“Impetuoso,
sobrio, dramático, elegante, íntimo, solemne, religioso, imaginativo, enérgico,
sorprendente, riguroso, alemán, heterodoxo, innovador, inapelable, italiano,
brillante, sólido, fluido, inglés... Toda esta ristra de adjetivos, en
apariencia contradictorios, no lo son cuando se trata de Haendel”. Son palabras
del musicólogo y director, experto en el Barroco, Raúl Mallavibarrena.
Durante
décadas y décadas considerado un hermano de J. S. Bach, pero casi siempre un
hermano menor (a pesar de que naciesen el mismo año), hoy en que ya se conocen
casi todas sus óperas e incluso algunos oratorios olvidados durante siglos,
Haendel se erige como un compositor de similar calibre al autor de El clave
bien temperado; eso sí, muy diferente. En cierto modo, son complementarios.
Tras
una larga etapa de la vida musical en que las óperas de Haendel estuvieron
olvidadas, la resurrección de las mismas continúa imparable y descubre cada vez
más obras maestras.
Hoy
se considera generalmente a Haendel el mayor compositor teatral entre
Monteverdi y Gluck, o incluso entre Monteverdi y Mozart. Aparte de ser un
músico genial y colosal, su sentido dramático es muy acentuado y omnipresente.
Es
curioso que aplique tanto a sus óperas –casi todas en italiano- como a sus
oratorios –casi todos en inglés- un tratamiento dramático, a veces bastante
similar; la principal diferencia entre unas y otros reside en realidad en el
mayor protagonismo coral de los oratorios. Estos últimos son para Haendel, en
el fondo, óperas con asuntos extraídos de la Biblia, si bien con un gran
protagonismo no solo de los personajes sino también del coro (el pueblo, casi
siempre). Porque los conflictos dramáticos entre sus protagonistas están tan
presentes y subrayados como en las óperas.
Luego
insistiremos en las diferencias. Pero no se olvide que, durante décadas y
siglos, Haendel ha sido conocido sobre todo a través de algunos de sus
oratorios (y, en menor medida, de unas pocas obras orquestales: la Música
Acuática, la Música para los reales fuegos artificiales y los Concerti
grossi op. 6). Así que se le veía como un compositor religioso; incluso el
famosísimo Largo (“Ombra mai fu”) de la ópera Serse se interpretaba como
si fuese música sacra.
Por
eso el descubrimiento paulatino de las óperas ha ido revelando una enorme
faceta de Haendel desconocida, que ha descolocado a muchos de sus admiradores:
como ha escrito Paul Henry Lang, en Haendel, que “también celebra en su música
la atracción de la carne y la belleza sensual” [...] encontramos “la milagrosa
amalgama de la calidez del Mediterráneo con el clima más frío de Gran Bretaña,
algo exclusivo de Haendel”.
En
cuanto al desconocimiento de todas las facetas de la personalidad de Haendel,
se han producido situaciones incluso chuscas: casi plenamente demostrado por
sus más recientes biógrafos que era homosexual, un coro de Estados Unidos que
ha estado cantando desde tiempo inmemorial cada año El Mesías, al
conocer este hecho se ha negado a seguir interpretando el genial oratorio.
Olvido persistente
¿Cómo
es posible que un legado tan impresionante en cantidad y calidad haya estado
sumido en el olvido durante tantísimo tiempo? En realidad, sólo El Mesías
no ha dejado de interpretarse desde la muerte de Haendel; de las cuarenta
óperas sólo se salvaron algunas arias conocidas que los cantantes incluían en
sus recitales.
Es
cierto que el siglo XIX solía detestar la opera seria barroca, cuyos
argumentos habían dejado de interesar por completo, pero ¿explica esto el
olvido de un legado musical de tal magnitud? No hay una explicación
convincente, pero hay que recordar que no ha sido precisamente un caso único. La
Händel Gesellschaft fue publicando entre 1858 y 1902 las partituras de las
óperas, sin lo cual no pudieron hacerse representaciones; que, en cualquier
caso, fueron llegando con cuentagotas.
Tras
décadas y décadas de ignorancia de sus obras teatrales, en 1878 se representó
en Hamburgo, con motivo del bicentenario de la Ópera de la ciudad, Almira.
