La ópera, un género de muy
escasa tradición en la música inglesa, ha tenido en Benjamin Britten a su mayor
revitalizador y a su mayor cultivador, y el punto de partida de este proceso
tiene una fecha inequívoca: el estreno el 7 de junio de 1945 de Peter
Grimes, op. 33, recién terminada la guerra. Desde los tiempos de Henry
Purcell, el autor de Dido and Aeneas (1689), The Fairy Queen
(1692) y otros títulos escénicos, la ópera inglesa se hallaba sumida en la
postración; poco después de Purcell, en la época inglesa de Haendel, brilló en
Londres la ópera... italiana, pero la autóctona en inglés permaneció –con la
excepción de la exitosa The beggar’s opera de Pepusch– casi dos siglos enteros –el XVIII y el XIX–, con muy
pocas y relevantes excepciones, prácticamente muerta. Los escasos títulos
estrenados han caído prácticamente, o casi, en el olvido, incluso en su país: The
bohemian girl de Balfe (1843), The Canterbury Pilgrims (1884) de
Stanford, Koanga (1904) y A village Romeo and Juliet (1907) de
Delius, The Wreckers (1906) de Ethel Smyth –estas tres últimas
originalmente escritas en alemán–, Savitri (1916) y The perfect
Fool (1923) de Holst o Sir John in love de Vaughan Williams.
Las razones por las que la ópera inglesa era casi inexistente las
explicaba Britten del siguiente modo: “Los directores de los teatros no pueden
presentar obras nuevas sin estar seguros de cubrir los gastos de producción, y
el conservadurismo de los espectadores impide todo experimento que se aleje del
repertorio habitual”. Razones que, resulta claro, se pueden aplicar igualmente
al caso español. Y a otros.
Britten y la voz
Desde sus comienzos como
compositor, Edward Benjamin Britten (Lowestoft, 22 de noviembre de 1913–Aldeburgh,
4 de diciembre de 1976) dio muestras de una especial inclinación por la música
vocal: aunque la primera obra suya que le proporcionó cierto renombre fue la Sinfonía
Simple, op. 4, para orquesta de cuerda, de 1933-34, las primeras que
se han conservado son canciones: 3 Early Songs (1922-26: ¡comenzadas antes
de cumplir los diez años!), 4 Chansons françaises de 1928
(contando tan sólo 18) sobre poemas de Victor Hugo y Verlaine, Tit for Tat
(1928-30), A Wealden Trio: the Song of the Women y The Birds
(1929), The Sycamore tree y A Hymn to the
Virgin (las dos de 1930), Sweet was the Song the Virgin sang y Christ
Nativity (ambas de 1931), 3 Two-part songs (1932) o A Boy is
Born, op. 3 (“variaciones
corales sobre un antiguo villancico”, 1932-33), una obra muy apreciada e
interpretada hoy. Todas ellas son anteriores a la referida sinfonía. También su
relativamente temprano ciclo de canciones Les Illuminations, op. 18
(sobre Arthur Rimbaud), de 1939, suele ser considerado una de sus primeras
grandes obras maestras.
Desde su primera juventud
puede apreciarse que escogía los textos para sus obras vocales con sumo cuidado
e indudable buen gusto. Algo que seguirá siendo palpable en sus siguientes
óperas, por cierto el género musical que siempre consideró el más completo. Su
primer ensayo en los aledaños de ése, la opereta Paul Bunyan, op. 17,
con texto de W. H. Auden, estrenada en Nueva York el año 1941, gustó no
obstante muy poco a la crítica, si bien mucho más al público; su olvido casi
completo se mantiene. Por ello mismo puede sorprender que su siguiente
partitura escénica, Peter Grimes (1945), fuese ya toda una obra maestra,
aún hoy la ópera más representada y generalmente más admirada de su autor.
