Viejos "conocidos": Beethoven (con Martha Argerich) y Brahms
Hecho físicamente una pasita, caminando con extrema precaución y dirigiendo sentado -eso sí, sin partitura- Daniel Barenboim ha mostrado sin embargo el pasado sábado día 26 una lucidez extrema y una musicalidad incomparable en su actuación -cada vez, ay, más espaciadas- con la Orquesta Filarmónica de Berlín, de la que es Director honorario a perpetuidad (lleva actuando con ella más de seis décadas, primero como pianista y muy poco después como director).
El Primer Concierto de Beethoven gozó con él de una vitalidad y energía que podrían parecer inesperadas a la vista de su deplorable estado físico. Pero hubo espontaneidad, entusiasmo, frescura, incluso guiños burlones en el rondó final. El estado de dedos de Martha Argerich es asombroso: con 83 años cumplidos sigue poseyendo una seguridad apabullante, pero lo más positivo de su interpretación del otro día es que ya toca, musicalmente, fondo: nada de sus anteriores tendencias a exhibir -o dejarse llevar por- su velocidad; el fraseo es ahora más lógico y orgánico, más cantabile y recurriendo con plena maestría y completo acierto del rubato. (Ello no quita para que, en el finale, tuviera un sonado desliz: una nota errónea en el acorde final de una frase. Puso cara, más de sorpresa que de enfado, de “¡vaya metedura de pata! ¿Cómo me pasa esto a mí?”). Tras no sé cuántas salidas a saludar, Argerich accedió a tocar una pieza -Traumes-Wirren, de las Piezas fantásticas op. 12- del autor con el que mejor se ha entendido siempre: Schumann.
Ninguna de las cuatro Cuartas Sinfonías de Brahms que le conozco en disco, o de las que le he escuchado en directo, me había llegado a parecer de “diez”. Esta última, lo ha merecido rotundamente, sin la menor duda. Tras un arranque casi imperceptible -como pedía, y conseguía, Furtwängler- Barenboim desgranó, con la lógica más aplastante, una algo morosa, paladeadísima, interpretación entrañable, cálida, otoñal, bellísima, inolvidable, de esta genial Sinfonía. Por si alguien piensa que moderaría el empuje que exigen los dos movimientos finales, ¡nada de eso! El scherzo fue tremendo, tajante, y el finale, con un solo de flauta tan conmovedor como antológico, concluyó sin la menor opulencia o grandilocuencia, sino desgarrado hasta la desesperación. No exagero si afirmo que, probablemente, ninguna de las interpretaciones que recuerdo de esta Op. 98, me ha conmovido tanto.
Cuando Digital Concert
Hall vuelva a colgar en su archivo este concierto, volveré a escucharlo, por si
tengo que hacer alguna precisión adicional.
Reproduzco aquí el texto que he recibido en mi correo electrónico:
Querido Ángel:
Este fin de semana he
visto/oído en directo a Barenboim dirigiendo a la Filarmónica de Berlín,
acompañando magistralmente a la Argerich en el Primero de Beethoven y haciendo
una versión excepcional de la Cuarta de Brahms, acaso la más bella, honda y
emocionante que he oído. Me ha impresionado observar su declive físico, ¡pero
qué musicalidad!
En fin, simplemente me ha
apetecido comentarlo contigo.
Un fuerte abrazo,
José Luis García del
Busto.
Espero que tengan el buen tino de publicar este concierto en CD, como hicieron con la sinfonía de César Franck. Todo lo que hace Barenboim en estos momentos es la destilación de algo que ya era de primerísimo nivel.
ResponderEliminar¿No se le cayó el boli tomando notas? El primer movimiento de esa cuarta de Brahms va a cámara lenta. El Allegro energico e passionato es catatónico, parece una lextura a primera vista. El último estilo de Barenboim, lamentablemente, está muy condicionado por su enfermedad, que le tiene mermado físicamente. Es un quiero y no puedo. Ya no queda ni el humanismo. Lástima.
ResponderEliminarCreo que usted está sordo, musicalmente hablando. Lo siento.
EliminarAnónimo, hay que tener valor para venir a la iglesia a criticar a Dios ante su profeta... ¡Viva Barenboim!
EliminarSí, sí, es muy, muy valiente. Si se descuida, lo troceo y me lo devoro desde los pies hasta la cabeza. ¡Andaos con cuidado!
EliminarEs una pena lo de su declive físico. Angel, perdona que me desvíe pero, cual crees que fue la postura de Strauss ante el nazismo, simpatía, miedo, disidencia? He leído bastante sobre el tema pero no me aclaro, no es fácil.
ResponderEliminarAntonio: Hubo un poco de todo. Richard Strauss no tenía muchos escrúpulos frente a la política, incluida la de Hitler; pensaba que había que separarla del arte. Por eso realizó el encargo de componer el Himno de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, en los últimos años del nazismo sufrió humillaciones del régimen, entre ellas la de ser registrada su casa por las SS, cuando era una venerable y respetadísima figura musical -octogenario- de alcance universal.
EliminarComo aficionado sin mas calificaciones estimo que el comienzo de la cuarta de Brahms es de lo mas difílcil de hacer medianamente bien. Y eso que parece simple.
ResponderEliminarEl último tiempo se presta tanto a hacerlo bello como a hacerlo dramático. Y es muy difícil que salga de un trazo. Esa variación lenta parece que detiene el discuso si no se hace bien.
Lo que nos da otro ejemplo sobre lo que significa la interpretación versus la ejecución. (Otro asunto que siempre me llama la atención es acelerar o no al final del primer tiempo y hacer bien el crescendo)
Personalmente prefiero el final dramático. Como en el Nuevo Mundo o la 5 de Chaikosky. Así que ojalá la publiquen.
Estoy convencido de que es una de las Sinfonías más difíciles del repertorio. Dificilísimo el arranque, que debe ser un crescendo que surge de la nada y debe estar cargado de significado, de una expresión difícil de definir.
EliminarPero lo que en mi opinión falla más a menudo en numerosas interpretaciones, incluso en algunas magníficas, es la coda final: la grandilocuencia o ampulosidad (rallentando) no le queda -en mi opinión- nada bien, puesto que la obra termina en gritos de rebeldía. Algunos directores importantes (Bernstein en Viena) explican, muy convincentes, que debe ser así, pero no logran hacerlo.
Recomiendo la lectura de "The twisted muse" de M.H. Kater. Es un libro sobre "músicos y su música en el tercer reich". Si bien la postura de Richard Strauss fue ambigua (como la de Furtwängler), parece ser que 28 miembros de su familia política fueron asesinados por los nazis. En este libro se analizan las posturas de muchos músicos, algunos muy relevantes. Una lectura provechosa e informativa.
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