Pero en una versión muy abreviada y traducida al alemán. Todavía a principios
del siglo XX dos escritores tan notables e influyentes como Romain Rolland y
George Bernard Shaw, grandes admiradores de Haendel, consideraban que sus
óperas eran irrepresentables (por razones escénicas).
Por
fin en 1920 la ciudad de Göttingen rescató Rodelinda, a la que siguieron
Ottone en 1921 y Giulio Cesare en 1922. Llegaron a representar 15
óperas en otros tantos años, y algunas de ellas rotaron por otros teatros. No
se olvide que, siempre, traducidas al alemán, con cortes y remiendos y con un
estilo interpretativo que hoy nos horrorizarían, pues se tocaban con una
nutrida orquesta romántica.
La
ciudad natal de Haendel, Halle, comenzó sólo dos años después, en 1922, con su
periplo representando Orlando. Tres años después Rodelinda y en
1929 Giulio Cesare. En 1952 se fundó un Festival encargado de más
resurrecciones. Algo más tarde llegaron los ingleses, traduciendo también las
óperas al inglés: Giulio Cesare en 1930, Rinaldo en 1933, Serse
en 1935. Hasta 1954 no aparecería un contratenor en una de estas
interpretaciones: fue Alfred Deller con Sosarme. Por fin, en 1955, se
fundó la Handel Opera Society, que montó 18 óperas entre 1959 y 1985, y con
criterios de rigor histórico mucho mayor.
Hoy
las óperas de Haendel se representan con mucha frecuencia en la mayoría de los
teatros de ópera, y el número de grabaciones no cesa de aumentar, tanto de las
más conocidas como de las que se graban o filman por primera vez.
De Italia a Hannover y a Londres
Aunque
la formación musical de Haendel comenzó en su ciudad natal y prosiguió en
Hamburgo, fue en Italia –Florencia, Roma y Nápoles- donde consolidó sus
conocimientos, poniéndose en contacto personal con Alessandro Scarlatti y su
hijo Domenico, con Benedetto Marcello y Arcangelo Corelli.
A
su vuelta, en 1710 fue nombrado maestro de capilla de la corte de Hannover. Ese
mismo año hizo una escapada a Londres. En 1714, el Príncipe Elector Jorge Luis
de Hannover fue nombrado Rey de Inglaterra con el nombre de Jorge I. Haendel le
siguió a Londres. Esta era entonces la ciudad más grande de Europa, con unos
600.000 habitantes, y capital de un imperio en expansión que sustituía al
español, cada vez más declinante. Inglaterra era, además, la democracia más avanzada
del mundo, con el primer sistema parlamentario.
Su
primera ópera inequívoca, y la primera compuesta para Londres, Rinaldo, se
había estrenado ya en 1711 y con gran éxito. Pero no era su primera ópera, sino
la quinta (en 1705, seis años antes, había estrenado Almira y Nero
en Hamburgo; Rodrigo en Florencia en 1707, Der beglückte Florindo
en Hamburgo en 1708 y Agrippina en Venecia el año 1709. De estas cuatro
sólo la última está altamente considerada hoy por los expertos). En un segundo
viaje a Londres, al año siguiente, tras el gran éxito de Rinaldo,
compuso y estrenó allí cuatro óperas en cuatro años: Il pastor fido
(1712), Teseo y Silla (1713) y Amadigi di Gaula (1715).
En
1719 fundaba Haendel la Royal Academy of Music, compañía operística para la que
compondría sus siguientes óperas. Que fueron Radamisto (1720), Muzio
Scevola y Floridante (1721), Ottone y Flavio (1723), Giulio
Cesare y Tamerlano (1724), Rodelinda (1725), Scipione
y Alessandro (1726), Admeto y Riccardo I (1727), Siroe
y Tolomeo (1728)...
Pero
la institución, que comenzó viento en popa, muy pronto sufrió los efectos de la
crisis financiera de 1720 y más tarde, en 1728, un durísimo golpe con el
exitosísimo estreno fuera de la compañía de The Beggar’s Opera de John
Gay, que ridiculizaba la ópera italiana. Además, hubo sonadas peleas entre
cantantes de la misma y de la otra principal compañía, la Opera of Nobility,
fundada en 1733. Para colmo, Haendel hubo de luchar contra dos rivales muy
inferiores, pero de éxito no menor: Porpora y Hasse. Para entonces, Haendel
había añadido a su impresionante lista Lotario (1729), Partenope
(1730), Poro (1731), Ezio y Sosarme (1732) y Orlando
(1733).
