lunes, 29 de noviembre de 2010

DVD de “Don Carlo” en Orange por Fulton, con Aragall, Caballé, Estes, Bumbry y Bruson

Con la que acaba de salir al mercado, la del Teatro Romano de Orange en 1984 (Hardy), ya hay al menos siete grabaciones notables de Don Carlo (o Don Carlos) de Verdi en DVD: Levine (D.G.), Karajan (Sony), Muti (EMI), Chailly (Opus Arte), Pappano (Warner en francés y EMI en italiano).

De la mejor –para mí– hasta el momento, esta última (con Villazón, Poplavskaya, Furlanetto, Ganassi, Keenlyside y Halfvarson), ya hablé en este blog, antes de que fuese publicada, a través de una grabación de la BBC.

Pero la de Orange no es una versión precisamente desdeñable, y posee un valor histórico incontestable, por el espectacular reparto, con algunos de los más grandes cantantes del siglo XX, de los que además quedan pocos testimonios filmados. Advertiré de entrada que la calidad tanto del sonido como de la imagen es muy superior a la de la Norma filmada allí diez años antes, esa noche que algunos consideran la más grande de la que hay recuerdo de la insigne soprano barcelonesa.

Aquí no alcanza esas alturas estratosféricas, más que nada porque ya no estaba tan bien de voz (las Turandot y las Giocondas le habían pasado factura), con lo que, si la comparamos con su absolutamente incomparable interpretación en el registro de audio con Giulini (EMI 1971), aquí ya encontramos algunos agudos que no osa atacar en pianissimo, y otros en forte que suenan un poco agrios. Aun así, ¡es tal su sabiduría, tan memorable su canto legato, tan enormemente musical y sentida su interpretación, que hay que descubrirse! Eso sí, como actriz estuvo un tanto limitada, seguramente por algún problema de movilidad. Jaime Aragall, muy bien de voz (¡y qué timbre luce!) tuvo una muy buena noche: bastante mejor de lo esperado en la interpretación; incluso le puso pasión a su exaltado personaje. Grace Bumbry y Renato Bruson son una auténtica gloria cada uno de ellos: hoy me temo que no hay nadie que les pueda igualar como Éboli y Posa tan maravillosamente cantados como verídicamente encarnados.

Aquí se acaba la fiesta, pero no es poco: Simon Estes no es uno de los grandes Felipes; con todo, está mejor de lo que yo esperaba en este barítono-bajo que raramente me gusta. Luigi Roni, notable, es insuficiente para el tremendo Inquisidor. Y bastante ridículo un tal Olim Sadoullaiev como Monje. La batuta de Thomas Fulton (1949-1994), que hace la versión en cuatro actos, es muy satisfactoria, con fuerza, garra y sentido dramático (¡qué poco duró en activo este director norteamericano, asiduo en el Met desde 1979 hasta su muerte!). Y la escena de Jean-Claude Auvray es bastante sencilla, contenida y eficaz, aprovechándose de las posibilidades del inmenso escenario, si bien creo que sobran las reproducciones de algunos fragmentos de cuadros españoles de El Greco o Velázquez. En cualquier caso, en conjunto fue una velada memorable.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Nézet-Séguin en Berlín y en Nueva York

Nézet-Séguin con la Filarmónica de Berlín

El concierto de Yannick Nézet-Séguin con la Filarmónica de Berlín del 23 de octubre de este año ha sido, me parece, su debut con la formidable orquesta. El largo y comprometido programa constó de Les offrandes oubliées de Messiaen, que el joven director canadiense resolvió de forma certera: sonó inconfundiblemente con las tan especiales características de su autor, explicó la partitura con sabiduría y la dotó del indudable trasfondo que puede contener.

En el Segundo Concierto para piano de Prokofiev volvió a sintonizar con el compositor en la longitud de onda idónea, sin retroceder ante la ominosa atmósfera y la ruda rebeldía de la partitura (esta obra es en cierto modo lo que aspiraba a ser La fundación del acero de Mossolov). Impresionante una vez más Yefim Bronfman, absolutamente dominador de la ardua escritura y capaz de una fuerza y una tensión abrumadoras, ésas que se echan en falta en la para mí errónea, casi preciosista y meramente virtuosista versión de Yuja Wang y Charles Dutoit con la floja Orquesta del Festival de Verbier (16-7-2010, la última versión que había escuchado, recientemente, de este Concierto, mi favorito de los de piano de su autor). Creo que sólo Kissin me ha gustado hasta ahora más aún que Bronfman (tanto en su grabación dirigida por Ashkenazy como, sobre todo, en su versión en público de hace años con Maazel y la Filarmónica de Berlín).

