El barbero de Sevilla de Rossini
El barbero de Sevilla de Gioachino Rossini es el prototipo de ópera bufa. El paso del tiempo no le ha afectado en absoluto: sigue más viva que nunca. Y la pervivencia de una obra de arte es una de las pruebas más claras de su grandeza. Gusta por igual al público que a la crítica más exigente, y los más grandes compositores –Beethoven, Schumann, Berlioz y Verdi entre ellos– la han elogiado sin reservas. A sus 85 años, Verdi declaró: “Por la abundancia de ideas, la inspiración hilarante y la veracidad de los parlamentos, Il barbiere di Siviglia es la más hermosa ópera bufa que existe. Es la palabra declamada justa, verdadera, y es música... ¡amén!”.
Nacido en Pésaro en 1792, hijo de un trompetista de la banda municipal y de una cantante de ópera, el niño Rossini creció rodeado de música. Apenas estudió música seriamente, pero a los 12 años compuso seis Sonatas para cuerda que muestran una frescura, una inventiva y desenvoltura y un humor -con no poco de sal gorda- que siguen seduciéndonos.
Estrenada en 1816, Il barbiere di Siviglia o sia l’inutile precauzione es la decimoséptima ópera de Rossini. Entre las anteriores sobresalen La cambiale di matrimonio (compuesta en 1810, a los 18 años), La scala di seta, La pietra del paragone, L’occasione fa il ladro (las tres estrenadas en 1812), Il signor Bruschino, L’italiana in Algeri (las dos de 1813) e Il turco in Italia (1814), todas ellas cómicas o bufas (a veces denominadas farsas), y Tancredi, ópera seria de 1813 que obtuvo un éxito extraordinario.
Desde la primera hasta la última de las óperas que estrenó Rossini pasaron menos de veinte años, 19 en concreto, y en ese lapso de tiempo produjo nada menos que 39 títulos. Entre las óperas posteriores a El barbero hay que citar Otello (1816), La Cenerentola, La gazza ladra (1817), Mosè in Egitto (1818), La donna del lago (1819), Maometto II (1820), Semiramide (1823), Il viaggio a Reims (1825), Le siège de Corinthe (1826), Moïse et Pharaon (1828), Le comte Ory (1828) y Guillaume Tell (1829).
Tras el triunfal estreno de El conde Ory en la Ópera de París y del relativo fracaso de Guillermo Tell en el mismo escenario (que más tarde se enmendaría), pero en todo caso en plenitud de su gloria en toda Europa como el compositor más famoso de su tiempo, Rossini se retiró de la ópera y, hasta su muerte en 1868, es decir a lo largo de casi cuatro décadas, no compuso más que un par de obras sacras extensas (el Stabat Mater, de 1832, y la Petite Messe Solennelle, de 1863), canciones y piezas para piano carentes de la menor pretensión (pero, aun así, algunas muy estimables).
La retirada de Rossini
¿Qué le ocurrió a Rossini para retirarse? ¿Acaso la famosa pereza que se le atribuía? Eso no lo explica en modo alguno. La clave pudo deberse a que supo en su fuero interno que su momento había pasado, y también, tal vez, a que no quería competir con sus compatriotas que comenzaban a dominar en el panorama operístico. Aun así, la decisión sigue siendo extraña: un misterio.
En 1827 Vincenzo Bellini había triunfado rotundamente en La Scala de Milán y enseguida en otros escenarios de varios países con Il Pirata. Otro tanto ocurrió con La Straniera también de Bellini, estrenada en La Scala seis meses antes que Guillermo Tell.
Poco después de Tell, hubo algunos estrenos muy destacados: en 1830 I Capuleti e i Montecchi de Bellini y Anna Bolena de Gaetano Donizetti, en 1831 La Sonnambula y Norma de Bellini, en 1832 L’elisir d’amore de Donizetti... Pero en 1835, a los 34 años de edad, moría Bellini y no mucho después se declaraba la locura de Donizetti (causada por la sífilis). Con todo, vuelve a haber en Italia relevo generacional, pues en 1842, siete años después de la muerte de Bellini y trece después de Tell, se presentaba en La Scala, con éxito inenarrable, Nabucco, tercera ópera de un joven de 28 años llamado Giuseppe Verdi.
Génesis de Il barbiere
A finales de 1815, Rossini, que contaba 23 años, firmaba con el dueño y empresario del Teatro Argentino de Roma, el duque Francesco Sforza Cesarini, un contrato por el que se comprometía a componer una ópera sobre un texto de Jacopo Ferretti, el principal dramaturgo romano de la época. El texto que presentó, en bosquejo, fue desechado en parte por desavenencias personales, y se recurrió a Cesare Sterbini, quien, “presionado por Rossini y de mala gana”, se comprometió por contrato, firmado el 17 de enero de 1816, a redactar un libreto basándose en El barbero de Sevilla de Beaumarchais.
El 25 de enero, ocho días después, entregaba al compositor el Acto I, y el día 29, cuatro días más tarde, el Acto II. En 11 días, el 6 de febrero, Rossini terminaba la partitura del primer acto, y no se sabe con exactitud qué día completaba el Acto II, pero la ópera se estrenaba catorce días más tarde, el 20 de febrero. En cualquier caso, menos de cuatro semanas para una partitura de casi 600 páginas, una ópera de dos horas y media de duración.
El estreno fue un fracaso, pero no exactamente porque no gustase, sino porque ocurrieron varias peripecias que provocaron la hilaridad del público, y además un grupo de partidarios de Giovanni Paisiello -quien en 1792, año del nacimiento de Rossini, había presentado una ópera del mismo título, basada igualmente en Beaumarchais- fueron a reventar la de Rossini. El éxito de la de éste no se hizo esperar y, desde la mismísima segunda representación, no ha cesado, llegando a eclipsar totalmente la preciosa obra homónima de Paisiello. Los partidarios acérrimos de este último actuaron así pese a que el libretista Sterbini, en una “Advertencia al público”, afirmaba que la obra se había versificado íntegramente de nuevo y se le habían añadido algunas peripecias nuevas, todo ello por respeto a Paisiello. Está visto que ni así se dieron por contentos.
La ópera se representó enseguida en numerosas ciudades de Italia (pero no se repuso en Roma), y poco después en Londres, Nueva York y París. En Barcelona se representó en 1818, a los dos años del estreno (fue la octava ópera de Rossini en verse), y en Madrid, en 1821, un lustro tras el estreno romano, siendo la quinta ópera de su autor que presenciaba la capital de España.
Hace un par de domingos disfrute de un barbero reciente, en mezzo, de la opera de Ginebra. Lo disfrute enormemente.
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