(Texto adaptado del guión para Radio Clásica emitido por primera vez el 13 de marzo de 2008)
Como es sabido, la
colección de las 32 Sonatas para piano de Beethoven constituye el Himalaya para
ese instrumento en toda la historia de la música. Es, por tanto, muy
conveniente –por no decir necesario– tratar de alguna de ellas en este
programa. Pero era preciso escoger una de las más importantes que no fuese en
exceso larga; nos hemos decantado por la nº 30 en Mi mayor, op. 109, una
de las sonatas decisivas del compositor pero cuya duración es de unos 20
minutos (la mayor parte de las principales rondan los 25 o los 30, por no
hablar de los 50 de la Sonata nº 29 “Hammerklavier”).
Con una estructura atípica en tres
movimientos, un “Vivace” y un “Prestissimo” muy breves seguidos de un “Andante
con variaciones” que más que dobla la duración de los dos anteriores juntos,
esta antepenúltima Sonata muestra la libertad pero a la vez el rigor con el que
se movía al final de su trayectoria el genio de Bonn: si el primer episodio, de
carácter improvisatorio, sustituye al que normalmente abre las sonatas
clásicas, el segundo es una especie de ceñido scherzo y el finale una serie de
seis variaciones sobre un solemne y despojado, desnudo coral, que desembocan en
un episodio turbulento antes de alcanzar una peculiar paz.
En el caso de las Sonatas
pianísticas de Beethoven la historia de su discografía deja claro, a rasgos
generales y salvo casos aislados, que, sobre todo en lo que se refiere a las de
última época, se atravesó por un largo desierto del que se salió en los años 60
gracias a un par de colosos del piano, y sobre todo de la interpretación
musical: son Claudio Arrau y Daniel Barenboim, curiosamente no dos
centroeuropeos, sino dos hispanoamericanos, chileno y argentino; por más que la
formación de ambos sí que fuese mayormente germánica. A partir de las
grabaciones de ambos pianistas, la historia de la interpretación de estas obras
cambió irremisiblemente.
Antes del ciclo de Arrau y del
primero de Barenboim, que se editaron en disco en la segunda mitad de los años
60 (grabadas entre 1962 y 1966 las de Arrau, y entre 1966 y 1969 las de
Barenboim), son bastante escasas las interpretaciones discográficas de
cualquiera de las Sonatas de Beethoven –sobre todo, como se ha dicho, de las
últimas– que les hagan verdadera justicia, y esas pocas se deben a un reducido
número de pianistas entre los que quien esto escribe destacaría a Artur
Schnabel, Edwin Fischer y Solomon.
En lo que respecta a la Sonata
nº 30 de Beethoven, y antes de entrar a enumerar por orden cronológico las
principales grabaciones, vamos a presentar ya el primer movimiento, Vivace ma
non troppo, en una interpretación, la de Wilhelm Backhaus (Decca 1962),
que tuvo mucho predicamento en su tiempo, seguida de la primera de Daniel Barenboim
(EMI, sólo siete años posterior). Y vamos a escucharlas seguidas, una tras
otra.
El joven Daniel Barenboim
El primero, en la madurez artística de sus 77 años, se
limita a tocar las notas, pero nada de lo que hay entre o detrás de ellas:
parece leer a primera vista, no existe comprensión alguna de la música. En la
2ª versión el pianista tenía 24 años. Por supuesto, mientras Backhaus era por
entonces un patriarca, cuya biografía ocupaba un buen espacio en las
enciclopedias de música, Barenboim era aún apenas conocido, además de recibir
algunas críticas muy hostiles. Pues bien, en la interpretación de este último
cada nota es un mundo: con un tempo lento y un empleo muy beethoveniano
del rubato, lo mismo que su sonido, robusto, redondo y carnoso, logra
transmitir un intenso desasosiego y una fuerza tremenda y angustiosa.
Las primeras grabaciones de la Sonata
30 de Beethoven son ya prehistoria: Alfred Cortot en 1927 (publicada
por Nimbus), Walter Gieseking en 1940 (Pearl), incluso Artur Schnabel
en 1942 (RCA/Philips), con un primer mov. encomiable. Y ya en la era del
microsurco, Mieczyslaw Horszowski en 1950 (Vox), Solomon (EMI) y Wilhelm
Kempff (DG) en 1951, Dame Myra Hess (Philips 1953), Rudolf Serkin
(CBS 1954), Glenn Gould (CBS 1956, horrible versión) y Annie Fischer
(EMI 1958).
Tres años después de Backhaus, en
1965, Wilhelm Kempff (DG), con una fama incomprensible en determinados
ámbitos, vuelve a pinchar estruendosamente: el primer mov., rápido, mecánico y
sin sentido alguno, merece figurar en una antología del peor Beethoven. El
sonido es canijo y chillón, insufrible sobre todo en el 2º mov. Y el tercero,
que es un episodio glorioso, no puede ser considerado siquiera una
interpretación.
