SHOSTAKOVICH: Sinfonía No. 8
Segunda sinfonía de la llamada «trilogía
de la Guerra» (7ª, 8ª y 9ª), mientras la primera de ellas, la n°
7 “Leningrado”, es una afirmación “positiva” y épica que alentó el fervor
patriótico en la lucha contra el nazismo, la Octava es una sombría
reflexión y una pavorosa vivencia personal sobre los horrores de la guerra. Por
ello ha sido, no sin acierto, comparada con las pinturas negras de Goya sobre
este tema, e incluso con el Guernica de Picasso.
Fue compuesta en Ivanovo (al noroeste de
Moscú) el verano de 1943, durante la terrible batalla de Stalingrado, dos años
después de que los nazis atacasen la Unión Soviética y poco más de un año después
de que el ejército alemán llegase hasta Stalingrado, circunstancia que movió a
Shostakovich a escribir la Séptima hasta el momento en que fue evacuado
a Kyuibishev, donde la completó.
El 4 de noviembre
del mismo año 1943 fue estrenada en Moscú la Octava Sinfonía bajo la
dirección de Yevgeni Mravinsky, a quien había sido dedicada. Pese al
desconcierto que causó, obtuvo un considerable éxito. Pero pocos años después,
ya abiertamente desde 1948, empezó a ser duramente criticada por la jerarquía
soviética, que poco después llegaba a declararla oficialmente “formalista y
derrotista”, “contrarrevolucionaria y antisoviética”, “que insiste demasiado en
los aspectos sombríos y trágicos de la realidad y muestra un inveterado
pesimismo”. Frase esta última absolutamente cierta. Según confesó el compositor
a Solomon Volkov (Testimonio, Aguilar 1991): “Dijeron ¿por qué escribió
Shostakovich una sinfonía optimista al principio de la guerra y ahora escribe
una trágica? Al comienzo de la guerra estábamos en retirada y ahora estamos
contraatacando, destruyendo a los fascistas. Y Shostakovich se muestra trágico;
eso significa que está del lado de los fascistas” (¡!)
Caer la obra
oficialmente en desgracia significaba de hecho la prohibición de ser
interpretada en la URSS así como el arrinconamiento de su primera grabación,
realizada por Mravinsky en 1947. Para ese momento, la Octava Sinfonía ya
había sido interpretada en algunas ocasiones fuera de Rusia: el año 1944 en
Nueva York, bajo la dirección de Arthur Rodzinsky, la cadena CBS pagó al
Gobierno soviético diez mil dólares por los derechos de la primera transmisión
radiofónica; en Boston dirigida por Sergei Kussevitzky; en México por Carlos
Chávez y en Londres por Sir Henry Wood. Pero pronto cayó en un casi completo
olvido, hasta 1961 en que apareció su segunda grabación discográfica, dirigida
por Kyril Kondrashin. Durante bastantes años y pese al aprecio de muchos
conocedores, no ha sido tan interpretada ni tan grabada como harían esperar sus
merecimientos. Sólo a partir de los años 80 se le está haciendo justicia tanto
en las salas de concierto como en los estudios de grabación.
Si el día mismo
del estreno suscitó incomprensión hasta en personalidades tan relevantes como
Prokofiev (quien manifestó que “le sobraban al menos dos tercios” de su
extensión), pocos años después se llegó hasta la condena más furiosa en la
Unión Soviética. En “Testimonio”, Shostakovich declaraba a Volkov: “Un
musicólogo de Moscú me contó la siguiente historia: estaba él dando una
conferencia sobre compositores soviéticos y en el curso de la misma alabó mi Octava
Sinfonía. Tras la conferencia, T. N. Khrennikov (uno de los compositores
más influyentes del régimen) se acercó a verle, rugiendo de rabia: ‘¿Sabe usted
a quién ha estado elogiando? ¿Lo sabe? ¡Tan pronto como nos libremos de los
Aliados aplastaremos a Shostakovich con el pulgar!’”
Si en algunas
ocasiones Shostakovich siguió los dictados del régimen soviético (la música
debía ser optimista, “positiva”, fácil para llegar al pueblo, etc.) y en otras
aparentó seguirlos, burlándose con un sarcasmo que en muchos casos ni siquiera
barruntaron las autoridades de su país, en la Octava Sinfonía no debió
de intentar siquiera seguirlos, ni
aparentarlo, sino que se sumergió directamente y de lleno en un pesimismo
radical, en una depresión sin el menor asidero de esperanza, yendo hasta más
allá de toda emoción, hasta un nihilismo absoluto.
