Harnoncourt/Flimm
Aprovechando el tirón del gran renombre actual de Jonas
Kaufmann -y supongo que también debido a la reciente muerte de Nikolaus
Harnoncourt- Arthaus reedita la versión de Fidelio
filmada el año 2004 en la Ópera de Zúrich. Y pocos días después se suma Sony
publicando la versión del Festival de Salzburgo de agosto de 2015, con, por
supuesto, el mismo intérprete de Florestan. Ambas interpretaciones permiten
comprobar la evolución del gran tenor alemán en los once años que las separan.
Escuchándolo en 2004 no había que ser un lince para darse cuenta de que este
hombre podía hacer, haría una magnífica carrera: entonces la voz era bastante
más lírica y más clara que ahora, pero la musicalidad, el buen gusto y la
espléndida línea de canto estaban ya allí. Ahora la voz más oscura y algo más potente
son más adecuadas, y además ha aumentado también su fuerza expresiva. Como no
parece haber perdido seguridad arriba (aunque sí requiere más esfuerzo), hay
que concluir que ahora está mejor (aún) que antes. Y que, con seguridad, es el
mejor Florestan actual y uno de los mejores de que hay constancia.
En la primera versión llama ante todo la atención, choca, la
irregular dirección de Harnoncourt: ya en la obertura, seca y cortante y con un
timbal que no empasta en absoluto sino que martiriza los oídos. Luego, el aria
de Marzelline sufre con sus bruscos e injustificados tirones de tempo; en el trío y en el dúo
Pizarro/Rocco hay frases de la orquesta que ligadas suenan gangosas. Mientras
el divino cuarteto está muy bien dirigido y sentido, la marcha, muy rápida,
resulta más vulgar de lo que suele. La rebelde, colérica introducción del aria
de Leonore, "Abscheulicher!", suena decaída. El excelso coro de
presos (cada uno lleva de ellos un enorme número pintado en la frente) carece
de arrobo y espiritualidad, y en el número final del Acto I la batuta no evita
ciertas borrosidades, al borde del desajuste. La genial introducción del Acto
II pasa con más pena que gloria, amortiguando los asombrosos hallazgos de
Beethoven. Al final de "Rocco, der Minister ist angekommen", se
produce un acelerón forzado y descontrolado, con el timbal de nuevo fuera de
madre. El ardiente dúo de reencuentro de los esposos está hecho con absurda y
desesperante lentitud y falta de entusiasmo (coherente con este enfoque, el
director de escena, Jürgen Flimm, hace una más de las suyas: Leonore exclama
"¡Al fin te tengo en mis brazos!". Pero nada de eso: los amantes se
hayan alejados y como aburridos). Número conclusivo con tendencia a la
marcialidad. Genio y figura: Harnoncourt tenía que diferenciarse de los demás,
si no ¿dónde estaba la aportación de
un músico tan renovador e inconformista como él? Que vinieran o no a cuento
esas diferencias es lo de menos...
El tenor que encarna a Jaquino, Christoph Strehl, es bueno,
aunque su personaje no tiene ni pies ni cabeza (cosas del director escénico,
claro): apunta con un rifle a Rocco cuando este se excusa ante Pizarro por
haber sacado a los presos a tomar el aire, más tarde vuelve a apuntar a más de
uno cuando baja Pizarro a asesinar a Florestan. Y en la escena final Pizarro
intenta escapar ¡estando completamente rodeado por todos! Jaquino le apunta y
por fin ¡dispara! Marzelline intenta luego suicidarse (¡no es para tanto,
muchacha!, habría que decirle), pero Jaquino se lo impide. Antes, Leonore
retira las cadenas que arrastra Florestan: pero lo que de verdad pasa es que le
corta con una navaja un fino cordelito que une sus manos. Etcétera, etcétera.
¡Y eso que Flimm está considerado entre los régisseurs
serios!
Volviendo a los cantantes, Marzelline está a cargo de una
soprano muy justita (y muy mala actriz), Elizabeth Rae Magnuson, pero para mí
el mayor error del reparto es el Don Pizarro de Alfred Muff, voz insuficiente y
cantante tosco que quiere meter miedo sobreactuando con la voz y los gestos.
Tampoco László Pólgár, el gran Barbazul bartokiano, está a pedir de boca: no es
el bajo-bajo que pide Rocco, y tiene además problemas al apianar. Solo los dos
protagonistas convencen, pues, además de Kaufmann, la Leonore de Camilla
Nylund, algo lírica y que podría ser algo más expresiva, posee una voz de gran
belleza y canta con enorme gusto. El DVD se ve y se oye según el estándar de
esos años, y tiene subtítulos en castellano.