Haendel
fue a la ruina financiera personal y en 1737 atravesó una seria crisis de
salud. Desde entonces se volcó cada vez más en la composición de oratorios, y
en 1741, con Deidamia, se despidió para siempre de la ópera. Entre Orlando
y ésta, Haendel había compuesto aún nada menos que Arianna in Creta
(1734), Ariodante y Alcina (dos obras maestras de 1735), Atalanta
(1736), Arminio, Giustino y Berenice (las tres en 1737), Faramondo
y Serse (1738) e Imeneo (1740).
La
ópera italiana había dejado paulatinamente de estar de moda y se creyó que la
ópera inglesa se consolidaría, pero lo cierto es que las pocas obras maestras
dentro de ella son anteriores a Haendel (Dido and Aeneas de Purcell). Y
hasta finales del siglo XIX y principios del XX no volverían a surgir óperas
inglesas de importancia.
Haendel
entonces comenzó a inclinarse claramente por el oratorio, que sí tenía buena
aceptación del público inglés. Pero era otro público: la ópera iba destinada a
la realeza y la nobleza, hasta que se cansaron de ella, mientras que el
oratorio, en inglés, se dirigía a un público más amplio, la burguesía. Además,
la nobleza inglesa no era muy rica y no podía soportar financieramente dos
compañías de ópera. Por cierto que la opera seria se mantuvo fuera de
Inglaterra, cada vez menos en boga, hasta casi fines del XVIII, con un ejemplo
ya muy tardío en La clemenza di Tito, del último año de la vida de
Mozart.
El
oratorio tenía una preponderancia y protagonismo coral mucho mayor, mientras
que en la opera seria, en general los coros eran pocos -concentrados a
menudo al final de los actos- y pensados casi siempre como concertantes de
solistas, es decir con una voz por parte. Así suelen ser interpretados hoy, en
la mayoría de los casos.
Giulio Cesare
Julio
César, de
1723-24, es la ópera más conocida de su autor, y probablemente la más admirable
de todas ellas. Claramente dentro del tipo tan en boga entonces en toda Europa,
la opera seria, en tres actos, se basaba en argumentos mitológicos o de
la historia antigua, con personajes nobles y de la realeza y con gran
despliegue de virtuosismo vocal, Giulio Cesare es una cumbre absoluta de
un género que, como hemos dicho, sobreviviría hasta la época de Beethoven. Hubo
otros compositores de opera seria más ortodoxos (A. Scarlatti, Porpora,
Leo, Bononcini, Hasse), pero Haendel, como es lógico, los superó musicalmente a
todos.
El libreto
se debe a Nicola Haym, que fue uno de los más asiduos colaboradores del
compositor (diez óperas en común), y se basa en Giulio Cesare de
Bussani, obra teatral ya puesta anteriormenete en música por Antonio Sartorio y
estrenada en Venecia en 1677. El libreto, aun con las convenciones propias de
la época, es bueno, y en él se reflejan con acierto las características
individuales de los personajes, sus diferentes caras, y se amalgaman con
acierto amor y política. En su conclusión triunfa el amor frente a las intrigas
y a la ambición de poder. La ilusión se impone frente a la realidad: una
moraleja muy propia de la opera seria de la época.
“Giulio
Cesare constituye sin duda uno de los más logrados compromisos entre la
inventiva del compositor, la verdad dramática de los personajes y del
argumento, y la obediencia a las férreas e incongruentes reglas que
disciplinaban el género melodramático”, ha escrito Stefano Russomanno.
Es
particularmente llamativo el cuidado y la atención que Haendel dedica en esta
ópera a los recitativos, que en tantas óperas de autores menores son rígidos,
convencionales, inexpresivos. En los recitativos secos, Haendel recurre a
modulaciones y giros armónicos que suelen ser muy poco frecuentes. Y en los
acompañados, describe con suma atención la atmósfera reinante y el estado de
ánimo de los personajes. Por eso es especialmente injusto decir, como se hace a
veces, que las óperas de Haendel son colecciones de espléndidas arias
encadenadas una tras otra. Son en gran parte los sabios recitativos los que
contribuyen poderosamente a la unidad del conjunto.
