Piano, orquesta y piano y orquesta
El sello discográfico que le viene siendo
fiel al pianista onubense, Harmonia Mundi, acaba de publicar un CD (de generosa
duración: más de 81’) dedicado a Maurice Ravel en el, que por una vez y sin que
sirva de precedente, el título tiene mucha justificación: Jeux de miroirs,
Juegos de espejos. Un disco de programa tan inteligente como interesante,
que repite una misma obra, la Alborada del gracioso (cuarta pieza de las
cinco de Miroirs) y Le tombeau de Couperin, en las versiones
pianísticas y orquestales, estas últimas del propio compositor. Lo más
llamativo de la escucha de este disco, que suena maravillosamente (¡Estudios
Teldex, cómo no!) es constatar la incesante subida hacia el Olimpo de Perianes,
que sigue sumando compositores con los que se entiende a las mil maravillas.
Como ya lo he escrito más de una vez podría -pero no debería- perder fuerza lo
que voy a decir: ¡es uno de sus mejores discos! ¿Acaso el mejor? Quizá no sea
una exageración, porque en las dos obras para piano solo Perianes se eleva por
encima de todos los colegas suyos a los que lo he comparado: desde Robert
Casadesus a Jean-Yves Thibaudet, pasando por Monique Haas, Pascal Rogé, Werner
Haas, Jean-Philippe Collard o Louis Lortie, reconocidos intérpretes todos ellos
del compositor francés.
Pero vayamos por partes, siguiendo el
programa del disco: en la versión de la Alborada del gracioso, Josep
Pons y la Orquesta de París ofrecen una versión de libro, irreprochable, de
extremada transparencia orquestal, sin ninguna aportación o sesgo particular. Lo
mismo podría decirse de Le tombeau de Couperin, versión de la que
resaltaría la pulquérrima realización de la Forlane y el Menuet
(como se sabe, Ravel omite en la orquestación el nº 2 de la colección
pianística, Fugue, y el nº 6, Toccata). Espléndida la Orquesta de
París, en especial sus famosas maderas, ideales además para estas músicas. Tras
la primera pieza del disco viene Le tombeau en piano: en el Prélude
nos capta el magistral legato en piano que los dedos de Perianes
consiguen. En la Fugue logra que, por encima del rigor formal de la
pieza, nos introduzcamos en el mundo delicadamente fantástico de Mi madre la
oca y El niño y los sortilegios. La Forlane está dicha con
ternura, pudor expresivo imbuido de una leve melancolía: Ravel en estado puro.
Estado de ánimo similar se alcanzará en el Menuet, si bien aquí se nos
conduce casi imperceptiblemente a un clímax que contiene una velada amenaza. En
las piezas más movidas, el Rigaudon es saludablemente lúdico, mientras
en la Toccata final no es el virtuosismo per se lo que prima. Las sonoridades extraídas del instrumento
alcanzan en esta obra un grado de depuración, belleza y aquilatamiento
realmente sin parangón.
Sigue el Concierto en Sol. En el Allegramente
inicial el piano no se deja llevar por las prisas y la exhibición mecanicista
de tantas ocasiones, mereciendo señalarse la magia del pasaje intimísimo sobre
el fondo del arpa (minutos 4’45”-5’35”). El maravilloso Adagio assai
nunca lo ha sido más. Comienza con una especial sensación de abandono. La larga
cantilena en diálogo con el corno inglés (¡estupendo instrumentista!) es una
pura maravilla, lo mismo que el etéreo sonido pp en el extremo derecho
del teclado; la larga serie de trinos con que acaba el solista es de una
belleza, naturalidad y delicadeza extremas. Tras Le tombeau orquestal,
ya referido, el programa se cierra con la Alborada pianística: no
exagero afirmando que no he escuchado una ejecución tan limpia, elegante y
fluida, sin excesos, atendiendo a las diferentes perspectivas de la página sin
cargar quizá las tintas en alguna en particular. (Para que quede bien claro en cifras, mis
calificaciones serían: 9 para las dos piezas solo orquestales, 9,5 para el Concierto
y rotundo 10 para las dos de piano solo).
...Y MARISS JANSONS, ¡DESCANSE EN PAZ!
Descanse en paz Jansons, sí....
ResponderEliminarUsted se queja mucho de Radio Clásica. Yo me apunto: hay un programa sobre cantantes, casi siempre antiguos, en el que el comentarista, muy apasionado, se fija siempre en calidad de las voces propiamente dichas, pero no dice ni pío sobre las interpretaciones o encarnaciones de los personajes, o sea muy siguiendo la estela de Arturo Pérez Reverter. Es una pena que no se adiestre a los oyentes en ese último punto de vista, tan importante como el de las voces. ROSA.
ResponderEliminarSí, yo también he escuchado varias ese programa al que te refieres, y me parece cierto lo que dices: me gusta, y aprendo de él... pero solo de cuestiones vocales. Lo principal para ese comentarista, lo mismo que para Arturo Reverter (ojo ¡sin Pérez!), parecen ser las cuestiones meramanente "vocales". En efecto, los oyentes de los programas de uno y otro van a fijarse muy poco en lo que no sea eso. Que no lo es todo, ni mucho menos; ni siquiera, para mí, lo más importante.
EliminarNo son solamente esos programas de radio, pues cuando hablo con aficionados a la ópera veo que practicamente todos ellos tienen en cuenta solo la voz, la voz y la voz. Es un mal, o llamémosla una miopía, muy muy extendida.
EliminarLeonardo.
¿ese programa es maestros cantores?..hay uno muy bueno de música coral los domingos a las seis de la tarde, lo presenta Javier Corcuera, que es o era director del coro de RTVE o algo así si no recuerdo mal...
ResponderEliminarCreo que tanto Rosa como yo nos referimos a "Maestros cantores", sí. El de los domingos a las 18 h. creo no haberlo escuchado nunca.
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