He aquí lo que escribí tras el
concierto, que tuvo lugar el 3 de junio de 2023. Ahora aparece el disco, que no puedo precisar
si es exactamente lo que se escuchó en directo, o si ha habido algún
tipo de montaje entre diferentes tomas. A decir verdad, si hubo diferencias,
son tan nimias que soy incapaz de detectarlas. Las duraciones del disco con
respecto a las que tomé del concierto son prácticamente idénticas.
Me parece que Pelléas et
Mélisande de Fauré lo hacía Barenboim por primera vez. Enseguida, nada
más comenzar el Preludio, se vio que aquella intepretación iba a
ser algo muy especial: de belleza extrema y espiritualidad como nunca hubiera escuchado.
Se trata, en mi opinión, de la composición orquestal más hermosa y sentida de
su autor. Pero yo no me imaginaba hasta qué punto puede ser una obra tan
maravillosa. Predominó una serenidad de última madurez, que solo en la Muerte
de Mélisande se erizó en intenso dramatismo. Ayer mismo, antes del
concierto, repasé la notable grabación de Michel Plasson con
la Orquesta del Capitolio de Toulouse (EMI 1982) y la distancia, la verdad, es
francamente grande (he aquí las duraciones de Plasson y Barenboim: Preludio,
La hilandera, Siciliana, Muerte de Mélisande: 5’12”+2’58”+3’07”+4’40” y 6’02”+2’52”+4’06”+4’35”).
Conozco dos Sinfonías de
Franck por Barenboim: la que hizo para DG con la Orquesta de París en 1976 y la
que se divulgó en vídeo de agosto de 2021 con la Orquesta del Diván en
Salzburgo. Ninguna de ambas está a la altura de lo que se podría esperar de él
(pues su Cazador maldito y otras composiciones de Franck son
modélicas). Pero el Barenboim octogenario, a partir de su grave enfermedad
neurológica, es -por lo que he conseguido escucharle- el mejor Barenboim de
toda su carrera. La Sinfonía en Re menor de César Franck
siempre me ha parecido una de las admirables del repertorio. Pero nunca ha sido
tan bella, espiritual y emotiva como la de ayer. De una enorme calma (en
el tempo y en el carácter), se desenvolvió con una lógica y
una fluidez desconocidas, mostrando recovecos inesperados gracias a una
clarificación máxima de las voces instrumentales, a una naturalidad en las
transiciones realmente insólita, a una libertad en la agógica extremadamente sutil. Envuelta a menudo de una dorada luz
crepuscular, transcurrió mayormente en p o pp sin
el menor rebuscamiento o blandenguería. La extática sección del finale poco
antes de coda, con el arpa sobrevolando, fue inolvidable, como la escarpada
conclusión, de significado diría que particularmente ambiguo. Maravillosa
tanto la orquesta como sus solistas, que mostraron especialísima atención y
concentración. Creo que sabían que estaban asistiendo y participando en una
sesión memorable. Tras Franck, los aplausos de un público
enfervorizado duraron ocho minutos. La
toma de sonido del CD es, literalmente, excelsa (suena claramente mejor que lo
que ofrece Digital Concert Hall).
(Duraciones de mi grabación
favorita hasta ahora, la de Giulini con la misma Orquesta, DG
1987, y la de ayer: 20’23”+11’56”+12’14” y 21’22”+12’50”+12’25”).
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