La Octava
Sinfonía tiene un número de movimientos, cinco, no muy frecuente en su
autor; lo había adoptado, por ejemplo, en el Quinteto para piano y cuerda
(1940) y lo volvería a seguir en la Novena Sinfonía (1945) y en los Cuartetos
Tercero (1946) y Octavo (1960). Comienza con un extenso Adagio
que puede traer a la mente el Moderato inicial de la Quinta Sinfonía
o el Largo con que comienza la Sexta, pero el de la Octava
es aún más sombrío y desolador. La célula temática de toda la Sinfonía
es una nota que se oye en primer y tercer lugar, y entre ambas otra que es
siempre un tono o un semitono más alta o más baja. Su primera aparición es, por
ejemplo, Do-Si bemol-Do y, más tarde, Do-Re-Do y Si-Do-Si. El moroso desarrollo
conduce a una suave y progresiva aceleración del tempo (allegro non troppo
y luego allegro) y culmina en un clímax terrorífico que prescribe ffff
y que es el comienzo de la recapitulación, con el tempo lento del
comienzo y que concluye con una engañosa quietud. Este movimiento, el único que
la muerte permitió grabar a Kussevitzky (en 1951) fue descrito por el gran
director en estos términos: “El poder de su emoción humana sobrepasa a todo lo
compuesto en nuestro tiempo”.
Es de insólita
audacia continuar, como hace Shostakovich, con dos scherzi de aire
marcial igualmente agresivos y burlescos, incluso similares en el tempo
(Allegretto y Allegro non troppo). Más grotesco el primero (se ha
afirmado que describe los triunfalistas y ridículos desfiles nazis), más
salvaje el segundo, que repite de principio a fin un machacón y mecánico ritmo
hasta desembocar en un paroxístico clímax de brutalidad sin precedentes, enlazándose
sin pausa con un originalísimo y genial Largo en forma de passacaglia
(una estructura empleada en varias ocasiones por el compositor en aquellos
años), que parece simbolizar la plena devastación y desolación del campo tras
la batalla. De nuevo sin pausa se enlaza mediante una modulación con el
movimiento final, un Allegretto que parece va a traer la paz, o al menos
el olvido de la tragedia, en los sucesivos episodios a cargo del fagot, los
violines, la flauta, los chelos, el oboe, etc. Pero no se trata más que de un
engañoso espejismo: poco a poco la calma va encrespándose hasta prorrumpir en
un clímax que repite el del primer movimiento, remachado por unos trombones que
no dejan lugar a dudas. Clarinete bajo, violín, chelo y fagot retornan, pero
nada convence de que la paz se haya alcanzado al fin. Por el contrario, el
movimiento y la Sinfonía concluyen en un clima de disolución terminal,
sin el menor resquicio de salida. “Desaparecida toda emoción, el horror
permanece” (Timothy Day).
La Octava de
Shostakovich, seguramente una de la Sinfonías más sinceras de su autor y de las
más prominentes del siglo XX, es dudoso que llegue a gozar del favor del
público tanto como la Quinta, la Séptima o la Décima;
éstas son más efectistas y no sacuden como la Octava la conciencia del
oyente hasta casi el dolor físico.
Sinfonía
8, en Do menor, op. 65 (1943)
1961 Melodiya Kondrashin/OFilMoscú 23’57+5’44+6’04+08’28+12’13 7,5/5
1973 EMI Previn/OSinfLondres 25’08+5’51+5’34+11’16+13’23 9/7,5
1976 BerlinClassics Kurt Sanderling/OSinfBerlín 27’10+6’37+6’46+10’32+15’27 9,5/7,5
1982 Philips Mravinsky/OFilLeningrado 24’33+6’07+6’17+09’37+15’28 8,5/7
1983 Decca Haitink/OConcertgebouw 25’55+6’14+5’57+08’49+14’47 9/8,5
1988 Melodiya Rozhdestvensky/OSMinCultURSS 24’37+6’30+7’49+09’37+13’35 8/4
1989 Chandos Neeme
Järvi/ONacionalEscocia 26’28+6’42+5’54+09’54+14’28 6/8
1989 RCA Slatkin/OSinfStLouis 26’35+6’14+5’54+09’43+13’05 7/8,5
1989 Decca Solti/OSinfChicago 25’44+6’30+6’27+09’42+14’31 10/9
1992 Philips Bychkov/OFilBerlín 25’03+6’00+6’24+10’24+14’50 6/8
1993 Teldec Rostropovich/OSinfNacWashington 22’52+6’16+6’58+10’23+14’45 9/8
1994 Denon Inbal/OSinfViena 28’05+6’37+6’52+10’00+15’59 8/8,5
1994 Decca Ashkenazy/ORoyalPhilharmonic 24’58+5’57+6’11+09’35+13’44 7/8,5
1994 DG Previn/OSinfLondres 27’47+6’14+6’08+13’17+14’16 9,5/9
2001 EMI Jansons/OSinfPittsburgh 24’28+6’27+6’20+10’01+15’09 7,5/8
2005 LSO Rostropovich/OSinfLondres 26’35+6’45+7’07+12’01+16’14 8/8
2005 Pentatone Berglund/ONacionalRusa 27’44+6’34+6’48+09’39+15’33 7/8,5
2006 Arts Oleg Caetani/OSinfVerdiMilán 20’44+5’52+6’01+07’40+13’19 6/8
*2012 C Major Nelsons/OConcertgebouw 25’20+6’42+7’02+11’12+16’25 9/9
2016 DG Nelsons/OSinfBoston 26’44+6’31+6’37+10’33+16’11 9/9
2019 Sony MichaelSanderling/OFilDresde 28’34+6’27+5’53+10’01+16’37 7,5/8,5
2020 Warner Tugan Sokhiev/OCapitolioToulouse 28’22+6’19+6’10+10’35+14’57 7,5/8,5
Muy buen artículo.