Génesis
En marzo de 1942, cuando Britten y su pareja, el tenor Peter Pears, se
disponían a volver en barco a Londres desde su voluntario exilio en Canadá
(país al que habían llegado en 1939) y Estados Unidos, tuvieron ocasión de
conocer al gran director Sergei Kussevitzky, que iba a dirigir al frente de la
orquesta de la que era titular, la Sinfónica de Boston, la Sinfonia da
Requiem (1940) de Britten. El director le animó a componer óperas, ya que
la partitura que iba a interpretar le parecía de alto contenido dramático. El
compositor le respondió que el esfuerzo y el tiempo necesarios para hacerlo,
sin obtener entre tanto ganancia alguna, resultaban prácticamente imposibles
para los compositores jóvenes. Aun así, le reveló que le rondaba por la cabeza
un argumento interesante para una ópera, y Kussevitzky le prometió que
procuraría ayudarle; en efecto, la Fundación que llevaba su nombre le concedió
una sustanciosa beca.
Así que a su vuelta a Inglaterra, Britten se puso de inmediato manos a
la obra para desarrollar la ópera que había propuesto al gran director. Se
basaría en un asunto que el verano anterior, el de 1941, hallándose en
California, le había tentado nada más leer un artículo de E. M. Forster (el
autor de Una habitación con vistas) sobre George Crabbe publicado en la
revista The Listener, despertándole un enorme interés por este escritor
ignoto para él. Poco después, ya en julio, manifestaba Britten cuánto le había
entusiasmado ese poeta, su aplastante sinceridad, y cómo leerlo había
acrecentado su nostalgia por aquellos paisajes de la costa de Suffolk,
escenario de su niñez.
Crabbe, Slater y Crozier
Del sacerdote anglicano, poeta y naturalista (fue coleccionista y
estudioso de coleópteros) George Crabbe (1754-1832) dijo su amigo Lord Byron
que era “el más riguroso entre los pintores de la naturaleza”. Bastante famoso
en su tiempo, amigo también de Walter Scott, muy admirado por Charles Dickens,
George Eliot o Jane Austen, hacia 1940 llevaba ya décadas casi olvidado este
clarísimo precursor del naturalismo en sus realistas y crudas descripciones del
entorno y los habitantes de la costa sureste de Inglaterra. Crabbe había nacido
en Aldeburgh (en la costa de Suffolk, cerca del lugar de nacimiento de
Britten), precisamente donde éste fundaría en 1948 el festival que lleva el
nombre de la ciudad.
The Borough (El municipio), considerado a menudo la obra
cumbre de su autor, es un largo poema de 1810 en el que describe el modo de
vida que había conocido en su niñez. Escrito en forma de 24 cartas de ficción,
resulta ser una minuciosa descripción y un agudo estudio psicológico –con
regusto trágico y amargo, decididamente antirromántico– de las gentes de un
típico pueblo de la referida zona costera. El personaje principal de una de
esas cartas, uno de los examinados con mayor profundidad, es el pescador Peter
Grimes, quien, en un medio social ciertamente pavoroso (“vicious”, en expresión
de Britten), parece el responsable de la muerte de tres grumetes, uno tras otro
a su servicio, a los que solía infligir malos tratos. Tras la muerte del
tercero, Grimes es abiertamente excluido de la comunidad a la que pertenece,
aislándose cada vez más hasta rayar en la locura y morir asediado por terribles
visiones. Britten se sintió muy pronto atraído por este personaje, un perdedor
al igual que Wozzeck.
Basándose en Crabbe, tanto Britten como Pears redactaron durante su
travesía de vuelta a Inglaterra, en marzo y abril de 1942, esbozos para el
libreto de la futura ópera, en los que se aproximan ya al meollo de la
redacción definitiva. El ofrecimiento a Christopher Isherwood (1904-1986), que
había sido pareja de Auden, para que le redactase el libreto, fue amablemente
rechazado; el encargado fue finalmente Montagu Slater (1902-1956), periodista
de izquierdas (miembro del Partido Comunista) con el que Britten había
colaborado en documentales cinematográficos y con cuya familia había trabado
estrecha amistad. El texto que Slater presentó al compositor a finales de 1942
distó de convencerle, hasta el punto de paralizar la composición de la ópera.
