Nelsons dirige en Ibermúsica Beethoven, Prokofiev, Dvorák, Mozart y Bruckner
Los días 27 y 28 de mayo ha
puesto Andris Nelsons el cierre al ciclo de Ibermúsica con dos conciertos al
frente de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham. En las cinco obras
escuchadas ha quedado patente, una vez más, que el letón es un músico
excepcional: un director como solo surge uno cada varias décadas. Es posible
que, desde el joven Barenboim, no haya surgido otro talento de tal calibre en
las músicas más comprometidas. Nelsons, en efecto, posee una capacidad
impresionante para construir, para conferir unidad y coherencia a las grandes
formas sinfónicas -ha sido evidente en las dos Sinfonías escuchadas anteayer y
ayer, las Séptimas de Dvorák y
Bruckner- , posee una musicalidad casi infalible para entender en profundidad y
recrear las grandes composiciones y, finalmente, sabe con enorme competencia
cómo ponerlas en sonidos, gracias a una técnica tan personal como
extraordinariamente eficaz. Ya la Obertura de Prometeo de Beethoven me produjo asombro por su estilo y sonido
beethoveniano, su vigor, su clara anticipación de Egmont. El Segundo Concierto
para violín de Prokofiev no es que pueda definir a un director, pero desde
luego que es difícil sacarle más partido, con tal claridad, incisividad y
lirismo, a su parte orquestal. En cuanto a Baiba Skride (Riga 1981), quizá no
sea la obra que más le convenga, pero supo adaptarla a sus propias cualidades:
un sonido de impecable pureza, no muy expansivo. Dio colmada réplica al
lirismo, cálido e íntimo, que sin duda posee la partitura. Pero el despliegue
de virtuosismo, fuerza y brío del finale
le conviene algo menos.
Me alegro mucho de que
Nelsons haya programado una obra tan maravillosa y poco escuchada como la Séptima Sinfonía de Dvorák, que se halla
al mismo altísimo nivel de las dos que le siguen. Mostrando con nitidez el
parentesco que la une a Brahms -especialmente a la Tercera- Nelsons la edificó con apabullante solidez, la hizo fluir
con la mayor naturalidad y lógica al tiempo que encontró en ella múltiples
recovecos a los que no siempre se atiende. Concentró el dramatismo de la obra
en un impactante finale,
particularmente opresivo y trágico. Una vez más, Nelsons nos recordó por su
cantabilidad al más grande Giulini (en concreto su grabación con la London
Philharmonic, EMI 1978), si bien cargó algo más las tintas en la negrura de la
obra. Pese al enorme éxito, no hubo propina.
Si en Prometeo las cuerdas sonaron con belleza, corporeidad y exactitud
admirables, y en Prokofiev se lucieron de lo lindo las maderas (y todo lo
demás), en Dvorák se pudieron apreciar en cambio ciertas limitaciones de la
Orquesta de Birmingham, en particular en los metales. En el Cuarto Concierto para violín de Mozart
que llenó la primera parte del segundo día, escuchamos por primera vez a
Nelsons algo de ese compositor, al que sirvió de modo cabal: se trata de un
Mozart juvenil, sin duda menor, que sonó fresco, vital y espontáneo, nada banal
ni pimpante. Ejemplar igualmente la Skride en una música que le va como anillo
al dedo, desplegando un lirismo debidamente contenido pero muy comunicativo. Excelente
la orquesta, que sin embargo en la Séptima
de Bruckner volvió a mostrar ciertas deficiencias en, sobre todo, trompetas y
trompas. Con destacadas intervenciones de la estupenda flautista (Marie
Christine Zupancic) y del sensacional timbalero (el joven Niels Verbeek), la
interpretación de ayer pudo ser magistral de haber contado Nelsons con una
orquesta de primera clase. Pero el notable conjunto de Birmingham no es muy
adecuado para Bruckner: el metal como conjunto y la cuerda grave no son lo
suficientemente sólidos y compactos, dando como resultado un sonido un poco
gritón y con excesiva presencia de los agudos en los fortísimos.
También era la primera vez
que le escuchaba Bruckner a Nelsons. Prueba superada con sobresaliente:
magnífica armazón sin por ello descuidar precisamente las transiciones o multitud
de detalles, siempre acertados, cantabilidad tan bella como intensamente
emotiva, sabia planificación de las tensiones. Impresionante: mantuvo la
atención del personal transmitiéndole con fuerza la excelsitud de la genial
partitura. Ayer tuve la sensación de que el joven director ha escuchado atentamente la última grabación de Barenboim
(DVD/Blu-ray Accentus 2014), impresión que he corroborado esta mañana volviendo
a escuchar ésta. Versión nada morosa a lo Celibidache, sino de expresión más
directa, intensa y palpitante, con un finale
especialmente escarpado (en el que, sin embargo, insertó algunos silencios para
mi gusto excesivos: justo en uno de ellos sonó, cómo no, un móvil). Hasta en la
duración de los movimientos son muy similares, con la excepción del Adagio, en el que Nelsons se dilató como
un minuto más, hasta 22'30" (por cierto, es la primera vez que la escucho
sin el tremendo golpe del platillos en el clímax). Lo que no es equiparable
entre ellas son las orquestas: la Staatskapelle Berlin posee un sonido Bruckner de libro.
Nelsons, que este año deja a
la orquesta británica para dedicarse de lleno a la ilustre Sinfónica de Boston,
tiene contrato con ésta hasta 2018. El año en que queda vacante la Filarmónica
de Berlín, pues Rattle (músico, en mi opinión, no tan grande como Nelsons) se
va a la London Symphony. No comprendo qué otros directores pueda barajar la gran
centuria alemana que puedan interesarle tanto como el letón nacido en 1978.
Pero, por lo que ha trascendido, no todos los músicos de la orquesta má famosa
del mundo deben de pensar lo mismo.
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