El empresario y autor teatral, actor e incluso compositor
Emanuel Schikaneder (1751-1812) obtuvo, como es sabido, un enorme éxito
comercial con La flauta mágica de Mozart (1791), que había encargado y
para la que había redactado el libreto. Intentando prolongar aquellas
ganancias, tuvo la idea de escribir la segunda parte de la misma, con el título
de Das Labyrinth oder Der Kampf mit den Elementen (El laberinto o La
lucha contra los elementos) y de solicitar la música al entonces bien
conocido compositor Peter von Winter (Mannheim, 1754 – Múnich, 1825). La nueva
ópera fue estrenada en Viena el año 1798 con favorable acogida, y a lo largo de
tres décadas fueron representadas en diversos teatros de habla alemana en días
sucesivos “la primera y la segunda parte” (así solían ser anunciadas: ¡buena
vista comercial!) de La flauta mágica. Das Labyrinth cayó después
en el más completo olvido, hasta que un siglo largo más tarde, en 1930, fue
repuesta en Kiel. Todo el siglo XX
conoció una sola producción más, en la capital bávara el año 1978. Ambas
ofrecieron la partitura con severos cortes, de modo que puede afirmarse que
hasta el siglo XXI (el año 2002 en Chemnitz y diez años después en el Festival
de verano de Salzburgo) no ha sido repuesta en versión casi íntegra: casi, pues
sólo se han abreviado las partes habladas (como, por otra parte, es tan
frecuente hacer en las últimas décadas con Die Zauberflöte, sobre todo
en países de lengua no alemana). Estaba cantado que El laberinto
no podía volver a alcanzar el nivel artístico de La flauta mágica; aun
así, puede afirmarse que la partitura del hábil Winter no es desdeñable, y no
tiene que envidiar a una ópera de Salieri u otros contemporáneos menores de
finales del XVIII.
En efecto, el oficio de este compositor no es menor, como se
aprecia en su dominio de la armonía y la orquestación de esta “gran ópera
cómico-heroica en dos actos” de amplio formato. En cuanto al entramado entre
los momentos cómicos y los heroicos, es mejor no acordarse, no
compararla (¡como era de esperar!) con la “primera parte” mozartiana. No
extrañará que los guiños a la inmortal ópera de Mozart sean frecuentes –se
trataba a fin de cuentas de prolongar aquélla– , aunque no creo que fuese justo
hablar de plagio. Violinista de la famosa Orquesta de Mannheim, en 1778 fue
nombrado Winter director de la Orquesta de la Corte de Múnich, donde comenzó a
componer óperas; en 1798 fue nombrado kapellmeister en esa institución,
dando a conocer obras escénicas propias y ajenas. Cuando Schikaneder le encargó
la continuación de La flauta mágica ya tenía en su haber Der
Bettelstudent (El estudiante mendigo) o Das unterbrochene
Opferfest (El sacrificio interrumpido, de 1796, el más celebrado de
todos sus títulos). Además de estos dos singspiele, compuso óperas bufas
y serias en italiano –Il ratto di Proserpina, Zaira, Tamerlan, Il trionfo
dell’amor fraterno...– e incluso tragédies lyriques, como Castor
et Pollux, varias de las cuales llegaron hasta los escenarios de Londres o
París.
De no haber sido por la presente interpretación, esta
“segunda parte” de la genial ópera mozartiana quizá no merecería tanta
atención. Esta toma de las representaciones llevadas a cabo en el
Residenhof de Salzburgo, producida por
el bien conocido especialista Paul Smaczny (junto a Günter Atteln) e
impecablemente realizada por Peter Schönhofer, recoge una sencilla mise-en-scène
de Alexandra Liedtke, con elementos mínimos debido al reducido espacio del
escenario, pero sumamente eficaz y atinada, a la que sólo le achacaría el
dudoso acierto de algunos trajes.
Pero lo mejor es la interpretación musical, cuyo alto nivel
se debe en primer lugar a un Ivor Bolton tan entregado como competente. Ha
contado con una espléndida orquesta del Mozarteum de Salzburgo en la que la percusión y los metales suenan
moderadamente originales (lo mismo que el continuo, a cargo de Jeffrey
Smith tocando el fortepiano y el glockenspiel) y con un estupendo
coro formado por tres formaciones locales. Finalmente, el largo elenco
(bastante más numeroso que el de Die Zauberflöte), que realiza una soberbia
labor de conjunto, cuenta con voces de primera clase, sobre todo con el
sencillamente magnífico bajo-bajo Christof Fischesser como Sarastro: estamos
ante uno de los mejores bajos del mundo, con permiso de René Pape. La Reina de
la noche es, como parece demandar la escritura, una voz algo más dramática que
la equivalente mozartiana: aquí la sobresaliente Julia Novikova. También Pamina
requiere una voz algo más ancha y con algo de coloratura, y Malin Hartelius da
aquí cumplida respuesta a lo exigido. Michael Schade es un más que notable
Tamino, papel mucho menos comprometido que el de Mozart. Simplemente correctos,
en cambio, el Papageno joven del barítono quizás demasiado lírico Thomas Tatzl
y la Papagena joven de Regula Mühlemann. Los padres del primero (que tienen los
mismos nombres) están correctamente servidos por Anton Scharinger y Ute
Gfrerer. También están bien escogidas las voces de las tres damas, convertidas
por la Reina de la noche en Venus, Amor y un Paje. Sencillamente espléndidos
Klaus Kuttler como Monostatos, Clemens Unterreiner como el malvado guerrero
Tipheus, aliado de la Reina, y Philippe Sly como su secuaz Sithos, barítonos
ambos. Los tres genios han sido encomendados a tres niñas que actúan
impecablemente. Tanto la calidad de la imagen como la del sonido son óptimos, y
además se cuenta con subtítulos en castellano.
Hola:
ResponderEliminarCreo que se impone una mención a otra norma "historicista", anterior a esta, y que poseo en DVD (editada en su día en los kioskos por Planeta Agostini, de origen TDK). Se trata de la de Fabio Biondi, grabada en el Teatro Regio de Parma, en marzo de 2001, con June Anderson(Norma), Daniela Barcellona (Adalgisa)y otros. Duración, 163 minutos aprox.
No puedo pormenorizar mucho pero a mi me gusta. De la presente no tengo nada que decir, no la he escuchado. Únicamente señalar que Biondi se le adelantó a Antonini.