En la Sinfonía Fantástica, Yannick ha dejado bien sentado que es un director de técnica y seguridad extraordinarias, que no se arruga ante una centuria tan reputada, y también que tiene ideas propias. No es que haya sido la suya una interpretación innovadora, pero sí con numerosos hallazgos aislados, coherente, de una extraordinaria claridad en su realización, etc. El primer movimiento es con él tremendamente agitado; elegante, fluido y más bien veloz el segundo, convenientemente sosegada y atmosférica la Escena campestre. En la Marcha al cadalso comete, en mi opinión, un error en el crescendo de timbales del principio (que vuelve a ser errado en la –infrecuente– repetición), que se precipita y pierde la debida tensión. Pero no deja de ser un detalle, aunque fastidioso. Y el Aquelarre es sarcástico y, seguro que deliberadamente, un poco enloquecido; pero en mi opinión, en la coda se le va mano en el tempo, perdiéndose durante unas frases claridad, incisividad, efectividad en suma. Aun así, una gran versión, que confirma la talla de este joven director, del que lo mejor que he escuchado hasta hora es un autor tan problemático como Bruckner.

Carmen en el Met

Pero la Carmen con la que debutó en el Met neoyorkino el 16 de enero de este año, y que ha lanzado en DVD Deutsche Grammophon, me ha decepcionado bastante. En realidad, lo único que me ha gustado de veras en ella es la protagonista (no es poco), Elina Garanca, para la que no tengo el menor pero, sino sólo elogios, empezando por su bellísima voz y por su admirable línea de canto, por su talento musical y escénico. Roberto Alagna sigue sin convencerme (casi, casi nunca lo ha hecho del todo), por culpa de unos cuantos defectos que llevo muy mal: absoluta falta de elegancia y distinción en su línea de canto y su expresión verbal, que es basta e incluso zafia; afinación defectuosa, con tendencia no sólo a quedarse bajo en el tono, sino a atacar sin ton ni son algunos agudos, que casi siempre le quedan altos; y falta completa de sinceridad (o al menos ésa es la sensación que percibo).

Muy correcta Barbara Frittoli como Micaela, pero sin transmitir apenas emoción. Y flojísimo el Escamillo de Teddy Tahu Rhodes, de voz hueca, sin graves ni agudos: parece que lo han escogido por su tipo y su planta de torero (un poco más alto de lo habitual).

De la escena voy a decir bien poco, porque me ha fatigado y cabreado tanto que a ratos he dejado de atenderla: es tradicional, pero falsa, inconsistente, pasada de rosca y con multitud de absurdos. Basten algunos botones: al llegar al cuartel, Micaela es toqueteada sin cesar por todo aquel al que se acerca (¿quiere hacer creer Richard Eyre que en España todo quisque es zafiamente machista?); el final del acto I está muy mal, torpemente resuelto; ¿a qué viene la gran cruz que pende en el acto IV del cuello de Don José, y con la que tanto juega hasta arrojarla al suelo? Y lo pretendidamente español, coreografía incluida también en los entreactos, es sencillamente grotesco, muy irritante. ¡En Carmen prefiero incluso un experimento con el que pueda estar disconforme, o no comprender!

Yannick ha caído en el tópico de que, como Carmen es de un compositor francés, hay que hacerla elegante, perfumada, epidérmica, sólo sensorial (y lo remacha en su breve conversación con Renée Fleming), o sea eso que muchos entienden como la quintaesencia de lo francés, trátese de Berlioz, Gounod, Massenet, Saint-Saëns, Fauré o Debussy, incluso de Messiaen si me apuran. Pero no hay que engañarse: en la genial ópera de Bizet hay pocos momentos en que sea sensato desplegar esas características. Entonces resulta que no aporta prácticamente nada a lo que hace medio siglo ya dijo Beecham (con Victoria de los Ángeles), y con una orquesta (la RTF) que entendía mejor que la del Met (flojilla aquí, si bien tanto como el coro) lo que se le pedía. Y hay algo que aquí le falta rotundamente a Yannick, y que me parece imperdonable en Carmen: pasión. El preludio y el primero y último entreactos son cuadriculados, inflexibles y banales; la pelea de las cigarreras está mal dirigida (así, como suena); la aparición de Carmen, con esa gloriosa melodía llena de fuego, pasa sin pena ni gloria. Etcétera.