Welser-Möst/Guth
A diferencia de Harnoncourt, Franz Welser-Möst no parece tener
intención de destacar o llamar la atención con sus aportaciones; pero no pasa de la (casi) corrección, y nunca levanta
el vuelo (se precisa un gran director para que esto ocurra). La obertura es
gris, sosa y la Filarmónica de Viena no está a su altura habitual; por suerte,
más adelante se afianza hasta lucirse, si bien vuelve a estar como envarada en
la Leonora III que Welser inserta
entre los dos cuadros del Acto II. Pero en varios de los momentos más inspirados
de Beethoven se notan las insuficiencias de la batuta: en un insulso coro de
presos o en las apagadas introducciones al aria de Leonore y del Acto II.
Punto y aparte es la escena de Claus Guth: el escenario es
único, dos grandes paredes formando ángulo. El centro del escenario lo ocupa en
todo momento, salvo en la escena final, un enorme paralelepípedo rectángulo de
color negro, del que salen y al que entran muchas veces los personajes. Leonore
y Pizarro tienen sus respectivas sombras:
dos actores que casi siempre interactúan con ellos; otras veces aparecen solos.
Personaje y sombra se hablan por señas y a menudo caen en lo ridículo (yo diría
que el dobla al tirano cae siempre).
Más hallazgos del director escénico: entre cada uno de los números, espacios en
los que se han suprimido las partes habladas, se oyen rugidos o zumbidos durante
poco menos o poco más de medio minuto. Y en el cuadro final el coro -los presos
y sus familiares- no se deja ver en ningún momento, Florestan pierde y recupera
varias veces la razón, hasta caer muerto en el último momento (¿no soporta la
libertad y la felicidadrecobrada?). Creo que la falta de sintonía entre lo que
suena y lo que se ve es casi sin cesar palpable, con lo que el director de
escena no sirve en absoluto a Beethoven, sino que se aprovecha de una historia -muy ingenua, sí, pero hermosa y
realzada por una música con muchos episodios sublimes- para desplegar su
irrefrenable creatividad.
En cuanto a los cantantes, Adrianne Pieczonka posee una voz
demasiado potente y algo destemplada e ingobernable, que a menudo tapa a sus
colegas, sean uno, varios o muchos a la vez. Tras una salida un poco tremolante,
Hans-Peter König luce como Rocco una hermosa y noble voz de bajo y un canto
impecable. Muy flojo, en cambio, el Pizarro de Tomasz Konieczny, tan
insuficiente, mal cantado, poco creíble y sobreactuado como en el Jack Rance de
La fanciulla del West, también con
Welser-Möst. Buenos la pareja Zerlina/Jaquino, a cargo de Olga Bezsmertna y
Norbert Ernst, y algo justo y escaso en autoridad y nobleza el ministro Don
Fernando de Sebastian Holecek.
Ni el sonido ni la imagen pasan del aprobado. Y me pregunto
para qué quiere tanta gente esos grandes televisores, en los que la mayoría de
las óperas en DVD se ven peor que las cadenas de televisión digital. Esta
versión se publica también en Blu-ray, pero en este caso, por la
interpretación, no tengo mayor interés en este soporte de superior calidad.
Esta vez Sony se ha dignado poner subtítulos en español, lo que no ha hecho en
otras óperas bastante más vendibles (Nabucco,
Don Carlo, Gianni Schicchi...) No hay quien les entienda. Seguimos sin una
versión Fidelio en imágenes que sea
muy buena y que se vea y se oiga muy bien.
Hola, Ángel:
ResponderEliminarEl finado Harnoncourt fue muy germánico en sus gustos, lo que le llevó a apenas dirigir a Rameau, Gluck o Berlioz. Por cierto, poquísimo espacio en tu blog para Lully, Charpentier, Couperin o Marais... Espero que no te desagraden.
Saludos cordiales.
Yo veo a Gluck en la órbita germana, mucho más que en la francesa o la italiana.
ResponderEliminarEsos compositores que citas no es que me desagraden, pero no me considero con bagaje suficiente para tratar sobre ellos. Palestrina, Victoria, Lassus y Monteverdi me parecen muy superiores a esos cuatro franceses y tampoco me considero preparado para tratarlos.