jueves, 3 de noviembre de 2022

"El oro del Rin" de 2022 en Berlín que debería haber dirigido Barenboim

 

Nueva producción de Tcherniakov

La nueva producción de El anillo del nibelungo de Wagner que la Ópera Estatal de Berlín iba a presentar este otoño bajo la batuta de Daniel Barenboim ha recaído finalmente, por culpa de la enfermedad de su director titular, sobre Christian Thielemann (dos funciones) y Thomas Guggeis (nacido en 1993 y ya nombrado director de la Ópera de Frankfurt, una función). La cadena de televisión franco-alemana Arte ha empezado a transmitirla: de momento, ya puede verse y escucharse el prólogo, o primera jornada, de la Tetralogía.

La dirección escénica corre a cargo del tan controvertido Dmitri Tcherniakov -quien, para mí, tiene en su haber grandes aciertos y grandes fiascos-. Este Oro está, en mi opinión, mucho más cerca de lo segundo que de lo primero. Pues contiene extravagancias y absurdos en abundancia. La primera escena, en el Rin con las tres Hijas del río y Alberich siendo burlado por ellas, transcurre en un hospital: el enano nibelungo está siendo sometido a pruebas médicas, como un electroencefalograma y está rodeado de tubos, suero incluido, y las Hijas del Rin son tres enfermeras ociosas y distraídas. Cuando Alberich reniega del amor, en vez de robar el oro, lo que hace es arrancar los tubos y los aparatos y huir con ellos. Cuando aparecen los dos gigantes reclamando a Wotan el pago por la erección del Walhalla, tiene lugar una reunión en una gran mesa de empresa a la que asisten, además de los tres citados, Fricka, Froh, Donner y la aterrorizada Freia: esta idea de la mesa de reuniones empresarial en la que se negocia no me parece mal, sobre todo por la actuación de todos los personajes, con reacciones muy verosímiles a cuanto acontece y oyen (por ejemplo, cómo Fasolt trata de seducir mediante miradas a Freia). Esto es un mérito que no se le puede regatear a Tcherniakov. Pero la escena en el Nibelheim vuelve a ser muy decepcionante: una especie de oficina poblada de mesas donde trabajan los nibelungos esclavizados por Alberich. Pero cuando Loge pide a este que se transforme en una gran sepiente, allí no ocurre nada; solo que los nibelungos se asustan al aparentar ver el prodigio. Y cuando le piden que se transmute en un sapo para atraparlo, tampoco hay transformación alguna, sino solo que -a una llamada telefónica de Wotan- aparecen dos loqueros y se llevan a Alberich esposado. En fin, a qué seguir…

El elenco

El elenco vocal es sobresaliente: son casi todos ellos, más que voces atronadoras, cantantes-intérpretes inteligentes. Michael Volle es, creo, el Wotan más convincente desde René Pape (quien, según parece, no pasó de encarnarlo en El oro del Rin, no animándose -o atreviéndose- con Walkyria o Sigfrido). No hay, para mi gusto, ni un solo error grave entre los 14 cantantes del reparto. Ni siquiera Rolando Villazón como Loge, quien al parecer ha sido muy cuestionado por algunos. Es cierto que se pasa un poco sobreactuando, pero tengo la impresión de que son instrucciones de Tcherniakov, quien hace de Loge un tipejo particularmente impresentable, fullero, grotesco, trilero y no sé qué más: o sea, sumamente antipático -a diferencia de lo que ocurre en otras escenificaciones-, pero que parece bastante consistente. El tenor mexicano ha perdido el poco squillo que le quedaba, pero no canta nada mal. En todo caso, me gustó mucho más Stephan Rügamer con Barenboim en La Scala 2010: toda una revelación en ese complicado papel; este tenor alemán hace aquí de Mime, también muy bien. Me han gustado mucho la mezzo Claudia Mahnke como Fricka y la soprano lírica Annett Fritsch como Freia. Estupenda sorpresa la de la joven contralto Anna Kissjudit (Budapest, 1996) como Erda.

Siyabonga Maqungo (Froh) posee una preciosa voz de tenor lírico, muy bien manejada, mientras Lauri Vasar es barítono demasiado lírico y algo endeble para Donner: quizá es el menos satisfactorio de los 14 (su trueno, escénicamente hablando, es más bien ridículo: él y Froh, con su arco iris, son en la escena final prestidigitadores de tres al cuarto). Excelente encarnación de Alberich a cargo de Johannes Martin Kränzle, quien -me parece- ha perdido algo de volumen y robustez vocal desde su Alberich de La Scala en 2010. Más que buenos los dos gigantes, bajos ambos de timbres bastante diversos, lo cual ayuda bastante a distinguirlos: Mika Kares como Fasolt y Peter Rose como Fafner. Muy ajustadas también las Hijas del Rin (Evelin Novak, Natalia Skrycka y Anna Lapkovskaya), quienes, en todo caso, no alcanzan el altísimo nivel de las de La Scala 2010 (Aga Mikolaj, Maria Gortsevskaya y Marina Prudenskaya). 

