sábado, 1 de diciembre de 2018

Leonard Bernstein pianista


Sony ha lanzado un precioso álbum de 11 CDs con todas sus grabaciones de Leonard Bernstein tocando el piano. Es una pena que Sony no haya acordado con Universal (Deutsche Grammophon y Decca) reunir las pocas grabaciones que este úlimo grupo tiene de Bernstein como pianista, para haber realizado una integral absolutamente completa, con cuanto se conserva de este intérprete, uno de los más grandes y creativos de la segunda mitad del siglo XX. Pero bueno, lo que CBS/Sony posee es la mayor parte. No fue Bernstein -como también le ocurre a Solti- un virtuoso del piano, pero el enorme músico se impone frente a esta limitación: no se les ocurrió ni a uno ni al otro, que yo sepa, tocar la Sonata en Si menor de Liszt o el Tercer Concierto de Rachmaninov; ni falta que les hizo... 

Pero el piano debió de seguir siendo para Bernstein una tentación irresistible incluso cuando ya era un director mundialmente famoso. Si en 1943 debutó dirigiendo la Filarmónica de Nueva York por enfermedad de Bruno Walter, su primera grabación como pianista se remonta a 1946: el Concierto en Sol de Ravel -también dirigiendo- con una orquesta con la que no volvería a grabar: la aún jovencísima pero ya soberbia Philharmonia. Una versión que hoy no es comparable a las más grandes, pero que revela ya a un gran músico -más como solista que a la batuta, curiosamente-. También es curioso que en su segunda grabación de esta obra, de 1958, no mejoren los resultados, porque además la Orquesta Sinfónica Columbia tuvo una actuación muy desafortunada (hoy no pasaría, ni de lejos, la ITV). Hay una tercera toma, en público, de 1971, editada por D.G., con la Filarmónica de Viena -siempre en ambas funciones al teclado y dirigiendo- que es claramente la mejor de las tres. Lástima, insisto, que no la hayan incluido aquí, como también ocurre con su Rhapsody in blue (Filarmónica de Los Angeles) y sus Tres Preludios de Gershwin para D.G., y no digamos su maravilloso Concierto No. 15 de Mozart con la Filarmónica de Viena para Decca. En fin... Del genio de Salzburgo aparecen en este álbum otro No. 15, K 450 y un No. 17, K 453 de 1956, con la Sinfónica Columbia, espléndidos pero claramente inferiores a ese de 15 (1967) de Decca. Y también hay otro disco que agrupa el No. 25, K 503, con la Filarmónica de Israel en público (1974), algo decepcionante, con el de 3 pianos, K 242, junto a Arthur Gold y Robert Fizdale (Filarmónica de Nueva York, 1968), este mucho más entonado. Más conciertos: el Primero de Beethoven con Nueva York (1963), de orquesta demasiado nutrida, un tanto altisonante aunque con momentos excelsos y que incluye la cadencia larga (larguísima) de Beethoven, yo creo que inconveniente y desproporcionada. El Segundo de Shostakovich -obra en mi opinión de muy escaso valor, que pretende hacer pasar por sarcasmo una inocultable vulgaridad- con Nueva York (1959), es una interpretación sin duda excelente. La Rhapsody in blue (1959, Sinfónica Columbia), hecha muy a lo grande como la de Los Angeles (1982), es de todos modos, al igual que esa, muy seductora. 