Pocos meses después, Britten se dirigió al joven director teatral Eric
Crozier, que trabajaba para la Sadler’s Wells Opera (hoy English National
Opera), donde Pears actuaba con cierta regularidad. La institución aceptó
reabrir tras la guerra estrenando la obra, que sería dirigida escénicamente por
Crozier, y Britten le consultó sobre varios aspectos teatrales, sobre todo para
eludir escenas que pudieran resultar de montaje demasiado complicado o gravoso.
La colaboración de Britten y Slater se reanudó, reasumiendo ambos su
tarea en julio de 1944 hasta finalizarla en febrero de 1945, pero las ideas que
uno y otro tenían sobre el personaje de Grimes fueron alejándose. Hasta el
punto de que Slater, que hubo de plegarse a los deseos del compositor, publicó
en 1946 otra versión, a la que tituló Peter Grimes and Other Poems. Si para
Crabbe era Grimes un personaje violento y cruel, para Britten constituía mucho
antes una víctima que un verdugo.
Por cierto que el montaje original de Grimes –magnífico según
todos los testimonios– fue tan problemático que las tensiones surgidas durante
los ensayos acabaron en la ruptura abierta de los miembros del equipo escénico.
Tensiones originadas en parte por la dificultad para aprenderse sus papeles
varios cantantes y el coro, pero sobre todo porque el pacifismo y la
homosexualidad de Britten y Pears, así como las ideas comunistas de Slater,
estaban muy mal vistos. A pesar del gran éxito que obtuvo en su estreno –con
Peter Pears en el papel titular, Joan Cross en el de Ellen Orford y dirección
musical de Reginald Goodall– fue retirada de cartel al final de la temporada
1945-46, tras 19 representaciones, y no volvería a conocer una nueva producción
en ese escenario hasta 1963.
El mar, la homosexualidad y la comunidad en Peter Grimes
Siempre se ha sostenido que la presencia del mar es en Grimes,
como en tantas otras óperas, un elemento determinante, y así parece expresarlo
el propio compositor en el título mismo de los cuatro Interludios marinos,
extraídos de la ópera y que constituyen una especie de suite orquestal de la
misma. Además, en una ocasión declaró que “la mayor parte de mi vida ha
transcurrido al lado del mar [...] Escribiendo Peter Grimes quise
expresar la dureza de la lucha perpetua que viven los hombres y las mujeres que
dependen del mar”. Sin embargo, para la producción de 1947 en el Covent Garden
londinense, Britten mostró su disconformidad con el decorado del principio, con
el mar abierto al fondo; prefería los espacios claustrofóbicos de la producción
original, y por ello le dijo al director de escena, Tyrone Guthrie, que “nada tiene
que ver con el mar, sino con la gente del pueblo”. Al replicarle Guthrie que
“fue el mar el que hizo a la gente así”, el compositor remachó: “No; esas
gentes habrían sido así independientemente de donde estuviesen”. Hoy, con mayor
perspectiva, habría que decir que uno y otro llevaban razón: el mar palpita en
esta ópera, pero también la escena puede trasladarse a cualquier sitio donde
haya una comunidad similar.
Una comunidad asfixiante, indiferente o cruel, que no acepta nada que
esté fuera de sus normas y costumbres. Indiferente: la gente del pub “El
jabalí” es partidaria, siguiendo el ejemplo de Balstrode, de mirar para otro
lado. Cruel: Mrs. Sedley insta a realizar una batida para capturar a Grimes.
Britten parece indicar que los repentinos cambios de actitud del coro, de la
multitud, son tan inesperados e imprevisibles como el mar.
Los aprendices no mueren tanto por culpa de Grimes como de esa
monstruosa comunidad. “La lucha de Peter Grimes es contra la intolerancia, la
hipocresía y la falta de compasión de sus biempensantes vecinos.
Contrastan con ellos Ellen y Balstrode: en la escena I del acto III éste
insiste en que tendrían posibilidades de ayudar a Grimes, pero no bastan para
salvarle de la censura de un pueblo cegado por la posesión única de la verdad”,
escribe Jacqueline A. Hurtley. Ellen, que en el Prólogo aseguraba a Grimes que
ellos superarían las murmuraciones de la gente, ha de rendirse ante la
intransigencia de la multitud y, al final, es incapaz de calmar a Grimes en su
desesperación. La conclusión –sin una pizca de sentimentalismo– no puede ser
más desoladora: nadie mueve un dedo para intentar salvar a Grimes, que se hunde
con su barca.