La dirección musical

Enorme éxito personal de Christian Thielemann (quien, por cierto, no debía de estar muy ocupado cuando pudo aceptar dirigir estas ocho funciones), que yo atribuyo sobre todo a que es alemán (¡el único director alemán destacado y muy conocido surgido en más de dos décadas! ¿Qué pasa allí? Compárese con varias etapas anteriores…), mientras que Barenboim no es alemán, por mucho que lo parezca (y, por si fuera poco, es judío. Por cierto, se atribuye a Thielemann el tremendo dicho de “¡Cómo va a ser un judío el mejor intérprete de Wagner!”). Thielemann, que fue hace años asistente de Barenboim en Bayreuth, dirigió más que bien, claro, pues conoce muy bien a Wagner, pero a mí me suena a algo anticuado: de tempi algo pausados, para algunos recuerda un tanto al genial Hans Knappertsbusch, pero carece claramente de su grandeza y trascendencia; más bien me trae a la mente a ciertos kapellmeister de hace algún tiempo. Tal vez algunas carencias puedan deberse a que no pudo ensayar lo suficiente, no lo sé. Pero el enlace del Preludio con la entrada de las náyades está mal resuelto, y la Entrada de los dioses en el Walhalla también, entre otros momentos algo decepcionantes. Y no sé si consigue esa unidad en la continuidad de una ópera como esta.

Como explica Bryan Magee en su interesantísimo ensayo “Aspectos de Wagner” (Acantilado, 2013): “Muchos directores cuyas interpretaciones de la obra de algún otro compositor son insuperables no dan la talla en Wagner, porque las unidades orgánicas se les escapan; lo mejor que saben ofrecernos es una sucesión de episodios hermosos”. “En música, la impresión que tenemos del tempo tiene poco que ver con la medida física del tiempo y mucho con la vida interior de la interpretación [...] Wagner advirtió que lo que en mayor medida infunde vida a una buena interpretación no es ni siquiera el tempo principal, sino la introducción de innumerables y minúsculas modificaciones del tempo, imposibles de indicar mediante palabras o cifras, y que debían nacer de la intuición del intérprete”. “El mejor Wagner no es el Wagner con mejor sonido. Su música necesita sonar menos hermosa de lo que puede llegar a sonar”. “Impedir que las interpretaciones [de las enormes formas wagnerianas] decaigan o aburran plantea unas exigencias enormes al director. Lo primero que requiere de él es un control absolutamente extraordinario de la estructura. No sólo debe tener un dominio firme de esos enormes conjuntos –la totalidad de cada obra y de cada acto–, sino también del detalle, para relacionarlo con el conjunto sin sacrificar nada de él y mostrarlo como algo interesante, expresivo, hermoso en sí mismo y, al mismo tiempo, como parte orgánica de la estructura. Cuando eso ocurre, el conjunto surge ante nosotros en todo momento, mientras la música parece desplegarse de manera inevitable, como si no pudiera ser de otra manera”. Pues eso mismo: en mi opinión no suele estar Thielemann entre los directores más lúcidos de la historia interpretativa wagneriana: Furtwängler, Knappertsbusch, Solti o Barenboim.

Otra cosa importante: la Staatskapelle Berlin le suena bien, por supuesto, pero claramente menos bien que a Barenboim (no hay más que comparar este Oro con el último Tristán del argentino en el DVD/Blu-ray BelAir).

A partir del 19 de noviembre podrá verse en Arte todo este Anillo.

3 comentarios:

  1. Para los interesados en comparar opiniones, Luis Gago realizó un conjunto de tres artículos en El País sobre este Anillo, en relación con el primer ciclo de representaciones.
    Lo de Thielemann no me sorprende, y menos aún en el caso de El oro del Rin. Es una obra que, creo, nunca ha terminado de cuajar, y estoy de acuerdo contigo, Ángel, en las razones. A ver qué nos cuentas del resto…

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  2. Exgerando la cosa, una función para escuchar ya que la astracanada escénica, muy divertida y coherente en su línea en muchos momentos, se aleja irremediablemente del espíritu de la obra, como si fuera algo ajeno a lo que nos ha enseñado Wagner, la desaparición del oro creo que definitiva.

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  3. Y ya que estamos con Barenboim, acabo de leer un artículo escrito precisamente por Barenboim para El País Semanal, donde cuenta algunas de sus experiencias durante su infancia y juventud, así como sus principales influencias (Markevitch, Furtwängler, Rubinstein, Boulanger, etc.). Es muy interesante todo lo que dice, y también algunas de las afirmaciones que añade. Tales como decir de Martha Argerich, por ejemplo, que es “mejor pianista que yo, de largo”. Se esté de acuerdo o no, altamente interesante.

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