Giulio
Cesare se
estrenó en el King’s Theatre del Haymarket el 24 de febrero de 1724, contando
con uno de los repartos vocales más espectaculares que puedan imaginarse: el castrato
Francesco Bernardi “Il Senesino” encarnó a César, Francesca Cuzzoni fue
Cleopatra, Margherita Durastanti fue Sesto, Anastasia Robinson encarnó a
Cornelia, Gaetano Berenstadt fue Tolomeo, y Giuseppe Boschi Achilla.
Semejante
reunión de estrellas era muy difícil de manejar: era potencialmente explosiva. Pero
el hábil Haendel escribió para todos ellos, en algunos casos rivales entre sí,
varias y muy lucidas arias, de modo que ni los que interpretaban los papeles más
breves quedasen descontentos. Todos los cantantes disponen de arias de
caracteres bien diferenciados para que puedan desplegar sus artes técnicas e
interpretativas.
Sólo
con Il Senesino habría tenido la ópera un éxito asegurado. Piénsese en lo que
se llegó a decir de él: “Es aclamado cada día como el hombre más grande que
haya existido nunca”. Sus relaciones con Haendel fueron muy problemáticas.
Senesino
se llevaba mal con Anastasia Robinson y la había insultado en el ensayo de otra
ópera. La Cuzzoni también era de armas tomar: en una representación de Astianatte
de Bononcini se peleó con Faustina Bordoni y se desgarraron mutuamente los
vestidos. Pero, como decía, Haendel los manejó con mano izquierda para evitar
roces, que, en cualquier caso y pese a todas las precauciones, podrían haberse
producido.
También
empleó Haendel una plantilla orquestal muy completa: además de las cuerdas,
recurrió al uso de oboes, fagotes, arpa, trompa solista, viola da gamba y
tiorba. En lo escénico las cosas tampoco eran sencillas: se necesitaba de nueve
mutaciones de escenario, que había que hacer en presencia del público, a telón
alzado. La obra obtuvo un gran éxito y se dieron 38 representaciones. Sólo un
año después se dio también en Hamburgo, y más adelante en París y en Brunswick.
Selección de algunos momentos de la ópera. Personajes
ACTO
I
“Empio,
dirò, tu sei”
Las
dos primeras arias de la ópera son de César; la segunda de ellas, en la escena
3, es “Empio, dirò, tu sei”, un aria de battaglia, agitada y embellecida
con difíciles coloraturas. Todo ello era ideal para Senesino, del que Quantz
decía: “Cantaba los allegros con gran fuerza y marcaba con claridad los grupos
rápidos, de pecho, de un modo bien articulado y agradable: se le ajustaban más
los papeles de héroe que los de galán”. “¡Infame –le diré– / aléjate de mi
vista, / monstruo de crueldad! / ¡No es digno de un rey/corazón tan inclemente /
que no conoce la piedad!”
“Priva
son d’ogni conforto”
Primera
aria de Cornelia, Haendel la pensó para las características de Anastasia
Robinson, cantante que colaboró con él mucho tiempo: primero como soprano, más
tarde, tras una enfermedad, como contralto. Sus cualidades como intérprete de
personajes líricos y patéticos, mucho más que virtuosísticos, fueron aprovechadas
por Haendel. “Privada me veo de consuelo; / pero esperanza de morir / para mí,
oh mísera, no existe. / Mi corazón, herido de pena, / está cansado de sufrir, /
mas se niega a la muerte”.
“Va
tacito e nascosto”
El
aria de César que habla de sí mismo como de un “astuto cazador” tiene un
destacadísimo solo de trompa, el instrumento de caza por antonomasia. No se fía
de la hospitalidad que le ofrece el malvado Tolomeo, y por eso “debe estar
vigilante”. “Cuando ávido busca su presa, / marcha en silencio y a escondidas /
el astuto cazador. / Del mismo modo,
quien daño pretende/ intenta que no se descubra / el engaño en su corazón”.
