuencia, fuego y grandeza, sobre todo en la algo apagada coda. El Concierto para violonchelo de Dvorák
contó con el cellista alemán Daniel Müller-Schott, de musicalidad indudable,
buena técnica y sonido noble pero no muy rico en su paleta. Su prestación fue,
en mi opinión, notable, ya que no excpecional. Lo que me descolocó fue
comprobar cómo se elevaba hasta la estratosfera en la propina que ofreció, la
preciosa y emocionante Oración (creo
que de From Jewish Life, 1924) de
Ernest Bloch, tocada al parecer en memoria de la madre del cellista, recientemente
fallecida. Pero en el Concierto de
Dvorák Eschenbach tampoco estuvo muy centrado: volvió a tirar y a aflojar bastante,
y no siempre con sutileza, en los tempi
y, extrañamente, en los diálogos con el solista apenas moduló la dinámica:
todos los acompañamientos sonaban en forte,
nunca en otras dinámicas más moderadas, hasta ocultar en muchos momentos al
cello: ¿en búsqueda a toda costa de la claridad? No, no es esa la solución. Se
produjeron, además, no pocos desencuentros en los diálogos entre el cello y
solistas orquestales.
Lo mejor fue, sin duda, el Cuarteto op. 25 de Brahms (para piano y cuerda) en la orquestación
de Schoenberg. Aunque volvieron a producirse varios desajustes -parece que
Eschenbach es más músico que director- el enfoque me pareció
admirable, y el tercer movimiento fue sensacional, con la sección central, Animato, muy encrespada. En el final, Rondo alla zingarese, hizo todo lo
posible por mostrar su parentesco con varias de las Danzas húngaras del hamburgués, e incluso con algunas Eslavas de Dvorák. Fenomenal, con la
orquesta dando lo mejor de sí, la Danza
de los comediantes de La novia
vendida de Smetana ofrecida como propina... ¡a la una de la madrugada! (En
el intermedio del concierto recibí una trista noticia: la de la muerte, ayer
mismo, de Carlos Gómez Amat).
Hola, Ángel:
ResponderEliminarHablando de directores germanos y repertorio checo, quepa señalar que la mayor contribución discográfica del controvertido Manfred Honeck haya sido su registro del espectacular "Poema de Gilgamesh" de Martinu para Supraphon.
Saludos cordiales.