ResponderEliminarSólo echo en falta al gran Kurt Sanderling, del que tengo dos grabaciones, una con la Sinfónica de la Radio Sueca (en vivo, muy lenta) y otra, anterior, con la Berliner-Sinfonie-Orchester.
Esta sinfonía es desoladora, pero en lo formal es muy larga (Prokofiev exageraba, pero algo hay), tiene una estructura descabalada y resulta muy fría. En una palabra, es hermética.
La Decimoquinta, siendo igual de fría y desoladora, es mucho más comprensible, por ejemplo.
La de Solti es la más brillante. Previn está muy bien. Pero quizás Sanderling (en vivo) es la que más y mejor comunica "lo que hay detrás de las notas", que aquí es fundamental.
Muchas gracias por alertarme sobre Kurt Sanderling, un director al que admiro muchísimo. Solo he encontrado su grabación con la Sinfónica de Berlín. Magnífica. Le habría puesto un 10 si la orquesta fuese mejor.
EliminarKurt Sanderling es uno de esos directores que últimamente parecen algo apartados del imaginario de los aficionados clásicos, yo creo que injustamente. Incluso aunque no tomáramos en cuenta su Beethoven, (que los seguidores del historicismo condenarán sin detenerse a escucharlo de verdad), sus grabaciones de Brahms, Bruckner, Sibelius, el Mahler final y algunos de los principales compositores rusos le sitúan entre los grandes, sobre todo en la etapa final de su carrera. Concretamente, su versión de la Quinta de Shostakovich también es muy buena, también con la Sinfónica de la Radio de Berlín. Y en YouTube circula, creo, una Octava con la Filarmónica de Berlín, con un Sanderling al borde de la retirada.
ResponderEliminarSí, a mí también me parece Kurt Sanderling (al que llegué a escuchar en concierto: excelentes Haydn y Bruckner) uno de los grandes. Escucharé esa Quinta de Shostakovich.
EliminarEn youtb se puede ver una versión de Sanderling con la Filarmónica de Berlín. Desconozco si está en el DCH.
ResponderEliminarDe Sanderling y la Filarmónica de Berlín sí se publicó en CD una Sinfonía Decimoquinta, aunque la grabación con la Orquesta de Cleveland es sensacional.
ResponderEliminarConozco la grabación con Cleveland. Sensacional, en efecto.
Eliminarmagnifico articulo. la unica pega que le pondria es que se hace corto. escriba mas '!!!!!
ResponderEliminarHola Ángel,
ResponderEliminarDecca acaba de publicar las sinfonías 4, 5 y 6 de Shostakóvich dirigidas por Klaus Mäkelä y la Orquesta Filarmónica de Oslo. Cuando puedas escucharlas, me encantaría saber tu opinión a través de una publicación en tu blog. Aquí te dejo el enlace:
https://www.facebook.com/deccaclassics/posts/pfbid0NncjkNPTA3MRutzgucFhXT7C1fx24j54qsMAFmSFD15YSs1ZCsHtffucm7BPEFfHl
Muchas gracias.
Yo no quiero saber nada de Facebook. Parece que en Qobuz estará la semana próxima.
EliminarDe todos modos, ¡qué buena campaña de prensa le ha montado Decca! ¿Por qué este interés desmesurado por este director? No dudo que pueda llegar a ser uno de los grandes, pero de momento no lo veo superior a otros jóvenes colegas suyos. El tiempo dirá.