El recital
El 19 de agosto Barenboim ha
tocado (con su nuevo piano, naturalmente) en el Grosses Festspielhaus un
programa Beethoven que ha repetido en varias otras ciudades: la Sonata 31,
op. 110, y las Variaciones Diabelli, op. 120. [A propósito: a todas
sus Variaciones, Beethoven las denominó Variationen, pero a las Diabelli
las llamó Veränderungen, que debería traducirse más bien como Transformaciones.
Pues la Op. 120 no son variaciones al uso, sino un concepto
absolutamente revolucionario. Todo ello debido quizá a que a Beethoven le gustó
bien poco el tema, el vals de Anton Diabelli, y con el nuevo procedimiento que
desarrolla se aleja pronto, casi completamente, del tema].
Pues bien, Barenboim se sigue
manteniendo a sus 77 años en muy buena forma de dedos y, lo que es más
importante, en un estado de madurez y lucidez extremas. No sé si atreverme a
afirmar que esta Sonata 31 es la más hermosa que le he escuchado hasta
ahora, pero podría serlo. La lógica aplastante con la que la estructura y la
desgrana se acompaña de una especial sensibilidad, un humanismo conmovedor. En
cuanto a las Diabelli, las que hizo hace poco, el 10 de abril, en Berlín
(sin público, en la Sala Boulez) ya fueron, quizá, las más convincentes que le
he escuchado (y eso que la primera de sus cuatro grabaciones, a los 22 años,
era ya magistral). Pues bien, estas se han parecido mucho a las de hace cuatro
meses, al margen de no pocos detalles diferentes, como casi improvisados, aquí
y allá. Por poner algún ejemplo, Barenboim dignifica en lo posible el tema,
convierte en más moderna aún -si ello fuera posible- la enigmática Variación XX;
los tres movimientos lentos consecutivos (XXIX-XXXI) fueron particularmente
maravillosos, como la fuga que sigue y el minueto conclusivo, de una sencillez,
serenidad y leve humor reveladores.
Al terminar el recital, Helga
Rabel-Stadler, presidenta del Festival de Salzburgo, homenajeó micrófono en
mano a Barenboim recordando que hacía ya exactamente 70 años de su primer recital de Buenos
Aires, que su primera actuación en público dirigiendo fue en la ciudad natal de
Mozart, como colofón de las clases de dirección de Igor Markevitch. Y agradeciéndole
que hubiera escogido para festejar ese 70º aniversario este prestigioso Festival
-en el que ha actuado 87 veces- y que, en palabras de la presidenta, “no se ha
rendido al coronavirus”.
Un concierto alucinante
He vuelto a ver y escuchar,
ahora con una calidad técnica excepcional, el concierto celebrado allí mismo hace
cuatro años, con la Orquesta del West-Eastern Divan: un maratoniano programa en
el que todo fue absolutamente asombroso, desde la Polonesa de Eugenio
Oneguin y el Concierto para violín de Tchaikovsky (con Lisa
Batiashvili), a El Mar de Debussy al Poema del éxtasis de
Scriabin, más la propina de Nimrod, de las Variaciones Enigma de
Elgar. No sé si alguna vez he visto un concierto con varias obras de nivel tan sostenida y
estratosféricamente alto, de principio a fin. Pese a su calidad técnica, no se
les ha ocurrido editarlo en Blu-ray (ni en DVD).
Y una frase delirante
Como muy bien explicó
Federico Sopeña, la mayoría de los intelectuales españoles han sido poco cultos
(o tremendamente incultos) musicalmente: las citas que anotaba Sopeña son más
que elocuentes. Acabo de encontrarme con una -que no conocía o no recordaba- de
José Ortega y Gasset, pródigo en disparates musicales (recuérdese cómo ridiculizaba
la Sinfonía “Pastoral”). Pues bien, aquí va la perla: “Ha sido preciso
que la música de Wagner deje de ser nueva…, para que sus óperas se hayan convertido
bajo la usura [el desgaste] del tiempo en unos tristes pedagógicos paisajes de
tratado de Geología” (El Espectador). ¿De dónde sacó Ortega que se había
producido ese declive? Ni cuando lo escribió ni ahora: la música de Wagner sigue
vivísima, como una de las más geniales que existen.
Sólo para manifestarle mi más absoluta conformidad con su apreciación final sobre la genialidad de la obra de Wagner: uno de los momentos más álgidos en la historia de la música occidental, en particular en lo referente a sus cuatro últimos dramas musicales. Saludos cordiales.
ResponderEliminar¡Completamente de acuerdo! Es más, lejos de disminuir, la figura de Wagner y su inmensa influencia se engrandecen con el tiempo. Los cuatro dramas que dices podrían ser siete, considerando el Anillo como cuatro.
EliminarHablando de las Diabelli y del encargo que hizo el editor a varios compositores contemporáneos de Beethoven ¿ha escuchado la variación que hizo Schubert del Vals? Quitando Beethoven y 33 variaciones, el resto de los compositores poco interés tienen, pero es increíble como Schubert transforma el banal tema en algo mucho más trascendente utilizando un recurso muy propio de su obra: el cambio de modo a la tonalidad menor.
ResponderEliminarUn saludo
Sí, tengo un curioso disco que lleva las variaciones solicitadas por Diabelli a varios compositores, detacando, en efecto, con mucho el breve trabajo de Schubert.
Eliminar¿Cómo se titula ése disco?
EliminarPor buscarlo...
¡Gracias!
Gregorio
Es el de Buchbinder del que habla más abajo Kapsweiss. Es, más que nada, una curiosidad (Beethoven y Schubert aparte, claro).
EliminarNo se si es el disco al que haces mención. Pero Rudolf Buchbinder ha publicado un doble disco (Diabelli Project) con las Diabelli de Beethoven más el añadido de Variaciones del vals por compositores actuales (Lubman, Richter, Widmann, Tan Dun, Shchedrin, etc) y las variaciones originales de Moscheles, Liszt, Schubert, Hummel, Kalbrenner, F. X. W Mozart y Czerny. Una combinación rara.
ResponderEliminarSaludos