“Son
nata a lagrimar”
El
dúo de Cornelia y Sesto que cierra el Acto I es una página maestra, genial
incluso, que expresa con abandono, hondura y serena desesperanza el dolor de la
madre y su hijo: para obtener ambos la libertad ella ha de casarse con Achilla,
a quien no ama. “Para llorar he nacido / y por mi dulce consuelo / lágrimas he
de derramar./ Si el hado nos traiciona/ no
cabe ya esperanza / de días felices y serenos”.
ACTO
II
“V’adoro,
pupille”
Cuarta
aria de Cleopatra (el personaje de papel más extenso), en ella Haendel
introduce dos rasgos de enorme originalidad y audacia: antes del aria, su tema
melódico es esbozado en una breve sinfonia instrumental, y más tarde,
antes de la repetición del da capo, inserta un breve recitativo de
César.
Cleopatra:
“Os adoro, pupilas, / saetas de amor; / los
destellos vuestros / consuelan mi pecho. / Misericordiosas os anhela / un
corazón triste, / que incesante os llama / idolatrado bien”.
César:
“No tiene en el cielo Júpiter / melodías que asemejen / a tan hermoso canto”.
“Se
pietà di me non senti”
Aria
de Cleopatra de súplica a los dioses, de una belleza melódica y una expresividad
extraordinarias.
“Si
piedad de mí no sientes, / justo cielo, moriré. / Concede la paz a mis
tormentos / o mi alma expirará”.
ACTO
III
“Piangerò
la sorte mia”
Cleopatra,
que cree muerto a César, le llora desconsoladamente en su sexta aria. Página de
un dolor hondo y sereno que penetra profundamente en los sentimientos del
oyente. Su sección central es muy agitada. Es quizá la pieza más célebre de
esta ópera.
“Lloraré
la suerte mía, / tan aciaga y cruel, / si en mi pecho alienta vida. / Pero
muerta, por doquier, / día y noche, / en
fantasma transformada / al tirano perseguiré”.
“Quel
torrente”
Típica
aria de bravura haendeliana, en la que la música es en cierto modo descriptiva
del curso del torrente.
César:
“Igual que torrente que baja del monte / y arrasa cuanto al paso le sale, / así
cuantos hacerme frente osen / por mi espada abatidos caerán”.
“Da
tempeste il legno infranto”
La
séptima y última aria de Cleopatra es de un gran despliegue virtuosístico.
“Igual
que el barco desarbolado, / cuando a salvo se refugia en el puerto, / no sabe
qué otra cosa ansiar, / así mi corazón, tras penas y llantos, / ahora que halla
su consuelo, / se colma de felicidad”.
“Caro!
/ Bella!”
Dúo
de Cleopatra y César, antes del coro final. Pese a lo convencional del happy
end, la música es de gran sencillez y belleza, y se anticipa en cierto modo
al final también feliz de Orfeo ed Euridice de Gluck (1762), la ópera
seguramente más admirable de las compuestas entre las últimas de Haendel y las
primera obras maestras de Mozart.
“¡Querido!
/ Jamás existirá belleza superior / a la de tu hermoso rostro. / En mí no ha de
brillar / amor ni fidelidad / de ti separada”.
En
definitiva, ha sido tremendamente triste y una enorme pérdidad para el mundo
musical que durante tanto tiempo fuesen ignoradas obras maestras del calibre y
la belleza de Giulio Cesare, una ópera de inspiración verdaderamente
torrencial. Pero esto no volverá a ocurrir: este camino no tiene vuelta atrás.
ResponderEliminarValioso artículo. No obstante, después de analizar los comentarios de muchos grandes compositores acerca de Bach, y contrastarlos con la admiración que le tienen la gran mayoría de los compositores vivos, concluyo que Bach reina soberano y que, como Usted mismo escribió en otro comentario hace unos meses ( o años ), Bach es el compositor que está casi o igual a la altura de Beethoven.
Comprendo que en arte hay subjetividad, pero como Usted mismo me enseñó en otro artículo, hay realidades que no dependen solamente del gusto personal. Ej: que Wagner ha sido una influencia importantísima en la música.