Otro “pinchazo” mucho más serio

Pinchazo serio de este director, espero que accidental y que no sea un aviso de que se está metiendo, emborrachado de éxito, en demasiadas cosas sobre las que no le da tiempo a reflexionar y que empieza a no controlar. Dejo aparte la abominable “Heroica” beethoveniana que este verano dirigió en los Proms (creo que con la Filarmónica de Rotterdam), jugueteando, coqueteando con los movimientos llamando historicistas y que en Beethoven, que yo sepa, no han hecho otra trascendental aportación a la historia de la interpretación de su música que descubrir que Beethoven es un compositor que mira hacia atrás, y no hacia delante como ingenuamente, sin duda engañados, otros hemos creído.

Pero bueno, Yannick es muy joven y ha caído en esta extendida creencia de que así es más moderno: no sólo ha sido él, sino también algunos otros directores más creciditos y de reputación mucho más sólida. ¡Qué le vamos a hacer! Nadie es perfecto...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Dos estupendos músicos poco conocidos: Antonio Meneses y Yan-Pascal Tortelier

El concierto de Ibermúsica en el Auditorio Nacional del 23 de noviembre ¡a las diez y media de la noche! (había, por ello, bastantes huecos) constituyó una sorpresa muy agradable. La Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo ha resultado ser un conjunto espléndido, disciplinado y brillante, que toca con gran entrega y competencia. ¡Qué nivel de orquestas hay actualmente! Nada que ver con el de hace tres o cuatro décadas.

Hacía tiempo que no sabía apenas nada del cellista brasileño Antonio Meneses, cuyos comienzos fueron tan brillantes (¡aquella grabación de Don Quijote de Strauss con Karajan!). Por eso pensaba que debía de estar en declive artístico o técnico. ¡Nada de eso! Con un sonidazo imponente por volumen y riqueza, tocó un admirable Concierto de Elgar. Aun así, es una obra tan especial, que no acabó de sonarles, ni a él ni a la batuta, del todo a británico, eso tan especial y tan difícil de explicar que lograba con toda naturalidad la Du Pré (intérprete suprema de esta bellísima obra, acaso la cima de todo Elgar), y también Lloyd Webber (en su grabación Philips dirigida por Menuhin) o incluso, hoy mismo, Alisa Weilerstein (en el DVD y Blu-Ray de EuroArts que acaba de salir dirigiendo Barenboim). O sea, la de Meneses y Tortelier hijo (su padre, Paul, el insigne cellista, tampoco acertó del todo en la grabación con Boult) fue irreprochable, pero un poco alejada del mundo elgariano.

Antes, para abrir boca, Tortelier había dirigido con plena corrección –y no más– el sublime preludio de Khovanchina de Mussorgsky.

Pero la segunda parte fue la pera limonera. Choros nº 6 de Villa-Lobos, una partitura de unos 25 minutos quizá nunca tocada en Madrid y de la que resulta muy difícil hallar una grabación (logré, no fácilmente, la de ASV, con la Filarmónica de Gran Canaria y Leaper), es una página excelente, cautivadora, soberbia y suntuosamente orquestada, que Tortelier hizo suya con una entrega, sintonía, convicción y capacidad de seducción arrolladoras. ¡Qué maravilla, qué gozada! Su espectacular mímica (sin batuta) resulta además muy adecuada y contribuye lo suyo a explicar la música. La orquesta bordó la nada fácil partitura.

Tortelier se lo puso a sí mismo muy difícil con la obra final del programa, nada menos que La Valse de Ravel. Pero el nivel de excelencia no disminuyó: una versión muy particular la suya, pero logrando que fuese de una lógica incontestable. Y de nuevo envolvió y sedujo por completo al público, a pesar de que eran más de las doce de la noche.

