Programa monográfico Richard Strauss
Ayer, 17 de mayo, y anteayer
visitó Ibermúsica la justamente famosa Staatskapelle de Dresde con su director
titular, Christian Thielemann. Al concierto del día 16 no pude acudir porque
los martes por la tarde imparto cursos de Iniciación a la música clásica y
Ópera en la UPA de Alcobendas. Ese día habían interpretado el Preludio de Pelléas et Mélisande de Fauré, el Concierto en Sol de Ravel con Daniil
Trifonov y Pelleas und Melisande de
Schoenberg, una obra que Thielemann dirigió en 2009 con la Filarmónica de
Berlín de forma magistral. En cualquier caso, no sé si funciona muy bien detrás de Fauré y Ravel (?). Tampoco el programa
de ayer, con dos obras capitales -los Cuatro
últimos Lieder y la Sinfonía Alpina
de Richard Strauss- me parece muy acertado, por una simple razón: para mí no
debe escucharse nada a continuación de esos sublimes Lieder. Pero claro, intercambiar el orden entre ambas partituras
también habría resultado raro...
Renée Fleming (58 años) ya
comienza su declive vocal, pero su técnica extraordinaria y su arte se
mantienen. Aun así, el brillo de su voz, que ha sido maravilloso, ha perdido
pulimento, y también algo de presencia en el registro grave. Tras una primera
canción, Frühling, en la que no
estuvo siempre segura, remontó claramente hasta el final. Solo me digustó algo
una cierta sofisticación excesiva, un cierto amaneramiento típico de muchos
cantantes cuando la voz empieza a flaquearles, merma que intentan suplir con
algún tipo de sobreactuación. La dirección fue atenta y correcta, sin alzar del
todo el vuelo (por cierto, corrigió en varios momentos con gesto innecesariamente
brusco un volumen excesivo de algunos grupos). Magnífico el solo de violín de Beim Schlafengehen. De todos modos, la
interpretación de ayer fue pálido reflejo de la excelsa que realizasen en
Fleming y Eschenbach (RCA 1996), acaso la más bella y espiritual de la
discografía tras la justamente mítica de Schwarzkopf y Szell (EMI 1965).
La Sinfonía Alpina, uno de los caballos de batalla de Thielemann (y
una de las grabaciones más destacadas de su discografía: Filarmónica de Viena,
DG 2001), ayer fue puesta en sonidos de modo admirable, gracias en primer lugar
a una orquesta sensacional, de sonido alemán cien por cien, de una belleza
sonora fuera de lo común y de una gran perfección (algunos fallos aislados de
esta o aquella trompa no tuvieron la menor importancia). Sin embargo, con una
duración idéntica (53') a la de su disco, en mi opinión apenas ahondó en el
trasfondo de esta música tan extraordinaria por su cascarón (¡qué
orquestación!) como por su trascendencia digamos filosófica. Faltó sin duda
algo de inspiración, eso que hace que ciertos directores la eleven hasta las
cumbres (nunca mejor dicho). La introducción (Noche) no logró el misterio debido y tras la Tempestad (algo confusa y un poco demasiado ruidosa la percusión,
sobre todo la lámina de truenos), el maravilloso tramo final (Puesta del sol, Epílogo, Noche) sonó con
una belleza turbadora (¡qué excelsas cuerdas!), pero de nuevo sin trascender
del todo, eso tan difícil de lograr. Tal vez alguien debería haberle dicho a
Thielemann que el 18 de febrero de 2014 Lorin Maazel hizo allí mismo en el
Auditorio Nacional, también para Ibermúsica, una interpretación decididamente
genial de esta misma obra (con una orquesta solo ligeramente inferior, la
Filarmónica de Múnich), y el alemán hubiese podido programar otra. Éxito
enorme.
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