Slater y Britten parecen exculpar a Grimes de toda responsabilidad
moral: el meollo de la ópera está “en la inocencia de los muchachos que mueren
y de Grimes, que se suicida por ser sospechoso de asesinarlos” (Nicholas John).
Ese deseo de autoaniquilación tiene probablemente mucho que ver con el estado
de ánimo causado por la guerra.
Como sigue diciendo Nicholas John, Peter Grimes
cuenta con “un buen número de papeles secundarios, que van desde el pragmatismo
mundano de Balstrode a la malintencionada suspicacia de Mrs. Sedley. Pero pese
a esta variedad de puntos de vista nadie asume la voz de la razón o la
compasión: ni Balstrode ni Ellen salvan al segundo aprendiz de su muerte
accidental, ni a Grimes de la injusticia”. Por cierto, hay que señalar que
libretista y compositor pusieron su empeño en no hacer juicios de valor sobre
los personajes, lo que resulta una actitud adelantada a su tiempo.
La homosexualidad o la pederastia no parecen tener lugar en Grimes,
pese a que a veces se han apuntado como posibilidad o trasfondo oculto. Britten
llegó a hartarse de oír esa posible relación entre Grimes y sus grumetes,
descartándola de plano. Opinión que fue remachada por Pears: “Cuanto más la
conozco, más siento que la homosexualidad carece de importancia y que realmente
no existe en la música ni debe haberla en las palabras. Peter Grimes es
introspectivo, un artista, un neurótico, su problema es la imposibilidad de
expresarse” (carta a Britten, 1 de marzo de 1944).
Pero este recurrente ocuparse de Britten en sus óperas de seres
marginales, de rechazados por la sociedad que les rodea, tiene posiblemente su
origen en el rechazo que suscitaba su homosexualidad, que era un secreto a
voces, sólo ignorado “oficialmente”. Todavía en 1957, el Gobierno británico
desoía la recomendación de una comisión del Ministerio del Interior para que
las relaciones homosexuales entre adultos, de común acuerdo y en privado,
fuesen despenalizadas; esta despenalización no se lograría hasta 1967 (!).
En cuanto al papel titular, allá por 1942 Britten tenía pensado
encomendarlo a un barítono –lo que, en principio, parece más propio para su idiosincrasia–,
pero finalmente se decidió a destinarlo a su pareja, un tenor de voz lírica,
clara. Aunque no pueden negarse los múltiples talentos de Pears (como se
aprecia en la grabación dirigida por el compositor, Decca, 1959), también hay
que constatar que muchos comentaristas encuentran más adecuada la voz, y el
carácter de la misma, de un Jon Vickers (en la grabación dirigida por Sir Colin
Davis, Philips, 1978), mucho más dramática y oscura, que posee un punto de
adecuadas rudeza y leñosidad.
En todo caso, Britten tuvo bien en cuenta las características de las
voces con las que iba a contar para el estreno (“las cualidades de los
componentes de la compañía han determinado considerablemente la forma y la
caracterización de la ópera”, escribió), adaptándose en cierto modo a la voz de
la soprano Joan Cross (la directora de la Sadler’s Wells Opera, que encarnó a
la primera Ellen Orford), a la del bajo Owen Brannigan (Swallow), de la
contralto Edith Coates (la Tía), del tenor Morgan Jones (Bob Boles) y de la
mezzosoprano Valetta Jacopi (Mrs. Sedley).
La música
El eclecticismo de la música Britten le lleva a acoger influencias muy
diversas, de Mahler a Debussy, de Mussorgsky a Berg, pero unas y otras están
tan bien asimiladas, que no desemboca en mezcla o confusión de estilos, sino
que logra un lenguaje propio y original, directo e incluso espontáneo.
Para construir esta ópera, Britten quiso evitar el leitmotiv
wagneriano “en favor de la construcción clásica de motivos separados que
cristalizan y retienen la emoción del drama en momentos concretos”, según
escribió él mismo. También se propuso “restituir a la musicalidad de la lengua
inglesa la brillantez, la libertad y la vitalidad que había perdido desde la
muerte de Purcell”.