Ayer quedé convencido de que Tortelier no es desde ahora un apellido que debamos asociar sólo al del glorioso cellista Paul, sino también a un espléndido director, Yan Pascal, un director nato, que es un músico enormemente seductor y convincente. Mientras es casi ignorado por las compañías de discos, tenemos que sufrir a los omnipresentes en grabaciones Gergiev o Welser-Möst... ¡Qué cruz de mundo musical!

Y del mundo musical al mundillo musical: la derecha y la Orquesta del Diván

¡Y no digamos el del mundillo! La derecha más rancia vuelve a la carga contra la West-Eastern Divan Orchestra (¡alguno de estos derechones ni siquiera saben escribir bien su nombre!) tratando de disimular desesperadamente, y en vano, que odian a Barenboim –al que nunca han sabido elogiar– por motivos políticos, y que les molesta que el nombre de un proyecto acogido por una autonomía gobernada por la izquierda salga en numerosos CDs y DVDs distribuidos por todo el mundo. Y es sólo el principio, pues las 9 Sinfonías de Beethoven darán la vuelta al mundo en CDs y DVDs del sello Deutsche Grammophon, dirigidas por su mayor intérprete, el director-fundador de la Orquesta palestino-israelí-andaluza.

martes, 16 de noviembre de 2010

Jacobs dirige “Orlando paladino” de Haydn, una ópera con suerte

No hace mucho comentaba en este blog la excelente impresión que me había causado la versión que Harnoncourt dirigió en versión de concierto en la Philharmonie de Berlín del “drama heroico-cómico” de Haydn Orlando paladino. Pues bien, acabo de escuchar el no hace mucho publicado DVD (EuroArts 2057788) con la versión dirigida por René Jacobs en la Staatsoper de Berlín el 8 de mayo de 2009 ¡y me ha gustado más aún!

Aunque no es del todo propio comparar una versión de concierto con otra escénica, ésta de Jacobs es aún más jugosa, con mayor sentido del humor, viveza y variedad de situaciones. La Freiburger Barockorchester se consagra una vez más como uno de los mejores, más flexibles, precisos y de atractivo sonido conjuntos de instrumentos originales, nada irritante para estos oídos míos que soportan mal los constantes chirridos y dobles reguladores dinámicos de tantas otras ocasiones.

La escena, a cargo de Nigel Lowery y Amir Hosseinpour, derrocha gracia y chispa, multitud de hallazgos hilarantes (puede que aquí allá lleguen a ser excesivos y un poco forzados, pero se les perdona con gusto), convirtiendo una ópera que fácilmente podría ser un poco ladrillo en lo escénico en un entretenidísimo espectáculo. La escenografía, sencilla, bonita e imaginativa, es de cuatro euros: o sea lo que me parece que ha debido hacerse siempre, y con mucha más razón en tiempos de crisis económica.

Para terminar de redondear las cosas, el reparto es estupendo; como casi siempre en Mozart y contemporáneos, lo mejor son las féminas, y lo menos bueno, los tenores. Aquí me han gustado sólo lo justo el Orlando del tenor o baritenor lírico Tom Randle y el Medoro de Magnus Staveland, también lírico. Aun así, lo hacen bastante bien, pero ambos son voces no muy gratas. Las voces masculinas más graves están muy bien: el Rodomonte del barítono lírico Pietro Spagnoli, excelente, el Pasquale del bajo bufo Víctor Torres (creo que alguien muy a tener en cuenta, también como actor, en este tipo vocal), e incluso el más que correcto barítono lírico Arttu Kataja, que hace de Licone y Caronte.

Pero las féminas son estupendas: la Angelica de la soprano lírica o lírico-ligera Marlis Petersen, la ligera Sunhae Im (Eurilla), realmente deliciosa, y la en verdad extraordinaria mezzo dramática con coloratura Alexandrina Pendatchanska en el dificilísimo papel de Alcina.

¡Por fin una ópera de Haydn en DVD interpretada con alto nivel en (casi) todos sus elementos! Una pega: los subtítulos vienen sólo en inglés, francés, alemán e italiano (¡cómo no han sustituido éstos por el español, si el italiano de los cantantes se entiende la mar de bien!)

