Britten, Schubert, Beethoven
La famosa Academy of St Martin in the Fields sigue siendo
una de las mejores orquestas de cámara del mundo. Pero últimamente tiene como
director titular a una batuta tan dudosa como la del violinista Joshua Bell. Ayer
el pianista Murray Perahia ha hecho bueno a Bell como director, con una Sinfonía Inacabada de Schubert
sencillamente lamentable, casi penosa. ¿No se había dado cuenta, nadie le ha hecho
saber al pianista neoyorkino que se trata de una de las composiciones más
comprometidas de interpretar de la historia de la música? Ríanse de las
complicadísimas sinfonías de Mahler o de Shostakovich. Es la sublime
composición schubertiana una de esas partituras con las que se han topado -quiero decir que de algún
modo se les ha resistido- varios de
los mayores directores de orquesta.
De entrada, no es la mejor idea situar frente a todo el
viento prescrito (incluyendo tres trombones) una cuerda escasa: ocho más ocho
violines, cinco violas, cuatro cellos y tres contrabajos. Y, sobre todo, no
controlar las dinámicas de unos con respecto a otros, sino dejarlos tocar a su
aire, todos tirando a fuerte: el desequilibrio estaba servido. Añádase a ello
un timbalero descontrolado (esto está ocurriendo bastante últimamente), que a
veces atacaba como un cafre (el timbal más pequeño de los tres nunca dejó de
sonar mal y demasiado) ante la completa indiferencia del director, quien además
parece carecer de sentido estructural, de sentido de la progresión dramática, del
manejo de las tensiones, de enlazar con coherencia las transiciones... Resulta
desolador comprobar que tras esa pobre ejecución -ni rastro de interpretación-
buena parte del público aplauda con calor (¿será porque reconocen la obra y en
el fondo se aplauden por ello a sí mismos?) ¡Años y años yendo a conciertos y
se han enterado de bien poco!
Dudo que sin director hubiera resultado tan decepcionante,
pues antes habían tocado sin él las Variaciones
sobre un tema de Frank Bridge de Britten: salvo algún desajuste en la fuga
y algún envaramiento y falta de flexibilidad agógica, sobre todo en el Vals
vienés, la ejecución de las cuerdas de la Academy, lideradas desde el primer
violín por Tomo Keller, fue magnífica.
En la segunda parte, Perahia tocó y dirigió -esto último es
un decir- el Cuarto Concierto de
Beethoven. Lo previsible: tempo expeditivo,
orquesta autómata, y en el piano puro trámite, entrega frecuente al virtuosismo
vacío, gama dinámica muy estrecha, de vez en cuando una frase bonita (para que
no se nos olvide que ha sido a veces un artista) y efectismo barato con una loca
stretta en la coda. Ni rastro de la
maravillosa poesía que envuelve este Concierto, acaso el más hermoso de la
historia en su género.
Este ha sido el último concierto de la serie Arriaga en la
temporada 2015-16 de Ibermúsica; en el primero de la próxima, que esta vez es
el 26 de este mes de junio, volverá a sonar este Op. 58 beethoveniano. Espero, estoy seguro de que Javier Perianes,
la Filarmónica de Viena (es su debut con ella) y Andrés Orozco Estrada nos
desagraviarán.
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