Los Interludios están situados en los siguientes emplazamientos: el
primero (Amanecer), entre el Prólogo y el Acto I; el segundo (Tormenta) separa
los dos cuadros del Acto I; el tercero (Mañana de domingo) abre el acto II; el
cuarto (Passacaglia) se sitúa entre los dos cuadros del Acto II; el quinto
(Claro de luna) da comienzo al Acto III, y el sexto (Niebla) separa los dos
cuadros de ese Acto conclusivo. La especie de suite orquestal, op. 33a,
de la ópera que a menudo se interpreta en concierto consta de los interludios
1º, 3º, 5º y 2º, en ese orden, añadiéndoseles a veces la Passacaglia, op.
33b. Estos Interludios suministran el material para las escenas
subsiguientes; en el tercer acto la partitura requiere un pequeño conjunto
instrumental fuera del foso, detrás del escenario, que toca ráfagas de varias
danzas: polca, vals, musette o galop. El auténtico papel de la orquesta
en la ópera es el de un personaje más, acaso el principal.
Se ha señalado cierto paralelismo de Grimes con Porgy and
Bess (Boston, 1935) en varios aspectos: comunidades pobres, a merced del
mar, que, mientras con Gershwin se expresan a través de blues y negro
spirituals, en Britten lo hacen por medio de canciones populares y de
taberna y de cantos de la Iglesia Anglicana.
Pese a no ser una música romántica (la que más cala en los
auditorios), e incluso ser deliberadamente antirromántica, el éxito inmediato
de Grimes y su bien afianzada permanencia en el repertorio se debe a que
conmueve a los oyentes gracias a su verdad, a la fuerza y la sinceridad de su
mensaje de denuncia de la injusticia que sufre un ser marginal, un paria, que
paga con su vida la incomprensión, la indiferencia y la hostilidad que le
rodea. Esto puede explicar que, como Wozzeck –una música aún más difícil
para el gran público–, Peter Grimes conmueva en lo más hondo a todo
oyente sensible.
Difusión de Peter Grimes
Peter Grimes inició enseguida una extensa andadura por
diferentes escenarios: en 1946 fue vista en Estocolmo, Amberes y Zúrich y
transmitida por la RAI de Roma; en 1947 llegó a Londres (Covent Garden), Milán,
Copenhague, Berlín, Graz, Mannheim, Brno, Budapest y Tokio (en esta última, a
la radio) y en 1948 a Bruselas, París, Nueva York y Los Ángeles. Su recorrido
desde entonces la ha llevado a prácticamente todos los principales escenarios
del mundo.
Los años de la guerra conocieron escasos estrenos de óperas: Semyon
Kotko de Prokofiev (Moscú, 1940) y Capriccio de Strauss (Múnich,
1942) son dos de las pocas que precedieron a Grimes, siguiéndole una vez
acabada en 1946 The Medium de Menotti (Nueva York), Guerra y paz
y Esponsales en el monasterio de Prokofiev (Leningrado) y The rape of
Lucretia (Glyndebourne) del propio Britten. De estos seis títulos, Grimes
sigue siendo el más pujante, tanto o quizá más que Capriccio. Ni una ni
otra se sitúan en la vanguardia de su tiempo, pero ese “detalle” suele
olvidarse al poco tiempo y no importa gran cosa a los públicos.
Las quince óperas de Britten
–de las que se mantienen con firmeza en el repertorio, además, The rape of
Lucretia (1946), Billy Budd (1951), The turn of the screw
(1954), A midsummer night’s dream (1960) y Death in Venice (1973)– han constituido la base más sólida del
restablecimiento de una nueva tradición operística en su país, que ha tenido y
tiene brillante continuidad en autores como Walton, Tippett, Birtwistle,
Knussen, Adès o George Benjamin.