En todo caso, excelente artículo que da mucho a pensar. Hasta me pregunto ahora si de pronto Beethoven está sobrevalorado como genio, y todo todo todo es subjetivo.
Ssludos.
Sí, todo es subjetivo. Pero hasta ciertos límites. Hace tiempo que alguien en este blog me decía que no se podía demostrar que un compositor fuera superior a otro, idea que considero absurda. Si yo no puedo demostrar que Beethoven (no lo dude: NO está sobrevalorado) es superior a Ludwig Minkus, y claro que no puedo, ¿significa que tengo que tener en consideración a alguien que sostenga que Minkus es superior a Beethoven?
EliminarNo soy muy asiduo a la ópera barroca, pero encuentro esta muy atractiva. La grabación que tengo es la de Richter con Fischer-Dieskau, Troyanos y Schreier, que me parece muy buena versión, claro que sólo he escuchado fragmentos de otras grabaciones, así que no podría decir que esta sea la definitiva. Saludos y excelente aporte con este artículo.
ResponderEliminarSí, aunque anticuada en ciertos aspectos, quizá sea la que más me gusta de las que conozco. Ninguna me satisface por completo.
EliminarEl criterio de "superioridad" para valorar la obra musical de un compositor se me antoja raro. Yo creo que cada compositor tiene un valor, alto o bajo, por sí mismo. Y que este valor es ante todo objetivo, en base a criterios culturales que varían según el momento histórico y sus modos creativos. A partir de ahí, cada cual valora según su criterio, o gusto, personal, que por ser subjetivo es también inter-subjetivo y puede compartirse. Es así como se han creado "asociaciones de amigos de..." que han llevado a luz pública a compositores ocultos bajo la sombra de los "grandes". De hecho, a J. S. Bach le ocurrió algo parecido...
ResponderEliminarPor otro lado, está la cuestión de las ejecuciones concretas de las obras. Un servidor ha tenido la fortuna de no acceder por vez primera a las sinfonías de Beethoven por medio de las ejecuciones que está perpetrando Jordi Savall. Y digo la fortuna, porque de no ser así hubiese considerado que dichas sinfonías no valen el tiempo dedicado a escucharlas y que más valdría emplearlo en escuchar el silencio, o como decía Debussy, en mirar la salida del sol en vez de escuchar la Pastoral. Sin embargo existen otras interpretaciones que me han hecho apreciar una obra como una maravilla tan maravillosa como lo es la salida del sol. Quizás no hay nada como una pésima interpretación por parte de un intérprete pequeño e inferior para constatar la grandeza y superioridad de una obra, siempre y cuando, claro, se haya gozado antes de su ejecución por parte de intérpretes capaces de estar a la altura.
Totalmente de acuerdo contigo en lo que sostienes en ambos párrafos.
EliminarHola! Yo cre que si se puede demostrar que Minkus es inferior a Beethoven : imaginación compositiva, capacidad armónica, belleza y complejidad variedad de temas, armonías, estructura del discurso musical y su coherencia interna, audacia - quien compuso la gran Fuga??..Entiendo que si estamos de acuerdo - por todas esas razones y alguna más - que Don Giovanni es superior a Bastian y Bastiana o La clemenza de Tito, también podemos estarlo en que Mozart es mejor compositor que Rosetti, por poner un maestro que me gusta. La música, al igual que otras formas artísticas, son lo que ustedes quieran y además son técnica, competencia y excelencia técnica e inventiva. Y eso influye, o es que hay muchos señores que hayan compuesto las tres ultimas sonatas de Beethoven, Schubert o unas variaciones como las Goldberg?? Saludos!!!!
ResponderEliminarLo que dices me parece muy razonable; aun así, creo que no se puede demostrar. No es como lo de que dos más dos son cuatro... Y añado: ¡ni falta que hace el arte!
EliminarAunque no tiene que ver con el tema tratado, lo cuelgo aquí porque es una noticia altamente esperada por los aficionados al arte de John Barbirolli
ResponderEliminarhttps://www.warnerclassics.com/release/sir-john-barbirolli-complete-warner-recordings
Edición oficial (por fin) de Warner con lo grabado por el maestro para EMI.
Eso sí habrá que esperar a Junio.