Para piano solo se incluyen los 7 Anniversaries y Aferthought del propio Bernstein y la Sonata de Copland registrados en 1947 y que, aparentemente, son interpretaciones ejemplares. El disco añade dos piezas vocales con piano: Dusty Sun de Marc Blitzstein con el barítono Walter Scheff y el miniciclo de canciones del propio Bernstein I hate Music! con la espléndida mezzo Blanche Thebom (Brangäne en la grabación de Tristán con Furtwängler), de 1949. Una experiencia muy gratificante y divertida escuchar esta recreación. Me parece que es en esta faceta de acompañante de voces en canciones y lieder donde más brilla el arte del pianista Bernstein: en Des Knaben Wunderhorn (1968) de Mahler es el piano lo que más me gusta, más que el arte indudable de Christa Ludwig, cuya voz por cierto muestra aquí ya prematuros signos de su pérdida de esmalte; en cuanto a su entonces esposo, el barítono-bajo Walter Berry, excelente en ópera y oratorio, deja aquí bien claro que el lied no es lo suyo. Grabados también en 1968 y del mismo autor, los Lieder und Gesänge aus der Jugendzeit, los Lieder eines fahrenden Gesellen y 4 de los 5 Rückert-Lieder junto al genial Dietrich Fischer-Dieskau son en mi opinión, y de lejos, la mayor maravilla de este álbum. No solo Dieskau se muestra en absoluta plenitud vocal y artística, sino que la intervención de Bernstein ¡está a su nivel! Lástima que falte el lied Liebst du um Schönheit (Si me mas por mi belleza), que el barítono berlinés solo grabó diez años más tarde (a causa, evidentemente, del título de la canción), con Barenboim para EMI: pero ni la voz ni el piano estuvieron en los otros 4 lieder a aquella altura estratosférica de 1968. De las versiones con piano de los Rückert esta es, a distancia, la más extraordinaria: y con orquesta solo se le puede comparar la sublime de Baker/Barbirolli.

Hay también un doble CD de recitales con la mezzosoprano Jennie Tourel, que había sido una gran cantante -y se le nota-, pero en la mayoría de estas tomas, casi todas en público, la cantante norteamericana nacida en San Petersburgo (1900) contaba ya 69 años y la voz había perdido, lógicamente, su atractivo, sonando forzada y chillona. Así que escucharle el Liederkreis op.39 de Schumann o canciones de Strauss, de Duparc, Debussy, Satie, Liszt o Poulenc y dos arias de Offenbach se hace a menudo cuesta arriba. Está mejor en las de sus compatriotas Tchaikovsky y Rachmaninov, y no digamos en las tres colecciones grabadas antes, cuando su voz estaba en mucho mejor estado: I hate Music!, La bonne cuisine (1960) y, mejor aún, en los Cantos y danzas de la muerte de Mussorgsky (1950). En todas estas composiciones brilla el talento, siempre muy implicado, profundo o gracioso y despreocupado, de Bernstein. En cuanto al programa Brahms grabado en público en Viena el año 1972 junto a Christa Ludwig, la gran mezzo berlinesa se halla visiblemente incómoda en los tirantes Zigeunerlieder, mientras que en los diez lieder sueltos puede desplegar mucho mejor su gran arte. Como el de Bernstein, magnífico partenaire en este recital, solo en algún caso un poco excesivo (un rasgo de su carácter que volveríamos a encontrar, por suerte solo aisladamente, en su posterior carrera directorial). Finalmente, aunque sus intenciones están inmejorablemente encaminadas, no termina de entusiasmar en ninguna de las dos bellísimas obras de cámara que grabó: el Primer Cuarteto para piano y cuerdas (K 478) de Mozart y en el Quinteto con piano, op. 44, de Schumann, de 1965 y 1964 respectivamente. Creo que en buena parte a causa de que sus compañeros de aventura, el Cuarteto Juilliard, son mucho menos buenos de lo que muchos críticos han sostenido durante años y años; por suerte, parece que últimamente se les ha puesto más en su sitio. La caja contiene bonitas fundas estrechitas de los discos, reproduciendo las portadas de los LPs originales, y un cuidado libretillo de 40 páginas. Los reprocesados de las tomas originales han mejorado ostensiblemente el sonido en las grabaciones que yo conocía, que no son todas.

2 comentarios:

  1. Hola, Ángel:

    En este repertorio habría que recordar la labor del austríaco Walter Klien, aunque no seas muy del cuarteto Amadeus.

    https://en.wikipedia.org/wiki/Walter_Klien

    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿En qué repertorio? Pero bueno, Walter Klien me parece un pianista muy estimable. Ahora bien, no es que no sea muy del Cuarteto Amadeus, es que es muy evidente que ese grupo ha quedado, en la inmensa mayoría de sus grabaciones, muy, muy sobrepasado, y que casi siempre suena muy antiguo. Especialmente (porque hay más) a un cuarteto coetáneo suyo no le ocurre eso en absoluto: el Cuarteto Italiano. ¡Ni color!

      Eliminar