Angel Carrascosa Almazán
ARGUMENTO
DE LA ÓPERA:
Prólogo
El pescador
Peter Grimes ha sido citado por el juzgado de instrucción de su pueblo para
aclarar las circunstancias que han envuelto la muerte de su grumete. Es el
segundo que muere en corto espacio de tiempo. El tribunal no encuentra razones
para condenar a Grimes, al contrario que sus vecinos, que ven en él a un
asesino y lo tratan como tal. Todos, salvo Ellen Orford, que está enamorada de
él y cree en su inocencia. El juez instructor, Swallow, prohíbe a Grimes volver
a tener un grumete bajo sus órdenes.
Acto
I
Primer
interludio orquestal: Amanecer
Escena
I:
Pese a las disposiciones del juez, Grimes está decidido a volver a tomar a un
grumete bajo su mando. Pretende sacarlo de la casa de la caridad. La viuda
Ellen aprueba la iniciativa, mientras que su amigo, el capitán Balstrode, le
recomienda que se amolde a la nueva situación, con el fin de evitar problemas y
de no enfurecer más aún a los habitantes del pueblo.
Segundo
interludio orquestal: Tormenta
Escena
II:
Los vecinos, como de costumbre, se encuentran en el pub “El Jabalí” bebiendo y
conversando. Pronto se desencadena una gran tormenta, momento en el que Peter
Grimes llega en busca de un muchacho. Se hace un gran silencio. Los vecinos
desaprueban la acción. Solo Ellen Orford y su amigo, el capitán Balstrode
defenderán la posición de Grimes, que se marcha con el muchacho.
Acto
II
Tercer
interludio orquestal: Mañana del domingo en la playa
Escena
I:
Semanas más tarde Ellen se encuentra con John, el nuevo grumete, y repara en
sus vestimentas rotas y algunas contusiones en el cuello. La muchacha reprocha
a Grimes su trato y su actitud hacia el muchacho. Cree que Grimes debe ser más
condescendiente con John, tratando de evitar su mal genio y respetando al
muchacho a su cargo. Entre los vecinos del pueblo corren ciertos rumores sobre
supuestas vejaciones a las que es sometido el grumete John. Ellen no puede
hacer nada al respecto y se siente incapaz de detener a la multitud, que, al
salir de misa, decide comprobar el estado del chico.
Cuarto
interludio orquestal: Passacaglia
Escena
II:
En su cabaña, Peter Grimes está cantando una canción al muchacho junto al
hogar. Grimes reprime a John por haber mentido a Ellen sobre el origen de sus
heridas. De repente se empiezan a oír las voces de los vecinos, que se vienen hacia su casa. El pescador, temeroso,
pide al muchacho que escape y se aleje. John le obedece pero, con tan mala
fortuna, que tropieza y cae por los arrecifes, muriendo en el accidente. El
pastor y Swallow entran en la casa de Peter Grimes. Al verla vacía y ordenada
se tranquilizan y piden a los vecinos que regresen a sus casas. Sólo Balstrode
se percata de la muerte del muchacho.
Acto
III
Quinto
interludio orquestal: Cabaña
Escena
I:
Pasan los días. El muchacho John ha desaparecido y los vecinos del pueblo
comienzan a rumorear sobre la implicación de Peter Grimes en dicha
desaparición, hasta tal punto, que exigen venganza. Ni el Capitán Balstrode ni
Ellen Orford pueden aplacar la furia de los vecinos.
Sexto interludio orquestal: Niebla
Escena
II:
Los vecinos se reúnen, clamando venganza. Peter Grimes está solo, al borde de
la locura. Ellen Orford es incapaz de tranquilizarlo. El Capitán Balstrode le
aconseja que se haga a la mar y que hunda su barca con él dentro. Cuando las
gentes llegan a su cabaña, Grimes ya ha partido en su barca. De nuevo circulan
rumores entre los vecinos: se dice que una embarcación se ha hundido, pero las
gentes continúan su día a día sin más preocupación.
¡Espléndido artículo, sí señor! Me alegro de que lo comparta con nosotros. En mi caso, le confieso que no he escuchado la ópera (sólo algunas versiones de la suite orquestal, prefiriendo la de Giulini), pero después de leer su texto la escucharé con interés. Este tipo de artículos nos sirven a los que aún no hemos entrado en algunas obras para motivarnos. Siempre son maravillosas las primeras adiciones de estas obras maestras, que finalmente interiorizamos. A veces cuesta algún esfuerzo, sobre todo si no ves y sigues el libreto y te limitas a escuchar los CDs (me ha pasado con la que estoy escuchando ahora, Salomé, en la versión de Solti, que me está entusiasmando, pese a seguirla sin texto; pero me costó). Entiendo que recomienda como primera opción la versión de Davis mencionada...