El único “Rigoletto” con Juan Diego Flórez

Juan Diego Flórez causó un gran revuelo cuando anunció que no venía al Teatro Real a cantar el Duque de Mantua en el Rigoletto anunciado para la temporada 2008-09 del coliseo madrileño. Seguramente hizo bien, pues su voz es excesivamente ligera para un papel que es puramente lírico, y ya conocemos de sobra las nefastas consecuencias que este tipo de aventuras acarrea para muchas voces. La suya parece que, como la de Alfredo Kraus, va a evolucionar muy poco (sobre todo, si no la fuerza, que fue lo que también hizo el insigne tenor canario, manteniéndose toda su carrera fiel a un repertorio muy reducido, quizá demasiado, pues pudo haber cantado más Mozart, por ejemplo). O sea, que parece buena idea que Flórez no haga el Duque de Mantua; pero ello no quita para que también sea buena la idea de haberlo cantado en una producción (Ópera de Dresde, junio de 2008), y que fuese filmado. Para que podamos conocerlo y también degustarlo y admirarlo.

Aquí está, y además rodeado de elementos sobresalientes, empezando por la batuta de Fabio Luisi, uno de los más grandes directores verdianos de la actualidad (hecho que no parece suficientemente conocido). Dirección enérgica, dramática, sí, de sonido puramente verdiano, pero también muy rica en matices y aportaciones siempre muy en consonancia con la situación del libreto y con la propia música. Soberbia la Staatskapelle de Dresde. El propio Flórez está muy bien, sobre todo en los momentos más melódicos, con propensión a una óptica belcantista, belliniana podríamos decir (lo que se nota en particular en “Parmi veder le lagrime”). Lo que menos me ha gustado es una mera anécdota: el sobreagudo al final de “Possente amor”, que no queda bien y no le queda bien (cayendo en el mismo error que Kraus).

El protagonista ha sido una sorpresa agradable: buena voz, no lo suficiente dramática, buen cantante –capaz de matizar casi siempre lo suficiente– y buen intérprete, aunque no muy buen actor. Dista de ser Dieskau, McNeil o Bruson, pero es posible que hoy no lo haya mejor.

Lo mejor del reparto es, en cualquier caso, Diana Damrau: conocida por sus excepcionales cualidades como soprano ligera, resulta ser una lírico-ligera (casi lírica) también extraordinaria; sin haber perdido sus sobreagudos, con agudos bellísimos incluso en piano, posee una línea de canto prácticamente perfecta y una expresividad conmovedora. Correctos o más que eso los papeles menores, empezando por Georg Zeppenfeld como Sparafucile, Christa Meyer (Maddalena) y Markus Marquardt (Monterone). Muy sensata y eficaz la puesta en escena de Lehnhoff, no estrictamente tradicional, con algunas metáforas que funcionan a pedir de boca. Para mí, en conjunto, el mejor Rigoletto en DVD.

martes, 9 de noviembre de 2010

Kurt Sanderling, con Yefim Bronfman, en DVD

Es un enorme placer poder ver en acción a uno de los más grandes directores aún vivos, Kurt Sanderling (nacido en 1912, es decir con 98 años), en el DVD que EuroArts acaba de publicar. Es un concierto filmado en la Philharmonie de Berlín el 8 de junio de 1992 que constó de dos obras: el Segundo Concierto para piano de Saint-Saëns y la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky. En aquél, un aún joven Bronfman (34 años) realmente arrasó: nunca había escuchado una interpretación tan abrumadora, tan poderosa, elocuente y vehemente, tan rapsódica y fantástica, tan formidable en suma. La dirección está a su altura, y completamente en consonancia, e impresionante la Filarmónica de Berlín. Recreación, pues, histórica de este hermoso Concierto, que mira a Bach y también a Liszt. Bronfman, aclamado insistentemente, acabó regalando una preciosa Sonata de Scarlatti (la K 11).