Saludos
Otro enlace con lo que incluye. Cosas descatalogadísimas. 109 Cds
ResponderEliminarhttps://www.jpc.de/jpcng/classic/detail/-/art/john-barbirolli-the-complete-warner-recordings/hnum/9785002
Qué bien, yo soy muy fan de Barbirolli, miraré la lista de grabaciones!!; de todas maneras la actual situación de desmadre/desastre sanitario puede retrasar la salida de muchas reediciones. Yo ya comenté que tenía prerreservada la super-caja del Cuarteto Alban Berg, que teóricamente sale en mayo, pero ya veremos, (además la pedí en Amazon Italia, y me da cosa, la gente palmándola en Italia y yo pidiéndoles discos.....).
ResponderEliminarSaliéndome del tema tratado, ¿escucháis las Pasiones bachianas estos días, y si es así en qué versión? Yo este año las dos por Karl Richter [de San Mateo la antigua, la de 1958, no la moderna del 78]; aparte de ser gran fan de Richter hay un factor decisivo para mí que es el Evangelista de Ernst Haefliger. La grabación de Klemperer, que Ángel aprecia tanto, yo también la tengo y me gusta, (pese a las lentitudes),pero francamente el tándem británico Peter Pears [Evangelista]/George Malcolm [cémbalo continuo] -y eso que no discuto la gran talla de los dos artistas británicos- me decepciona un poco en los recitativos....Cuando piensa uno en los Evangelistas que ha habido: Haefliger, Schreier, Traxel, Wunderlich, Gedda, Dermota (con Furtwängler, insuperable), Equiluz, Devos....
Pues Peter Pears es mi Evangelista favorito. Admito que la voz no es precisamente bonita, pero para mi gusto ningún otro tenor ha sido capaz de expresar lo que él (ni siquiera él mismo con Münchinger).
EliminarYo tengo una version de una grabacion en directo. Filarmonica de Munich/Leitner;Wunderlich,Popp,Berry,Ludwig.La compre de liquidacion hace ya tiempo.Hace mucho que no pongo este CD.Habra que recuperarlo
ResponderEliminarGracias por las recomendaciones. He estado escuchando justo las selecciones que has publicado con las Arias...en aleman en este caso, claro. La voz de Wunderlich, memorable por cierto
EliminarYo estoy con angel, además os dije que anoche redescubri la versión de klemperer...tb tengo la segunda de richter pero me gusta menos...lo que tengo cada día más claro es que el historicismo es un gran camelo que ignoro como puede engañar a tanta gente
ResponderEliminarQuizá Pears tenga una voz un tanto nasal, pero fue el artífice de que su pareja compusiera expresamente para él tantas obras tan bellas que se lo perdonamos...Y además obras que cantadas por él quedan en nuestra memoria de melómanos como joyitas...
ResponderEliminarYo he solido poner en mis clases a Peter Pears como ejemplo de que se puede ser un gran cantante, un gran artista, aun con una voz de escaso valor. (Y lo contrario, claro: hay grandes voces que cantan de modo muy deficiente. Algunos muy famosos)
EliminarOtro cantante francamente con voz no muy bella, y también bastante nasal, es Julius Patzak, que sin embargo fue un gran Florestán de Fidelio, Mime con Furtwängler, cantante de opereta por excelencia, gran liederista, y el tenor de la mítica Canción de la Tierra de Ferrier/Bruno Walter....(y justamente profesor de Ernst Haefliger en Viena).
ResponderEliminarTambién me gusta Patzak, pero, sinceramente, creo que no fue una buena elección para Florestan; era demasiado lírico para ese papel.
EliminarPatzak es un gran acompañante de la Ferrier en esa canción de la tierra, quizá el disco que más me emociona...
ResponderEliminarPara mí (¡y para tantos!) el tenor más admirable, de lejos, en La Canción de la Tierra es Fritz Wunderich, con Klemperer. Es más, no conozco a nadie hasta ahora que opine lo contrario...
EliminarNo te digo que no, pero la Ferrier...esa versión de Walter me gusta más que la de Klemperer, que tb me gusta, en general Klemperer me gusta con Mahler...
ResponderEliminarSí, adoro esa versión de Bruno Walter y a Kathleen Ferrier; solo me refería a que Wunderlich me gusta ahí mucho más que Patzak.
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