"Cantilena"
Tras
el maravilloso recital que los dos grandes instrumentistas y músicos, tan bien
avenidos, ofrecieron juntos en la Fundación March el 30 de mayo de 2015, estaba
deseando escuchar el disco que sabía iban a grabar juntos. Ahora Harmonia Mundi
acaba de publicarlo. Supongo que en aras de hacerlo más comercial, la compañía
discográfica ha optado por un repertorio más popular que el que tocaron allí,
que se componía de Schubert, Schumann, Brahms, Kurtág y Falla. Solo este último
compositor se mantiene -y con la misma música- en el programa del disco, que
comienza con el Gran Tango de Astor Piazzolla, continúa con las Cinco
canciones negras de Montsalvatge (transcripciones de Kim Kaskashian, Robert
Levin y la propia Zimermann), con las Siete canciones populares españolas
de Falla (transcritas por Emilio Mateu y Miguel Zanetti), con el Aria (Cantilena)
de las Bachianas Brasileiras No. 5 (arregladas por William Primrose),
cuatro piezas de Pablo Casals (transcritas por la propia Tabea), cuatro Tonadillas
en estilo antiguo de Granados (transcr. Kashkashian y Levin) y se cierra
con el famoso Tango (el de España, op. 165) de Isaac Albéniz (transcr.
Henri Classens). Es de reconocer la propiedad y fácil adecuación de estas páginas
a la viola. Poco que decir de las interpretaciones, que entran de lleno en la
excelencia por parte tanto de Tabea (que ha atinado mejor con el espíritu de
las piezas de Falla que cuatro años atrás) como de Javier, perfectamente
ensamblados, pues se aprecia el hecho de han tocado juntos en varias ocasiones.
En cualquier caso, yo lamento que nos hayamos quedado sin la excelsa recreación
que nos habían ofrecido en Madrid de la Sonata “Arpeggione” de Schubert,
que, dicho sea de paso, se adapta a la viola tan bien como al violonchelo en el
que casi siempre se toca. Las tomas de sonido son del más alto nivel (Estudios
Teldex de Berlín).
Dos óperas desde Múnich y otra desde el Met
Varios
teatros de ópera, no solo la Ópera Estatal de Berlín, se han ido animando a ofrecer
en abierto, durante el período de obligada inactividad por el confinamiento, varias
de sus producciones. De momento he visto y oído un L’elisir d’amore desde la Ópera Estatal de
Múnich francamente decepcionante, pese a contar con algunos destacados
cantantes -la soprano lírico-ligera Ailyn Pérez, el tenor Matthew Polenzani y el
barítono-bajo Ambrogio Maestri- junto a un barítono flojísimo, Mario Cassi, una
dirección de Asher Fisch de equivocada vehemencia verdiana, y para rematarlo, una
escena desatada y horrorosa de David Bösch.
El ángel de fuego de Prokofiev sigue
pareciéndome, como las restantes óperas que conozco de mi admirado Prokofiev,
una obra relativamente menor. Ninguna me parece del nivel de sus mejores sinfonías,
conciertos y otras obras orquestales, sonatas para piano u obras corales. Y eso
que quizá sea la que menos me disgusta de las seis que he escuchado; la Tercera
Sinfonía, basada en temas de la misma, creo que es una obra mucho más lograda
(igual ocurre con la suite de la ópera El amor de las tres naranjas). La
función de la Ópera bávara me ha decepcionado, salvando solo la dirección de
Vladimir Jurowski (que, además, no mejora, creo, la de otro director inferior a
él, Neeme Järvi, en la versión en CD de DG). Ninguno de los cantantes me ha
parecido destacado, sino regulares o flojos, con la excepción de la mezzo, casi
contralto, Okka von der Damerau en el breve papel de la Abadesa. Y,
contrariamente a lo opinado por mi amigo FLVM, la escena me ha parecido chirriante,
demagógica, muy pasada de rosca y nada aterradora. Pero, como ya he dicho varias
veces, mi fuerte no es precisamente el asunto de las puestas en escena; eso no
quiere decir que tenga que callarme mi opinión al respecto.
Lohengrin desde el Met. Es curioso: una extraña función de hace
muchos años (1986), con muchos nombres estelares, ninguno de los cuales me ha
convencido del todo. Lo más cabal, la tradicional -aunque roma y nada imaginativa
ni tampoco ofensiva- puesta en escena de August Everding. La batuta de James
Levine me desconcierta: es un hombre con mucho talento e intuición, que consigue
momentos verdaderamente estupendos, empezando por el Preludio I. En cambio, los
defectos que le achaco no son pocos: nula atención a los cantantes, todos a su
aire, lo que en Wagner es particularmente grave. Gusto por el estruendo y la
trompetería, que llega a recordarme a la de la Semana Santa sevillana.
Tendencia a que la orquesta suene casi siempre más fuerte de la cuenta y que casi
nunca haya primacía de unos temas sobre otros: un concepto equivocado de la
claridad. Hay detalles de claro mal gusto y otros momentos demasiado melosos.
No ya Kempe, Solti o Barenboim son extremadamente superiores; también otros
menos grandes y menos wagnerianos le aventajan (aunque no todo el tiempo, como
he señalado).
Peter Hofmann, que nunca fue
un gran cantante, me ha gustado bastante menos que en Walkyria (Boulez),
en Tristán (Bernstein) o en Parsifal (Karajan), quizá porque en
este Lohengrin estaba menos dirigido. Eva Marton es una voz demasiado
robusta y algo destemplada para Elsa, y Leonie Rysanek no estaba muy en su sitio
como Ortrud: conservaba un potente registro agudo, pero el legato y las
medias voces dejaban mucho que desear, y su gran personalidad y talento no le bastaron
aquí (recibió, eso sí, una lluvia de flores al salir sola. Ya se sabe cómo se suele
comportar el público del Met con las glorias, más aún si son viejas glorias). Tosco
Leif Roar como Telramund (un personaje malvado y retorcido, pero eso no
significa que haya que cantarlo de cualquier manera. Ahí está el ejemplo
inalcanzable de Fischer-Dieskau en su grabación con Kempe). Plano John Macurdy
como el Rey Enrique, y malo sin paliativos Anthony Raffell como el Heraldo.
Comparto lo que dices de Prokofief: Guerra y Paz, larguísima, solamente interesa de vez en cuanto, y el Amor de las tres naranjas es un rollo sin ninguna gracia. Nada que ver con, por ejemplo, Alexander Nevski. Jesús G. G.
ResponderEliminarJavier Perianes me explica que las obras para viola y piano de Schubert, Schumann y Brahms ya estaban recientemente grabadas o comprometidas con otro violista (Antoine Tamestit) y que no era posible volverlas a grabar por Tabea Zimmermann y él mismo. (Una pena, añado yo por mi cuenta).
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