Claudio Arrau
Claudio Arrau
Sólo un año después aparece la
grabación de Claudio Arrau (Philips 1966), pero esto es ya otro mundo.
Aquí nos topamos por primera vez con la sabiduría: con él la música respira y
canta; la dialéctica tensión-relajación confiere sentido al discurso; el sonido
del piano, con peso beethoveniano, es muy bello. El primer mov. es admirable; el
2º podría ser un poco más escarpado; en el 3º, es el primer pianista que da
sentido a la indicación de la partitura “muy cantado, con la expresión más
interiorizada”. Quizá nadie ha expuesto la 4ª variación con tal belleza; en la
última se oye por fin todo lo escrito, si bien el clímax no es todo lo
turbulento y angustioso como la música parece pedir.
Tan sólo un año después, en 1967,
el vienés Friedrich Gulda registra, dentro de otra integral de las 32
Sonatas, la No. 30: un retroceso tremendo, que ignora por completo la
aportación de Arrau. Si los dos primeros movs., algo crispados, son pasables,
el 3º es lamentable por su mecanicismo y carencia de sentido: se coloca al
ínfimo nivel de Kempff.
1970 es el año
de la publicación de la primera grabación, para EMI, de Daniel Barenboim,
a quien le hemos escuchado el primer mov. Un pianista que, cuatro años más
tarde, recoge y asume indudablemente la experiencia de Barenboim es Vladimir
Ashkenazy, dentro asimismo de su ciclo para Decca. En la Sonata 30
despliega fuerza y rebeldía, muy efectivas, puede que ligeramente retóricas y
exteriores. En todo caso, y dada la dificultad de la obra, una muy meritoria
versión.
Un año después, en 1975, Alfred
Brendel hace gala de musicalidad y buen gusto en su grabación para Philips,
pero su forma de ver esta música, demasiado amable, es difícil compartirla. Hay
en él más atención al detalle que al conjunto, y su sonoridad, bonita y
preciosista, carece de la robustez y la potencia exigible en numerosos pasajes.
El mismo año 1975, otro importantísimo pianista, Maurizio Pollini, graba
en D.G. las 6 últimas Sonatas (dentro de un ciclo que aún hoy no ha concluido
aún). Su sonido es aquí potente, como magnífico su mecanismo, pero algo seco y
cortante, y más que en pasión, su apresuramiento deviene en cierta convulsión.
Suena, en suma, impactante, pero no muy beethoveniano.
1978 aporta la espléndida versión
de Stephen Kovacevich, entonces Stephen Bishop, para Philips, una de las
más logradas entre las Sonatas de Beethoven por este pianista. En 1984 se
publica, por DG, el segundo ciclo completo de las 32 Sonatas de Beethoven
grabado por Daniel Barenboim (sin contar con el un par de años anterior
para el vídeo, filmado por nada menos que Jean-Pierre Ponnelle; si lo contamos
sería el 3º de los 4 que ha registrado [este ciclo ha sido publicado en DVD y
Blu-ray por EuroArts]).
Aunque tiene mucho en común con el
de EMI, tres lustros anterior, entre medias ha tenido lugar la experiencia de
dirigir Tristán e Isolda de Wagner, que según el propio Barenboim, le ha
marcado decisivamente. Lo cierto es que el Beethoven por así decirlo más
cantable y humanista de entonces se ha vuelto, en líneas generales, más hosco y
misántropo, más abstracto, solitario, más desesperanzado y rebelde. La experiencia
de comparar completas ambas versiones suyas de la Sonata 30 sería muy
interesante y esclarecedora.
Emil Gilels
Desde entonces, la interpretación
más lograda de esta obra es la de Emil Gilels para D.G. en 1986.
Versión madura, relativamente serena, parece concluir en una cierta aceptación
del adverso destino. Son también propuestas valiosas desde entonces las de Jenö
Jandó (Naxos) y Hélène Grimaud (Teldec, las dos de 1991), Sviatoslav
Richter (Philips 1992; decepcionante versión, tomada en público, la del
enorme pianista ucranio: apresurada, crispada, superficial). Y la de Richard
Goode (Nonesuch 1994, dentro de una estimable integral).
Pero hay que
volver a Barenboim para encontrar, ahora no en CD sino en DVD, otra
interpretación concluyente de esta Sonata, en su filmación de 2007 para EMI del
ciclo íntegro de las 32, tomado en público en Berlín [publicado en CDs por
Decca en 2012]. Su conocimiento del universo beethoveniano no tiene parangón, y
su modo de ver estas obras no deja de evolucionar.