ResponderEliminarInvitaciones a la escucha como la suya son las que deberían recoger los programas de nuestra radio pública, despertando nuestra curiosidad.
¡Muchas gracias por su aporte, y feliz año!
Carlos Alberto
Muchas gracias por sus estimulantes palabras. Sí, aunque la versión del autor (con Pears, Claire Watson, Pease, Brannigan y Geraint Evans) es "referencial", creo que la de Colin Davis (con Vickers, Harper, Summers, Robinson y Allen) es aún superior. Y en DVD a mí me parece muy notable la de Arthaus 1994 con Langridge, Cairns y Opie, dirección musical de David Atherton y escénica de Tim Albery.
EliminarTe felicito Angel por este maravilloso artículo. Britten es el compositor del siglo XX que prefiero y, efectivamente, sus óperas son imprescindibles, yo diría que incluso diferentes e innovadoras. Por cierto, hasta donde sé, Angela Merkel nunca se pierde Bayreuth, le encanta la música y sí, parece que da importancia a la cultura...a ver si otros toman nota.....
ResponderEliminarEsta es una de mis óperas favoritas, y he podido escucharla (y verla) en directo. El argumento y su tratamiento me parecen fascinantes, con distintos puntos de vista complementarios y diferentes niveles de complejidad. La música, muy ecléctica, es maravillosa en sí misma (los intermedios, determinados "números") y funciona maravillosamente con el texto. Estoy totalmente de acuerdo con la recomendación: la versión de Davis es sencillamente portentosa, y aunque la del compositor es buena, creo que está por debajo en cuanto a intensidad y capacidad -casi mágica- de arrastrarte y atraparte.
ResponderEliminarEn esta obra están, en distintos grados, muchos de los temas presentes en otras obras operísticas de Britten. La escucha es fácil y la obra no es muy larga. El libreto es maravilloso y merece la pena dedicarle las dos horas que dura siguiendo el texto. Este es uno de los grandes éxitos operísticos del siglo XX, en un momento en que el género estaba ya muerto, y en un país sin repertorio propio en él, lo cual ya dice mucho de esta obra.
Efectivamente, la he estado escuchando en YouTube, en la versión de Britten, pues está colgada entera y se le pueden añadir subtítulos. Es maravillosa, y es verdad que se sigue muy bien. Además estos ingleses recrean tan bien y son tan buenos actores...Supongo que la ópera hay que verla y entenderla para disfrutarla en su totalidad, y una vez que la conoces, oírla solo en audio si quieres, pero yo a veces lo hago al revés. No sé si están de acuerdo en que algunas óperas se disfrutan sin problema sin conocer el libreto y la historia, pienso en Haendel, o en Mozart o incluso en Verdi o Puccini, pero es verdad que cuando haces el esfuerzo de oírla íntegramente merece la pena.(Por otra parte, hay óperas donde el libreto es tan absurdo, que no te pierdes nada, lo que prima es la música en sí, pero es mejor saber qué están cantando, supongo). En mi caso es cierta falta de tiempo.
ResponderEliminarEn Spotify pueden escucharse dos por Davis, la de 1976 y una reciente en vivo con la LSO. Las escucharemos pues.
Muchas gracias, un saludo.
Carlos Alberto.
Completamente de acuerdo con lo que dices. Yo en su día no tuve acceso a ciertos libretos y llegué a disfrutar mucho de la música de ciertas óperas. Pero, claro, conocerlo y seguirlo, casi siempre ayuda.
EliminarEl Peter Grimes de Jon Vickers es prodigioso, escalofriante, te arrastra a otra dimensión
ResponderEliminar¡Completamente de acuerdo! Me gusta mucho más que su también reputado Otello, y tanto como su justamente célebre Florestan con Klemperer.
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