Orfeo ed
Euridice y La condenación de Fausto
A juzgar por los aplausos recibidos al final de ambas
representaciones, cualquiera pensaría que habían sido memorables. No entiendo
muy bien al público del teatro operístico más famoso de Estados Unidos: la
ciudad más cosmopolita y abierta del país, en la que el Partido Demócrata suele
ser el ganador, sigue siendo -pese a la reciente, tímida y esporádica apertura
hacia puestas en escena no tradicionales- la que alberga el coliseo operístico
más conservador del mundo (al menos entre los de gran proyección) y en la que
el público aplaude con entusiasmo prácticamente cualquier cosa. Ya, al menos,
parece estar remitiendo la fea, hortera, puebleriana costumbre de recibir con
una ovación un decorado especialmente vistoso o la salida a escena de una
estrella del canto, en momentos casi siempre inoportunos.
El Orfeo ed Euridice
de Gluck de 2009 fue, en mi opinión, indigno de un teatro medianamente
importante. James Levine dirigió casi todo el tiempo fuera de estilo, con
orquesta, y sobre todo coro, demasiado nutridos: la obertura y otros pasajes con
el piloto automático puesto, las escenas más emotivas con sensiblería (cuando
Orfeo encuentra en el paraíso a su esposa la melaza desbordó el foso) y otras
con una sosería incomprensible, como la sublime Danza de los espíritus
bienaventurados o la excelsa aria "Che farò senza Euridice". La
protagonista, Stephanie Blythe, no merece abordar ese papel sino en un
escenario de segundo orden: la voz no es lo suficientemente grave, canta
regular, con fuertes cambios de color y es muy inexpresiva. También como
actriz: es patético verla tocar la
guitarra -no la lira-. En cuanto a Heidi Grant Murphy, es demasiado ligera
incluso para un papel, el de Amore, de lírico-ligera: sus notas más graves carecen
de apoyo. Muy notable, al menos, Danielle de Niese como Euridice: parca
cosecha. Tampoco me gustó la absurda escena de Mark Morris, con coreografías en
las danzas que podrían servir a ratos para West
Side Story y a ratos para una función de fin de curso en un colegio de
secundaria.
La condenación de
Fausto, una de las cumbres (si no la)
de Berlioz, aunque como se sabe no es una ópera, ha sido escenificada varias
veces, sobre todo desde -pero ya antes de- la famosa y excelente propuesta para
Salzburgo de La Fura dels Baus (1999). El espectáculo montado en el Met en 2008
por el prestigioso Robert Lepage es muy interesante, aunque quizá caprichoso aquí
y allá, pero desde luego impactante y seguro que costosísimo.
Pero si este enfoque es discutible, lo es menos la dirección
musical de Levine, muy desigual -pasajes realmente acertados-, pero con
frecuencia fuera de estilo, descuidada y hasta zafia, que vulgariza hasta lo
que yo nunca había oído la magnífica partitura. Con serios altibajos actuó la
orquesta, que a veces tocó con brocha gorda y hasta con desajustes. Algo mejor
en esta ocasión el coro, sobre todo cuando cantaba en posición estática. La
famosa Marcha húngara es la más sosa
y basta que he recuerdo.
Como Fausto, Marcello Giordani (muerto por desgracia el año
pasado con solo 56 años), dotado de una bonita voz, no sabe sin embargo muy
bien lo que se trae entre manos. Y la batuta no parece haberle dado muchas
pistas. John Relyea, hermosa voz de barítono-bajo con carácter, si bien no es
un cantante de gran depuración, sí logra perfilar un convincente Mefistófeles.
Susan Graham realiza como Margarita una admirable interpretación, vocal y
musicalmente: lo mejor de la velada.
…Y otro Orfeo y Eurídice de Gluck: la versión
francesa de Berlioz
De la Ópera Estatal de Baviera en 2003. Escena delirante de
Lowery y Hosseinpour, en la que, entre otras cosas, Amor es una niña payasa, en
el Infierno un ejército de cocineros que desmembran a los condenados para
cocerlos en las calderas de Pedro Botero, en el Paraíso Orfeo y Eurídice se
miran no poco antes de que dejen de hacerlo… Los ballets, muy sencillos los
primeros (con guiños a la coreografía original de Nijinsky para el Preludio
a la siesta de un fauno) y enloquecido el del final feliz, no carecen de
humor… lo que no parece muy propio para esta ópera, que no tiene el menor
rastro de cómica.
Siendo la reorquestación -muy notable e interesante- de Hector
Berlioz, el tratamiento instrumental historicista parece menos adecuado
aún que en cualquiera de las versiones de Gluck. La dirección de Ivor Bolton, competente
y apoyada en una orquesta excelente, es bastante cuadriculada, poco imaginativa
y alérgica a la expresividad. Lo mejor fueron las voces: Veselina Kasarova
posee una muy importante voz de mezzo-mezzo, si bien su registro grave es particularmente
lleno y poderoso, con un color algo masculino, lo que puede resultar hasta
conveniente para este papel de hombre. Su fuerte es su materia prima vocal y su
línea de canto, antes que su fuerza expresiva (¡Janet Baker!). Y muy bien tanto
la Eurídice de Rosemary Joshua como el Amor de Deborah York.
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