En la Cuarta de Tchaikovsky Sanderling se mueve como pez en el agua; su conocimiento y familiaridad con esta obra son proverbiales. Sin excesos de ningún tipo, sin efectismos innecesarios, incluso con contención –sobre todo al principio–, pero con un pulso y un rigor que pueden recordar a Klemperer, el director germano-ruso logra una tremenda tensión ya en el desarrollo del primer movimiento y, tras un emotivo (¡pero no dulzón!) “Andantino” y un asombroso Scherzo, vuelve a la carga en un furibundo Finale, que es a la vez en cierto modo triunfal y desesperado. De nuevo, asombrosa, más aún que de ordinario, la Filarmónica de Berlín. Con excelente calidad de sonido y de imagen, un DVD (creo que el único con Sanderling) para no perdérselo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Genial recital Chopin de Barenboim en Varsovia

Aunque en su juventud tocó mucha música de Chopin, el nombre de Barenboim no se halla muy asociado al del genial polaco. Mientras sus discos como pianista se cuentan por decenas, de Chopin sólo llevó al disco, además de la Sonata para cello (con Du Pré, EMI 1973), los 26 Preludios, las Sonatas 2 y 3 y un disco con la Fantasía, Barcarola, Polonesa-Fantasía, Berceuse, Variaciones brillantes y Souvenir de Paganini (EMI 1974-76). Interpretaciones no demasiado citadas que convendría revisar, pues no siguen al pie de la letra la tradición: son renovadoras y más que interesantes. Tampoco la siguen los 21 Nocturnos (D.G. 1982), pero éstos gozan sin embargo de una gran –y justificada– reputación. Y eso es todo, aparte de alguna propina en este o aquel recital en DVD.

Pues bien, este año del centenario, Barenboim ha tocado los Conciertos de modo memorable en numerosos centros musicales (de ellos existe una filmación con la Filarmónica de Berlín extraída de la transmisión de la propia orquesta). También ha dado en numerosas ciudades dos recitales Chopin con dos programas diferentes. Conociéndole, era de esperar: que si después de tantos años, a estas alturas, se interesa por algo nuevo en su repertorio sería porque tenía algo especial que decir. Así es: yo diría que estamos ante todo un acontecimiento, por la extraordinaria altura y personalidad de las interpretaciones.

El ambicioso y variado programa empieza por todo lo alto, con una Fantasía op. 49 de una potencia tremenda (es quizá la obra más orquestal de su autor), se repliega en el intimismo del Octavo Nocturno –un prodigio de hondura introspectiva– para volver a la impetuosa y tremenda Sonata núm. 2, para la que su experiencia beethoveniana resulta decisiva: ¡qué desarrollo del primer movimiento! ¡Qué fuerza y pasión! Impresionante. La Marcha fúnebre, más rebelde que, como en Kissin, serena o reflexiva, no alcanza a la genial, irrepetible, recreación del pianista moscovita. El brevísimo finale es un desideratum en toda regla. La segunda parte comenzó con una Barcarola absolutamente excelsa, quizá, como la Fantasía, la más genial que haya escuchado. ¡Qué inconmensurable riqueza de expresión!

Siguieron tres Valses, los opp. 34/3, 34/2 y 64/2 en los que las aportaciones personales son constantes: elegancia, gracia, humor, melancolía, con una flexibilidad en el tempo y en la dinámica en extremo sutiles. Los tres son antológicos. La Berceuse se beneficia de un sonido bellísimo, de exquisitez e infinita ternura. Como colofón, la más épica, poderosa y elocuente Polonesa “Heroica” imaginable, de una fuerza y dramatismo descomunales, en la que también se cuela el lirismo. Se despidió con una impecable Mazurca op. 7/3 y con el Vals op. 64/1, especialidad de la casa.

¿Cómo es este Chopin de Barenboim? No es fácil de explicar, más que en sus rasgos exteriores: de sonido más robusto de lo habitual, extraordinariamente matizado en la dinámica, la agógica (recurso muy frecuente, casi constante, al rubato, pero muy sutil, nada explícito salvo en los clímax más pronunciados) o en la variedad de ataques y de colores. Pero la expresión no es fácil de adjetivar: con una apariencia muy objetiva, nada caprichosa, seguramente predomina una punzante sensación de soledad y aislamiento (lo que ya ocurría en su grabación de los Nocturnos) y una proyección más adelantada a su tiempo que propia o tópicamente romántica. Me ha llamado la atención que, en muchos momentos se vienen a la mente otros compositores: Schumann, Liszt, incluso Bach, Beethoven, Debussy o Albéniz. Creo, en efecto, que, sobre todo en los últimos años, Barenboim parece querer poner de manifiesto, en muchas de las obras que toca, conexiones con otros compositores en las que no se suele reparar, y aquí me resulta bastante claro. En cualquier caso, ¡qué enorme artista del piano, también en Chopin!